Las marginalia y el humor medieval

Marginalia es una voz latina que sirve para designar las notas, glosas o comentarios hechos al margen de un libro. Pero el término no se aplica tan solo al texto, sino también a los dibujos, como en el caso de los manuscritos ilustrados medievales. Los monjes pasaban entonces largas horas sentados ante su escritorio, aplicados a la importante tarea de copiar códices para preservar el conocimiento en sus bibliotecas. Seguramente esto habría terminado por resultarles demasiado aburrido si no fuera porque parecen haber encontrado un modo de combatir el tedio. Ellos nos han dejado en las marginalia curiosas imágenes que han sido objeto de diversas interpretaciones. De lo que no cabe duda es que el humor está presente en muchas de ellas, a veces no exento de crítica o sátira. Aparecen caballeros combatiendo contra caracoles, monos leyendo, frailes y monjas en situaciones delicadas y toda clase de actos irreverentes. Las hay, incluso, que se adentran en lo grosero, lo escabroso o lo sacrílego.
En cuanto a las notas al margen, en ocasiones plasmaron en ellas sus críticas o su cansancio, y nos legaron alguna que otra travesura.
Estos son algunos ejemplos:
“Pergamino nuevo, tinta mala. No digo más.”
“Ya he terminado de escribirlo todo. Por Dios, necesito beber algo”.
 
“San Patricio de Armagh, líbrame de la escritura”.
 
“Con tanto frío no puedo estudiar esto”.
 
“Que termine ya la tarde.”
 
“Quiero comer”.
“Tengo mucho frío”.
 
“Esta es una página difícil y cuesta leerla”.
 
 
El mono recibe sus armas y armadura de la dama. La imagen pertenenece a las Horas de Engelberto de Nassau, y fue elaborada en Flandes hacia finales del siglo XV.
 
“Que la voz del lector honre la pluma del escritor”.
 
“Esta página no ha sido escrita muy despacio”.
 
“Gracias a Dios, pronto oscurecerá”.
 
“¡Ay, mi mano!”
 
“Mientras escribía me quedé helado, y lo que no pude escribir a la luz del sol, lo terminé a la luz de las velas”.
Marginalia con el más antiguo ejemplo conocido de bruja montada en una escoba. Pertenece a un manuscrito de 1451.
“Como el marinero recibe el puerto al que arriba, así el escriba recibe la última línea”.
 
“La escritura es excesivamente monótona. Curva la espalda, oscurece la vista, retuerce el estómago y los costados”.
 
“¡Qué triste, librito! Llegará el día en que alguien dirá al leer tus páginas: “ya no está la mano que las escribió”.
Imagen del salterio Gorleston
La presencia de los gatos en las bibliotecas de los monasterios era habitual, puesto que estos animales se encargaban de ahuyentar a los ratones que de otro modo destruirían los preciosos manuscritos. A veces eran los gatos los que dejaban su huella en ellos.
En torno a 1420 un amanuense de los Países Bajos encontró que durante la noche un gato había arruinado su manuscrito al orinar sobre él y dejar una mancha sumamente perceptible. Ello lo obligó a dejar en blanco el resto de la página, y dibujó un gato con la siguiente maldición:
“Aquí no falta nada, pero una noche un gato orinó encima. Maldito sea el condenado gato que se meó en este libro durante la noche en Deventer… Y mucho cuidado con dejar libros abiertos de noche en sitios donde pueden venir los gatos.”
 
Este es el manuscrito con la maldición. Colonia, Historisches Archiv
Pero a veces la amenaza que suponían los ratones se convertía también en objeto de inspiración, como refleja Hildeberto, un amanuense checo del siglo XII. En la imagen un ratón ha trepado a su mesa y está comiendo el queso. Hildeberto levanta una piedra con intención de arrojarla al ratón y escribe la siguiente maldición:
“Maldito ratón, siempre me estás enfadando. ¡Que Dios te destruya!”
Hildeberto y el ratón. Praga, Biblioteca Capitular

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