El cambio climático ha tomado la forma de las acciones humanas contaminantes, sobre aquellas que requieren el uso de combustibles fósiles o de otras fuentes de energía no renovables. Anualmente se liberan en la atmósfera treinta y seis millones de toneladas de CO2.
El último informe de la Organización Meteorológica Mundial, OMM, se remite al año 2022, y es interesante por ser del momento exacto de la reactivación económica post pandemia de Covid 19. De acuerdo con esta medición, la drástica caída de emisiones de carbono durante los dos años anteriores se invirtió en un ascenso descontrolado. La concentración alcanzó las 413 partes por millón, ppm, casi ciento cincuenta por ciento más que los niveles previos a la primera revolución industrial, es decir, mediados del siglo XVIII. Y el gran problema es que esto responde a una dinámica económica y tecnológica no solo irresponsable, sino inequitativa.
No todos los países son igualmente responsables de esta tendencia autodestructiva de nuestra especie junto a todas las demás y al planeta mismo. Detenerla no es popular entre algunos grupos poblacionales, y los grupos de poder políticos, empresariales y mediáticos no encuentran una manera cooperativa de actuar que pueda equilibra intereses creados durante décadas y la misma salvación del futuro. El Acuerdo de París y la agenda 2030 son vinculantes de acuerdo con lo que juzgan los países desarrollados y emergentes como su propia sobrevivencia, la solvencia ecológica o capacidad para mantener competitividad y un tipo de modelo de vida.
Esto es participar de un statu quo que ha mantenido la legitimidad de los Estados más preponderantes del mundo, limitados por cómo sus sectores industriales y energéticos han logrado adaptar sus economías locales y al sistema-mundo para ser indispensables, algo que incluye también al mercado armamentístico y, con él, a la geopolítica. Las Estados menores buscan su propio pedazo del pastal e imitar a los grandes acaparadores y antiguos amos coloniales. Países que cuentan muchas veces con poblaciones mayores y más jóvenes.
Salir de la dependencia o del atraso energético es entendible, pero será imposible para el planeta que toda África contamine alguna vez como lo hace un país promedio de Europa occidental. Emisiones de carbono que varían drásticamente, y frente a este problema global, lo indiscutible es que no todos los grupos humanos “deben” o son igual de responsables.
¿Cuáles son los países más culpables? En Pijama Surf siempre buscamos contribuir al derecho a la información. Compartimos los datos del Global Carbon Atlas, un mapa visual de Visual Capitalist, uno de los editores en línea de más rápido crecimiento a nivel mundial:
Las medallas o “antimedallas” de oro, plata y bronce son para China, Estados Unidos y la India, países que por sí solos emiten el cincuenta y dos por ciento del CO2 contaminante. El nación roja libera el treinta y uno por ciento, y la de las barras y las estrellas, el catorce.
Cada lugar tiene una economía distinta, y cada Estado tiene compromisos empresariales y estrategias para su rentabilidad energética, tecnológica y de movilidad diferentes. Por poner algunos ejemplos: China es uno de los mayores importadores de petróleo debido al uso de vehículos de motor de su población, aunque el gobierno central del Partido Comunista tiene competencias con las que, en años recientes, ha empezado a cambiar la dependencia del carbón por energías renovables. En cambio, España ya cubre el noventa y seis por ciento de su demanda eléctrica con energías más limpias, pero ni siquiera ese cuatro por ciento es lo bastante pequeño.
Estados Unidos es un país, sorprendentemente, poco comunicado a través de servicios de trenes y metro, y sus principales emisiones de CO2 tienen su origen en el transporte automovilístico, naval, y aéreo, además de las toneladas de carbono de sus sectores energético e industrial. El cuarto contribuyente al cambio climático a nivel mundial es Rusia, uno de los mayores exportadores de gas natural, recurso que lo ha hecho casi indispensable para Europa, a pesar de su invasión a Ucrania. Su uso sucio del carbón es extenso desde la época soviética, y se destina a las industrias químicas y de otros materiales básicos para la generación de su propia energía.
Sin embargo, los datos del Global Carbon Atlas llevarían a una interpretación omisa si se ignora más información. China tiene una población que triplica la de Estados Unidos. Mil millones de chinos contaminan más o menos lo mismo que trescientos millones de estadounidenses, y los mil millones de indios ayudan a emitir la mitad del CO2 de estas dos poblaciones. Japón aporta casi el tres por ciento de las emisiones globales, pero cuenta con una población diez veces menor a la de India. Pueden hacer sus propias cuentas y podrán ver qué esconden las cifras.
De acuerdo con un informe de Oxfam, una confederación de veintiún organizaciones no gubernamentales, las cincuenta personas más ricas del planeta emiten más carbono en noventa minutos que un ser humano promedio a lo largo de toda su vida. Y no emiten lo mismo un indio o un estadounidense, un africano o un europeo, un trabajador informal que vive en una chabola o un oficinista de clase media con una casa en un suburbio del primer mundo.
Indicadores como el Índice de Gini contrasta la desigualdad en las poblaciones al interior de un país con el ingreso promedio per cápita. Esto también implica conocer la participación real de personas diferentes en las estrategias energéticas de sus países. Cuáles personas participan más o menos igual, lo que puede ayudar a desocultar cuáles estrategias sobre las emisiones de carbono son más equitativas, y cuáles son para el beneficio de sectores privilegiados.
Imagen de portada: nube de emisiones de carbono, Earth.Org.
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