¿Qué es el Zen? Sin dhyana, sino prajna

Por D. T. Suzuki

Arbol Buda

El Zen es una escuela de budismo que se desarrolló en China, o mejor dicho, que se originó y surgió allí, pues ciertamente fue en China donde tuvo lugar su verdadero nacimiento. Aunque sus raíces filosóficas obviamente se remontan a la India, su tronco psicológico y moral solo podría haber alcanzado plena madurez sobre suelo chino. Puede decirse que en el Zen hallamos todo aquello que caracteriza a la mentalidad china, y que puede expresarse en el idioma chino mejor que en ningún otro. Aunque el término zen o zenna (1) es una transliteración a caracteres orientales de la palabra sánscrita dhyana, la escuela budista Zen dista mucho de enfatizar el dhyana en sus enseñanzas. Más bien y por contra, la enseñanza fundamental del budismo Zen se centra alrededor de bodhiprajna y anabhogacarya.

Dhyana suele traducirse como «contemplación serena» o «estado de concentración» (2). Sin embargo, lo que el budismo Zen propone y nos anima a hacer no es desarrollar este estado particular de consciencia, sino provocar en nosotros el despertar de un poder espiritual mucho más alto, un poder superior que nos lleva a entrar en contacto directo con la realidad misma, así tal y como es. Este poder, llamado prajna en sánscrito, es la forma de intuición más elevada que poseemos los seres humanos. A través del ejercicio de la intuición-prajna se llega a aquello que en sánscrito se conoce como bodhi. El término completo, sambodhi, quiere decir «el Despertar Supremo», tal y como fue alcanzado por Siddharta Gautama cuando estaba sentado en postura del loto, bajo el árbol-bodhi, en el río Nairanjana, al norte de la India, hace aproximadamente veinticinco siglos. A partir de ese momento, Gautama, hijo de Suddhodana, pasó a ser conocido como el Buddha, «el que ha despertado».

Por este motivo, el budismo es conocido como una «religión del Despertar» cuya base se asienta en la experiencia personal del Buda Gautama. Dicha experiencia, a su vez, no es en absoluto un atributo o posesión exclusiva del fundador del budismo; cada persona que se entregue en cuerpo, alma y espíritu a comprender la doctrina budista y llevar a la práctica sus enseñanzas estará destinado a experimentar un Despertar que, en esencia, es el mismo que el del Buda, y así, al igual que Gautama, quedará por siempre liberado de la red cósmica de ataduras y vínculos kármicos. Es por este motivo que el budismo suele ser descrito como un camino espiritual de liberación, emancipación y libertad.

Esta «vida de emancipación y libertad», que surge como resultado de la experiencia del Despertar, significa que uno queda libre del cautiverio del karma, o, en términos específicamente budistas, que ha atravesado el río de nacimiento-y-muerte (samsara) y ha cruzado hasta la Otra Orilla, llegando al nirvana (3).

Aunque términos tales como «liberación», «emancipación» y «nirvana» (cesación) podrían tomarse como simples negaciones de otra cosa, es decir, como conceptos desprovistos en sí mismos de todo carácter positivo o constructivo, no debemos olvidar que dichos términos son relativos, y que por sí mismos no significan nada. Es debido a que existe en nosotros la angustia de sentirnos atrapados entre el nacimiento y la muerte, o entre lo bueno y lo malo, o entre lo correcto y lo equivocado, que hablamos en términos de «liberarse», «emancipare» o «entrar en el nirvana». El lenguaje es una herramienta tramposa. Nosotros mismos lo creamos e inventamos, a causa de nuestro deseo de comunicar nuestras experiencias; sin embargo, en vez de transmitir de manera certera aquello que hemos experimentado y sentido, el lenguaje tiende a confundirnos y acaba haciéndonos tomar el símbolo por la realidad. Por ejemplo, al hablar de nirvana comenzamos a imaginar que hay una cosa llamada «nirvana», del mismo modo que hay una cosa llamada «mesa» o «libro». El nirvana, sin embargo, no es nada más que un estado mental, el estado de consciencia que surge cuando trascendemos y vamos más allá de la relatividad de este mundo delimitado por el nacimiento y la muerte.

Pero, y precisamente por eso mismo, el nirvana no es un «mundo especial» que se halle situado por encima de este mundo de opuestos. Si así fuera, no estaríamos sino creando un nuevo par de opuestos: de un lado, el nirvana; del otro, el mundo de nacimiento-y-muerte. En tal caso no habría trascendencia alguna. El nirvana es nacimiento-y-muerte, y nacimiento-y-muerte es el nirvana; cuando se alcanza esta identificación total entre lo uno y lo otro, solo entonces tiene lugar la trascendencia. Desde el punto de vista filosófico y metafísico, a esto se lo denomina anabhogacarya; una vida sin propósitos, sin intención, sin provecho, una vida dedicada a almacenar nieve en un pozo lleno de agua.

Se dice que cuando el Buda se disponía a fallecer, tras cuarenta y nueve años de actividad predicando el Dharma (4) en las regiones septentrionales de la India, realizó la siguiente declaración: «Durante estos cuarenta y nueve años, no he pronunciado una sola palabra acerca del Dharma». Esta es la vida de anabhogacarya del Buda, expresada desde lo que podríamos llamar una perspectiva dialéctica. Lo cierto y verdad es que la vida del Buda estuvo repleta de enseñanzas orales impartidas a sus numerosos discípulos; puede decirse que empleó toda su vida en darles indicaciones e instruirles; estos, a su vez, se dedicaron a reunir y compilar el conjunto de estas enseñanzas verbales en lo que se conoce como el Canon Budista o Tripitaka (literalmente, «las tres cestas de literatura budista»: sutravinaya y abhidharma), conjunto de obras que, según los cálculos tradicionales chinos, abarca más de cinco mil volúmenes. Siendo así, ¿cómo pudo el Buda declarar «no he pronunciado ni una sola palabra»? Sin embargo, esta declaración no es ni más ni menos que la expresión directa de uno de los aspectos singulares surgidos de su propia experiencia-de-Despertar, y es concretamente en dicho aspecto singular y concreto donde radica el fundamento y la razón de ser del Zen.

Temo haber dado un pequeño rodeo respecto al tema de inicio; lo que me gustaría expresar con la mayor claridad posible es que el Zen, si bien no descarta completamente el cultivo de dhyana, en lo que verdaderamente pone todo el énfasis es en experimentar el Despertar, siguiendo así el ejemplo del Buda tanto como sus propias enseñanzas. El ejercitarse en dhyana puede suponer sin duda un paso importante hacia el Despertar, pero el Zen no considera que ese sea el único camino hacia aquella experiencia que constituye el fin último de toda vida budista.

Notas:

  1. En chino, ch’an o ch’anna, El vocablo «zen» es la pronunciación japonesa de este carácter o idiograma original chino.
  2. En realidad, dhyana suele traducirse como «meditación», y, si bien el uso puede dar por bueno ese término, hay que señalar que, en todo caso, «meditación» no sería equivalente a dhyana, sino a «práctica de dhyana», pues dhyana no señala un ejercicio, sino un estado, y más concretamente, el «estado inalterable de serenidad y calma interior» a través del cual se puede llegar a experimentar el samadhi o «integración de la consciencia».
  3. Nirvana significa «extinción o cesación» en el sentido de «liberación»; samsara quiere decir «ciclo continuo e interminable de nacimientos y muertes».
  4. Siddharta Gautama emprendió la búsqueda del Despertar cuando tenía veintinueve años y la alcanzó casi siete años después, con treinta y cinco; posteriormente, vivió una vida plena y fecunda hasta los ochenta y cuatro años. Las enseñanzas que impartió durante ese medio siglo de existencia como Buddha u «hombre despierto» se conocen bajo el nombre genérico de Dharma, una palabra sánscrita (que se traduce como «el Fundamento», «la Verdad»), usada habitualmente en la India para referirse de modo genérico a las enseñanzas espirituales, y que, en un contexto budista, se emplea como sinónimo de «la doctrina o enseñanza impartida por el Buda».

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