El futuro ya está aquí (y no mola), este es el principal mensaje que podemos extraer de The Architect, la fascinante serie noruega dirigida por la jovencísima Kerren Luner-Klabbers (31 años) premiada como mejor serie en el pasado festival de Berlín y que emite Filmin en España. Una miniserie de tan solo 4 episodios de 18 minutos que remueve la conciencia con un tono ácido y sarcástico, acercándonos a un futuro no muy lejano que nos muestra los efectos del turbocapitalismo más devastador y donde la inteligencia artificial y la deshumanización se hacen presente en todos los ámbitos vitales.
Lo hace través de la mirada de una joven arquitecta, que se verá obligada a trabajar como becaria y vivir en un parking subterráneo aprovechando que las élites de la ciudad se han mudado a segundas residencias y han dejado libres sus aparcamientos. Infraviviendas delimitadas por una línea de pintura blanca sobre el suelo y unas finas cortinas que separan los minúsculos hogares (si es que se pueden llamar «hogar»), donde habitan trabajadores precarios que viven al límite de la pobreza. Y que por desgracia no parecen muy alejados de las habitaciones alquiladas en pisos compartidos o algunos coliving que tratan de convencernos de que ser pobre es cool.
Ya Black Mirror nos retrató ese futuro desesperanzador y los miedos humanos en un mundo tecnológico y posmoderno, ofreciéndonos un ejercicio de conciencia sobre sus carencias y consecuencias emocionales. The Architect comparte esta angustia, mediante una línea casi documental con una cuidada puesta en escena elegante, minimalista y austera al estilo Dogma, centrando la atención a través del zoom en el malestar y desasosiego de sus personajes.
La serie muestra problemáticas que afectan hoy a las clases trabajadoras como el conflicto habitacional y la precariedad laboral
Desde la carta de presentación de la protagonista, Julie, en una escena en que una mujer intenta que un banco le conceda una hipoteca a través de un dispositivo conectado a una inteligencia artificial, la serie nos muestra la alienación y aislamiento social; reflejando problemáticas que afectan a las clases trabajadoras de nuestro tiempo: el conflicto habitacional, la precariedad laboral y económica, la especulación inmobiliaria, la gentrificación, la debilitación de las redes sociales y familiares, las relaciones líquidas y otros problemas de la posmodernidad.
Un futuro que, por cercano, nos debería dar mucho más miedo que cualquier apocalipsis zombi o cualquier hongo que pueda controlar nuestros cerebros (algo que por otra parte ya hacen las redes sociales sin esfuerzo). Y es que no debemos olvidar que las estructuras económicas tienen una influencia muy directa sobre nuestras vidas y sobre nuestra escala de valores. De este modo, si tenemos trabajos precarios y consumimos productos de usar y tirar, es muy probable que acabemos teniendo vidas precarias y relaciones de usar y tirar.
Y es que, por más que centremos nuestros discursos políticos en lo woke, al mercado le importa muy poco cuantos géneros o cuántas minorías haya. Está dispuesto a aceptarlas a todas. Lo único que le importa es nuestro dinero (y nuestros datos), y por eso no le importa que todo cambie, solo con una única condición: que nada cambie («es el mercado, amigos»).
No es de extrañar entonces que Julie, en su desesperación, haga lo posible por escapar de ese infierno habitacional. Un infierno que precisamente le dará la idea para embarcarse en un concurso público en el que se plantea la construcción de 1.000 viviendas en el centro de Oslo, transformando ese parking subterráneo en una megacomunidad de (infra) viviendas de escasos metros cuadrados pero que, con la adecuada campaña de marketing y de blanqueamiento de la pobreza, se convertirán en estudios cool que puedan ser fácilmente vendibles.
‘The Architect’ es una fábula satírica de concienciación política y social
Un dilema que le hará debatirse entre sus principios éticos y su subsistencia, oponiendo el bienestar individual al beneficio comunitario, y que irónicamente se presenta como un proyecto sostenible ya que el parking está construido y solo habría que modificar su uso, lo que además requiere poca inversión económica.
El problema es que su conducta, por supuesto, tendrá consecuencias. Y aquí es cuando la serie pasa a abordar otras inquietudes para adentrase en lo emocional presentando las diferentes relaciones humanas de sus personajes en una sociedad individualista en la que todo vale. Reflejando la falta de lazos sociales auténticos, los cuales Julie logra precisamente por primera vez gracias a la relación con su vecina al otro lado de la cortina, Kaja, una joven activista que trabaja precariamente como maniquí en un escaparate de una tienda, y que se opone a la privatización defendiendo el uso del espacio público por sus habitantes. La relación entre ambas valora el contacto entre personas como necesidad humana, unas relaciones humanas que con las redes sociales digitales hemos ido desintegrando y que nos servían como un seguro emocional y un escudo social.
De este modo, The Architect, bajo una fría capa de sarcasmo, se nos presenta como una fábula satírica de concienciación política y social, en la que los parkings subterráneos transformados en infraviviendas representan el pozo de una sociedad en decadencia. Una distopía metafórica que refleja el nivel más bajo al que podemos llegar: bajo tierra.