JERUSALÉN, mar (IPS) – La Suprema Corte de Justicia de Israel anuló la Ley Tal, de 2002, que permitía a estudiantes rabínicos eludir el servicio militar obligatorio. Políticos tanto de derecha como de izquierda apoyaron la decisión, pero la comunidad jaredí (ultraortodoxa) la considera un ataque a su estilo de vida.
Los judíos jaredíes representan alrededor de 10 por ciento de los casi ocho millones de israelíes.
La ley hasta ahora les daba a los estudiantes de las yeshivás (centros de estudios de la Torá y el Talmud) la opción, a los 22 años, de continuar con su educación o enlistarse en las Fuerzas de Defensas Israelíes (FDI).
A todos los ciudadanos israelíes no árabes se les obliga servir entre dos y tres años en las FDI luego de que cumplan 18 años. La ley derogada había sido prorrogada varias veces y ya llevaba vigente 10 años, pero expirará en agosto tras la última decisión de la Suprema Corte.
Organizaciones y partidos políticos críticos de la norma señalaban que era injusto exonerar a una porción significativa de la sociedad israelí del servicio militar.
«Debemos compartir la carga de nuestros deberes y de nuestros derechos. Si quieren iguales derechos, debe haber iguales deberes», dijo a IPS el presidente del derechista partido nacionalista Yisrael Beitenu, Tal Nachom.
El alistamiento en las FDI ha disminuido en forma sostenida desde 2002, como consecuencia de las exenciones médicas y religiosas.
Críticos de la Ley Tal señalan que, cuando fue creado el Estado de Israel, solo 400 estudiantes estaban exonerados del servicio militar. Hoy el grupo ha crecido a más de 60.000.
Sin embargo, miembros de la comunidad jaredí arguyen que la decisión de la Suprema Corte ataca la vida religiosa del país.
«Los jueces no saben de lo que están hablando porque vienen de un contexto secular y no conocen las reglas del judaísmo. No deberían estar a cargo de estas decisiones», dijo a IPS el rabino Simon Hurwitz.
El religioso abandonó Israel hace casi 39 años. Explicó que, luego de haber llevado una vida secular en Estados Unidos, se hizo observante del judaísmo ultraortodoxo tras tener un contacto más íntimo con la religión.
Los jaredíes adhieren estrictamente al código de leyes judías Shulján Aruj, y se separan culturalmente del resto de la sociedad. No poseen televisores ni acceso a Internet, por ejemplo, y su vestimenta sigue estrictas normas. Además, para ellos el sionismo tiene razones religiosas y no tan solo nacionalistas.
«Es difícil para mí imaginarme el sionismo sin una base religiosa. ¿De dónde viene? ¿Del nacionalismo? Eso solo a mí me suena racista», dijo Hurwitz.
Pero en el centro del debate hay más que el servicio militar obligatorio. Se trata de una batalla por poder y seguridad entre jaredíes y el resto de la sociedad. Los israelíes laicos están inquietos por la alta tasa de crecimiento y la movilización política de los ultraortodoxos, mientras que estos se ven a sí mismos como una minoría amenazada.
Estudios indican que la tasa de natalidad entre los jaredíes es casi tres veces mayor que la del resto de la sociedad israelí. Se prevé que la comunidad ultraortodoxa constituirá 17 por ciento de la población para 2020.
Muchos también ven a los jaredíes como un estorbo para la economía. Aunque todavía constituyen una pequeña porción de la sociedad, reciben un monto desproporcionado de subsidios estatales.
Como los hombres ultraortodoxos consideran que su ocupación principal es estudiar la Torá, las mujeres quedan marginadas y reciben poca educación. Se trata de una de las comunidades más pobres en Israel: 60 por ciento de los jaredíes viven en la pobreza, contra solo 10 por ciento del resto de la población israelí no árabe.
De hecho, el Fondo Monetario Internacional publicó un informe el mes pasado alertando el peligro que suponía esta comunidad cada vez más empobrecida.
Por su parte, los jaredíes consideran que su contribución a la sociedad es vital. El rabino Hurwitz sostuvo que el estudio de la Torá era de por sí un servicio a la nación. «La moral es una parte de la sociedad. Sin una guía moral, ¿cómo se mantendrá una sociedad?», preguntó.
La creciente tensión entre los jaredíes y el resto de los israelíes es evidente en Bet Shemesh, localidad de 80.000 habitantes ubicada 30 kilómetros al oeste de Jerusalén. Cuarenta por ciento de la población allí se identifica como jaredí.
Fue una de las primeras «ciudades de desarrollo» de Israel (asentamientos urbanos creados para distribuir la tierra y la población). Pero desde los años 90 comenzó a recibir fundamentalmente a jaredíes y a judíos ortodoxos modernos (más liberales) procedentes de América del Norte. Ahora, ambos grupos chocan regularmente.
En enero, la ciudad ocupó los titulares de todo el país después de que un extremista jaredí atacó verbalmente a una niña ortodoxa moderna de ocho años cuando esta se dirigía a la escuela, escupiendo sobre ella y acusándola de llevar vestimenta «impúdica».
Cuando la comunidad ortodoxa moderna construyó una escuela religiosa para niñas en la frontera de la parte jaredí de la ciudad, las relaciones entre ambos grupos se hicieron aun más tensas.
«La escuela les está diciendo: aquí es donde termina su expansión», explicó Yoel Finkelman, conferencista de judaísmo contemporáneo en la Universidad Bar Illan.
Finkelman dijo que la moderna escuela contrastaba con las pésimas condiciones en los centros de estudios jaredíes.
«En Bet Shemesh, cada semana nacen niños y niñas como para ocupar dos salones de clase, y la mayoría son bebés ultraortodoxos», dijo al diario Haaretz el vicealcalde, Shmuel Greenberg.
Sin embargo, las necesidades de la comunidad jaredí no son debidamente atendidas por el gobierno. Las escuelas religiosas ultraortodoxas se encuentran en condiciones económicas críticas, como nunca antes.
«El gobierno ha recortado fondos por años y años. Apenas la semana pasada, nuestros directores convocaron a una reunión para decirnos que fuéramos muy cuidadosos con los materiales. Tenemos muchos problemas de dinero», dijo a IPS el maestro Tzippy Escriz, de una escuela religiosa en Jerusalén.
«Nuestros colegios reciben menos de la mitad de fondos que los seculares. No tiene sentido», afirmó.
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