A menudo se escucha que el sufrimiento y en general las adversidades son importantes potenciales de crecimiento. Esto es algo que encontramos en todas las tradiciones religiosas y filosóficas, por ejemplo, en la popular frase «Lo que no te mata te hace más fuerte» (la cual viene de Nietzsche, pero cuya idea aparece mucho antes, entre los estoicos). El autor del Eclesiastés observa que la sabiduría y el sufrimiento están conectados: «Con la sabiduría viene mucho dolor; y con mayor conocimiento, más dolor».
Sin embargo, hay que precisar que el sufrimiento y la adversidad no necesariamente traen beneficios –bendiciones disfrazadas–, fuerza o crecimiento. Por el contrario, como resulta lógico, suelen traer destrucción, desesperanza, depresión, etc. ¿Por qué encontramos en las vidas de grandes personalidades de la historia episodios claves de sufrimiento y adversidad como medios de transformación? ¿En qué yace la diferencia?
Una de las formas de responder a esto es haciendo referencia a la noción de aceptación. Esto en dos sentidos interconectados. Por una parte la aceptación en su sentido biológico, de no ejercer una fuerza de choque sobre un fenómeno, una respuesta de estrés e inflamación. No gastar energía huyendo o peleando, cuando es posible simplemente esperar. La otra es una aceptación psicológica y espiritual que, de manera similar, no genera aversión o avidez ante un fenómeno.
La clave parece estar, en ambos casos, en que si algo negativo ocurre y somos capaces de no interferir demasiado lo que nos amenaza se disuelve, se revela como impermanente. Además, al no tener una respuesta violenta, podemos observar el fenómeno y aprender. Y acaso, también podemos aprender a soltar. En gran medida, esta parece ser la enseñanza estándar de un momento crítico de adversidad: soltar o renunciar a aquello innecesario –a veces incluso por la fuerza, pues de otra forma es imposible sanar– y, a través de ello, reconfigurar la experiencia con sólo lo esencial en la mira.
El psicólogo Carl Jung es especialmente relevante en este tema. Jung no sólo observó a cientos de pacientes atravesar momentos críticos y en muchos casos alcanzar, gracias a estos descensos o confrontaciones del alma o del inconsciente, una transformación: él mismo vivió una serie de episodios que transformaron su vida radicalmente. Esto ocurrió antes y durante la Primera Guerra Mundial, cuando tuvo una serie de episodios, posiblemente esquizofrénicos. En una de esas perlas de penetración psicológica que se encuentran abundantemente en su obra, Jung señala:
Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma.
Aquí Jung claramente evoca su visión psicológica particular, basada en la teleología de la mente inconsciente que tiende por su propia cuenta, si el paciente es capaz de no interferir y traer a la luz los aspectos negativos de su mente, a integrarse, a formar una especie de profunda armonía con las corrientes vitales de la existencia. La aceptación es transformación, de una forma más dinámica y más positiva y numinosa que la sublimación de Sigmund Freud, más cercana a la noción de Nietzsche de una sublimación artística. El inconsciente mismo hace de la vida del individuo una obra de arte llena de significado, si este acepta lo que le sucede y pone atención a los mensajes del inconsciente y de la realidad misma como dimensión psíquica. Por otro lado, en la medida en la que el individuo se resiste a escuchar y aceptar lo que se le presenta, la fuerza oceánica del inconsciente no deja de producir eventos cada vez más tortuosos y complicados. Como dijera un alumno de Jung, James Hillman, «el alma, hasta que no obtiene lo que quiere, te enferma».
Evidentemente las ideas de Jung parten de un postulado difícil de aceptar para la ciencia, el hecho de que existe un sentido o telos inherente a la psique y que esta es lo fundamental (y no la materia). De cualquier manera no es difícil ver en estas ideas algo que podemos aplicar a la vida diaria, suscribiéndonos o no al psiquismo de Jung. Pues es cosa resonante con la experiencia cotidiana el hecho de que resistirse a cosas que se presentan y están fuera de nuestro control –las cuales ocurren todo el tiempo, aunque a veces somos tan arrogantes que no lo vemos– es una mala estrategia de salud.
Para concluir y ampliar el entendimiento de la aceptación, meditemos sobre una frase de Simone Weil, una de las grandes filósofas del siglo XX:
El espíritu no es forzado a creer en la existencia de nada… Es porque el único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. Es porque la belleza y la realidad son idénticas. Es porque la alegría pura y el sentimiento de realidad son idénticos.
(Cahiers, 7)
Simone Weil iguala aquí el amor con la aceptación y en otras partes incluye en esta relación a la atención. Atención, aceptación y amor son de alguna manera sinónimos o, por lo menos, términos complementarios. El amor es un vaciarse de egoísmo, y por lo tanto del apego y de los juicios de valor. La aceptación es un modo de ascetismo a través del cual la percepción se transforma y se puede entonces percibir la realidad sin proyecciones. En la gracia –opuesta a la gravedad y al aferramiento– de la aceptación, el mundo se revela como luminoso, como constante epifanía. A través de los ojos de quien acepta –y ama– el mundo es pura belleza. Weil, siguiendo a Platón, creía que, de hecho, el mundo era la encarnación de una belleza infinita.
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