El amor y las emociones han sido temas universales en la historia de la humanidad, expresados de formas diversas pero con puntos en común entre distintas culturas y épocas. Un interesante estudio reciente revela que las personas en la antigua Mesopotamia experimentaban y conceptualizaban el amor y las emociones en maneras que, sorprendentemente, encuentran ecos en nuestra comprensión moderna de estos sentimientos.
A través de un enfoque multidisciplinar, los investigadores analizaron textos en idioma acadio, grabados en tablillas de arcilla hace miles de años, para explorar cómo los antiguos mesopotámicos vinculaban sus emociones a partes específicas del cuerpo.
En la actualidad, solemos expresar nuestras emociones de formas que asocian sensaciones físicas con partes del cuerpo. Sentimos “mariposas en el estómago” al enamorarnos, el corazón “se nos encoge” al sentir tristeza, o decimos que algo “nos rompe el alma” para expresar un dolor profundo. Esta tendencia a conectar emociones y cuerpo no es nueva. Según el estudio mencionado, los antiguos mesopotámicos también vinculaban sus emociones a órganos específicos, como el corazón, el hígado y las rodillas.
Las personas modernas y mesopotámicos experimentan el amor de forma bastante similar. En Mesopotamia, el amor se asocia especialmente con el hígado, el corazón y las rodillas. Crédito: Lauri Nummenmaa et al. / Juha Lahnakoski
El corazón, por ejemplo, era percibido como un centro vital de la experiencia emocional, al igual que en muchas culturas modernas. El hígado, por su parte, tenía un papel crucial y, curiosamente, se asociaba con sentimientos de felicidad y plenitud. Según los textos, palabras como “abrirse”, “brillar” o “estar lleno” se utilizaban para describir momentos de alegría, conceptos que se anclaban en este órgano. Esta percepción podría reflejar la importancia simbólica y funcional del hígado en la vida cotidiana de los mesopotámicos, quienes tenían un conocimiento rudimentario de anatomía, aunque significativo para su época.
El equipo de investigación, liderado por la profesora Saana Svärd de la Universidad de Helsinki, analizó cerca de un millón de palabras en acadio, un idioma semítico que se utilizaba en Mesopotamia entre los años 934 y 612 a.C. Estos textos, escritos en escritura cuneiforme sobre tablillas de arcilla, representan una ventana única al pensamiento y la vida emocional de las personas en esa región.
Aunque la comprensión anatómica de los mesopotámicos no era tan avanzada como la actual, tenían una noción bastante clara de la relevancia de ciertos órganos para la vida y las emociones. Además del corazón y el hígado, se consideraban importantes los pulmones y, curiosamente, las rodillas, las cuales a menudo se mencionaban en relación con el amor. Esta asociación puede interpretarse como un reflejo de la intensidad emocional que “dobla” a las personas o las lleva a arrodillarse, tanto en contextos espirituales como emocionales.
Uno de los aspectos más fascinantes de este estudio es cómo conecta las experiencias emocionales de los antiguos mesopotámicos con las de las personas modernas. A pesar de las diferencias culturales y temporales, parece que hay una dimensión universal en cómo los humanos han vivido y expresado sus emociones a lo largo de la historia.
Si se compara el antiguo mapa corporal mesopotámico de la felicidad con los mapas corporales modernos publicados por otro científico finlandés, Lauri Nummenmaa y sus colegas hace una década, es muy similar, con la excepción de un notable brillo en el hígado, afirma el neurocientífico cognitivo Juha Lahnakoski, investigador visitante en la Universidad de Aalto.
Queda por ver si en el futuro podremos decir algo sobre qué tipo de experiencias emocionales son típicas de los humanos en general y si, por ejemplo, el miedo siempre se ha sentido en las mismas partes del cuerpo. Además, hay que tener en cuenta que los textos son textos y las emociones se viven y se experimentan, afirma Saana Svärd.
FUENTES
Juha M. Lahnakoski, Ellie Bennett, et al., Embodied emotions in ancient Neo-Assyrian texts revealed by bodily mapping of emotional semantics. iScience, 2024; 111365 DOI: 10.1016/j.isci.2024.111365