La “Santa Mafia” y la CIA
No bien asumió su apostolado el Papa Juan Pablo I (Albino Luciani) , elegido en ese mismo año 1978, había decidido que la Iglesia no debía entrometerse en asuntos políticos, y pretendía despegar al Vaticano de la trama del dinero sucio que ingresaba por vías de la política italiana, principalmente de la democracia cristiana, que tradicionalmente se valió del Vaticano para acceder al gobierno.
Según denuncia el periodista alemán Jürgen Roth, desde 1983,
“Bettino Craxi, ex presidente italiano socialista, también fue corrompido con millones de dólares de la P2. De acuerdo con los planes de la P2, en sus cuatro años en el cargo aseguró mediante decretos del Gobierno, entre otras cosas, el imperio mediático del miembro de la P2, Silvio Berlusconi”, hoy en la riendas del gobierno italiano.
William Colby, jefe de la CIA entre 1973 y 1976, declaró en sus memorias que,
“la mayor operación política asumida por la CIA fue prevenir el avance comunista en Italia en las elecciones de 1958, impidiendo así que la OTAN fuese amenazada políticamente por una quinta columna subversiva: el PCI”.
Un documental de la BBC revela los testimonios del general Vernon Walters, ex subdirector de la CIA, y de Richard Allen, que fuera titular Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Reagan.
Walters describe cómo el Papa Juan Pablo II formó una alianza con la CIA y con la Casa Blanca, mientras Allen puntualiza la función colaboracionista que desempeñó el jefe del Vaticano dentro del sistema capitalista global liderado por EEUU. Asociación considerada como la mayor alianza secreta de todos los tiempos por un conjunto de expertos.
El documental de la BBC, Rivales para el Paraíso, también describe las oscuras negociaciones entre el Vaticano, Hitler y Mussolini, presentadas como un acuerdo para “detener al comunismo”, por el cual la Iglesia Católica se hizo cómplice silenciosa de la invasión a Polonia y de la matanza de judíos realizadas por el nazismo.
El entonces Papa Pio XII estaba demasiado comprometido con el “pacto anticomunista” por lo que no movió un dedo cuando Hitler invadió Polonia, una nación católica que no estaba bajo la órbita del sistema comunista en ese entones. El mismo papel desempeñó Juan Pablo II, 50 años después, cuando EEUU bombardeó e invadió Yugoslavia.
En 1972, ejerciendo como cardenal de la diócesis de Venecia, Albino Luciani toma acabada conciencia de la corrupción mafiosa imperante en el Vaticano, durante un encuentro con el poderoso monseñor Paúl Marcinkus.
El jefe de la administración vaticana había vendido la Banca Católica del Véneto al Banco Ambrosiano de Roberto Calvi sin consultar al obispado de esa región, es decir, al obispado comandado por el propio Luciani.
Cuando se convirtió en Papa, Luciani preguntó por qué la Iglesia se desprendía de una banca que se dedicaba a ayudar a los más necesitados con préstamos a bajo interés.
El entonces secretario de Estado, Giovanni Benelli, le contó de la existencia de un acuerdo secreto entre Roberto Calvi, Michele Sindona y Marcinkus para aprovechar el amplio margen de maniobra que tenía el Vaticano para realizar evasión de impuestos, movimiento legal de acciones, etc.
La reacción de Luciani, recogida en el libro Con el corazón puesto en Dios: intuiciones proféticas de Juan Pablo I, es de una enorme decepción:
“¿Qué tiene todo esto que ver con la iglesia de los pobres? En nombre de Dios…” preguntó Luciani. Benelli, le interrumpió con un “no, Albino, en nombre del dividendo”.
Unos años antes, a principios de los setenta, Roberto Calvi, había comenzado una exitosa ascensión en el mundo de las finanzas italianas de la mano de su benefactor, Michele Sindona, miembro de la logia masónica P2.
Según diversas investigaciones, fue Sindona quien introdujo a Calvi en los círculos del poder vaticano, en asociación con monseñor Marcinkus, uno de los más firmes aliados de la mafia italo-norteamericana en el Vaticano.
De acuerdo a las investigaciones realizadas por Yallop, Gurwin, Sisti, Modolo, Di Fonzo, Piazzesi, Bonsanti, Doménech y Rupert Cornweil, la mafia italo-norteamericana utilizó las instituciones financieras del Vaticano para blanquear dinero sucio procedente del tráfico de drogas y de armas, así como de otras actividades delictivas.
Las investigaciones del proceso mafia-P2, emprendido por la Justicia italiana, demostraron que el estado Vaticano sirvió durante más de una década como paraíso fiscal, siendo el IOR (Instituto para las Obras de Religión, también llamado Banco Vaticano), aprovechado por la masonería para enviar el dinero a cuentas en Sudamérica (sobre todo Argentina) y Centroamérica.
Según quedó demostrado en el sumario contra la logia P2, instruido en Italia a principios de los años ochenta, la conexión Banco Ambrosiano-Banco Vaticano fue la vía a través de la cual Licio Gelli, jefe de la logia masónica P2 y agente de la CIA, ingresó al núcleo de personas influyentes en la Santa Sede.
El sacerdote católico español Jesús López Sáez relata en su libro El día de la cuenta, que Pablo VI en relación al ingreso de Licio Gelli decía: “el humo de Satanás entró en la Iglesia”.
Según afirma López Sáez en su libro, la alianza Vaticano-EEUU-masonería-mafia siciliana-Cosanostra se había gestado al comienzo de la Guerra Fría impulsada por la necesidad de enfrentar al enemigo común: el comunismo soviético.
Documentándose en libros como El fantasma del pasado, de Flamigni, Sáez afirma que la mafia siciliana fue una especie de gobierno secreto estadounidense al finalizar la II Guerra Mundial, establecido para impedir la extensión del comunismo.
Según López Sáez la estructura mafiosa del Vaticano estaría controlada directamente por la CIA, a la que habría pertenecido Licio Gelli, el “príncipe de las tinieblas”, en aquella época de la historia italiana.
Según el periodista italiano Ennio Remondino, el ex colaborador de la CIA, Richard Brenneke, afirmaba que “Gelli y la P2 habían trabajado para la CIA recibiendo a cambio enormes sumas de dinero” que el propio Brenneke sostenía haber entregado al jefe masón.
Según esa versión, ese dinero era utilizado para financiar operaciones especiales de la CIA con el terrorismo en los años setenta, cuyo origen eran el tráfico de drogas y de armas controlado por la agencia norteamericana, y cuyo objetivo se orientaba a desestabilizar o a derrocar a gobiernos “pro-comunistas” u hostiles a Washington, principalmente en el patio trasero latinoamericano.
Una gran parte de las operaciones del “Contra-Gate” (según se dice, dirigida en las sombras por el entonces vicepresidente de Reagan, George Bush, padre del actual presidente) se realizó mediante las redes financieras de la mafia ítalo-norteamericana infiltrada en el Vaticano.
En el sumario abierto contra Roberto Calvi, se habla de que el Banco Ambrosiano habría sido un trampolín al servicio de la CIA y la mafia para distribuir cantidades siderales a las formaciones paramilitares “anticomunistas” controladas por la CIA, con la complicidad de las ventajas fiscales del Vaticano.
Esas fabulosas sumas de dinero fueron canalizadas a través de paraísos fiscales como Panamá o Nassau, que después servirían para financiar todo tipo de operaciones secretas (asesinatos de militantes y dirigentes de izquierda, golpes de Estado, desestabilización de gobiernos, etc), fundamentalmente en América Latina.
El ex dictador panameño Noriega, un agente de la CIA que integraba la logia mafiosa, intentó sin suerte que el Vaticano intercediera para su liberación tras ser derrocado de la presidencia de Panamá.
Según sus biógrafos, cuando llegó a Roma el Papa Luciani, quien soñaba con una reforma profunda de la Iglesia, venía dispuesto a cortar de raíz las conexiones financieras, políticas y doctrinales de la mafia italo-norteamericana en el Vaticano.
En el libro de Camilo Bassoto Mi corazón está todavía en Venecia, se transcriben las siguientes palabras del Papa Luciani:
“sé muy bien que no seré yo el que cambie las reglas codificadas desde hace siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas”.
Cuando Juan Pablo I accede a la jefatura de la Iglesia católica decide destituir a Paúl Marcinkus y renovar íntegramente el Banco Vaticano.
Según relata Camilo Bassoto, periodista veneciano y amigo personal de Juan Pablo I, Luciani,
“pensaba tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente a la masonería y la mafia, publicar cartas pastorales sobre la mujer en la iglesia y la pobreza en el mundo”.
Luciani se disponía, en definitiva, a revisar toda la estructura de la Curia contaminada por la mafia y los servicios de inteligencia con terminal en Washington.
“Aquella que se llama sede de Pedro y que se dice también santa no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus actividades financieras con las de los banqueros…. Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica: hemos hecho nuestras las reglas del mundo”, fueron sus palabras al llegar, según el periodista.
Eso lo convirtió inmediatamente en “el hombre que debía morir”.