JUAN GÓMEZ Berlín 23 JUN 2013 – 00:34 CET23
Los personajes del drama se identifican con la inmediatez que exige la representación de una trama sofisticada. Lo presiden ocho magistrados del Tribunal Constitucional envueltos en satén escarlata como los jueces medievales florentinos que inspiraron al sastre del teatro de Karlsruhe que hace 50 años cortó sus togas, birretes y chorreras. Medio mundo mira otra vez al jardín palaciego de los margraves de Baden que acoge la coqueta sede racionalista del más alto tribunal de Alemania. Los seis hombres y dos mujeres de su Sala Segunda decidirán si la posibilidad de estabilizar el euro mediante la compra masiva de bonos de los países en crisis, aprobada hace un año por el Banco Central Europeo (BCE), vulnera la Ley Fundamental alemana.
Presentó la querella Peter Gauweiler, de la Unión Social Cristiana (CSU), el partido hermana de la CDU de Angela Merkel en Baviera. Se le unió la organización Más Democracia, de la exministra federal socialdemócrata Herta Däubler-Gmelin (SPD) y otras 37.000 personas, así como los diputados federales del partido La Izquierda (Die Linke): de la derecha católica bávara a los excomunistas. Aunque el TC carece de banquillo de acusados, el proceso se vive en Alemania como un enjuiciamiento al presidente del BCE, el italiano Mario Draghi. La sentencia no se espera hasta dentro de varios meses, seguramente después de las elecciones generales de finales de septiembre.
Como figuras principales del drama participan Jens Weidmann y Jörg Asmussen, cumplidos economistas de la nueva Alemania. Ambos expusieron sus argumentos ante el tribunal que estudia la constitucionalidad de una medida que ni siquiera ha llegado a ponerse en práctica y que está sujeta a duras condiciones a los países beneficiarios.La red de seguridad tejida por el BCE el pasado verano le permite continuar con la agenda de austeridad sin el riesgo inmediato de bancarrota de un país con el peso de España
Weidmann combina el aspecto inequívoco de un empollón con trajes funcionales y corbatas oscuras de nudo grueso para consumar la estampa del burócrata legalista alemán. Tiene 45 años, es el jefe del Banco Central alemán (Bundesbank) y el campeón de la ortodoxia monetaria alemana que se opone al programa de compra de bonos por parte del Banco Central Europeo (BCE). Como presidente del Bundesbank tiene un puesto en el Consejo de Gobierno del banco emisor. Escenifica su disidencia con ruido mediático, promovido desde Fráncfort con rumores infundados de dimisión y filtraciones envenenadas.
El gris Weidmann encarna una cosecha alemana de héroes hieráticos y tenaces, pero mucho más flexibles de lo que aparentan, cuyo paradigma público es Merkel, su jefa cuando era asesor económico en Cancillería. Advierte Weidmann contra la “puesta en común de los riesgos de solvencia” con el programa de compra de deuda aprobado por el BCE. Sostiene que “no caben los medios ilimitados”. Alerta de los riesgos de inflación que para él encierra el programa de compra de bonos. La estabilidad monetaria, dicen incansablemente en el tremendo fortín achaparrado del Bundesbank, es la misión principal del BCE. Debe quedar algo por debajo del 2% interanual. Una encuesta del jueves revela que el 83% de los alemanes mayores de 50 años “temen” a la inflación. En mayo se midió en el 1,5%, pero los ahorradores alemanes y su paladín Weidmann no permiten que la realidad estorbe sus aprensiones.
Su adversario en la escenificación de la disputa, Jörg Asmussen, es miembro permanente del directorio del BCE. Tiene dos años más que su viejo compañero de estudios Weidmann, con quien se dice que le une cierta amistad. Fue secretario de Estado entre 2008 y 2012. En Hacienda aún hablan de su afición por salir a bailar. No consta que Weidmann haya bailado nunca. Asmussen convocaba a periodistas en cafeterías para charlar fuera de micrófono. Esta naturalidad de trato, su aire aún juvenil y su sonrisa sardónica, su cráneo rasurado y su carnet del Partido Socialdemócrata SPD completan el carácter del antagonista. Defiende a su jefe Draghi y la necesidad de que el BCE pueda intervenir en los mercados secundarios de deuda para reducir los intereses de países como España. Ha advertido a los jueces de las calamitosas consecuencias que una decisión negativa traerá a Europa. Los riesgos del programa son “controlables y asumibles” para Alemania. Cuando lo freía a preguntas el día 11, el presidente de la Sala se sorprendió de que “aún sea capaz de sonreír, cosa que tranquiliza mucho” al Tribunal.
La medida ni siquiera ha llegado a ponerse en práctica y está sujeta a duras condiciones a los países beneficiarios.
Participaron en el juicio otros dos vistosos personajes de las finanzas alemanas: el Ministro de Hacienda Wolfgang Schäuble (CDU) y el jefe del instituto económico IFO, Hans-Werner Sinn. El veterano Schäuble llegó en su silla de ruedas a defender que la actuación del BCE “no vulnera su mandato”. Frente a él, el economista de barbita veterotestamentaria Sinn acusó al BCE de “financiar directamente” a los Estados y pintó “riesgos de 1,3 billones de euros” para Alemania.
Para el Gobierno de Merkel y su decisión de que cada palo europeo aguante su vela en las tormentas de la crisis, la decisión de Mario Draghi es ideal. La red de seguridad tejida por el BCE el pasado verano le permite continuar con la agenda de austeridad sin el riesgo inmediato de bancarrota de un país con el peso de España. En cuanto a la terca oposición de Weidmann y a la representación judicial de Karlsruhe, confieren a Merkel un aura de audacia ante sus socios europeos. Mientras, Alemania ahorra decenas de miles de millones de euros por los ridículos intereses que paga por endeudarse.
La probabilidad de que el TC se inhiba a favor del tribunal europeo de Luxemburgo es alta. También de que den simplemente luz verde. Pero si detiene la contribución alemana al programa de compra de bonos del BCE se harán realidad las jeremiadas de Sinn.