La experiencia interna de la no dualidad

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La experiencia interna de la no dualidad

Por Yolanda de Zuloaga

La no dualidad es una interpretación filosófica de lo que es la realidad; en Occidente ha prevalecido una concepción dual y se fundamenta en la existencia de dos mundos, el del hombre y el de los dioses, vinculados por una interna conexión original. En Oriente, sin embargo, la asunción filosófica básica que ha prevalecido es una concepción no-dual de la realidad y del conocimiento; en ello radica la diferencia fundamental entre los dos enfoques filosófico-religiosos.

A grandes rasgos y simplificando mucho, podemos establecer una división entre dos perspectivas epistemológicas: la dualista y la no-dual. Sin embargo, como es bien sabido, hay una interdependencia entre epistemología y ontología, ya que toda teoría del conocimiento, dualista o no, asumirá una definición previa de la naturaleza de la realidad, es decir, asumirá un determinado punto de vista ontológico, a veces de manera explícita, y otras, de forma implícita; e inversamente, todo problema ontológico plantea cuestiones relacionadas con la forma en que conocemos la realidad y la manera en la que producimos el conocimiento.

En general, los sistemas dualistas describen una realidad trascendente y suprarreal, y los no dualistas describen la realidad como un conjunto de eventos o discontinuidades, que pueden ser comprendidos activando un punto de vista diferente de la que nos brinda el sentido común, fundamentado en un realismo epistemológico ingenuo.

En Occidente prevalece la concepción teísta, que tiende a interpretar la experiencia de la realidad, afirmando polarización de categorías y, con ella, la idea de separación y diferencia, como entre lo sagrado y lo profano, lo religioso y lo secular. Esta polarización de categorías compartimenta la realidad en subdivisiones como religión, cultura, iglesia o estado, divisiones que están jerárquicamente organizadas. Le corresponde a la experiencia mística superar la polaridad o, dicho en términos teístas, superar la separación entre Dios y el hombre, la unidad y la pluralidad, las cuales que se hallan a una distancia suficiente como para que medie un tiempo y un espacio (Holdredge 2000: 77-91).

Algunas concepciones dualistas, como es el caso del cristianismo, expresarán la unión con el principio trascendente mediante el símbolo de la muerte y la resurrección de Cristo, un símbolo de transformación radical, que tiene su momento original en lo acaecido en el pasado y que se activa mediante el recuerdo. Por el contrario, en las concepciones no duales fundamentadas en el principio de la inmanencia, como el taoísmo, el advaita vedanta y el budismo Chan, entre otras, la transformación del hombre se da igualmente, pero no se requerirá un principio ulterior trascendente, ni se requerirá activar el recuerdo, ya que, según estas concepciones, no hay que superar una polaridad, ni hay que unir nada, ya que no hay separación ni dualidad entre la fuente de la realidad, es decir, lo absoluto y el mundo, ni entre lo absoluto y el yo, ni entre el yo y los otros.

No hay misterio trascendente que desvelar, sino que se vive el misterio; no hay que conquistar lo sagrado, ya que todo es sagrado, ni hay ningún otro mundo al que ir, ningún otro paraíso al que acceder, puesto que estamos en el mundo de la continua manifestación. Se está viviendo la creación continuamente, instante a instante, en el presente. Todo el misterio que pueda encontrarse acaecerá en la inmanencia de la experiencia vital.

A esta concepción no dualista de la realidad le corresponde una forma de conocer en la que el sujeto que conoce y el objeto conocido son construcciones de nuestras funciones psíquicas. Esta idea es contraintuitiva, ya que en la experiencia cotidiana de conocimiento se nos representan como realidades incuestionables. No solo en filosofía nos encontramos con ideas contraintuitivas, también en la física cuántica y sin embargo sus aplicaciones técnicas nos son útiles para transformar la realidad.

La concepción dualista teísta representa la realidad de forma escindida en un dios o una entidad superior trascendente y en un hombre producto de la creación. Por el contrario, la concepción no dualista y no teísta propia del budismo Chan y otras tradiciones de sabiduría de India y del Sudeste asiático, defienden que el ser humano dispone de modos de conocimiento (epistemología no dual) que le permiten acceder a la realidad (ontología no dual) de forma completamente desconocida para el sentido común o el pensamiento habitual. Así, en el Sutra de Lankavatara (2004: 12), uno de los textos de referencia budista mahayana, se lee:

«Tú no desapareces en el nirvana, ni el nirvana vive en ti, porque el nirvana trasciende toda la dualidad del conocimiento y de lo conocido, del ser y no ser.»

A través de la no dualidad se intenta expresar filosóficamente aquello que los diferentes términos en las distintas tradiciones expresan la experiencia de la verdadera naturaleza de la realidad. Vacuidad, Tao, supradeidad, Brahman, conciencia pura, budeidad, el reino de los cielos… son denominaciones que, han buscado apuntar a esta realidad fundamental.

Esta afirmación no implica que no sea perfectamente factible y funcional el dualismo creado por el lenguaje, dualismo que rige la vida cotidiana; simplemente implica que la no dualidad es una aproximación mas profunda de la realidad. La no dualidad conlleva un escepticismo epistemológico que funciona como una vacuna contra los dogmatismos, frente a las verdades absolutas que privilegia una interpretación sobre las demás. El escepticismo epistemológico es la herramienta de la duda, fundamento de toda investigación experimental; hay que cultivar la duda como una herramienta del pensamiento, no como una afirmación de un principio ideológico.

En las enseñanzas no-dualistas en las que se mantiene la palabra «dios», este término pasa a simbolizar la base inmanente-trascendente de todo lo que es. Maestro Eckhart hablará de «la divinidad más allá de Dios»: no equivale al Dios creador de las religiones, ni al ente supremo separado de la criatura, del yo humano, sino a aquello que los unifica en su naturaleza.

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