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Hoy me gustaría hablar de las ramas de los árboles. ¡Sí!, querría hablar de la metáfora de la rama.
Una rama es parte de un árbol cualquiera. Puede ser más gruesa, delgada, larga, fuerte, frágil, pero continua estando viva debido que se encuentra adosada a una de más peso. Todas las ramas forman una copa y una estructura estética donde se puede apreciar, desde la distancia, la belleza única de aquel árbol con aquella rama incluida.
La rama recibe el alimento necesario para su supervivencia, y a la vez, poder alimentar a las nuevas pequeñas ramas que nacen de ella misma. Cada rama es alimento de nuevas que florecen en su existencia. Cada rama es portadora de vida hasta completar una imagen del árbol al cual pertenece, pero en pequeño. Puede parecer un parte no importante del todo, pero es esencial para la continuidad de aquel árbol. Cada una de ellas puede hacer engrandecer la vida de aquel ser de la naturaleza, y mostrar nuevos frutos que darán pie a su perpetuidad. Cuando florece, sus colores, olores y frutos entran a formar parte del tordo, engrandeciendo la existencia de aquel árbol, cuando lo que ha hecho éste, ha sido crear alguna que otra rama y estas ya se han encargado de magnificar la generosidad y confianza de aquel árbol.
Una rama forma parte de todo un conjunto de vida, donde, sin ella, el todo quedaría incompleto. Cada ramificación es fruto de una anterior. Cada una hace su función sabiendo que su presencia ensalza la semilla inicial que le ha dado vida. Así el ser humano, al igual que la rama está relacionado con el Todo y con quienes le han precedido y le han dado vida. Cada miembro de la familia ha hecho perfectamente el papel que le correspondía. Ahora es necesario que tú hagas el tuyo.
Solos no perpetuamos. No podemos dar vida sin los demás que nos rodean. Precisamente, los resultados obtenidos siempre han sido debido a la presencia de los demás. Sin ellos, lo que hemos llegado a conseguir no lo hubiésemos podido obtener o crear. No se nos valoraría.
El ser humano necesita vivir dentro del Todo y todos para llevar a término aquello que hemos venido a hacer.
La rama que cada uno es necesita ser ella para poder fructificar. Fluir y ser constantes nos permitirá crear vida. Cuanto más claro tengamos de quienes somos, más haremos la función que hemos venido a hacer en esta vida. Más claro veremos qué camino seguir. Saber qué árbol somos, cuál es nuestra esencia, nos facilitará el camino hacia la realización perfecta de nuestra presencia allá donde nos encontremos y hemos sido llevados.
Pertenecemos a un Todo majestuoso y nosotros somos parte de esta belleza. Sin nosotros, el Todo no tendría sentido. No tendría razón de existir. Cada célula de nuestro interior es una copia exacta del Todo. Alejados de la Fuente que nos da vida, de nuestra verdadera naturaleza hará que nos sequemos y “muramos” antes de lo previsto según nuestro potencial
La sencillez de la rama nos enseña que, a pesar de no encontrarnos encima de todo de la copa del árbol, éste nos necesita, y por lo tanto, somos parte importante del conjunto. La humildad con la que acepta su papel sabiendo que exalta y engrandece la majestuosidad de quien pertenece hace que ella misma resalte su presencia ante el conjunto de todo el árbol. Esta es la grandeza de la rama. Desde la humildad y la sencillez, enardece aquello que en su día fue una semilla. Ahora es todo un bello árbol lleno de frutos constantes.
Así el hombre, al igual que la rama, exalta su presencia ante el mundo y la humanidad al ser él, él mismo. No hay obra maestra más preciosa y perfecta que un ser humano íntegro, elevando a todos sólo con su presencia exultante de amor, luz y conciencia.
¡Qué belleza divina la de una rama!
Jordi Morella