El latir de nuestros ancestros

Una colaboración de lalunagatuna

¿Qué papel ocupa la historia de la humanidad en el universo? Da risa pensarlo. El Sol tiene aproximadamente 4.650 millones de años, y sin embargo hace sólo un millón y medio que los primeros homínidos erectos caminaron la faz de la Tierra, y aproximadamente doscientos mil desde que la verdadera Eva mitocondrial diera a luz al primero de nuestros hermanos en un lugar indefinido de lo que ahora llamamos África. De allí la historia humana se diversifica, y se hace apasionante en Europa en el período en el que convivieron las dos especies más avanzadas: el cromañón y el neandertal. Los neardentales se extinguieron por razones aún confusas, pero está claro que el hombre se hizo dueño y señor de todo lo que le rodeaba, gracias entre otras cosas a su envidiable capacidad de adaptación.

Quizá seamos una especie ruda y estúpida si se nos observa desde el espacio exterior. No creo que nunca lo sepamos (ni creo que nos gustara saberlo). En nuestra posición de hombre del siglo XXI miramos con suficiencia nuestro pasado remoto, jactándonos de lo mucho que hemos aprendido y evolucionado. Pero todas las investigaciones de esos antropólogos risueños (¿por qué sonríen los antropólogos?) apuntan a que apenas hemos cambiado desde que habitábamos cuevas, salvo en una interminable cadena de casualidades convertidas en obsesiones y acabadas en ciencia y tecnología. Pero el WhatsApp no se diferencia mucho de los gruñidos articulados que alertaban de lluvia o del peligro de un rinoceronte lanudo.

Cuanto más sabemos de nuestros antepasados menos les comprendemos. Cómo si no asistir al pasmoso espectáculo del arte rupestre del Paleolítico Superior. Al ser humano le faltaban decenas de miles de años para alcanzar una civilización lo suficientemente avanzada para considerarse como tal, y eso en zonas tan alejadas de Europa como Mesopotamia y Egipto. Fueron miles y miles de años de estar encerrados en cuevas con un entorno frío y hostil. Miles de años de pequeños pasos hacia una civilización independiente, no sujeta al abrigo de los riscos, no dependiente exclusivamente de la caza. Y mientras afilar la punta de lanza, ostigar mamuts o bisontes, y guardar el fuego con el que calentar la larga noche invernal.

El tiempo y el ocio afinan el ingenio. Una especie con una masa cerebral muy desarrollada y pocas cosas en que gastarla permite ser capaz de, entre otras cosas, hallar la mejor forma de derribar a un animal de diez toneladas. Y, por qué no, desarrollar la habilidad de plasmar en una pared el mundo que le rodea. Pero… ¡acaso podíamos adivinar qué con tanta armonía, con tanta belleza! Es ya famoso el vía crucis por el que tuvieron que pasar los defensores de Altamira hasta que se reconoció que aquellos eran restos de pintura paleolítica, pues nadie podía creer, siguiendo el extricto evolucionismo de la época, que aquello saliera de las manos de un hombre de hace quince, veinte, treinta mil años. El estupor cuando se dataron con exactitud tuvo que ser inenarrable. Nosotros, que ya lo tenemos asumido, no somos capaces de imaginarlo.

Cualquier experto que haya visto estas maravillas, y cualquiera que sea capaz de admirarlas, sueña con descubrir una pared con la simple silueta de una mano, o el esbozo de una figura animal. Pero pocas son las cuevas que llegan en condiciones óptimas, y muy pocas las que la mano del hombre sin sensibilidad o la inclemencia torpe haya dejado intactas. Pero en 1994 Jean-Marie Chauvet y un par de amigos espeleólogos asistieron al mayor acontecimientos de la historia de la paleontología: el hallazgo de una cavidad de unos cuatrocientos metros en la que un bendito derrumbre hizo que se preservaran pinturas, huesos de animales y otras huellas del paso del hombre como si el tiempo se hubiese detenido veinticinco mil años atrás. Un verdadero milagro.

Werner Herzog es el responsable de un documental al que, como de costumbre, he llegado por los pelos. En riguroso 3D (sólo realmente perceptible en el interior de la caverna, o al mostrar piezas de cerca) nos muestra “la cueva de los sueños olvidados”, intentando jugar con la luz como jugaban los haces de una hoguera, o de una antorcha, decenas de miles de años atrás. Y nos quedamos absortos por la emoción. La que transmiten las paredes pintadas de la cueva, el suelo repleto de huesos de animales extinguidos, y todo lo que compone una gruta que muy probablemente se utilizara para rituales (no se ha encontrado ni un solo hueso humano). Y la que transmiten los científicos, esos locos geniales que juegan como niños con réplicas de armas paleolíticas, o sonríen con ternura ante una venus de Willendorf, o una delicada flauta de hueso con la que tocar The Star-Spangled Banner con una risilla sardónica.

Pero sobre todo están las pinturas, asombrosamente realistas. Las sombras hacen a los rinocerontes lanudos cabecear, a los leones pelear o a los caballos relinchar. Uno no puede dejar de pensar en los bestiarios medievales, o en los poco afortunados animales pintados por los grandes maestros barrocos, o los caniches de Goya. Las siluetas y los detalles son tan asombrosos que a pesar de los grandes momentos de este magnífico documental siempre nos quedará en la memoria los lentos travelling y la hermosa música de fondo con la que pudimos deleitarnos con los detalles más pequeños de las pinturas en tres dimensiones. Unas pinturas que, gracias a la pátina de calcita del agua filtrada durante miles de años, presentan una frescura mágica. Literalmente parece que acaban de ser pintadas, lo que da al conjunto una dimensión aún más asombrosa.

Herzog ha sabido dotar de esa magia al documental, a pesar del escasísimo tiempo que pudo emplear en realizarlo. Apenas una semana con sesiones de unas pocas horas. El yacimiento es muy frágil, y presenta además problemas de inhalación de gases tóxicos, por lo que está cuidado con extremas medidas de seguridad. De ahí la importancia de esta visita tan vívida a un rincón de nuestra historia tan apasionante como inaccesible.

Por un momento me sentí uno de esos científicos con ojos de pillo enseñándote algo que no deberías ver. Y fue muy hermoso.

http://polidori.lacoctelera.net/post/2012/07/31/el-latir-nuestros-ancestros

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