Nadie puede discutir a Francis Fukuyama el don de la oportunidad, que ya le dura tres décadas. Todo comenzó con un artículo publicado en la revista The National Interest, en el verano de 1989, con el título The End of History?, que en 1992 lo convirtió un libro tan exitoso como polémico. La tesis de origen hegeliano de Fukuyama establecía que tras el fracaso del comunismo que revelaba la caída del muro de Berlín, la historia de las ideas políticas había terminado con el triunfo del mercado y la democracia liberal. Desde entonces el mercado se globalizó y la democracia, mas o menos perfecta, se extendió por cada vez más países, incluso con retrocesos. Los progresistas trataron de desacreditar la tesis pues recelaban y siguen recelando del mercado y la democracia liberal, eso sí, sin proponer alternativa paradigmática alguna que no sea un socialismo menos fracasado que el comunista.
Al formidable éxito de aquél libro, traducido a más de veinte idiomas, le siguió otra gran obra en 1995, Trust: The Social Virtues & The Creation Of Prosperity, que siguió poniendo de los nervios al pensamiento progresista y también recibió algunas críticas liberales de poca importancia. La clarividencia de Fukuyama renacería en 1999 con La gran ruptura, que caracterizaba por un aumento de la delincuencia, la agitación social, el declive de la familia y el parentesco y la pérdida de confianza en los países desarrollados.
En una vasta obra posterior, Political Order and Political Decay (2015) recuperó sus investigaciones previas para construir una historia del Estado y la democracia desde la Revolución Americana hasta nuestros días, a la que ha seguido la que acaba de publicar ahora: Identidad: la demanda de dignidad y las políticas de resentimiento (2018).
La izquierda que antaño se ocupaba de los trabajadores, la protección social y la redistribución económica se ha concentrado en los últimos tiempos en promover los intereses de una amplia variedad de grupos percibidos como marginados dando lugar a la política del resentimiento
Se trata de un ensayo alineado con otro previo de Mark Lilla titulado El regreso liberal: más allá de la política de la identidad (2017) en el que se pone de manifiesto como los más diversos, peregrinos y egoístas intereses identitarios están poniendo en serio peligro el clásico concepto de ciudadanía, “todos somos libres e iguales ante la ley”, por la emergencia de “la retórica de la diferencia” auspiciada desde el populismo izquierdista y nacionalista.
Para Fukuyama: “la política de la identidad en las democracias liberales modernas es una de las principales amenazas a las que se enfrentan”. La izquierda que antaño se ocupaba de los trabajadores, la protección social y la redistribución económica se ha concentrado en los últimos tiempos en promover los intereses de una amplia variedad de grupos percibidos como marginados dando lugar a la política del resentimiento que tiene mucho mas peso emocional que la búsqueda de una ventaja económica.
Recupera el autor un concepto siempre muy presente en su obra, junto con la filosofía hegeliana, atribuido a Sócrates y Adimanto: el thymós, que es la base de los juicios de valor. Los seres humanos “no sólo quieren cosas que son externas a ellos mismos como la comida, la bebida, los Lamborghini o el próximo chute; también anhelan juicios positivos sobre su valor”. El thymós, “tercera parte del alma, junto con el deseo y la razón, es la base de la política de la identidad de hoy, siendo el nacionalismo y el islamismo ejemplos muy característicos”
También señala que las “preferencias” o “utilidades” que según los economistas incentivan a los seres humanos olvidan las dos modalidades del thymós: la isotimia o reconocimiento de igual dignidad que los demás o la megalotimia, el reconocimiento como superior. Pone como ejemplo que la agenda del feminismo no la han establecido mujeres de la clase trabajadora sino mujeres profesionales formadas que buscan acercarse a la cima de la jerarquía social.
En el liberalismo clásico, el Estado “reconocía a sus ciudadanos al otorgarles derechos individuales, pero no se consideraba responsable de que cada persona se sintiera mejor consigo misma”, pero el “giro terapéutico” de la cultura popular de las democracias liberales avanzadas se reflejó en una compresión cambiante del papel del Estado. Para el modelo terapéutico –la psicología sustituye la religión- la felicidad del individuo depende de su autoestima y esta es un subproducto del reconocimiento público
Según Fukuyama los individuos –contemporáneos– no buscan el reconocimiento de su individualidad, sino el reconocimiento de su semejanza con otras personas; lo que Lilla denomina el “modelo Facebook de meras afinidades selectivas”.
Para Fukuyama, mientras que “la confianza se basa en cooperar con otros sobre la base de normas informales y valores compartidos, la identidad solo se comparte internamente en grupos limitados, lo que conlleva a dividir las sociedades en grupos cada vez más pequeños y egoístas, todo ello potenciado por las redes sociales que hacen el juego a los grupos de identidad”.
¿Tiene remedio el resentimiento identitario? La solución fukuyamista a la proliferación de identidades pasa por definir identidades nacionales más amplias e integradoras que tengan en cuenta la diversidad de facto de las sociedades democráticas liberales. “La función última de la identidad nacional es hacer posible la propia democracia liberal”: justamente el mayor desafío de la España de nuestros días.
Foto: Andre Hunter
Muy Interesante