La fuerza de tus emociones precede a menudo al propio pensamiento. No podemos olvidar que las personas somos al fin y al cabo entidades emocionales que aprendieron a pensar hace poco más de 100.000 años. Las emociones, por su parte, fueron siempre esa raíz primaria en nuestro cerebro; un conjunto de procesos esenciales que garantizaron nuestra supervivencia.
Asumir esta idea no siempre es fácil. No lo es en primer lugar porque a la mayoría de nosotros nos gusta pensar que tenemos pleno control sobre cada cosa que hacemos y decidimos. Sin embargo, pasamos por alto que gran parte de nuestro comportamiento está regido por un universo emocional poderoso, pero velado, del que no siempre somos conscientes.
Reflexionemos sobre ello un momento. Cuando nos levantamos por la mañana, lo hacemos con un estado emocional determinado; unas veces más motivados, otras con la voluntad un poco más ensombrecida. El modo en que nos sintamos impregna por completo nuestra jornada.
El primer impulso que media cada paso que damos, ya sea grande o pequeño, viene filtrado por la emoción. Bien es cierto que, en muchos casos, después intentamos razonar cada decisión tomada, pero en un principio, son ellas las que nos dan el primer empujón y dejan a su vez una impronta. Asimismo, tampoco podemos negar que muchas de nuestras compras están mediadas por las emociones, al igual que nuestras relaciones sociales y afectivas.
Su trascendencia, su impregnación y su gran complejidad, conforma cada cosa que hacemos y el modo en cómo reaccionamos con el entorno. Es un hecho innegable.
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