Descansa en tu Naturaleza de Buda

Por Yongey Mingyur Rinpoche 19 de enero de 2012

La humanidad se enfrenta actualmente a algunos de los mayores retos de su historia, como el cambio climático y una pandemia mundial. Muchos de nosotros nos enfrentamos a retos difíciles y a la incertidumbre en nuestras propias vidas, desde la enfermedad a la pérdida del trabajo o las relaciones traumáticas.

La gente busca desesperadamente métodos para aliviar su sufrimiento en tiempos inciertos. Aunque muchas prácticas de meditación budista son útiles, ninguna supera el reconocimiento y el descanso en la conciencia misma. La razón es que la verdadera naturaleza de la conciencia es una fuente de fuerza y resistencia duraderas. La conciencia está más allá de condiciones como el dolor y el placer, el sufrimiento y la tranquilidad. Es la que permite que surjan todas y cada una de las experiencias y, sin embargo, no cambia con ellas.

Pasé varios años en un retiro errante, moviéndome de un lugar a otro, siguiendo los pasos de los grandes maestros de nuestra tradición budista. Esta experiencia me hizo comprender muchos aspectos fundamentales de las enseñanzas, sobre todo la impermanencia y la fugacidad de la vida.

Mientras vagaba por el Himalaya, todo cambió. Pasé de tener todo lo que necesitaba a carecer de comida, cobijo, familia, amigos, alumnos y profesores. En medio de este cambio constante, había algo que permanecía, siempre: la conciencia. Me proporcionaba una estabilidad interna independientemente de las circunstancias. Confiar en esta conciencia, la naturaleza fundamental de nuestra mente, fue lo que me permitió superar los retos a los que me enfrenté.

Permítanme contarles una historia que ilustra esto. Unas semanas después de empezar mi retiro, caí terriblemente enfermo. Tenía una diarrea incesante y vomitaba una y otra vez, probablemente debido a una intoxicación alimentaria. Mi enfermedad se agravó tanto que estuve al borde de la muerte. Perdí la capacidad de ver y oír, y sentí como si mi fuerza vital se apagara como una lámpara.

Sin embargo, incluso cuando mi cuerpo se derrumbaba, mis sentidos se perdían y la mente conceptual se disolvía, la conciencia permanecía conmigo, inmutable. Vi que la conciencia estaba más allá del dolor y el sufrimiento que experimentaba, más allá de la vida o la muerte. Confiar en la conciencia fue lo que me ayudó a salir adelante y me permitió seguir adelante.

Esta experiencia se hizo eco de lo que siempre había oído decir a mi padre, el gran maestro dzogchen Tulku Urgyen Rinpoche. «Cualquier cosa que surja ―conceptos, sentimientos, tu cuerpo, sujeto y objeto, todo― es como nubes en el cielo», decía. «Vienen y se van. Tu verdadera naturaleza, la conciencia imbuida de amor, compasión y sabiduría, es como el cielo mismo».

Podemos entrenarnos para experimentar esto a través de la meditación de la conciencia. La parte importante de esta práctica es el reconocimiento de la conciencia misma. No importa qué objeto elijamos como soporte para nuestra meditación, si nos centramos en la respiración, en las sensaciones o en una visualización, lo importante es reconocer y descansar en la cualidad consciente y conocedora de la mente.

Práctica de la Meditación de la Conciencia

Empieza buscando una postura cómoda, erguida pero relajada. Presta atención a la respiración. Observa las sensaciones que experimentas cuando la respiración entra y sale. No hay necesidad de controlar la respiración de ninguna manera. Simplemente obsérvala, y fíjate si puedes notar la simple cualidad consciente de la mente.

Después de unos minutos, amplía tu conciencia para incluir imágenes, sonidos, sabores, olores y sensaciones físicas que experimentes. De nuevo, simplemente obsérvalas. A lo largo de todas estas experiencias, observa que hay una cualidad conocedora de la mente que permanece inalterada.

Cuando te sientas cómodo, permite que tu conciencia se extienda más allá de cualquier experiencia particular. Descansa en la cualidad conocedora de la mente misma. No importa lo que venga o se vaya, esta cualidad conocedora y consciente permanece.

Aunque todo se desmorona, nuestra verdadera naturaleza ―la conciencia misma― no puede desmoronarse. No puede morir. No puede detenerse. No puede ser destruida, porque no ha nacido. La conciencia está siempre con nosotros. Confía en esto. Esta es tu verdadera naturaleza y tu último refugio.

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