Marshal McLuhan, el profético teórico de la comunicación, observó que la relación entre el hombre y la tecnología era complicada pero nunca pasiva o neutral. Según McLuhan, es posible afirmar que no sólo nosotros usamos a nuestras herramientas, sino que también nuestras herramientas acaban usándonos. a nosotros.
Esto nunca ha sido tan claro como en la actualidad, con las redes sociales y el llamado dataísmo. La línea entre el usuario y el producto se ha vuelto invisible. Una persona puede usar Facebook para comunicarse, pero Facebook usa la información del usuario para ofrecer contenido a otros usuarios y vender publicidad. El consumidor es también el producto y el productor del contenido. Más aún: la información de los usuarios es usada por los algoritmos no sólo para crear mejor contenido sino para predecir su comportamiento y en última instancia posiblemente para manipularlo. Y en cierta forma los mismos algoritmos usan el contenido de los usuarios para «comunicarse» con otros algoritmos e intentar «aprender».
Así pues, aunque las máquinas no estén vivas propiamente, a través de nuestra información y atención las nutrimos de tal forma que pueden considerarse como una forma híbrida que simula estar viva, quizá como un virus, información que cambia y muestra complejidad y en cierta forma se autorreproduce.
En una carta al teólogo Jaques Maritain, McLuhan anotó que, en el mundo electrónico, la información reemplazaba al espíritu. Antes de que los físicos empezaran a decir que el universo está hecho de información, McLuhan observó que la tecnología nos hacía extender la noción de un principio anímico hacia nuestros entornos mediático, particularmente a la información como sustancia vital. Primero como una metáfora y luego tal vez como una experiencia. En uno de los libros clásicos de la teoría de la comunicación, Understanding Media, McLuhan sentencia:
Fisiológicamente, el hombre en su uso común de la tecnología (o su cuerpo extendido diversamente) está siendo perpetuamente modificado por ella y a su vez encuentra nuevas formas de modificar su tecnología. Los hombres se convierte en algo similar los órganos sexuales del mundo de las máquinas, de la misma forma que las abejas en el mundo de las plantas…
McLuhan, indudablemente brillante, era también propenso a los más hiperbólicos símiles y metáforas. Este fue el caso. Sin embargo, cuando reflexionamos detenidamente, no estamos tan lejos de algo así. O al menos no estamos tan lejos de creer y querer algo así (y eso es peligroso). Pues esta es en cierta forma la visión dominante entre los empresarios e ingenieros de Silicon Valley, particularmente del llamado «transhumanismo».
Teóricos transhumanistas como Ray Kurzweil y empresarios como Sergey Brin, Elon Musk o Peter Thiel ,consideran que la máxima realización del potencial humano es dar a luz a una inteligencia artificial o a una máquina capaz de hospedar la conciencia humana o despertar ella misma a la conciencia. El ser humano sería sólo la antesala, un proceso previo y finalmente prescindible, en la conquista de la inmortalidad de las máquinas. Esta misma idea es discutida por Yuval Noah Harari, el ideólogo de cabecera de Silicon Valley, quien sugiere que se podría producir una escisión en la humanidad, con una especie que llama Homo deus, tecnológicamente aumentada, separándose del grueso del Homo sapiens, especie que quedaría sometida, cual mascotas o ganado, a la voluntad de Homo deus.
Aunque esta visión es totalmente distópica, una zona oscura y marginal dentro de la imaginación humana, para algunos, increíblemente, resulta interesante y prometedora. Pero en una época como esta, cuya principal superstición es el poder salvífico de la tecnología, no está de más tomar precauciones y reflexionar sobre la auténtica dignidad humana.
¿Es nuestro destino ser una especie-trampolín para las máquinas?
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