Hacerse la víctima consiste en “quejarse excesivamente buscando la compasión de los demás”, según la RAE, pero las quejas son solo la punta del iceberg del victimismo, un rasgo de la personalidad que abarca una variada gama de comportamientos no adaptados a la realidad.
Llamamos “victimismo” a la utilización del sufrimiento como recurso de modo habitual. Esta actitud supone una trampa, en el sentido de que constituye uno de los mayores obstáculos para la evolución personal.
La eterna queja sitúa al que la emite en el papel de “bueno de la película”, o del “pobrecito” que sufre las ofensas y los ataques de los demás.
De modo inconsciente suelen utilizar un mecanismo psíquico llamado “proyección”. Este consiste en atribuir la culpa fuera de sí mismos: Son los otros, las circunstancias, el afuera, los que causan sus desgracias. Se trata de “echar balones fuera” y no asumir la propia responsabilidad. Resulta una postura sumamente cómoda, porque el víctima se acomoda a la situación y no cambia nada.
El rol de victima genera toda una serie de creencias erróneas y resulta sumamente peligroso identificarse demasiado con este papel. Por ejemplo:
- El sujeto se siente débil, vulnerable, perdido, como “una hoja al viento”, mientras que los demás tienen control sobre sus vidas.
- Tienen prioridad los objetivos y deseos ajenos frente a los propios. A causa de esto, se siente forzado, presionado o incluso servil.
- Descuida sus propios intereses, sintiéndose vacío , sin metas ,sin futuro.
- Sentimientos de inferioridad frente a los demás .Percepción de perdedor frente a los otros, que siempre ganan a su costa.
- Reacciones de rabia, envidia, resentimiento y frustración. La agresividad nunca se echa fuera. El sujeto víctima, se la traga y la vuelca contra sí mismo.
- No toma decisiones, no sale de la pasividad. Se inhibe y pospone sus metas continuamente.
¿Qué se esconde detrás de una actitud de víctima?
Las personas víctimas se consideran “sufridores justificados”. Piensan que lo que les ocurre es irremediable y no puede cambiarse, lo que les lleva a adoptar posiciones de pasividad y estancamiento.
1. Ser víctima confiere una identidad. El sufrimiento en nuestra cultura ha tenido cierto prestigio, cierto “caché”. Un mártir se le suele identificar con alguien bueno, generoso, sacrificado.
2. Miedos: Al cambio, a perder el afecto o la aprobación de los demás, al “qué dirán”, a lo desconocido.
3. Falta de asertividad. Ser asertivo es decir lo que se piensa, lo que se desea, o lo que uno opina, claramente, directamente. Nunca en forma quejumbrosa.
4. Actitudes narcisistas: A menudo, la persona víctima no quiere ver sus propios fallos y resulta más fácil proyectarlos en los demás. De este modo, el sujeto queda exento de cualquier error o de promover un cambio.
5. Baja autoestima: El víctima se cree sin derechos, sin capacidad de réplica o de reacción. Piensa, por sistema, que los demás son más fuertes, percibiéndose a sí mismo como débil, vulnerable o lleno de carencias.
6. Masoquismo: Consiste en encontrar cierto placer en sentirse fracasado, víctima, mártir…. Todos estos roles están asociados a modelos “románticos” de sufridores, pero no son saludables en absoluto.
¿Cómo cambiar esa actitud?
Preguntarse qué ganancia se logra con esta actitud. La queja aparente siempre busca sacar un beneficio. Podría ser: búsqueda de amor, de aprobación, de seguridad, de protección o incluso un modo de controlar a los demás y culparles.
Cambiar la queja por la reivindicación directa. Perder el miedo a pedir, a formular claramente nuestras demandas a los demás. Tener claro que tenemos derechos, además de deberes.
Uno puede, en ocasiones, sentirse víctima de una situación puntual, pero el autentico víctima se ha identificado con éste papel de modo permanente. Esto es lo peligroso.
Ser conscientes de que podemos elegir. Tomar decisiones, cambiar discursos, actitudes y situaciones, nos coloca en una postura “activa “la cual nos conduce a que nos sintamos dueños de nuestro destino y no “meras hojas a merced del viento”.
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