Shamballa: la profecía final

«En el país del Norte, en sus mesetas (…), viven seres de gran sabiduría. A este país no puede llegar la gente común, ni sus mahatmas pueden bajar hoy desde las alturas. En su lugar, envían mensajeros para amonestar a los líderes de las naciones». El comentario, procedente del Kanjur o Los anales azules ti-betanos, fue tomado por Occidente como un cuento de hadas.
Sin embargo, aquellas palabras bastaron para espolear a Nicolás Roerích (1874-1948) en la búsqueda del mito asiático por excelencia: Shamballa. Arqueólogo, diplomático y artista polifacético, nació entre la élite aristocrática rusa, lo que le facilitó estudiar arte e historia orientales. La elección no fue casual, dado que desde su infancia mostraba una afinidad especial por el continente asiático. Una leyenda en concreto le llenaba de fascinación, el mito de Bielovodye o la Tierra de las Aguas Blancas, un lugar donde el tiempo no transcurría y sus moradores vivían en una virtual juventud eterna que constituía su misterio favorito. La temática se repetía en China, bajo el nombre de Kun Lun, y lo mismo sucedía en el Tíbet con el apelativo de Kalapa, que significa «el reino oculto».
Al comprobar que la historia se repetía por doquier, el interés de Roerich creció hasta convertirse en un vivo deseo de averiguar qué había de cierto tras las leyendas. Por desgracia, la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa retrasaron sus planes. El éxito de sus exposiciones de arte le permitió, no obstante, reunir los fondos suficientes para organizar una expedición en 1923.
Oficialmente, los motivos del viaje consistían en el estudio de la flora y la fauna de la zona, siguiendo el consejo del cuerpo diplomático estadounidense. La bandera de este país -le recomendaron- le serviría como enseña de protección. Su esposa Helena y su hijo Yuri, experto en lenguas orientales, se unieron a la expedición efectuando funciones logísticas.
Durante cuatro años los exploradores recorrieron cerca de 25.000 km entre Tíbet y Mongolia, partiendo de Bombay, para recalar en Darjeeling, situada en
el norte de la India. El propio Roerich pintó 500 lienzos y recogió numerosas muestras vegetales, fósiles y restos artísticos. La gran mayoría se perdió gracias a los esfuerzos del espionaje británico y las triquiñuelas del Gobierno chino.
De cara a la galería, el artista se retiró al valle de Kulu, cercano al H i malaya, donde fundó el Instituto Urusvati («lucero del alba», en sánscrito). En este centro de estudio se dedicó a llevar a cabo investigaciones relacionadas con la botánica, a traducir textos milenarios y a la arqueología. También puso en orden sus diarios y los editó hasta que le sorprendió la muerte.
CONSIGNAS VELADAS
La versión completa de sus viajes no se publicó hasta 1996, y se hizo solamente en ruso, al margen de los escritos ya existentes. Para ser honestos, hay que decir que los textos resultan confusos para quienes desconozcan los rudimentos del misticismo oriental debido sobre todo a las vagas referencias que incorporan. Las tradiciones y las creencias autóctonas inundan cada capítulo casi en exclusiva. También anotó algunas curiosidades como, por ejemplo, el descubrimiento de la supuesta tumba de Jesús en Srinagar (Cachemira, India). No muy lejos, en la ciudad de Kashgar se topó con la presunta lápida de María, que había huido hasta allí a fin de evitar la persecución que sufría. Los guías locales le dijeron que en ambos casos habían estado durante muchos años estudiando las enseñanzas de los grandes maestros.
De vez en cuando Nicolás Roerich registraba información sobre ciertos sucesos anómalos: «Estamos presenciando un cuerpo voluminoso, esférico y más brillante que el Sol -relataba Roerich-, que vemos con claridad bajo el cielo azul moviéndose con rapidez»- Descripciones como esta se repetían con frecuencia conforme se iban adentrando en ciertos lugares, como Shamballa.
Cualquier referencia directa a este lugar se omite, empero, en las obras de Roerich hasta su último diario, que se publicó pocos meses antes de que falleciera. En sus páginas transcribía una entrevista con un lama sin identificar, quien le instaba a guardar silencio de cuanto viese: «Solo la curiosidad os lleva a preguntar por algo que pronunciáis sin ningún respeto; esperad v trabajad con diligencia hasta que os llegue el mensaje. Entonces vuestra curiosidad se transformará en aprendizaje», advirtió.
Llegados a este punto, cabe preguntarse quién era el misterioso interlocutor. El mismísimo Roerich daba a entender que era el IX Panchen Lama (segundo líder espiritual del budismo ti-betano, tras el Dalai Lama), quien escapó del Tíbet en 1923 por razones políticas, aunque las pistas que brinda son demasiado endebles. Otra versión lo identifica con el abad del monasterio de Tashi Lumpo, famoso por sus enseñan/as esotéricas. Y una tercera incluso le señala como un delegado de Shamballa. De nuevo hay que releer el último diario para conceder un mínimo de credibilidad a la última versión. Efectivamente, en las llanuras chinas un joven jinete suntuosamente ataviado abordó a la expedición y solicitó reunirse con Roerich a fin de advertirle contra un peligro inminente. Los dos departieron durante horas en la intimidad de una tienda, tras lo cual el visitante desapareció. El suceso fue confirmado a posteriori por Helena Roerich en varias entrevistas y, más tarde, por su hijo Yuri, quien lo citó en una obra biográfica. Por supuesto, Nicolás Roerich se tomó la molestia de describir al personaje físicamente: rasgos euroasiáticos indefinidos y seis dedos en cada mano.
¿MENSAJERO ENCUBIERTO?
Por increíble que pare/ca, los hallazgos de la primera expedición de los Roerich apenas trascendieron fuera de la comunidad científica. En su faceta de estadista, a Roerich se le asocia fundamentalmente al pacto que lleva su nombre, firmado en abril de 1935 en Washington, en el que 35 países -entre ellos, EE.UU.- se comprometieron a preservar la cultura en tiempos de guerra. La iniciativa tenía como símbolo la Bandera de la Paz que el artista diseñó.
Numerosos estudiosos del esoterismo relacionan el pacto Roerich con Shamballa asegurando que se generó desde allí. En este sentido, estiman además que la verdadera tarea de Roerich consistió en dirigirse hacia aquel enclave para transmitir un mensaje a sus habitantes.
Hoy por hoy, se admite que Roerich pertenecía a diversas hermandades iniciáticas, entre ellas la orden Rosacruz. Algunos de sus biógrafos señalan que a mediados de 1920 la masonería estadounidense le invitó a viajar a Nueva York para vender sus cuadros. De paso, trabó amistad con científicos de la talla de los físicos AI-bert Einstein v Robert A. Millikan.
«La primera expedición constituyó un intento de llevar un mensaje a los mahatmas del Hima-lava», explica el experto en filosofías orientales Michel Coquet. Desde esta óptica el encuentro descrito en los párrafos precedentes tiene su lógica, la misma, de hecho, que la que se refiere al encargo llevado a cabo por Roerich mediante el pacto bautizado con su nombre. No deja de sorprender que, frente a la abundante bibliografía relacionada con la primera expedición, brille por su ausencia la existente sobre la segunda. A finales de 1934 el entonces secretario de Agricultura de EE.UU., Henry Wallace, le propuso un segundo viaje con destino al desierto de Gobi (Mongolia). Huelga decir que Wallace era un miembro destacado de la Gran Uogia Americana. Las intenciones públicas de la expedición obedecían de nuevo a criterios científicos. Entre bastidores, en cambio, la misión era transmitir otro mensaje a los mandatarios de Shamballa, según defendía en 1997 el escritor e investigador Carmelo Ríos en un artículo aparecido en la revista Escuelas de Misterios. De acuerdo con las tradiciones orientales, en ese lugar se escondía una «puerta trasera» que comunicaba con Shamballa. El contenido de la misiva, al parecer, consistía en pedir consejo para reconciliar ideológicamente las posturas de Estados Unidos y la antigua URSS. Aparentemente, Roerich fracasó en su objetivo, habida cuenta del nimbo que tomaron después los acontecimientos mundiales. Las confusas descripciones que nos legó en sus diarios nada determinan, excepto la mera especulación.
PIEDRA DE LOS DESEOS
Las principales comentes esotéricas occidentales sostienen que en Shamballa reside la Fraternidad Blanca, un ampo de sabios inmortales y grandes iniciados que rigen los destinos del planeta. A su frente se encuentra Sanat Kumara, conocido también como Gessar Khan, Rigden Jyepo, Kalki (uno de los avalares del dios Vis-hnú) o Maitreya.
Las mismas fuentes aseguran que esporádicamente este gmpo mili/a heraldos, a quienes les encarga tareas concretas, como, según dicen, sucedió con Nicolás Roerich. Para ello se les presta utensilios que les ayuden en su cometido, como la Chintamani («piedra de los deseos», en sánscrito), un objeto que en contadas ocasiones llevaba en público Roerich como colgante. Una pequeña indiscreción de Roerich ante un periodista de un rotativo de Nueva York permitió saber, según el artista ruso, que la joya procedía de otro mundo. Por supuesto, las declaraciones se tomaron a broma y cimentaron su lama de personaje estrafalario, si bien le proporcionaron la ayuda necesaria para adentrarse en Asia. «La Chintamani es el Imánenlo de un aerolito que procedía de Orion», afirmó Roerich en su último diario. Como de costumbre, no hay una versión única acerca de la manera en la que recibió este objeto. La más extendida, que Roerich divulgó en su libro El corazón de Asia, es que se la entregó el 24 de mar/o de 1920 en Londres un emisario desconocido. Venía dentro de una cajita sellada y permaneció inerte hasta la segunda expedición, cuando se activó al atravesar la región de Xinjiang (China). Leonardo Olazábal, director de la Fundación ADA Roerich-Museo de la Pax. de Bilbao, nos ofrece otra versión tras dedicar décadas de estudio a la cuestión: Roerich recibió el objeto de forma anónima en París y tenía el tamaño de una semilla de melocotón envuelta en un pañuelo con las siglas IHS (Jesús). La caja que la contenía iba adornada con el símbolo de la cruz sobre tres llaves de plata. «La piedra era mi gran imán y eslaba dolada de radiactividad natural -explica Ola/.ábal-. Y se escogió a Nicolás Roerich para que la custodiase». Este curioso objeto mostraba una serie de signos esculpidos en su superficie que podían cambiar de temperatura, densidad, color y peso dependiendo del lugar en el que se encontrase. Su función era potenciar las capacidades psíquicas e intelectuales de su portador. Al mismo tiempo -Roerich dixit-, ayudaba a intuir cualquier peligro que se avecinase y permitía conocer el porvenir de antemano. «Aquellos que conozcan la sabiduría de Shamballa conocerán el futuro», aseveró a modo de testamento en su último diario.
AUGURIOS APOCALÍPTICOS
Da la impresión de que Roerich obedeció al pie de la letra el principal mandato de los señores de Shamballa: cuanto más sepas y más cerca estés de nosotros, más callarás. Por ende, jamás especificó si franqueó las puertas de este enclave ideal. Tampoco divulgó lo que sabía acerca de la vasta red de túneles que jalonan el subsuelo del Himalaya y sus alrededores, pese a que el instituto Urusvati se asienta sobre ella.
Menos todavía habló, ni una palabra, sobre las profecías relacionadas con el futuro de nuestro planeta efectuadas por los habitantes del enclave. En las obras de Roerich hay claves que explican esta actitud: «Lo que se revele antes de tiempo producirá dallos incalculables; la hora de Shamballa se acerca. Por ahora solo dejad que los sueños sean vuestra guía».
La única persona que estuvo cerca de desentrañar el enigma fue el escritor ruso -aunque alineado en Australia- Andrevv Tomas, quien se entrevistó con Roerich meses antes del fallecimiento de este. En tono ambiguo, Roerich le confesó que la Chintamani había sido devuelta a sus legítimos propietarios y que disponían de medios para verlo todo, incluso lo que aún no había sucedido. Cuando llegue el momento -anunció- se conocerá la verdad. V qui/.á se está acercando ya ese momento, que está relacionado con el convulso clima político existente en la República Popular de China y el tratamiento que da Pekín a las minorías disidentes. Las filtraciones a través de monjes exiliados han generado un mosaico de vaticinios de índole diversa. Todo ello sin prescindir de la sutil influencia de Shamballa. Los augurios no son precisamente halagüeños. Que en la próxima década China y la India se transformen en líderes mundiales y gobiernen de torma despótica al resto de la humanidad no resulta muy agradable. Tampoco lo es el empobrecimiento de Occidente ni que se acerque una época de hambruna mundial, algo que, además, invita más al egoísmo que a la solidaridad.
Claro que en los períodos más sombríos el poder de Shamballa se asomará, con Rigden Jyepo a la cabeza, dispuesto a erradicar el mal que asuela la Tierra. La profecía indica que huestes de todo el planeta acudirán a su llamada y se unirán para combatir a la fuente de todos los problemas. ¿Qué sucederá a continuación? Algo que recuerda sobremanera al Armagedón bíblico, pero también al inicio de una nueva y fructífera era. «La visión de las profecías en Occidente es alarmante, pero deben estudiarse desde un prisma más espiritual-asegura el representante en España del XTV Dalai Lama, Thübten Wangchen-. Slwmlxilla es real aunque sea invisible; es un estado ¡jersoiml de conciencia». Para la civilización occidental, Shamballa es aún una quimera. En Oliente supone un puente entre lo terrenal y lo divino. Dos concepciones, dos mundos, condenados a entenderse.
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