El Transparente Resplandor de la Conciencia Omnipresente
( Parte 1 de 3 )
Ken Wilber integral+life,
«Lo que ahora sigue son instrucciones que sirven para «apuntar» o señalar directamente a la naturaleza esencial o Espíritu intrínseco de la mente. Tradicionalmente esto implica la repetición deliberada, de modo que si usted lee este material de modo normal tal vez encuentre las repeticiones tediosas y hasta irritantes. Así pues, si quiere trabajar con el resto de esta sección, lea las instrucciones de manera lenta y atenta y sumérjase en las palabras y las repeticiones. También puede trabajar con lo que sigue como un objeto de meditación, leyendo en tal caso uno o dos párrafos ―o una o dos frases― en cada sesión.» – Ken Wilber
¿Dónde ubicamos al Espíritu?
¿Qué es realmente lo que nos permitimos reconocer como Sagrado?
¿Dónde, exactamente, se halla el Fundamento del Ser?
¿Dónde está lo esencialmente Divino?
La Gran Búsqueda
La comprensión última de las tradiciones no duales es inequívocamente rotunda, lo único que existe es el Espíritu, lo único que existe es Dios, lo único que existe es la vacuidad, en todo su maravilloso resplandor. Lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor, lo sublime y lo abyecto, son manifestaciones esencialmente perfectas del Espíritu. En ningún lugar existe nada sino Dios, nada sino la Diosa, nada sino el Espíritu y ni el más pequeño grano de arena ni la más minúscula mota de polvo contienen más o menos Espíritu que cualquier otra cosa.
Ésta es la realización que pone fin a la gran búsqueda que se asienta en el corazón de la sensación de identidad separada. En última instancia el yo separado es precisamente la sensación de búsqueda, la experiencia que usted tiene de sí en este mismo instante, la contracción o tensión ―la sensación de apresar, desear, anhelar, querer, evitar o resistir―, una sensación de esfuerzo o de búsqueda.
En su manifestación más elevada, esta sensación de búsqueda asume la forma de la gran búsqueda del Espíritu. Nosotros queremos pasar de nuestra condición ignorante (un estado de pecado, ilusión o dualidad) a un estado iluminado o espiritual, de un estado supuestamente carente de Espíritu a otro en el que sí se halle presente.
Pero lo cierto es que no hay ningún lugar donde no esté el Espíritu, porque la totalidad del Kosmos se halla completamente saturada de él. En consecuencia, toda búsqueda, todo movimiento y todo intento de logro es profundamente estéril. La gran búsqueda no hace más que reforzar la creencia errónea de que hay lugares carentes de Espíritu y otros plenos de él y que debemos pasar de los primeros a los segundos. Pero lo cierto es que no hay lugar alguno que carezca de Espíritu, como tampoco existe ningún lugar que esté más impregnado de Espíritu que otro. Repitámoslo, lo único que existe es el Espíritu.
La gran búsqueda del Espíritu es ese impulso, el impulso último que impide la realización presente del Espíritu por la sencilla razón de que presume la pérdida de Dios. La gran búsqueda consolida la creencia errónea de que Dios no se halla presente y, de ese modo, eclipsa por completo la realidad de la omnipresencia de Dios. La gran búsqueda, en su pretensión de amar a Dios, es, de hecho, el mismo mecanismo que nos aleja de él, un mecanismo que promete para mañana lo que sólo existe en el eterno ahora, un mecanismo que nos lleva a anhelar tan fervientemente el futuro que el presente ―y, con él, la resplandeciente sonrisa de Dios― termina escurriéndosenos de entre las manos.
La gran búsqueda es la contracción desprovista de amor que se oculta en el corazón de la sensación de identidad separada, una contracción que alienta el anhelo de un mañana en el que supuestamente llegará la salvación pero, mientras tanto, sigo siendo yo mismo. Cuanto mayor es la gran búsqueda, mayor es la negación de Dios y más intensamente puedo experimentar la sensación de búsqueda que es, a fin de cuentas, la que establece los límites de mi yo. La gran búsqueda es, en suma, el principal enemigo de lo que es.
¿Debemos, acaso, poner fin a la gran búsqueda? Definitivamente sí… en el caso, por supuesto, de que podamos hacerlo. Pero el hecho es que el mismo esfuerzo de tratar de acabar con la gran búsqueda se convierte en una nueva versión de la gran búsqueda, ya que ese paso supone ―y, por tanto, sigue fortaleciendo― la sensación de búsqueda. En realidad el yo-contracción no puede hacer absolutamente nada para acabar con la gran búsqueda, porque el yo-contracción y la gran búsqueda son dos nombres diferentes para referirse a lo mismo.
Si el Espíritu no es un producto futuro de la gran búsqueda no nos queda más que una alternativa, el Espíritu debe hallarse plena, total y completamente presente ahora mismo… y, en este mismo instante, usted debe ser plena, total y completamente consciente de él. Pero con ello no quiero decir que el Espíritu se halle presente y que usted no se dé cuenta de Él, porque eso exigiría la gran búsqueda, eso requeriría de un mañana en que el Espíritu se hallara completamente presente y esa misma búsqueda nos alejaría de donde siempre estamos. De hecho, seguir buscando supone estar perdido. No, la realización y la conciencia deben de hallarse, de algún modo, total y completamente presentes ahora mismo. De no ser así nos veríamos necesariamente abocados a la gran búsqueda y condenados a creer en lo que más anhelamos superar.
Debe haber algo en nuestra conciencia presente que ya sabe toda la verdad. De algún modo, sin importar cuál sea su estado, usted ya tiene todo lo que necesita para estar iluminado; de algún modo, usted ya conoce la respuesta. Usted ya percibe ahora mismo el 100% del Espíritu, no el 20%, ni el 50% ni el 99%, sino literalmente el 100% del Espíritu. Y el truco, digámoslo así, consiste en darse cuenta del estado de cosas omnipresente y no creer en un supuesto estado futuro en el que el Espíritu se halle presente.
Este sencillo reconocimiento del Espíritu ya presente es el quehacer esencial, por así decirlo, de las grandes tradiciones no duales.
El Descubrimiento del Kosmos
Mucha gente cuestiona seriamente el «misticismo» o «trascendentalismo» porque supone que, de algún modo, niega este mundo, odia la tierra o desprecia el cuerpo, los sentidos, la vida, etcétera. Pero si bien eso puede ser cierto en algunos casos infaustos, no tiene absolutamente nada que ver con la comprensión esencial de los grandes místicos no duales, desde Plotino y Eckhart, en Occidente, hasta Nagarjuna y la princesa Tsogyal, en Oriente.
De hecho, todos estos sabios sostienen universalmente que la realidad absoluta y el mundo relativo son «no dos» (ése es, precisamente, el significado de «no dual»), del mismo modo que un espejo y sus reflejos no están separados o que el océano es uno con las olas que lo componen. Así pues, el «ultramundo» del Espíritu y el «intramundo» de los fenómenos separados son esencialmente «no dos», y esta no dualidad es la comprensión inmediata y directa que tiene lugar en ciertos estados meditativos, una percepción muy simple y muy ordinaria ―se esté meditando o no― que sólo puede verse con el ojo de la contemplación. En tal caso todo lo que se percibe, tal y como es, ya está impregnado de Espíritu, porque el Espíritu no está separado de nada y el simple canto del petirrojo, tal cual es, revela el esplendor de lo divino. Ésta deviene entonces la sencilla y natural realización constante, a través de todos los cambios de estado, que acaba por liberarnos de la locura básica de ocultarnos de lo real.
¿Por qué, entonces, ordinariamente no tenemos esa percepción?
Todas las grandes tradiciones no duales de sabiduría han dado la misma respuesta a esta pregunta. No nos damos cuenta de que el Espíritu se halla total y completamente presente aquí mismo y ahora mismo porque nuestra conciencia está atrapada en algún tipo de evitación. No queremos ser la conciencia sin elección del presente, sino que huimos de ella, queremos modificarla, cambiarla, odiarla, amarla, aborrecerla o transformarla, queremos, de algún modo, poder entrar o salir de ella, queremos cualquier cosa menos reposar en la presencia pura del presente o, dicho de otro modo, no queremos descansar en la presencia pura sino que queremos estar en otra parte. Y la gran búsqueda es el juego interminable que nos impide darnos cuenta de dónde nos encontramos ya.
La meditación ―o la contemplación― no dual relaja profundamente la contracción de la sensación de identidad separada y permite que el yo se expanda en la inmensa amplitud de la totalidad del espacio. Entonces resulta evidente que usted no está «aquí», contemplando un mundo que se halle «ahí», porque todo se convierte en presencia pura y luminosidad espontánea.
Esta realización puede asumir muchas formas, una de las cuales puede perfectamente ser la siguiente. Tal vez esté usted mirando una montaña y se haya relajado en la conciencia sin esfuerzo de su conciencia presente cuando, súbitamente, la montaña deviene todo y usted no es nada. En tal caso la sensación de identidad separada se ha diluido y lo único que existe es lo que aparece instante tras instante. Usted está perfectamente despierto, totalmente consciente, y todo parece completamente normal, con la salvedad de que usted no se halla en ninguna parte. No es que usted se halle de este lado contemplando una montaña que se encuentra fuera de usted, sino que usted, sencillamente, es la montaña, el cielo y las nubes; usted es todo lo que aparece instante tras instante, de un modo muy sencillo, muy evidente, tal cual es.
Existen multitud de nombres para ese estado ―desde conciencia de unidad hasta sahaj samadhi―, pero lo cierto es que se trata del estado más sencillo y evidente de todos. Además, en el mismo momento en que vislumbramos ese estado que los budistas denominan un solo sabor (porque usted y la totalidad del universo son un solo sabor o una única experiencia) resulta evidente que en ningún momento entrarnos en este estado sino que, por el contrario, se trata de un estado que, en algún sentido profundo y misterioso, ha sido nuestra condición primordial desde tiempo inmemorial, tanto que de hecho jamás hemos abandonado ese estado ni un sólo instante.
Ése es el motivo por el cual el zen lo denomina la barrera sin puerta, porque desde este lado de la realización parece que usted tuviera que hacer algo para entrar en ese estado, como si debiera atravesar algún tipo de umbral. Pero el hecho es que usted en ningún momento ha abandonado ese estado, de modo que difícilmente podrá entrar en él. ¡La barrera sin puerta! «Toda forma es vacuidad, tal y como es» significa que todas las cosas, incluyéndole a usted y a mí, son ya perfectas y se hallan del otro lado de la barrera sin puerta.
¿Qué necesidad tenemos, pues ―si esto ya es así―, de acometer una práctica espiritual? Porque en realidad cualquier práctica espiritual es una forma de la gran búsqueda y, como tal, está condenada al fracaso. Pero ése es, precisamente, el asunto, porque usted y yo estamos convencidos de que tenemos que hacer algo para realizar el Espíritu, usted y yo creemos que hay lugares en que el Espíritu no se halla (por ejemplo, en nosotros mismos) y nos aprestamos a corregir esa situación. Así es como se origina la gran búsqueda. Y la meditación no dual, a sabiendas, hace uso de este hecho y nos sumerge en una búsqueda un tanto singular (que el zen denomina «vender agua en el río»).
William Blake dijo que «el loco que insiste en su locura deviene sabio», y eso es precisamente lo que trata de hacer la meditación no dual, tratar de acelerar ese proceso. Si usted cree que carece de Espíritu, zambúllase de cabeza en la locura de tratar de convertirse en el Espíritu, intente descubrir el Espíritu, trate de establecer contacto con él, trate de alcanzarlo ¡medite, medite y siga meditando con la intención de alcanzar el Espíritu!
Porque, de hecho, eso es algo imposible. Usted no puede alcanzar el Espíritu por el mismo motivo por el que tampoco puede alcanzar sus pies. Usted ya es Espíritu, siempre lo ha sido y no hay modo alguno de alcanzar lo que ya es. La meditación no dual consiste en el esfuerzo serio de hacer lo imposible, hasta que esté tan exhausto que termine sentándose y se dé cuenta de lo que siempre le ha sostenido.
Pero no se trata de que las tradiciones no duales nieguen los estadios superiores, porque no lo hacen. De hecho, las grandes tradiciones no duales disponen de muchas prácticas que ayudan a los individuos a alcanzar estados concretos de conciencia postformal, pero también subrayan que esos estados alterados ―que tienen un comienzo y un final en el tiempo― no tienen nada que ver con lo atemporal. El verdadero objetivo no consiste en quedarse fascinado con los cambios de estado sino en permanecer en el estado sin estado. Tal condición de no estado es la auténtica naturaleza de éste y de cualquier otro estado imaginable de conciencia, de modo que cualquier estado en que se encuentre es ya perfecto. Y dado que el objetivo final no consiste en cambiar de estado sino en reconocer lo inmutable, en reconocer la vacuidad primordial, cualquier estado en que se halle es ya plenamente perfecto.
No obstante, tradicionalmente, para demostrar su sinceridad usted debe llevar a cabo numerosas prácticas preliminares, entre las que cabe destacar el dominio de diversos estados de conciencia meditativa que le llevan a una adaptación estable post-postconvencional, y todo eso está muy bien. Pero ninguno de esos estados de conciencia es el estado final, definitivo o privilegiado, como tampoco lo es el cambio de estado. Más bien al contrario, puesto que es precisamente entrando y saliendo de esos diversos estados meditativos como empieza usted a comprender que la iluminación no descansa en ninguno de ellos. Todos esos estados tienen un comienzo en el tiempo y, en consecuencia, ninguno es atemporal. La cuestión consiste en comprender que el cambio de estado no es el objetivo final y que la realización puede ocurrir en cualquier estado de conciencia.