Seguidores argentinos del papa en la catedral de Río. / NELSON ALMEIDA (AFP)
La cita era en la catedral metropolitana de Río de Janeiro. El papa Francisco había quedado con 5.000 jóvenes argentinos —el 10% de los que cruzaron la frontera para participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ)— para pasar juntos unos minutos. Podría haberles dicho qué tal, cómo están ustedes, pásenla bien y recen por mí. Un encuentro ortodoxo entre un papa de 76 años y unos muchachos cristianos encantados de tenerlo tan cerca. Pero Jorge Mario Bergoglio no es un pontífice al uso, y la armó. En un momento del encuentro, pidió a los jóvenes: “Quiero que salgan a la calle a armar lío, quiero lío en las diócesis, quiero que se salga fuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que la Iglesia abandone la mundanidad, la comodidad y el clericalismo, que dejemos de estar encerrados en nosotros mismos”. Después, se giró significativamente hacia los prelados que lo acompañaban y les dijo: “Que me perdonen los obispos y los curas si los jóvenes les arman lío, pero ese es mi consejo…”.
El consejo se las trae. Porque clericalismo no es otra cosa que la excesiva intervención del clero en la vida de la Iglesia, dejando sin voz ni voto a los demás miembros. Al Papa, y se le nota, le cargan sus colegas afectados, pagados de sí mismos, príncipes de una Iglesia altiva y alejada. De hecho, los únicos callos que ha pisado hasta ahora han sido los de la Curia de Roma, a la que está bajando a la fuerza de los coches oficiales y de las cuentas secretas en el banco del Vaticano. Ante sus jóvenes compatriotas se mostró revoltoso y feliz. Les dijo: “Pienso que esta civilización mundial se pasó de rosca. Es tal el culto que ha hecho al dios dinero que estamos presenciando una filosofía y una exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos: los ancianos y los jóvenes”.
Jorge Mario Bergoglio, hablando sin papeles, animó a los jóvenes a hacerse valer, pero también a prestar atención a los mayores: “Ustedes, por favor, dejen hablar a los viejos, escúchenlos. Y a los viejos les digo, no se dejen excluir. Abran la boca. No claudiquen de ser la reserva de nuestro pueblo, transmitan la justicia, la historia, los valores, la memoria. Hay una especie de eutanasia escondida, una eutanasia cultural contra los viejos, no se les deja hablar y actuar”.
En un momento del encuentro, y ante el hecho de que —por motivos de seguridad— los jóvenes participantes estaban detrás de una valla, Francisco les dijo: “Les agradezco esta cercanía. Me da pena que estén enjaulados. Yo por momentos siento también lo feo que es estar enjaulado… Recen por mí, lo necesito”.