Quizá te haya pasado. Y probablemente varias veces a lo largo de la vida. Te propones una meta importante que requiere esfuerzo, tiempo y energía. Eres consciente de su relevancia y sabes cuánta satisfacción te dará alcanzarla. Pero a pesar de ello, a menudo te encuentras haciendo cosas que te alejan de ese objetivo. Quieres lograrlo, pero algo te aleja.
¿Qué ocurre? ¿Por qué a veces nos empecinamos en ser nuestro mayor obstáculo? ¿Por qué saboteamos nuestras metas?
La respuesta corta es: no estamos dispuestos a arriesgarnos.
Minimizar el riesgo de fracasar
Si te has propuesto una meta vital, pero terminas yendo por las ramas, es probable que no estés dispuesto a comprometerte al 100% para hacer realidad ese sueño, aunque te cueste reconocerlo. Si tienes que estudiar para un examen importante, pero terminas mirando vídeos de gatitos en las redes sociales o debes prepararte para una entrevista de trabajo y decides irte de fiesta, probablemente algo dentro de ti rechaza ese objetivo.
A fin de cuentas, la procrastinación suele ser una especie de mecanismo de defensa que implementa tu mente inconsciente para hacerte sentir mejor momentáneamente y aliviar la tensión que generan otras tareas que requieren más esfuerzo y concentración.
El autosabotaje te mantiene en una especie de equilibrio en el que no ganas mucho, pero tampoco pierdes. Es cierto que experimentas cierto malestar ya que no avanzas todo lo que quisieras, pero al mismo tiempo también tienes la satisfacción de mantenerte en esa zona conocida en la que no te arriesgas.
En el fondo del autosabotaje se encuentra el miedo a fallar. Si no te comprometes por completo, sino que tan solo lo intentas a medias, siempre tendrás una excusa para que tu ego herido no sufra tanto. Podrás justificar cualquier descalabro diciéndote: “si me hubiera esforzado más, lo habría logrado. ¡La próxima vez daré lo mejor de mí!”.
De esta forma evitas la disonancia cognitiva que se produciría entre la imagen que tienes de ti mismo y los resultados que efectivamente obtienes. Al no involucrarte al 100%, preservas tu autoimagen y evitas que tu ego salga herido. Este mecanismo evita que sufras más de lo que puedes soportar y te mantiene a salvo de la incertidumbre.
En cambio, si realmente hubieras dado el 100% y no lo hubieras conseguido, habrías tenido que afrontar que quizá el problema no es la procrastinación o la falta de concentración, sino que quizá no dispones de las capacidades, habilidades, talentos o cualidades necesarios. Es, simplemente, un riesgo que muchas personas no están dispuestas a correr.
¿Cómo dejar de autosabotearse?
Si trabajamos duro y fracasamos, la única explicación que puede encontrar nuestro ego es que no valemos lo suficiente, algo que para muchas personas equivale prácticamente a una sentencia de muerte. La incapacidad para gestionar esa disonancia las empuja a distanciarse de sus propios objetivos como una manera de protegerse. Así terminan saboteándose.
El problema es que de esa manera podemos terminar malgastando un tiempo y una energía preciosas persiguiendo a medias unos objetivos que en realidad nos asustan. De esta manera solo reafirmamos una visión distorsionada de nosotros mismos, sin atrevernos a contrastarla con la mayor prueba de todas: la prueba de la realidad. De esta manera también nos condenamos a la mediocridad y a vivir en un bucle de insatisfacción constante marcado por esos sueños rotos.
Por supuesto, trabajar duro para hacer realidad nuestros sueños es difícil, pero no tanto por el esfuerzo que requiere, sino por la valentía que implica volvernos vulnerables, mirar de frente nuestros miedos y aceptar el riesgo de fracasar, a pesar de todo.
Por tanto, la próxima vez que quieras plantearte una meta vital, primero pregúntate si estás dispuesto a poner toda la carne en el asador. ¿Realmente vale la pena? ¿Te motiva lo suficiente como para arriesgarte a fallar? Si no es así, simplemente déjala ir. La vida es demasiado corta como para perseguir sueños que no te inspiran y autosabotearte continuamente.
Desde el siglo pasado, sobre todo la segunda mitad, la psicología académica, encabezada por escuelas o corrientes americanas, puso el énfasis de la resolución de conflictos en la » presencialidad «, en la identificación consciente, el diálogo personal, el razonamiento lógico y la implementación de estrategias concretas de enfrentamiento, asunción y superación. Y ésto es algo que, simplemente, no funciona. Tan solo cronifica los estados carenciales, para beneficio de los terapeutas, culpabilizan al individuo, lastran cualquier progreso y multiplican el fracaso y la infelicidad. Y todo ello porque hay un profundo desconocimiento del funcionamiento del cerebro humano, además de un mezquino interés por cronificar pacientes para sustentar interminables sesiones pagadas. Sencillamente por mantener el negocio.
La peor trampa para el ser humano es la reflexión interminable sobre los estados emocionales. Siempre tenemos dos » voces » en nuestro cerebro que apoyan hacer y no hacer simultáneamente, así funcionamos. Nunca habrá una visión única y unívoca sobre algún tema. Siempre hay una balanza. Pretender identificar los problemas, asumirlos y superarlos mediante la autoconsciencia de los mismos, la reflexión y el análisis; es un esfuerzo baldío, estéril e inútil. Jamás saldremos de la rueda del sí pero no, y solo logramos aumentar la sensación de fracaso, de imposibilidad y limitación. Creando una sociedad de individuos frustrados, tristes y culpabilizados.
» No lo logras porque no pones el suficiente empeño » es el mantra de la psicología actual. Eres el culpable porque no te implicas lo suficiente, porque no sabes o no vales. Y esto es algo tan falso como repugnante. Y seguidamente aplicamos el bálsamo del » pero quiérete con tus limitaciones «, acepta tus fracasos, vuelve a intentarlo con más fuerza,…….Basura cognitiva y verborrea barata de mercaderes emocionales.
Lo único que funciona en el ser humano es la reflexión única y la acción inmediata no reflexiva. En ése orden.
Analiza el problema, identifica las trabas y encuentra el camino, decide una cosa y ya NO VUELVAS A PENSAR EN ELLO, la reflexión ya no tiene sentido ni cabida tras haber tomado una decisión. La trampa esta en la constante evaluación de las decisiones. Tómate el tiempo que precises para el análisis y la planificación, decide y actúa inmediatamente, sin volver atrás. El tiempo del análisis ya pasó, ahora es el tiempo de actuar.
Nuestro cerebro nunca se cansa de pensar, es su naturaleza básica, si no le pones freno, te impedirá actuar.
Reflexión, decisión, actuación. En ese orden y sin pasos atrás.
Y olvídate de psicólogos y psicología.