Era el señor del castillo de Tudela un anciano caballero, Don Ares, que cuidaba de su hija Irene, la cual era, bella, laboriosa y de muy buen corazón.
Un día en que ambos estaban en el salón del castillo, oyeron unos gritos en la puerta. Al acercarse a ver, vieron a un moro que solicitaba asilo en el castillo pues se había perdido. Don Ares, ordenó que pasara y… que lo instalasen en la habitación de invitados para que descansase.
Y así se hizo. Cuando estuvo más descansado y cambiado de ropa se presentó ante Don Ares y su hija.
Irene, quedó al momento prendada de aquél apuesto galán. Cenaron todos juntos y después se retiraron a sus respectivas alcobas para dormir.
Al día siguiente Don Ares se llevó al joven moro de cacería. Toparon con unas huellas de oso y Don Ares quedando un poco rezagado de las demás gentes, se encontró con él y le dejó malherido.
Al oír los gritos la gente corrió hacia donde estaba Don Ares. Consiguieron espantar al oso que huyó por los matorrales pero Don Ares estaba tocado de muerte.
Lo llevaron hacia el castillo, donde Irene le atendió de sus heridas, pero no había nada que hacer, así que le susurró :
– Hija mía, me voy con tu madre, aunque con gran pesar, puesto que no me gusta dejarte aquí sola. Pero has de prometerme que nunca abandonarás tu tierra ni renunciarás a tu fe.
Irene, rota del dolor, así lo juró y tomando la mano de su padre le acompaño hasta el último momento.
Se le prepararon los funerales y una vez hechos, Don Ares fue enterrado.
El joven moro, una vez que Don Ares recibió sepultura, se acercó a Irene y le confesó su amor. Irene que seguía enamoradísima de él, le dijo, que por la noche, se fugarían juntos y se marcharían a las tierras del moro donde allí serían felices.
Pero cuando ya estaban para marchar, se propagó un misterioso fuego que comenzó a prender todo el castillo. Envueltos en llamas, los amantes escapan por un pasadizo que todavía no había prendido, corrieron para no ser alcanzados por las llamas y cuando llegaron al final se encontraron con el difunto Don Ares que les cerraba la salida con la espada.
Allí perecieron los amantes; el castillo se quemó y solo quedan unas ruinas en lo alto del Pico Castiello.