Otra posible causa de la extinción podría ser debido a causas astronómicas que hubiesen producido una extinción súbita. Por ejemplo una nube de polvo y de gas interestelar. Dado que: en su giro alrededor de la Vía Láctea el Sistema Solar pudo atravesar nubes densas de polvo interestelar y de gases, podemos plantear la hipótesis de que, al atravesar el Sistema Solar una densa nube de polvo interestelar situada en el plano medio galáctico, se redujo la radiación solar que llegaba a la Tierra y se obscureció el cielo durante un cierto tiempo, produciendo la muerte por frío de los animales ectotermos y la destrucción de la flora por falta de fotosíntesis, seguida por la destrucción de los herbívoros y, consecuentemente, de los carnívoros. La ectotermia es un sistema de regulación del ritmo metabólico. Son ectotermos típicos los reptiles, cuya temperatura corporal depende exclusivamente de la temperatura del ambiente en el que se hallan. Los animales ectotermos no tienen que alimentarse cada día, incluso pueden estar meses sin hacerlo.
Como desventaja, los seres ectotermos no pueden habitar en ambientes muy extremos, ya que su temperatura varía acorde con la ambiental, mientras que los homeotermos pueden vivir en hábitats más fríos o más cálidos, siempre que puedan alimentarse. En el paso a través de nubes gaseosas, la Tierra habría absorbido grandes cantidades de hidrógeno molecular que, al reaccionar con los compuestos químicos de la alta atmósfera, formaría vapor de agua condensado en nubes. Y estas nubes reflejarían la radiación solar reduciendo las temperaturas superficiales. Mantenido durante varios miles de años, el proceso llevaría a una glaciación, causante de extinciones masivas. Como objeciones a esta hipótesis podemos indicar que no hay ninguna evidencia para suponer que el Sistema Solar atravesó una nube de polvo interestelar. Las nubes de polvo interestelar aparentemente no son suficientemente densas como para ocultar significativamente al Sol. Además, los geólogos no reconocen la existencia de algún período glacial a fines del Cretáceo.
Otra posible causa sería el vulcanismo Lunar. Dado que las rocas de fines del Cretáceo presentan gran abundancia de microtectitas, diminutas esferas cristalinas de origen volcánico, podemos plantear la hipótesis de que, al final del período Cretáceo, la actividad volcánica en la Luna envió hacia la Tierra una lluvia de estas partículas que, al penetrar en la atmósfera terrestre, bloquearon la luz solar en un grado suficiente como para provocar un enfriamiento global que provocó la extinción de los dinosaurios. Las principales objeciones son que las evidencias son muy débiles, ya que no explica las pautas de extinción. Esta hipótesis fue planteada por John A. O’Keele, experto de la NASA, según el cual una erupción lunar que arrojase unas 25.000 millones de toneladas de ceniza podría haber formado un anillo alrededor de la Tierra, deteniendo parcialmente la luz solar. Otra causa a tener en cuenta sería la explosión de una Supernova. Como hace 65 millones de años la distancia del Sol al plano medio de la galaxia estaba casi en su máximo, el Sistema Solar habría podido exponerse a niveles más altos de radiación cósmica procedente de estrellas Supernovas. Si una Supernova explotase cerca del Sistema Solar, la densidad de las radiaciones cósmicas, y sus núcleos de átomos, protones, electrones, rayos gamma y rayos X, aumentaría entre 10 y 100 veces los niveles actuales y se formaría una onda expansiva magnética, alterando la vida en la Tierra.
Una supernova (del latín nova, «nueva») es una explosión estelar que puede manifestarse de forma muy notable, incluso a simple vista, en lugares de la esfera celeste donde antes no se había detectado nada en particular. Por esta razón, a eventos de esta naturaleza se los llamó inicialmente stellae novae («estrellas nuevas») o simplemente novae. Con el tiempo se hizo la distinción entre fenómenos aparentemente similares pero de luminosidad intrínseca muy diferente; los menos luminosos continuaron llamándose novae (novas), en tanto que a los más luminosos se les agregó el prefijo «super-». Las supernovas producen destellos de luz intensísimos que pueden durar desde varias semanas a varios meses. Se caracterizan por un rápido aumento de la intensidad hasta alcanzar un máximo (mas que el resto de la galaxia) para luego decrecer en brillo de forma más o menos suave hasta desaparecer completamente. Se han propuesto varios escenarios para su origen. Pueden ser estrellas masivas que ya no pueden desarrollar reacciones termonucleares en su núcleo, y que son incapaces de sostenerse por la presión de degeneración de los electrones, lo que las lleva a contraerse repentinamente (colapsar) y generar, en el proceso, una fuerte emisión de energía.
Otro proceso más violento aún, capaz de generar destellos incluso mucho más intensos, puede suceder cuando una enana blanca miembro de un sistema binario cerrado, recibe suficiente masa de su compañera como para superar el límite de Chandrasekhar y proceder a la fusión instantánea de todo su núcleo: esto dispara una explosión termonuclear que expulsa casi todo, si no todo, el material que la formaba. La explosión de supernova provoca la expulsión de las capas externas de la estrella por medio de poderosas ondas de choque, enriqueciendo el espacio que la rodea con elementos pesados. Los restos eventualmente componen nubes de polvo y gas. Cuando el frente de onda de la explosión alcanza otras nubes de gas y polvo cercanas, las comprime y puede desencadenar la formación de nuevas nebulosas solares que originan, después de cierto tiempo, nuevos sistemas estelares (quizá con planetas, al estar las nebulosas enriquecidas con los elementos procedentes de la explosión).Estos residuos estelares en expansión se denominan remanentes y pueden tener o no un objeto compacto en su interior. Dicho remanente terminará por diluirse en el medio interestelar al cabo de millones de años. Las supernovas pueden liberar varias veces 1044 J de energía. El julio (símbolo J) es la unidad derivada del Sistema Internacional utilizada para medir energía, trabajo y calor. Toma su nombre en honor al físico James Prescott Joule.
El límite de Chandrasekhar es la máxima masa posible de una estrella fría estable. Si se supera este límite la estrella colapsará para convertirse en un agujero negro o en una estrella de neutrones. En astrofísica, el límite de Chandrasekhar es el límite de masa más allá del cual la degeneración de electrones no es capaz de contrarrestar la fuerza de gravedad en un remanente estelar, produciéndose un colapso que origina una estrella de neutrones o un agujero negro. Existe también, al menos en teoría, un tercer posible resultado de este colapso, que daría lo que se conoce como a una estrella de quarks.Este límite equivale a aproximadamente 1,44 masas solares, y es la masa máxima posible en una enana blanca. Si ésta superase el límite de Chandrasekhar, se colapsaría para convertirse en una estrella de neutrones. De forma similar, también existe un límite a la masa que las estrellas de neutrones pueden soportar. En este caso, son los neutrones quienes están degenerados y pueden soportar una masa del orden de tres masas solares. El valor del límite de Chandrasekhar es proporcional al cuadrado de la fracción de masa de los electrones. En una enana blanca normal hay dos nucleones por cada electrón, lo que equivale a un peso molecular por partícula de 2, pero, en determinadas condiciones, se puede dar una disminución de la cantidad de electrones mediante su captación por parte de los núcleos. Esto reduciría la masa de Chandrasekhar. Su valor fue calculado por el astrofísico indio Subrahmanyan Chandrasekhar.
Según esta hipótesis de la explosión de una Supernova, la explosión en las cercanías del Sistema Solar destruyó la capa de ozono (algo que está sucediendo actualmente de manera parcial). Ello permitió el paso de radiaciones aumentando la tasa de mutaciones y produciendo esterilidad en todos los grandes animales, mientras que los animales de menor tamaño, que podrían haberse ocultado, los de vida nocturna, como los mamíferos, y los que vivían en aguas profundas, habrían sobrevivido sin demasiados problemas. La turbulencia generada afectó la capacidad de retención del calor atmosférico y el aire de las capas bajas, saturado de agua, se habría desplazado hacia capas altas, donde se formaron cristales de hielo que desviaron los rayos solares, provocando un fuerte descenso de la temperatura de todo el planeta. Según esta teoría, la capa de iridio en el límite Cretáceo/Terciario (C/T) derivaría de la explosión de una Supernova. El efecto habría sido especialmente importante si hubiese coincidido con un período de inversión del campo magnético terrestre. Pero si hubiese explotado una Supernova, en las arcillas del límite Cretáceo/Terciario debería existir un cierto contenido de Plutonio-244, que no existe. Los isótopos de iridio presentes en la capa indicada son típicos del Sistema Solar, por lo tanto no derivan de una Supernova.
Para explicar la alta concentración de iridio en las muestras examinadas, la estrella debería haber explotado en las cercanías del Sistema Solar, en un radio de 100 años-luz, y en tal caso deberían existir evidencias bajo la forma de una nebulosa. Como tal evidencia no existe, esta hipótesis es insostenible. Como la intensidad del daño por radiación es en general proporcional a la cantidad de radiación absorbida en relación a la masa del animal, se habría afectado más a los pequeños animales que los grandes, que tienen menor superficie en relación a su volumen. Los dinosaurios presentaban variadas dimensiones, pero en general eran mayores que los reptiles sobrevivientes. Esta hipótesis fue propuesta por I. S. Shklovskii, del Instituto de Investigación Cósmica de la Academia de Ciencias de Moscú, y entre 1969 y 1971 desarrollada nuevamente por Dale Russell, del Museo de Historia Natural de Ottawa, Canadá, el Dr. K. D. Terry, de la Universidad de Kansas y el físico Wallace H. Tucker, de Boston. En la década de 1980 fue defendida por Melvin Rudelman, de la Universidad de Illinois, y por Paolo Maffei, del Observatorio Astronómico de Catania, Italia. El escritor francés Jacques Bergier emitió la aventurada hipótesis, en 1972, de que los dinosaurios fueron extinguidos por extraterrestres mediante la creación de una supernova, con el objeto de hacer posible la aparición del ser humano, incrementando la vida inteligente en el Universo.
Otra posible causa sería una actividad solar intensa. Esto sería debido a que el Sol experimenta cambios en su actividad asociados a grandes turbulencias y manchas solares y a que, la mayor actividad solar, incrementa la sobre la Tierra la radiación electromagnética de alta frecuencia (rayos ultravioleta, rayos X, etc.). Según esta hipótesis, un incremento inusual de la actividad solar pudo provocar la muerte o esterilidad de diversos organismos terrestres. El papel del Sol en las extinciones masivas se ha postulado desde 1930. Se ha calculado que una pequeña reducción de la constante solar cubriría la Tierra de hielo y un pequeño aumento la convertiría en un desierto inhabitable. K. D. Terry y Wallace H. Tucker han calculado que el Sol emitiría radiaciones ionizantes súbitas cada 60 millones de años. Sin embargo, el estudio de formaciones rocosas, llamadas formaciones de Elatina, ha permitido conocer los ciclos solares desde hace 680 millones de años, concluyéndose que los ciclos de actividad solar se han mantenido prácticamente sin variaciones. Los principales ciclos se alternan cada 11 años y hay ciclos adicionales de menos años.
Una causa que cada vez tiene más aceptación es la del impacto de un meteorito. Disperso por todo el planeta existe una estrecha capa rica en iridio, que es un mineral pesado que se encuentra en cuerpos extraterrestres, en concentraciones entre 10 y 100 veces superiores a las habituales. Esta capa muy rica en iridio se localiza en toda la superficie de la Tierra, mientras que el metal es muy raro en la corteza terrestre. Se ha observado que contiene microtectitas alteradas y granos de cuarzo y otros minerales con finas estrías cruzadas, con evidencias de haber sufrido una presión elevada, como las que se encuentras en rocas sometidas a una colisión violenta. Además, se encontró un cráter de 280 km. de diámetro en el límite C/T en la península de Yucatán en México, correspondiente a una cadena semicircular de agujeros que parecen corresponder con el piso de un cráter gigantesco, que ha sido llamado Chicxulub. Al mismo tiempo hay evidencias de depósitos producidos por grandes tsunamis en la misma época en Texas, México, Haití y otros sitios de la cuenca del Caribe. Asimismo, el geólogo Alan Hildebrand encontró en Haití pequeñísimas estructuras de roca vitrificada denominadas tectitas en la capa arcillosa correspondiente al limite Cretáceo/Terciario, lo que indica que en las cercanías se produjo un impacto. Por otro lado, en un estudio de hojas fosilizadas en Wyoming se encontró que todas las plantas de tierra y mar murieron aproximadamente al mismo tiempo por congelamiento. Todo ello nos lleva a la hipótesis de que un gigantesco meteorito de unos 10 km. de diámetro impactó sobre la Tierra hace 65 millones de años a una velocidad de 25 km./seg., provocando lo que podríamos llamar un “invierno nuclear”.
Este enorme impacto tuvo como resultado que los restos incandescentes caídos sobre los bosques y pastizales provocaron incendios que abarcaron más del 70% de los continentes, interrumpieron la fotosíntesis y redujeron prácticamente a cero el índice de oxígeno. A ello le siguieron fuertes vientos, lluvias torrenciales, huracanes y terremotos. Luego ascendió una densa nube formada por una mezcla de vapor de agua, gases liberados, polvo, residuos rocosos y elementos metálicos, cuyos componentes volátiles, suspendidos en el aire y mezclados con el humo provocado por la fricción del meteorito con la atmósfera, envolvieron al planeta en una gigantesca nube impenetrable que se extendió por toda la estratosfera, impidiendo el paso de los rayos solares. Esto dio lugar a un fuerte descenso de la temperatura, que en todo el mundo cayó desde un promedio de 19ºC a -10ºC. Los lagos se congelaron y miles de especies de plantas perecieron. La nube pudo mantenerse durante meses o años, produciendo la muerte de la vegetación, seguida por los herbívoros y carnívoros. Los más capacitados para sobrevivir fueron los animales de menores dimensiones, carroñeros y no especializados, tales como mamíferos, lagartos, cocodrilos u ofidios. Los más perjudicados fueron los más grandes y especializados.
A medida que se depositó el polvo y comenzó a llover, subió la temperatura, dando lugar a una alta evaporación y produciendo un efecto invernadero, que aumentó la temperatura y afectó al plancton, muy sensible al calor, produciendo el derrumbe de las comunidades marinas. Los organismos que forman el nanoplancton calcáreo emiten un compuesto de azufre que ayuda a la formación de nubes, que a su vez reflejan la luz solar evitando que parte de la radiación del Sol alcance la superficie terrestre. La reducción de estas nubes, como consecuencia de la destrucción del nanoplancton, pudo haber causado una ola de calor extremo a nivel planetario. De todos modos, el aumento del nivel de iridio puede explicarse también por emisiones volcánicas. El aumento de iridio se encuentra en varias franjas separadas por medio millón de años como máximo y es poco probable que la Tierra fuese golpeada en ese período por una serie de meteoritos.
Aparentemente los grupos no desaparecieron en forma instantánea en todo el mundo, sino que habrían
desaparecido en forma gradual. Los belemnites e ictiosaurios habían desaparecido mucho antes del límite C/T, y la mayoría de los otros grupos estaban en lenta decadencia. La hipótesis del impacto no explica con claridad las pautas de extinción y sobrevivencia selectiva de diferentes grupos. Existen registros de impactos de grandes asteroides sobre la Tierra que aparentemente no causaron grandes daños, por ejemplo el cráter Manicouagan, en Canadá, se formó por el impacto de un asteroide de unos 10 km. a fines del Triásico. Sin embargo, las extinciones triásicas ocurrieron en dos oleadas sin presencia de iridio. Y el cráter de Popigai, en Siberia, fue causado por un impacto aún mayor hace 40 millones de años, sin presencia de iridio ni de extinciones. De todos modos, esta hipótesis, considerada en un principio como una fantasía por la mayoría de los especialistas, ha ido ganando cada vez más adeptos. En 1978, mientras realizaban un estudio geológico rutinario, Walter Álvarez, Frank Asaro y Helen V. Michel encontraron en la región de Gubbio, Italia, una cantidad inesperada de iridio en el límite entre los períodos Cretáceo y Terciario. Partiendo de la base de que el iridio es muy raro en la Tierra, pensaron que podían averiguar la velocidad de acumulación de la arcilla detectando el iridio proveniente de la lluvia de micrometeoritos o polvo cósmico que bombardea continuamente el planeta. Al analizar la arcilla encontraron que la cantidad de iridio era comparable a la depositada durante 500 mil años en el resto de la roca. Descartando diversas explicaciones posibles llegaron a formular la idea de un gran impacto proveniente del espacio, idea que propusieron formalmente en 1980 el físico Luis Álvarez y su hijo Walter, geólogo, ambos de la Universidad de California.
Todavía en 1990, Walter Alvarez y Frank Asaro decían que “la investigación tiene una espina: nadie ha hallado ese cráter de 150 kilómetros que el impacto de un objeto de lo kilómetros debería haber producido”. En la misma época, Alan Hildebrand, que buscaba huellas del meteorito en el Caribe, decía que “fuera donde fuese que el cráter estuvo, la deriva continental pudo haberlo hecho desaparecer. Es posible que la teoría del impacto nunca pueda ser probada más que por evidencias indirectas”. Sin embargo, en 1978 el geofísico Glen Penfield, empleado por la compañía petrolera Pemex para realizar estudios paleomagnéticos en el Yucatán, encontró anomalías magnéticas que lo llevaron a concluir que en la zona de Puerto Chicxulub había hecho impacto en tiempos prehistóricos un meteorito gigante. Penfield no pudo informar acerca de su hallazgo, porque la empresa Pemex se lo impidió hasta que se iniciara la explotación de petróleo en la zona. Cuando en 1981 pudo hacerlo durante un congreso de geólogos, no estaban presentes los principales especialistas en cráteres prehistóricos que conocían la propuesta de Álvarez, porque habían concurrido a otra reunión científica, y nadie relacionó el informe de Penfield con la hipótesis sobre la extinción de los dinosaurios hasta varios años más tarde. Geólogos de todo el mundo hallaron numerosas pruebas de que el iridio y otros elementos raros en la Tierra abundaban en la capa intermedia entre el Cretáceo y el Terciario y se fueron acumulando numerosas y diversas pruebas en favor de la hipótesis del impacto de un meteorito. En 1980, Richard P. Turco y Owen Brian Toon, con la ayuda de grandes computadoras, demostraron que el polvo levantado por la caída de un cuerpo de 10 kilómetros oscurecería completamente la atmósfera durante varios meses.
Una variante en relación al impacto de un meteorito sería el impacto de un cometa. Por ejemplo, si un cometa del tamaño del cometa Halley hubiese chocado con la Tierra habría producido serios trastornos ambientales. Según esta hipótesis, el impacto de un cometa sobre la Tierra produjo una enorme explosión nuclear, un rápido aumento de la temperatura y liberado posiblemente cianuro, veneno que se encuentra en la cabeza cristalina de algunos cometas, produciendo la muerte de los dinosaurios. Pero no hay evidencias que permitan suponer el choque de un gran cometa con la Tierra a fines del Cretáceo. Puesto que los cometas tienen una baja densidad y están formados fundamentalmente de hielo, es difícil que pudiese contener la cantidad de iridio y otros minerales siderófilos, que sí podría contener un meteorito, o bien salir del interior de la tierra mediante erupciones volcánicas. Esta hipótesis fue planteada en 1975 por el geoquímico premio Nobel Harold Urey, quien sugirió que habría impactado con la Tierra un cometa del tamaño del Halley. Fue apoyado en 1979 por Kenneth J. Hsü, del Instituto Geológico de Zurich, quien agregó la posibilidad de que el cianuro presente en el cometa envenenara las aguas y eliminara el plancton. Ha recibido posteriormente apoyo por parte de los partidarios de la idea de que las extinciones masivas han sido fenómenos producidos a intervalos regulares.
Ya quí nos debemos hacer una pregunta crucial: ¿Son las extinciones sucesos que se producen regularmente? Diversos investigadores han planteado la posible existencia de ciclos regulares de extinciones. En 1977, Fisher y Arthur sugirieron que las extinciones biológicas masivas se producirían cada 32 millones de años, basándose en el estudio de las especies marinas. David Raup y John Sepkoski fortalecieron en 1983 la hipótesis de Fisher-Arthur mediante análisis estadístico fino de un gran volumen de datos. Observaron que en 567 familias de organismos marinos durante los últimos 250 millones de años, cada 26 millones de años aproximadamente se extinguen al menos 2% de las familias. Un análisis de los datos efectuado por W. T. Fox en 1987 apoyó la idea, calculando que es estadísticamente significativa la relación entre las extinciones masivas y los períodos de 16 millones de años. Basándose en la compilación de cráteres, Rampino y Stothers identificaron ciclos de impactos de grandes meteoritos cada 32 millones de años, para lo cual consideraron como “extinción masiva” a aquellas que superan el 10%. Si el cataclismo fue producido por el impacto de varios grandes objetos extraterrestres, y si las extinciones masivas se producen en forma cíclica, entonces debe buscarse la causa de tales impactos múltiples simultáneos.
Alrededor del Sistema Solar existe un amplio campo de cometas que gira alrededor del Sol. Desde allí podrían desencadenarse lluvias masivas de cometas por la influencia de algún agente cósmico de influencia cíclica. Se han planteado al respecto tres hipótesis: Una es el cruce del plano galáctico. En su movimiento alrededor del centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, el Sistema Solar se mueve con oscilaciones hacia uno y otro lado del plano galáctico, con una periodicidad de 67 millones de años, de manera que cruza este plano aproximadamente cada 33 millones de años. Las extinciones podrían coincidir con el cruce del plano galáctico, ya que la densidad de materia en el plano galáctico es muy elevada. El paso a través del plano galáctico podría inducir impactos de grandes meteoritos o desestabilizar a los cometas de la nube de Oort, los que adquirirían una órbita muy elíptica penetrando hacia el interior del Sistema Solar.
Para los astrónomos, hasta muy recientemente, la Vía Láctea ha constituido más un impedimento, un elemento de perturbación, que una atrayente materia de Investigación. La causa radica en la presencia de una inmensa cantidad de gases y polvo que oscurece y evita la observación de casi un 20% del cielo extragaláctico, velándolo e impidiendo con ello el acceso a una importante parte del Universo. Sin embargo, la situación está cambiando muy rápidamente en los últimos tiempos, sobre todo en los últimos 12 meses. La historia la podríamos iniciar hace casi cerca de 400 años, en 1610, cuando Galileo Galilei expuso su conclusión de que la Vía Láctea estaba compuesta por un gran número de estrellas, lo que conocemos bajo el nombre de galaxia. La palabra deriva del griego galaxias, cuyo significado es precisamente el de Vía Láctea, es decir, esa gran banda luminosa que podemos observar atravesando la bóveda celeste en cualquier noche despejada y sin Luna. En 1934, el gran astrónomo Hubble, usando la instrumentación entonces disponible, ya contabilizó la existencia de más de 44.000 galaxias, mientras que hoy se calcula su número por miles de millones, siendo la nuestra una más, no la más destacada, entre ese inmenso enjambre de conjuntos celestes. Efectivamente, la Tierra y el sistema solar formamos parte de esta galaxia, la Vía Láctea, pero estamos acompañados por otras casi cien mil millones de estrellas, además de una gran cantidad de materia interestelar compuesta de gases y polvo. La Vía Láctea globalmente tiene una forma de discoide lenticular o esferoide aplanado, con un diámetro de 7.000 parsecs y un espesor de 1.850 parsecs (un parsec equivale a 3,26 años-luz y un año-luz son 9,46 billones de kilómetros).
El núcleo central del gran discoide posee una mayor densidad estelar que su exterior. El sistema solar, y con él la Tierra, está situado muy cerca del plano galáctico, es decir, del plano de simetría de la lente, en un lugar alejado del centro geométrico, a 30.000 años-luz del mismo, de modo que desde nuestra posición el centro de la galaxia se encuentra en la dirección de Sagitario. Lo que observamos en las noches estrelladas es el disco de la galaxia desde un punto interior al mismo, de forma que en el hemisferio Norte son visibles constelaciones tales como Águila, Cisne, Casiopea, Perseo, Auriga, Tauro, Geminis y Orion. La observación visual de la Vía Láctea nos da la impresión de una sucesión de zonas o manchas luminosas entremezcladas con otras oscuras. Con un buen par de binoculares se puede comprobar que las luminosas se resuelven en millares de estrellas, aunque otras, como las nebulas, no lo hacen así, son objetos gaseosos. En cuanto a las manchas oscuras, están originadas por el polvo interestelar que oculta a las estrellas situadas detrás del mismo. Desde bien pronto se encontró que parecía como si el resto de las galaxias tendiesen a evitar la Vía Láctea, es decir, que la densidad galáctica decrecía conforme se está más cerca de la misma. Ello llevó a definir la existencia de una llamada zona de exclusión o de evitación alrededor del plano central de la Vía Láctea. En realidad, lo que ocurre es que el polvo y el gas hacen que las longitudes de onda usadas normalmente en los diversos tipos de observaciones no sean válidas en esa zona y por ello aparentemente no se puede localizar nada allí.
Sin embargo, esta zona de exclusión es astronómicamente tan importante que a su estudio exclusivo se le ha dedicado un congreso internacional específico, celebrado este mismo año en EE.UU. Las causas del interés son variadas. Por ejemplo, la atracción gravitacional de la gran masa que permanece detrás de la zona de evitación es uno de los principales componentes responsables del movimiento de nuestra galaxia y está relacionada con la expansión del Universo. También es importante que la zona produce una división en dos, dificultando su Investigación, a la mayor concentración de masa galáctica visible conocida, es decir, el llamado Gran Atractor o grupo de conjuntos galácticos Hydra-Centaurus-Pavo-Indus-Telescopium, impidiendo conocer cuántas galaxias y de qué tipo son las que realmente existen en esa región. Por otra parte, las observaciones del satélite COBE, que tanta repercusión informativa alcanzaron hace unos meses, y que condujeron a la confirmación preliminar de la existencia de una expansión del Universo y de la teoría del Big Bang, necesitaron un cuidadoso estudio y evaluación de las radiaciones infrarrojas procedentes de la zona de exclusión. Asimismo, en la búsqueda de causas y candidatos para explicar la existencia de la materia negra se investigan la existencia y comportamiento de pequeñas estrellas que han de producir variaciones luminosas muy conectadas con el comportamiento de las zonas libres de interferencias de polvo en la Vía Láctea.
Para investigar la zona de exclusión, introducirse en ella y atravesarla, se ha conseguido encontrar la radiación adecuada, con una longitud de onda de 21 cm (una emisión que procede del hidrógeno atómico), estando actualmente el telescopio Dwingeloo, en Holanda, totalmente dedicado a esta tarea. Hace poco comenzaron a obtenerse los primeros frutos. El investigador Burstein, de la Universidad de Arizona, pudo localizar la existencia de una galaxia enana, situada tan solo a 24.000 parsecs de la Tierra, pero tan cerca de la zona de exclusión que parecía en peligro de ser expulsada de la misma. Y, hace una semana, en la prestigiosa revista Nature, un grupo de científicos holandeses, británicos y americanos han descubierto en la zona una nueva galaxia espiral. Se sitúa a 0,1º por encima del plano galáctico y a una distancia de unos diez millones de años-luz, lo que excluye que fuese un miembro todavía no conocido del Grupo Local de unas veinte galaxias del que forma parte la propia Vía Láctea. Hace unos 10 años, la mayor parte de los mapas celestes de galaxias tenían que limitarse a situar una gran incógnita en la zona de exclusión y tan solo se podían estudiar las estrellas más brillantes y cercanas, a menos de 2.000 parsecs de nosotros. En la actualidad podemos acudir al símil de imaginarnos que el velo de la Vía Láctea se va alzando lenta pero progresivamente. Eso permitirá comenzar a conocer un porcentaje cuantitativamente importante de nuestro Universo y, sobre todo, profundizar en temas tan esenciales como el del propio origen del Universo o la naturaleza de la materia negra.
Las órbitas de los cometas muestran una amplia gama de tamaños, inclinaciones y excentricidades. En el pasado se dividió a los cometas en dos grupos basados en su período orbital: los cometas de largo período, con períodos superiores a 200 años, y los cometas de corto período, con tiempos inferiores. Los cometas de largo período poseen dos particularidades destacables. La primera es que sus órbitas se concentran mayormente en tamaños muy grandes. La segunda es que su irrupción en la región de los planetas es isotrópica, es decir, que no existe una dirección preferencial. Además, el 50% de los cometas de largo período son retrógrados, lo cual es consistente con que su distribución sea aleatoria. Era una creencia bastante general que los cometas provenían del espacio interestelar o que orbitaban las estrellas a muy gran distancia de ellas, y que las perturbaciones gravitatorias podían provocar incluso que algunos pudieran ser capturados por estrellas vecinas. Sin embargo, en 1950 el astrónomo holandés Jan Oort hizo notar lo siguiente: No había sido observado ningún cometa que indicara que provenía del espacio interestelar; los cometas que se adentraban en el sistema solar deberían sufrir perturbaciones por parte de los planeta, principalmente Júpiter, hallando que éstas eran mayores que el pico de cometas de largo período. Esto significaba que muchos entraban en el sistema solar por primera vez, pues de lo contrario sus órbitas ya habrían sido modificadas por las perturbaciones gravitatorias de los grandes planetas; las órbitas de los cometas de largo período tenían una acusada tendencia a que sus afelios se situaran hacia las 50.000 UA; los cometas no provenían de alguna dirección preferencial.
A partir de estos hechos propuso que los cometas provienen de una amplia nube externa en los confines del sistema solar. A esta nube, con el tiempo, fue denominada nube de Oort. Estadísticamente se calcula que puede haber un billón de cometas, aunque es una pura especulación. Nadie ha podido observar dicha nube y mucho menos los objetos que pueda poseer. La nube de Oort puede contener una fracción importante de la masa del sistema solar, tal vez superior a la de Júpiter, aunque es una simple especulación. Se piensa que puede ser una especie de globo que envuelve al sistema solar y la hipótesis más aceptada es que está constituida por escombros del sistema solar. En efecto, en sus orígenes el Sol estaba rodeado por una nube de gas y polvo, a partir de la cual se formaron infinidad de planetésimos y, por agregación de los mismos, los planetas. Parte de estos planetésimos sufrieron grandes alteraciones orbitales como consecuencia de sus encuentros con cuerpos de gran masa (los proto-planetas) y de esta forma adquirieron largas órbitas casi parabólicas y quedaron “almacenados” en la nube de Oort, a una distancia media de un año luz donde aunque débil, la influencia gravitatoria del Sol sigue siendo aún dominante respecto a la de las estrellas más cercanas.
Oort también propuso un mecanismo capaz de enviar continuamente una pequeña fracción de cometas de la nube hacia el sistema solar interno. Los tránsitos casuales de otras estrellas cerca de la nube de Oort puede alterar las órbitas de los cometas, haciendo posible que al azar puedan ser mandados hacia el sistema solar. Se calcula que, en promedio, estas perturbaciones estelares se producen una vez cada 100 a 200 mil años. Relacionado con esto, se ha propuesto la existencia de “lluvias de cometas” para explicar las grandes extinciones de seres vivos en la Tierra en los tiempos geológicos. Si con alguna regularidad el sistema solar sufre tales bombardeos, sería una dificultad añadida a la hora de determinar la edad de la superficie de los planetas y satélites mediante el recuento de impactos meteoríticos. Un punto oscuro a la teoría de la nube de Oort es que los afelios (la mayor distancia al Sol) de la mayoría de cometas de largo período parecen situarse hacia las 50.000 UA (Unidades Astronómicas). Si los cuerpos que constituyen la nube de Oort son los que escaparon del sistema solar, cabría esperar que se hubieran esparcido a muy distintas distancias, en vez de quedar confinados mayoritariamente en una banda aproximadamente a la misma distancia del Sol.
Curiosamente, los objetos que constituyen la nube de Oort parece que se formaron más próximos al Sol que no el propio cinturón de Kuiper. En efecto, los pequeños cuerpos que se formaron cerca de los planetas pudieron haber sido arrojados fuera del sistema solar a causa de los encuentros gravitacionales y han sido desarrollados varios modelos que lo explican bastante satisfactoriamente. Los que fueron expulsados pudieron constituir la nube de Oort, en tanto que los que los más alejados de los planetas, al no sufrir tales interacciones, permanecieron en el cinturón de Kuiper. Se empezó especulando sobre la actividad solar y la posibilidad de que pudiera tener unos máximos increíbles, con gigantescas erupciones cada 26 millones de años. Sin dejar el Sol, se consideró después qué influencia podría tener el hecho de que cada 33 millones de años cruza el plano galáctico. Ahondando más en el tema, R.B. Stothers y R.M. Rampino especularon que a su paso por el plano galáctico, el Sol podría encontrarse con masivas nubes de gas que podrían perturbar los cometas de la nube de Oort y dirigirlos hacia el centro del Sistema Solar. Otros discreparon de esta suposición argumentando que los efectos de tales nubes deberían ser igual de importantes tanto en el plano galáctico como cuando el Sol pasa por encima o por debajo.
Varios expertos en la nube de Oort propusieron que los efectos acumulativos de la materia local en el plano perpendicular al disco galáctico, los llamados discos mareales, eran mucho más importantes que los efectos gravitacionales intermitentes creados a pasar estrellas cercanas o nubes gigantes de polvo y gas. En 1995, J. Matese y P. Whitman de la Universidad Southwestern Louisiana y sus colegas M. Valtonen de Finlandia y K. Innanen de Canadá intentaron cuantificar los efectos de los discos de marea. Sus modelos numéricos de la dinámica de la nube de Oort sugieren que al oscilar como el Sol a través del plano galáctico, los discos de marea modulan el flujo de cometas de la nube de Oort en un factor de 4 a 1, con el mayor efecto en el plano medio de la galaxia. Estos resultados dan un nuevo impulso al mecanismo del período de 30 millones de años. Marese y D. Whitmire perfeccionaron sus estudios sobre las perturbaciones sobre la nube de Oort (The Astrophysical Journal Letters, 20 Noviembre 1996). Sus análisis de un grupo de órbitas cometarias indican que toda la galaxia juega un papel en estas perturbaciones. Sin embargo, P. Weissman del Jet Propulsion Laboratory indica que estos efectos sólo aparecen cuando se toma en consideración un pequeño grupo de cometas, a lo que Matese responde que únicamente pueden ser tenidos en cuenta aquellos cometas cuyas órbitas han sido bien determinadas.
Según Matese, aunque los cometas sólo serían los responsables del 25% de los cráteres de impacto terrestres, son los que proporcionalmente producen los mayores cráteres, de más de 100 km de diámetro, que son los que ocasionan las extinciones. Por su parte, R.A. Muller y M. Davis propusieron una espectacular hipótesis digna de las mejores novelas de ciencia ficción: el Sol podría ser una estrella doble, con una alejada compañera que podría perturbar el cinturón de asteroides cada 26 millones de años y dirigir una lluvia de ellos hacia los planetas interiores del sistema solar, pero matemáticamente la hipótesis era inconsistente ya que la órbita de la supuesta estrella sería inestable. Davis puso en contacto a Muller con P. Hut, un especialista en dinámica orbital. Este modificó la órbita de la supuesta compañera del Sol y la puso mucho más lejos, de modo que los proyectiles “mortales” que nos lanzaría no sería asteroides, sino cometas de la nube de Oort, pero para que pudiera ser factible y basándose en una sugerencia de J.G. Hills, tuvieron que situar la parte más densa de la citada nube a una distancia entre 1.000 y 10.000 UA, cuando normalmente se admite que es mucho mayor. Sin embargo, con los números en la mano, cada 500 millones de años y durante un período de 700 mil años, la lluvia de cometas sería tan intensa, que de alcanzar de lleno a la Tierra la convertirían en un auténtico colador, por lo que lo más probable era que la vida haría mucho tiempo que habría desaparecido en nuestro planeta, si es que alguna vez pudo llegar a crearse…
Aún así, en 1984 dieron a conocer su hipótesis sugiriendo que su estrella de la muerte, en el caso de que fuera descubierta, llevase el nombre de Némesis, diosa griega cuyo cometido era el perseguir sin descanso a los ricos, orgullosos y poderosos, añadiendo que si la estrella no era descubierta, sería su propio Némesis. E.M. Shoemaker, especialista en asteroides, mostró la inviabilidad de la hipótesis, lo que no fue óbice para que, en 1984 se iniciara la búsqueda de Némesis, una estrella enana roja que actualmente debería hallarse a 2,5 años luz de nosotros. En ese tiempo entraron también en liza D. Whitmire y J.J. Matese sugiriendo que el astro de la muerte podría ser el no descubierto planeta X, que debería orbitar al Sol en unos 1.000 años y que, así como debería perturbar a los planetas exteriores, también debería ser afectado por ellos, de modo que provocarían la rotación de la línea de las ábsides de su elíptica órbita, perturbando la nube de Oort cada 26 millones de años. Esta hipótesis quedó descartada en 1989 cuando la sonda Voyager 2 demostró que las supuestas perturbaciones sobre los planetas gigantes por parte de un cuerpo más externo no existen, sino que eran debidas a errores de cálculo.
De vez en cuando, cada 15 ó 20 años sale en los medios de comunicación la noticia del descubrimiento de algún planeta transplutoniano, que más tarde es desmentida o matizada. La última, es una noticia de la BBC fechada el 28 de septiembre de 1999, indicando que el Dr. John Murray pudo haber hallado un planeta a partir de las perturbaciones observadas en un grupo de 13 cometas, desviados de sus órbitas por un cuerpo masivo. Se trataría de un planeta (o tal vez alguna pequeña estrella), varias veces más masivo que Júpiter situado a unas 30.000 UA, es decir, en plena nube de Oort o en su parte interna. En estos momentos se hallaría en dirección a la constelación del Delfín y completaría su órbita, retrógrada, en varios millones de años. El particular sentido de giro, contrario al de los demás planetas, indicaría que es un objeto errante capturado (o tal vez de paso) por la gravedad solar y que se habría formado en otra parte de la galaxia, posiblemente escapado de alguna estrella. El trabajo del Dr. Murray fue mandado a Monthly Notices of the Royal Astronomical Society y presentado en el DPS de la AAS (American Astronomical Society) de octubre de 1999. Un cuerpo así, salvo que radie una cantidad importante en el infrarrojo, es imposible de detectar con telescopios ópticos, pues a tal distancia la luz solar es insuficiente para iluminar su superficie. Por su parte, el infatigable John J. Matese también indicó que había llegado a conclusiones parecidas y mandado a publicar su estudio en la revista Icarus.
La noticia debe ser tomada con las debidas reservas hasta poseer más detalles del hallazgo. Así, Brian Marsden, del Minor Planet Center, se ha mostrado excéptico indicando que las presuntas órbitas de los cometas utilizadas en este estudio son imprecisas ya que se basan en pocas observaciones de los mismos. Pero a lo mejor, pese a todo, Némesis existe. Pero sigue persistiendo la idea, basada en tablillas de los antiguos sumerios, de que realmente existiría un décimo planeta en el Sistema Solar, aún no descubierto, al que se le ha llamado planeta X o Nibiru. El planeta X giraría alderredor del Sol en una órbita muy inclinada y constantemente cambiante por las influencias gravitacionales de otros planetas, lo cual explicaría que intercepte a la nube de Oort en intervalos muy prolongados. Muchos paleontólogos han criticado estas hipótesis aduciendo que tal periodicidad de las extinciones no existe. Los cálculos efectuados parecen aplicarse solamente a los últimos 250 millones de años. Según Van Valen, la supuesta periodicidad se esfuma si en lugar de considerarse porcentajes se considera las probabilidades de extinción, basándose en las apariciones, desapariciones y duración de los grupos. Si se demostrase que las extinciones masivas son sucesos que ocurren cíclicamente en forma regular, no podrían desecharse causas terrestres, como por ejemplo la hipótesis de Margalef. Según esta hipótesis, explicada en el anterior artículo, las extinciones masivas se desencadenan por procesos de origen endógeno, causadas por la propia evolución del planeta.
Hay gran cantidad de paleontólogos que apoya el modelo gradual, porque creen que los restos fósiles apoyan una disminución constante en cantidad y variedad de dinosaurios y otros grupos hacia fines del Cretáceo, lo que podría deberse a los cambios climáticos y ambientales ligados a la gran regresión marina de fines del Cretáceo. Pero a la vista de la solidez de las evidencias mostradas por los catastrofistas están dispuestos a aceptar que a ello se agregaron, casualmente, algunas condiciones catastróficas que aceleraron el final inevitable de por lo menos una parte de esos grupos. Es posible que tres causas influyeran en algún grado en la crisis de fines del Mesozoico, que llevó a la desaparición final de los dinosaurios. Una habría sido la regresión marina, que habría hecho desaparecer gradualmente a los dinosaurios y habría determinado la extinción de belemnites e ictiosaurios. Posteriormente se produjo el impacto de varios asteroides y las grandes erupciones volcánicas del Decán que sellaron definitivamente la suerte de los dinosaurios que aún existían. Si se demostrara que los dinosaurios se extinguieron en forma brusca, quedarían dos explicaciones posibles: el impacto de un meteorito y el intenso vulcanismo de fines del Cretáceo. En ambos casos, la inyección hacia la atmósfera de cantidades extraordinarias de polvo, aerosoles y gases, seguida por lluvias ácidas, habría provocado una cascada de accidentes climáticos que la mayoría de las especies no pudieron resistir. Se produjo primero el oscurecimiento de la atmósfera, que inhibió la fotosíntesis e hizo disminuir rápidamente la temperatura. A continuación, el vapor de agua y el anhídrido carbónico provocaron un fuerte recalentamiento. Después se habrían acidificado los océanos.
El mejor apoyo de la hipótesis del meteorito es el cráter Chicxulub, de 280 km. de diámetro, que se formó en el límite C/T en la península de Yucatán. La mejor evidencia en favor del vulcanismo es la existencia de casi 1.300 km. cuadrados de lava en la meseta Decán, depositadas al finalizar el Cretáceo. Las altas concentraciones de arsénico y de antimonio asociadas a la anomalía del iridio sugieren un origen volcánico. Pero justo debajo de los grandes cursos de lava se encontraron granos de cuarzo amalgamados por grandes presiones, lo que indica que se formaron con el impacto. En apoyo del impacto se pueden agregar la presencia de stishovita en la arcilla del límite C/T en Nuevo México y la presencia de espinelas niquelíferas, que se interpretan como vestigios del propio meteorito. Es posible que ambos acontecimientos estén vinculados. Los impactos de grandes meteoritos, que habría penetrado de 20 a 40 km. en la Tierra, podrían haber perturbado de tal forma a la delgada corteza terrestre como para desencadenar erupciones volcánicas. Al dejar al descubierto el magma, formado por las rocas fundidas del interior de la Tierra, lo habrían hecho surgir hacia la superficie en forma de lava. Por lo tanto es posible que las erupciones de la India se produjeran a consecuencia de la caída de un meteoro. Los geólogos D. Alt, J.M. Sears y D.W Hyndman propusieron, en 1988, que la lava basáltica del Decán pudo formarse de la misma manera que los mares de la Luna: el impacto de un meteorito forma un cráter profundo que es llenado desde abajo por lava hirviente. Al sur de las islas Seychelles y a unos 480 km. al nordeste de Madagascar, en la cuenca del Almirante, se localiza lo que aparenta ser un cráter de 320 km. de ancho. El impacto de un enorme meteorito en esa zona podría haber activado los grandes cursos de lava que formaron la meseta Decán y las Islas Seychelles. Quizás cayeron simultáneamente dos grandes meteoritos, uno en Yucatán y otro en la cuenca del Almirante, y algunos creen que este último desató las erupciones de Dacán, que sumaron sus efectos a los de los meteoritos. Considerando las características de espinelas encontradas en distintas partes del mundo en sedimentos del límite C/T, se piensa en la caída de varios cuerpos del espacio, como lo que sucedió con el cometa Shoemaker-Levy, que se fragmentó en más de veinte trozos que cayeron sobre Júpiter.
Hace 488 millones de años ocurrieron una serie de extinciones masivas del Cámbrico-Ordovícico . Durante ese evento desaparecieron muchos braquiópodos y conodontes, también se redujo significativamente el número de especies de trilobites. Tuvo lugar a principios de la era Paleozoica. En aquella época la vida se concentraba enteramente en el mar, lo que explica que los seres marinos fueran los únicos afectados por dicha extinción de causa imprecisa. Existen pruebas que afirman que esta extinción estuvo dividida en cuatro partes. La primera causó la desaparición de los trilobitas más antiguos y los arqueociátidos. El resto de las extinciones afectaron a los demás trilobitas, a los braquiópodos y a los conodontes. Actualmente los científicos creen que el causante del exterminio del 95% de las especies marinas puede ser un período glacial o la reducción de la cantidad de oxígeno disponible. Las dos hipótesis más aceptadas sobre las causas de estas extinciones son la llegada de un período glacial y el enfriamiento del agua unido a una reducción en la cantidad de oxígeno disponible. La hipótesis de la era glacial se basa en evidencia de sedimentos glaciales encontrados en América del Sur en capas del principio del Ordovícico. Este período glacial podría haber producido un descenso en las temperaturas a nivel global, produciendo la extinción de la fauna que no podía sobrevivir en esas condiciones. Según la hipótesis de la reducción de las concentraciones de oxígeno en las aguas marinas, causada por un enfriamiento en las aguas habría ocurrido cuando las aguas profundas y frías remontaron, produciendo variaciones en los niveles de oxígeno del agua, haciendo perecer a la fauna que solo podía vivir en ciertos estratos de la columna de agua de los mares.
Otra gran extinción conocida se produjo hace 444 millones de años, en la transición entre los períodos Ordovícico y Silúrico, ocurrieron dos extinciones masivas llamadas extinciones masivas del Ordovícico-Silúrico. Su causa probable fue un período glaciar. El primer evento ocurrió cuando los hábitats marinos cambiaron drásticamente al descender el nivel del mar. El segundo ocurrió entre quinientos mil y un millón de años más tarde, al crecer el nivel del mar rápidamente. El primer evento ocurrió tras el cambio drástico de los hábitats marinos al descender el nivel del mar; el segundo, entre quinientos mil y un millón de años más tarde por lo contrario, el crecimiento del nivel de mar rápidamente. Los grandes afectados fueron los seres marinos al ser los únicos pobladores del planeta. Desaparecieron el 50% de los corales y cerca de 100 familias biológicas, lo que representaba el 85% de las especies de fauna. Se extinguieron principalmente los braquiópodos y los briozonos, junto con las familias de trilobitas, conodintes y graptolites.La teoría más aceptada explica que la primera parte de la extinción fue causada al inicio de una larga edad de hielo que provocó la formación de grandes glaciares en el supercontinente Gondwana y, por consecuente, la bajada del nivel del mar. La segunda, en cambio, surgió tras la finalización de la edad de hielo, el hundimiento de los glaciares y el posterior aumento del nivel del mar.
Hace unos 251 millones de años se produjo otra gran extinción, que afectó considerablemente a la vida en la tierra, tanto en la superficie como en el mar. No se conocen los motivos de dicha extinción, pero entre los más creíbles se encuentran una serie de erupciones volcánicas masivas que pudieron ocasionar un cambio climático. Ocurrió en el límite entre la era Primaria y la Secundaria, entre los períodos Pérmico y Triásico. Se conoce como “La Gran Mortandad”, por ser la extinción más dramática y de peores consecuencias que se conozca en la Tierra. Desparecieron un gran número de especies, aproximadamente el 90% de todas las especies, el 96% de las especies marinas y el 70% de las terrestres. Entre ellos, el 98% de los crinoideos, el 78% de los braquiópodos, el 76% de los briosos, el 71% de los cefalópodos, 21 familias de reptiles y 6 de anfibios, además de un gran números de insectos, árboles y microbios. Los conocidos trilobites desaparecieron para siempre con esta extinción en masa. Además de los arqueosaurios, afectó a la mayoría de los terápidos y los últimos grandes anfibios. Tras la catástrofe sólo sobreviviría un 10% de las especies presentes a finales del pérmico. Pero la creación de nichos ecológicos vacíos, que se desencadenó con la extinción, condujo a la dominancia de los dinosaurios en los siguientes períodos: triásico y jurásico. Las causas son variables. Algunas hipótesis son: un vulcanismo extremo, un impacto de un asteroide de gran tamaño, la explosión de una supernova cercana o la liberación de grandes cantidades de gases de invernadero… Los científicos creen que lo más seguro es que no fuese una única causa, ya que para ser la causa de la extinción más devastadora que la Tierra haya conocido jamás, esta tuvo que ser producida por varias fuentes.
Y aquí nos detendremos a hablar algo de los protagonistas principales de la extinción. Para ello nos basaremos en un interesante artículo titulado “Los arqueosaurios”, escrito por Francisco Blanco y María Alexia Mayo, en esunmomento.es. En la Era Mesozoica (ver artículo: “Eras geológicas de la Tierra”) tuvo origen el importante grupo de los Arqueosaurios. En él quedan incluidos, entre otros, los dinosaurios grandes y pequeños. Como vestigio de esta familia en otros tiempos predominante, persisten los cocodrilos. Pero se olvida que los Arqueosaurios fueron los precursores de las aves. El origen y ascensión de los Arqueosaurios se halla relacionado con los evolutivos perfeccionamientos de su modo de locomoción. Los primitivos tetrápodos, subieron a tierra con sus cuatro patas muy abiertas hacia los lados; el mismo tipo de postura propio de los reptiles ancestrales, conservado hasta el presente en las tortugas, que con esta disposición se encerraron en sus conchas o caparazones. Este método locomotor era ineficaz, lento y desmañado para la marcha en tierra. Los lagartos muestran una pequeña mejora, poco importante; las serpientes, en cambio, han abandonado esta disposición locomotora. El reptil terrestre de antaño tuvo que desarrollar un nuevo método de locomoción. Los reptiles que dieron origen a los mamíferos continuaron siendo cuadrúpedos, siguieron marchando sobre sus cuatro patas, aunque perfeccionando la posición de las patas anteriores y posteriores.
Pero era posible otro modo de evolución locomotora, que fue el adoptado por los Arqueosaurios. En miembros antiguos de este grupo se abandonó toda posible mejora de las patas anteriores; que se atrofiaron o fueron destinadas a fines distintos de la locomoción terrestre, fijada fundamentalmente la atención en las patas posteriores. Las rodillas giraron hacia delante y se aproximaron bajo el cuerpo. Con esta nueva posición era factible una zancada más larga y, además, los huesos de las patas podían soportar directamente el peso del cuerpo, relevando a la musculatura de gran parte de su esfuerzo. El extremo anterior del cuerpo se alzó hacia una pose bípeda, las patas delanteras se liberaron de la toma de contacto con el suelo; el cuerpo era sostenido por las patas posteriores mientras una cola larga y delgada obraba como contrapeso. Con esta disposición, el animal se convirtió en un buen corredor, capaz de atacar y defenderse. Los más antiguos Arqueosaurios, pertenecientes al orden básico Tecodontos (reptiles pequeños y ágiles con los dientes implantados en alvéolos), aparecieron en el periodo Triásico, en los albores de la mesozoica, llamada Era de los Reptiles. Un representante de esta temprana etapa es el Euparkeria, de alrededor de un metro de longitud, incluida la cola, de aspecto semejante al del lagarto si exceptuamos que sus patas anteriores y posteriores estaban más cercanas al cuerpo y cuyo esqueleto se ha encontrado en depósitos sudafricanos de aquella época.
Se conoce una gran variedad de Tecodontos del Triásico. Muchos tendieron a continuar en gran medida como cuadrúpedos. Frecuentemente desarrollaron una armadura de placas, posiblemente como protección frente a otros congéneres mayores y más voraces. Algunos, los Fitosaurios (el Rutiodon, el Metriorhynchus) retornaron a una vida anfibia en el agua. Otros, sin embargo, mantuvieron y fomentaron el desarrollo de hábitos bípedos. Algunos de los Tecodontos más avanzados muestran transiciones a una condición de dinosaurios típicos. El menos vistoso o espectacular, por decirlo así, de los grupos de Arqueosaurios es el orden Cocodrilianos. Los individuos de este orden no han conseguido transformarse en seres bípedos. En realidad retrocedieron a la postura cuadrúpeda y regresaron al líquido elemento, siendo esporádicas sus incursiones fuera del agua. Ya en el Triásico se han descubierto formas de transición entre los Tecodontos y los cocodrilos típicos. Y hacia comienzos del Jurásico aparecen reptiles que no se distancian mucho de las condiciones actuales de caimanes y cocodrilos. El único rasgo por el que los miembros de este grupo difieren de los reptiles corrientes, es una curiosa estructura nasal que les permite respirar fácilmente aunque permanezcan en el agua con la boca abierta para la captura de presas. Desde el periodo Jurásico, los miembros de esta línea principal de cocodrilianos han sufrido pocos cambios estructurales, a excepción de algunos perfeccionamientos del aparato respiratorio y modificaciones de la columna vertebral.
En los mares del Jurásico superior aparecían algunos cocodrilos puramente marinos, equiparables, en cierta medida, a los Ictiosauros (Ictiosaurios), ya que transformaron sus patas en paletas timoneras y desarrollaron una cola pisciforme reducida pero hábil. No obstante, estas formas desaparecieron pronto y la historia evolutiva del grupo es de una continuada monotonía. Grupo que, sin embargo, ha sobrevivido y continúa vigente en la actualidad. Otros Arqueosaurios evolucionaron hacia dinastías avanzadas de dinosaurios, contemplados hoy con respeto, admiración y sobrecogimiento por sus tamaños y aspecto. Pero desaparecieron de la faz de la Tierra hace millones de años. Mientras que los cocodrilos y las tortugas siguen existiendo. Otro grupo muy divergente de descendientes de los Tecodontos, que progresaron hacia un modo de vida netamente bípedo, en el que las patas anteriores persistieron a pesar de su falta de uso en la locomoción, son las aves primigenias. En este grupo, las estructuras locomotoras anteriores estaban aún presentes y disponibles para una nueva utilidad, tal como el vuelo. Dos veces, entre los descendientes de los Tecodontos, sucedió la transformación de los brazos en estructuras de tipo ala. Una decisiva modificación en este sentido condujo a la aparición de las aves; una segunda y temprana tendencia del mismo estilo pero que acaeció distinta e independiente de la línea de las aves originó los reptiles voladores, el orden Pterosaurios, reptiles alados, manifestado en el Jurásico inferior, perviviendo hasta casi el final de la Era de los Reptiles.
La más conocida de unas formas jurásicas relativamente primitivas es la Rhamphorhynchus. Era un animal volador de, como máximo, un metro de longitud y quizá lo mismo de envergadura, de cuerpo compacto, débiles patas posteriores, larga cola, rígida, con una estructura rómbica de piel actuando como timón y brazos sumamente desarrollados, en los que tres de los dedos eran cortos y provistos de garras pero el cuarto era enormemente alargado y soportaba un ala que, como la de los murciélagos y en contraste con la de las aves, era una ancha membrana tegumentaria. Su nombre significa “pico de rapaz”, bastante adecuado, ya que las mandíbulas, aunque largas y delgadas, estaban armadas de poderosos y filosos dientes. Probablemente, el Rhamphorhynchus, habitante del Jurásico superior, se alimentaba de pequeños peces, zambulléndose en sus sobrevuelos a tal fin. Por otro lado, los Pterosaurios abundaron, en varios tipos, durante gran parte de la Era de los Reptiles. También en el Jurásico superior predominaron formas pequeñas como el Pterodactylus, algunos de cuyos ejemplares eran del tamaño de un gorrión y otros, más grandes, del de un gavilán. Su cola era sencillamente un muñón, un embrión de cola, mientras que sus alas eran largas y sus dientes estaban reducidos, probablemente con un desarrollo incipiente de un pico córneo como el de las aves. De todos modos, ni el Rhamphorhynchus ni el Pterosaurio son antepasados de las aves.
En el periodo Cretácico superior se desarrollaron tipos gigantes de reptiles alados como el Pteranodon, con una supuesta envergadura de ocho metros. El Pteranodon era un Pterosaurio gigantesco, con alas constituidas por un repliegue de piel, como todas las de los Pterosaurios; su boca era vigorosa pero desdentada y por la parte posterior del cráneo tenía una cresta ósea. El Pteranodon era rival de los saurios acuáticos como el Tylosauro (o Tylosaurus). Como muchos otros grupos de reptiles, los Pterosaurios no sobrepasaron el final del Cretácico, tal vez por su incapacidad para competir con las aves propiamente dichas, desarrolladas igualmente a partir del primitivo tronco Arqueosaurio. Si consideramos la estructura de los Pterosaurios se deduce en qué fallaba. El ala era una estructura embarazosa, pues era una simple “vela” sin soportes, a excepción del anclaje al quinto dedo por delante y a los lados del cuerpo por detrás, en contraste, por ejemplo, con la citada ala de los murciélagos en la que toman parte los cinco dedos. Esta “vela” tenía pocas posibilidades de ajuste y maniobra. Seguramente los Pterosaurios quedaban mayoritariamente limitados a realizar planeos más que vuelos en sí, con las alas en posición fija. Y no menos molesta debía ser la estructura de las patas posteriores. Cabe pensar que el antecesor Pterosaurio fue bípedo, capaz de correr apoyado en las patas posteriores.
La historia evolutiva de los Arqueosaurios viene determinada en buena parte por la ascensión y la caída, hasta la extinción, de los dinosaurios. La creencia popular acerca de los dinosaurios es la de un único gran grupo de reptiles gigantes. Concepto simplista, más entroncado en la idealización cinematográfica que en la realidad científica, pues dinosaurios los hubo grandes y pequeños. Dos son los grupos de dinosaurios, relacionados entre sí como lo estaban con sus parientes Pterosaurios y Cocodrilianos, pero completamente diferentes. Ambos grupos se clasifican como órdenes denominados Saurisquios (o Sauripelvianos) y Ornitisquios (o Avipelvianos). Los Saurisquios tienen la pelvis de reptil típica y descienden de los Tecodontos; los Ornitisquios tienen la pelvis de ave y también descienden de los Tecodontos. Los caracteres diagnósticos clave, a los que se refieren cada uno de los nombres, se observan en los huesos de la pelvis. Los dos grupos de dinosaurios descienden de primitivos antecesores Tecodontos transformados en bípedos. Al modificarse la postura de las patas posteriores, la estructura del cinturón pélvico, al que se hallan articuladas las patas y del que parten muchos de los músculos que las mueven, también se transformó. El grupo de los Saurisquios presenta una estructura pélvica trirradiada, con el hueso ilion situado por encima de la articulación de la cadera, el hueso pubis dirigido hacia abajo y hacia delante, y el hueso isquion hacia abajo y hacia atrás. Para entendernos, digamos que son los Dinosaurios “reptiliformes”. El hueso coxal, del latín cadera, es un hueso de la pelvis ósea, par, plano, esponjoso, en forma cuadrilátera helicoidal, compuesto por tres huesos embrionarios: ilion, pubis e isquion.
El grupo de los Ornitisquios presenta una pelvis similar a la de las aves, con una disposición tetrarradiada en la que el hueso inferior delantero, el pubis, tiene dos prolongaciones en los miembros primitivos del grupo: una rama principal dirigida hacia atrás paralelamente al isquion y una barra situada por delante que actuaba como necesario soporte para el abdomen del animal cuando se hallaba en posición erecta. Digamos que son los Dinosaurios “aviformes” (recordando que sólo se parecen a sus próximos parientes, las aves, en la estructura pelviana). De los dos grupos, los Saurisquios fueron los primeros en sobresalir; incluso en época tardía del Triásico, en un tiempo en el que sus primitivos parientes, los Tecodontos, aún florecían, se encuentran numerosos restos de estas formas. Ya entonces se aprecian varias líneas divergentes dentro del orden Saurisquios. Las primitivas formas eran bípedas o tendían hacia el bipedismo y los linajes ancestrales, con poderosos y afilados dientes, eran de hábitos evidentemente depredadores. En periodos posteriores de la Era de los Reptiles pudieron distinguirse dos tipos de depredadores; una de estas líneas tendía a mantener un tamaño relativamente pequeño que en el Jurásico produjo formas activas y ligeras, algunas de ellas de dimensiones equivalentes a las gallinas, predadores de lagartos y animales por el estilo.
En el Cretácico tardío algunos de los miembros de esta rama eran del tipo Ornithomimus. Al Ornithomimus se le conoce como el “dinosaurio avestruz”, por su semejanza con esta ave: cabeza pequeña sin dientes y con pico de ave, el cuello largo y delgado, las poderosas patas posteriores capaces de alcanzar una velocidad notable y con los brazos largos. Y, de los tres dedos conservados por el animal, el pulgar podía oponerse a los otros dos posibilitando la capacidad prensil. Un segundo grupo de Saurisquios, los Terópodos, fueron bípedos que tendieron a adquirir un gran tamaño, con cráneos macizos y bien desarrollados, al estilo “dientes de sable”. Eran los más carnívoros entre los dinosaurios. Hasta el final del periodo Jurásico, estos carnívoros alcanzaron un considerable tamaño. La mejor conocida de las formas jurasicas es el Allosaurus (o Antrodemus), que poseía un cráneo de un metro de longitud y medía cerca de nueve metros de la cabeza a la cola. Las patas posteriores eran vigorosas, apropiadas para el tamaño, pero no por ello restaban velocidad o agilidad. El Allosaurus era un reptil rápido y ágil, adaptado a la persecución de la presa. Marcadamente bípedos, sus patas anteriores estaban acortadas. En su mano quedaban solamente tres dedos en función de garras, útiles para atrapar y despedazar a la presa.
Una continuación de esta línea evolutiva llevó a fines del Cretácico al desarrollo de carnívoros gigantes, como el Tyrannosaurus (el “reptil tirano”), que es el mayor carnívoro que ha poblado la Tierra. Su talla era aproximadamente de 27 metros, en su posición semierecta, con un cráneo de un metro y medio y agudas hojas dentarias cortantes, algunas de ellas rondando los 30 cm. Los rudimentarios brazos, en los que únicamente quedaban dos dedos diminutos, contrastaban con las macizas patas posteriores. Una tercera línea de Saurisquios evolucionó a lo largo de una vía muy diferente a las precedentes, que condujo hasta los grandes dinosaurios anfibios, los Saurópodos, herbívoros gigantes del periodo Jurásico-Cretácico, generalmente cuadrúpedos y anfibios. Los antecesores de este grupo aparecieron de mediados a finales del Triásico, a la par que miembros primitivos de las líneas de los Saurisquios carnívoros citados. La constitución de los Saurópodos era mucho más pesada que la de los carnívoros ancestrales y las patas anteriores mostraban una reducción relativamente pequeña. Probablemente estos prosaurópodos eran parcialmente bípedos y retrocedían hacia una forma puramente tetrápoda. La cabeza era pequeña y los dientes a modo de estacas pequeñas y romas. Aparentemente eran vegetarianos y lentos en sus movimientos.
De estas formas se originaron los Dinosaurios anfibios gigantes. Aunque algunos individuos persistieron durante el periodo Cretácico, los restos hallados son abundantes en los depósitos jurásicos. El mejor conocido, o más popularizado, es seguramente el Diplodocus, cuyos esqueletos o reproducciones se han difundido en los museos. El Diplodocus ostenta el récord de longitud entre los reptiles. Un ejemplar con cola excepcionalmente bien conservada medía en total 29 metros y su peso estimado era de 25 toneladas. La cabeza, en proporción, era pequeña y la dentadura débil; el cuello era largo y el tronco en forma de amplio tonel para el almacenamiento temporal de los materiales alimenticios, posiblemente procedentes de vegetación acuática blanda. Las extremidades eran macizas, capaces de soportar su enorme peso. Se supone que estos animales eran fundamentalmente acuáticos y habitantes de pantanos y charcas, ya que debido a la relación peso tamaño es difícil imaginarlos moviéndose con presteza. Y, además, los orificios nasales se sitúan en una posición muy elevada del cráneo, con lo que podía respirar aun sumergido.
Otro miembro destacado de esta familia de grandes reptiles es el Brontosaurus (el “lagarto trueno”). No era tan alargado como el Diplodocus pero sí de constitución más maciza, con un peso estimado de 37 toneladas. Y un tercer miembro todavía más pesado fue el Brachiosaurus. Posee el récord de peso con 50 toneladas, siendo su longitud de aproximadamente 20 metros. Se ha dicho que en la mayor parte de los Saurópodos las patas anteriores (o manos) eran mucho más cortas que las posteriores, reminiscencia de aquellos antecesores con tendencia al bipedismo y a una reducción de los brazos; el Brachiosaurus es una excepción. Sus patas anteriores eran largas y el prolongado cuello se eleva muy por encima de la región escapular. Cabe deducir que frecuentaba aguas más profundas que sus parientes. Los Saurisquios produjeron tipos espectaculares de reptiles antiguos. Sus afines, los Ornitisquios, nunca rivalizaron en tamaño con los gigantescos Saurisquios, pero desarrollaron individuos digamos sorprendentes en muchos aspectos.
Los Saurisquios comenzaron como carnívoros y, a excepción de los Saurópodos, continuaron así. Los Ornistiquios fueron vegetarianos desde el comienzo y nunca se dieron en ellos formas carnívoras. En relación con el hábito alimentario, casi todos los miembros de este orden perdieron los dientes de la parte anterior de la boca desarrollando un pico córneo. Los dientes molares y premolares adquirieron una característico dibujo foliado. Como en los Saurisquios, los miembros primitivos de los Ornistiquios eran más o menos bípedos, pero en ellos la tendencia al bipedismo fue menos acentuada. Tres de los cuatro grandes subgrupos de los Ornistiquios (Estegosaurios, Anquilosaurios y Ceratópsidos) retornaron a la locomoción cuadrúpeda. El cuarto, Ornitópodos, mantuvo la posición erguida. El desarrollo de los Ornitisquios ha sido más lento que el de los Saurisquios y apenas se han encontrado restos en las rocas del periodo Jurásico-Cretácico. Por ejemplo, el Hypsilophodon, cuyos restos se almacenan en las capas del Cretácico inferior, fue un bípedo delgado de un metro de longitud erecto.
Algunos de los individuos del grupo siguieron la tendencia general de los dinosaurios hacia el aumento de tamaño. Como en el caso del Iguanodon, contemporáneo del pequeño Hypsilophodon, herbívoro bípedo de constitución bastante maciza, alcanzando los tres metros y medio de altura. La postura erecta, bípeda, del Iguanodon le habilitaba para escapar de los dinosaurios predadores gigantes, aunque estaba preparado para defenderse. En cada mano, el dedo pulgar, terminaba en un hueso puntiagudo de forma cónica, posiblemente protegido por una cubierta córnea igualmente puntiaguda. Los dinosaurios bípedos del grupo de los Ornitisquios llegaron a las últimas fases del Cretácico. Restos fósiles de los Hadrosaurios o dinosaurios con pico de pato, por el aspecto de su hocico, generalmente acompañado de ornamentos en forma de cresta, son los más abundantes entre los Ornitisquios. Los Hadrosaurios típicos eran formas de buen tamaño, alcanzando los cinco metros de altura en posición erecta. Probablemente podían correr sobre sus patas posteriores, aunque su constitución era pesada con lo que la velocidad sería reducida. Las patas anteriores (los brazos) eran largas y desarrolladas, hábiles para ser apoyadas en el suelo y caminar a cuatro patas, supuesto a partir de que los dedos anteriores y los posteriores terminaban en pequeñas pezuñas.
Además de utilizar la locomoción terrestre, los Hadrosaurios eran nadadores; deducido al descubrir en los esqueletos bien conservadas impresiones de la piel y la percepción de que los dedos habían estado unidos por una membrana. Lo más seguro es que los Hadrosaurios fueran anfibios, encontrando en el agua un hábitat a resguardo de los carnívoros en continua persecución de presas, alimentándose fundamentalmente de la vegetación acuática. El apelativo de pico de pato se debe a que la parte anterior de las mandíbulas, desprovistas de dientes, era muy ancha y estaba recubierta por una especie de pico semejante al de los ánades. Los dientes de los Ornitisquios eran simples estructuras en forma de hoja (foliadas), con dentadura apropiada para masticar vegetales blandos. A fines del periodo Cretácico, aparecieron nuevos tipos de plantas más rugosas y gruesas, difíciles de cortar y masticar por tales dentaduras. Los dinosaurios nunca desarrollaron una estructura dentaria eficaz para triturar los nuevos alimentos, a diferencia de otros mamíferos que adaptaron sus molares para la tarea. Sin embargo, los Hadrosaurios solucionaron el problema continuando con su estructura sencilla de dientes, pero aumentando mucho el número. En cada rama de las mandíbulas superior e inferior aparece en lugar de una sólo fila de dientes varias hileras paralelas y, además, debajo de cada una, otras filas de dientes de reemplazo. La batería de dientes de cada mandíbula se cimienta en una sólida estructura actuando como un dispositivo de trituración. Es posible que la suma de dientes en las cuatro grandes placas dentarias presentes en el hocico de un Hadrosaurio sumara más de mil unidades.
Una curiosa modalidad evolutiva de los Hadrosaurios los muestra dotados de una cresta. En formas estructuralmente primitivas se localizaba una abertura nasal a modo de hendidura sobre el pico. En una forma, que empieza a mostrar una tendencia hacia la formación de una cresta, los huesos que normalmente rodeaban esta abertura se extendían algo por encima dando la impresión de una nariz. Posteriormente en la secuencia estructural, aparece una cresta sobre el ápice de la cabeza, de contorno redondeado vista lateralmente, bastante fina; son los dos mismos huesos que rodean la abertura nasal extendidos hacia atrás y arriba. En una fase evolutiva más avanzada, se halla presente la cresta dorsal con una robusta punta ósea extendida; en un caso extremo de desarrollo de la cresta, ésta desaparece, y en su lugar aparece una prolongación larga y curvada que se extiende sobre el cuello.: son de nuevo los dos huesos que debían rodear la nariz los que modelan esta especie de cuerno. La función de estas crestas es dudosa, tal vez más relacionada con el sentido del olfato que con la capacidad respiratoria.
Más intensamente que los Saurisquios, algunos miembros de los Ornitisquios tendieron a abandonar la carrera bípeda retornando a la de cuatro patas. No en vano eran herbívoros y no precisaban de velocidad para conseguir el sustento. El problema de la amenaza de los carnívoros parece solucionarse con el desarrollo de una armadura o de algunos dispositivos protectores. Tres grupos diferentes de Ornitisquios aparecen en el registro fósil Mesozoico. Cada uno de ellos adoptó un método defensivo diferente y eficaz. El primero de los grupos de Ornitisquios cuadrúpedos fue el del Stegosaurus (o Estogosaurio) y sus parientes, de fines del Jurásico y comienzos del Cretácico; herbívoros cuadrúpedos con grandes placas óseas sobre la línea dorsal. El Stegosaurus tenía cuatro patas, pero su constitución evidenciaba su ascendencia bípeda. Sus patas anteriores se habían acortado mucho durante el estado bípedo por lo que la cabeza y la región escapular se hallaban muy próximas al suelo. Por detrás, el dorso se levantaba sobre las largas patas posteriores. Era un animal lento e inofensivo, cuya única defensa era proporcionada por las placas óseas. Algunos Ornitisquios primitivos disponían de una doble fila de placas óseas aplanadas a lo largo de la columna vertebral. Los Estegosaurios las modificaron en una doble fila de afiladas placas que se proyectaban hacia arriba desde el dorso. Las placas se extendían sobre la cola, flexible al parecer, en la que, sin embargo, tomaban la forma de espinas. Pero los flancos del animal estaban desprotegidos de armadura, aunque a buen seguro la piel era robusta. Restos de Stegosaurus y sus parientes próximos se han descubierto en América, Europa y África.
Una mejor protección en cuanto al tipo de armadura fue el desarrollado por un grupo posterior al descrito: el Ankylosaurus y sus parientes del Cretácico superior, herbívoros cuadrúpedos cubiertos de placas óseas. Tenían el cuerpo bajo, las patas cortas y la armadura consistía en hileras de placas óseas unidas que se extendían por toda la amplitud del ancho dorso; no obstante las adaptaciones defensivas no eran tan sólidas ni completas. Su cráneo estaba reforzado por encima con una capa adicional de placas óseas y a cada lado del caparazón se proyectaban hacia fuera, sobre las patas, unas espinas óseas para disuadir al enemigo; y la cola ya estaba pesadamente armada de hueso y provista, a veces, de púas (similar a la de los Gliptodontes, mamíferos extinguidos relacionados con los armadillos). Un tercer y último grupo de Ornitisquios tetrápodos fueron el de los dinosaurios cornudos, los Ceratópsidos herbívoros cuadrúpedos del Cretácico Albiense-Senoniense, con cuernos en la cabeza y collar óseo. Su cuerpo, probablemente de piel delgada, se hallaba cubierto de hueso. Pero la región del cuello estaba protegida por un gran volante óseo, que desde el cráneo se extendía hacia atrás. Además, desarrollaron cuernos análogos a los de los toros actuales, con un desarrollo variable.
En algunas de las formas conocidas, como Triceratops se localizan tres cuernos: un par proyectado desde la parte anterior de la cabeza, por encima de los ojos, y un tercero partiendo de la región nasal; en algunas formas, sin embargo, el cuerno nasal no existía y en otras era la única o la principal arma. Debido a su vulnerabilidad por la espalda, los Ceratópsidos intentaban siempre dar la cara al enemigo. La completa desaparición de estos grandes reptiles al final del periodo Cretácico, gracias a lo cual quedó abierta la conquista de la Tierra por los mamíferos, es uno de los mayores enigmas de la historia de la evolución de los vertebrados. Nos volvemos a preguntar, ¿qué causo o propició la extinción de los dinosaurios, y de otros grandes reptiles también, en un espacio de tiempo geológicamente corto? A finales del Cretácico, como ya se ha dicho repetidamente, algunos tipos de dinosaurios estaban claramente en decadencia; pero en ese mismo final de la Era de los Reptiles, en los últimos tiempos del Cretácico, siguen estando presentes, y en abundancia, los Hadrosaurios, dinosaurios cornudos y carnívoros gigantes. Sobre este nivel, las pizarras y las areniscas continuaron depositándose con pocas indicaciones, o ninguna, de discontinuidad en el tiempo o en la deposición. Pero situados por encima de cierto nivel, se muestra un mundo diferente: el de los mamíferos, sin una sola raza de dinosaurios. ¿A qué puede ser debido?
Otra de las grandes extinciones se produjo durante el periodo Cretácico. Duró 65 millones de años (desde hace 135 a hace 70 millones de años). Se formaron enormes marismas en las áreas continentales y fue una época de intensa actividad orogénica, con formación de montañas como las Rocallosas, en América del Norte, y partes de los Andes. El clima suave permitió el crecimiento de abundante vegetación, que llegó a cubrir de verde hasta Groenlandia (que quiere decir “país verde”). En Australia y el sur de América, en cambio, los territorios estaban cubiertos de glaciares. La vida terrestre estaba llena de grandes reptiles, dinosaurios y pterosaurios. Los dinosaurios prosperaron y evolucionaron hacia formas más específicas. Así pues, los cuatro tipos de dinosaurios que se encuentran en el periodo anterior aún subsisten y además surge el quinto grupo, los dinosaurios astados (con cuernos). El pterosaurio más grande que ha existido vivió en esta época. En Texas se descubrió un fósil de este animal con una envergadura de alas de más de 1,5 metros. Otros reptiles de este periodo eran las serpientes y los lagartos. Las aves evolucionan en dos ramas bien diferentes: las acuáticas, dotadas de patas fuertes para nadar y los pajarillos, aptos para volar por los aires. Se han descubierto también varios tipos de aves cretácicas, como el Hesperornis, un ave buceadora de 1,8 m de largo que tenía vestigios de alas, pero era incapaz de volar. Los mamíferos de este periodo incluyen a los primeros marsupiales, con un gran parecido a la actual zarigüeya, y a los primeros animales placentarios, pertenecientes a un grupo de insectívoros. Aparecen también los cangrejos y varias clases de peces modernos.
Siguió la evolución de plantas con flores, en paralelo con los insectos que las polinizaban. La vida marina siguió dominada por reptiles y tortugas. El paso evolutivo más importante en el reino vegetal durante el periodo cretácico es el desarrollo de las angiospermas (plantas con flor), cuyos fósiles aparecen en formaciones rocosas cretácicas. Se desarrollan las plantas caducifolias, entre las que se encuentran la higuera, el magnolio, el sasafrás y el chopo. Al final del periodo aparecen muchas de las especies modernas de árboles y arbustos, que representan más del 90% de las plantas conocidas de este periodo. Entre los fósiles del cretácico medio se encuentran restos de hayas, acebos, laureles, arces, robles, plátanos y nogales. Algunos paleontólogos creen que estos árboles caducifolios (que pierden las hojas cíclicamente), ya existían en el jurásico, pero crecieron sólo en zonas altas, cuyas condiciones no son favorables para la conservación de restos fósiles. Al final del Cretácico los dinosaurios desaparecen de forma brusca, junto a muchas otras formas de vida. Las teorías para explicar esta extinción masiva tienen en la actualidad un gran interés científico.
Tal como ya hemos indicado anteriormente, en 1980 un grupo de investigadores liderados por el físico Luis Álvarez (Premio Nobel) descubrieron, en las muestras tomadas por todo el mundo de las capas intermedias entre los períodos cretáceo y terciario de hace 65 millones de años, una concentración de iridio cientos de veces más alta que lo normal. El final del cretáceo coincide con la extinción de los dinosaurios y de los ammonites. Plantearon así la llamada “Hipótesis Alvarez” ,conforme la cual la extinción de los dinosaurios y de muchas otras formas de vida habría sido causada por el impacto de un gran meteorito contra la superficie de la Tierra hace 65 millones de años. El nombre de la hipótesis se debe a los dos científicos que propusieron la hipótesis en 1980: Luis Alvarez y Walter Alvarez (padre e hijo). Para demostrar esta hipótesis, las investigaciones se centraron en encontrar una capa en la corteza de la Tierra con niveles elevados de iridio. Los niveles del iridio son generalmente más altos en asteroides y otros objetos extraterrestres. La evidencia del iridio fue descubierta anteriormente al descubrimiento del cráter de Chicxulub.
Durante la década que siguió a la publicación del estudio, la hipótesis de la extinción por el choque de un asteroide continuó siendo tema de debate entre geólogos y paleontólogos. Uno de las mayores objeciones a esta hipótesis era que no se conocía un cráter cuyas dimensiones correspondieran al tamaño calculado, que debería tener entre 150 y 200 km de diámetro. Si bien no sería imposible que la Tierra hubiera cambiado desde entonces escondiendo una tal deformación, en 1990 se ubicaron indicios en Haití de un tsunami de grandes proporciones que arrastró residuos de iridio. Buscando estudios geológicos realizados desde los años 1960 en adelante se pudo ubicar un cráter en Chicxulub, en la península de Yucatán, con un diámetro de unos 170 km. Para algunos científicos, un problema de esta teoría es que la lectura de los registros fósiles sugiere que la extinción masiva de hace 65 millones de años duró cerca de diez millones de años, lo que no cuadra bien con que su causa fuera el impacto. Otros autores sostienen que la extinción fue muy rápida para la mayor parte de las especies. Es evidente que gran parte de estas discusiones está condicionada por la escasez de restos fósiles agrupados.
En el terciario se rompió el enlace de tierra entre América del Norte y Europa y, al final del periodo, se fraguó el que une América del Norte y América del Sur. Durante este periodo, se termina de formar la Patagonia y el levantamiento de la cordillera de los Andes. Algunos paleontólogos creen que la extinción fue causada por erupciones volcánicas Una serie de titánicas erupciones volcánicas en la India, y no el impacto de un meteorito en el Golfo de México, pudo haber aniquilado a los dinosaurios hace 65 millones de años. Las erupciones que crearon los gigantescos lechos de lava de la zona de Decán (Deccan Traps), en la India, son ahora las principales sospechosas de la autoría de la extinción masiva más famosa, según los científicos que han efectuado una serie de nuevas investigaciones que mejoran la datación de las erupciones prehistóricas. “Es la primera vez que podemos vincular la fase principal de las Deccan Traps directamente con la extinción masiva”, explica la paleontóloga Gerta Keller de la Universidad de Princeton. La fase principal de las erupciones de Deccan Traps escupió el 80 por ciento de la lava que se extendió por centenares de kilómetros. Se calcula que liberó a la atmósfera diez veces más gases alteradores del clima que la cantidad liberada en el impacto casi simultáneo del meteorito de Chicxulub, según el vulcanólogo Vincent Courtillot del Instituto de Física de París.
El eslabón crucial esgrimido por Keller entre la erupción y la extinción en masa está formado por microscópicos fósiles marinos que evolucionaron inmediatamente después del misterioso evento de extinción en masa. Los mismos foraminíferos planctónicos fosilizados fueron encontrados en Rajahmundry, a unos mil kilómetros del centro de las Deccan Traps, cerca de Mumbai. Trabajos anteriores habían estrechado la datación de la erupción de Deccan Traps hasta un intervalo de unos 800.000 años con respecto al evento de extinción, usando firmas paleomagnéticas del cambiante campo magnético de la Tierra, “congeladas” en los minerales procedentes de la lava, que se cristalizaron al enfriarse. Entonces, la datación radiométrica con isótopos de argón y potasio estrechó la edad hasta un rango de 300.000 años con respecto al límite entre el Cretáceo y el Terciario, que data de hace 65 millones de años. Keller y sus colegas planean explorar el inicio de la fase principal del vulcanismo de Deccan Traps valiéndose de las rocas que se hallan directamente bajo las lavas de la fase principal en Rajahmundry, lo cual requerirá emprender perforaciones en la zona.
Los datos paleontológicos son cada día más abundantes y concluyentes y nos revelan que se produjeron grandes extinciones seguidas de “radiaciones evolutivas” de nuevas formas de vida. Las extinciones en masa más drásticas, tienen su comienzo y final en los períodos Precámbrico, Cámbrico, Ordovícico, Devónico, Pérmico, Triásico y Cretácico. La que marca el final del Ordovícico acabó con gran cantidad de formas de braquiópodos y trilobites, pero aparecieron una gran variedad de peces y de plantas de ribera. El Devónico terminó con una gran extinción que afectó a todas las especies animales, que eran sólo marinas, especialmente a ammonites, trilobites, gasterópodos y peces. Pero, seguidamente, a principios del Carbonífero la tierra estaba poblada por una enorme variedad de invertebrados: arañas, escorpiones, caracoles y gusanos, y también los primeros anfibios y reptiles. Las plantas gimnospermas se diversificaron y se hicieron de un mayor tamaño. El Pérmico, y con él la era Paleozóica, terminó con una gran extinción que eliminó a más del 95% de las especies animales. Pero el Triásico comenzó con una espectacular “radiación” de los reptiles y la aparición de nuevas formas de vida marina, como los corales exacoralarios y las ostras, pero especialmente espectacular fue la aparición de las tortugas, con las que aparece un orden nuevo de reptiles, los Quelonios.
El final del Triásico contempló dos grandes extinciones, separadas por unos 26 millones de años. La primera, aniquiló a la mayor parte de los reptiles terrestres y, sus pocos supervivientes, fueron el origen de la explosión de los dinosaurios. La segunda, que señala el inicio del Jurásico, afectó especialmente a la fauna marina, pero dio paso a los pequeños mamíferos. El Cretácico comenzó con una nueva extinción que afectó a algunas familias de dinosaurios, invertebrados marinos y plantas gimnospermas. Y también vio aparecer repentinamente a las angiospermas, finalizando con la ya famosa extinción masiva que, en términos absolutos, fue menor que muchas otras anteriores y que acabó con los dinosaurios y, con ellos, con el periodo Mesozoico. En un período no mayor de cinco millones de años aparecieron los diversos géneros y familias de los mamíferos actuales. En cuanto a las causas de las extinciones se barajan distintas posibilidades y se llegó a la conclusión de que hay unos ciclos de extinciones. Al estudiar las extinciones en la Tierra, los científicos se dieron cuenta de que estas se repiten cada cierto tiempo. Observaron que aproximadamente cada 26 millones de años en nuestro planeta desaparece un buen porcentaje de especies, aunque todavía no se conocen bien las causas.
Esta conclusión fue posible gracias a Sepkoski y Raup, que en 1986 realizaron un gran estudio sobre 567 familias de organismos marinos, que permitió concluir que, en los últimos 250 millones de años, se han producido extinciones de distintas magnitudes, aproximadamente cada 26 millones de años. Sin embargo se barajan distintas hipótesis o posibilidades, tal como vimos anteriormente. Una de ellas es la de las caídas periódicas de meteoritos de tamaño variable, como indica la datación de cráteres de impacto como el de Maniconagan, en Canadá, de un diámetro de cerca de 70 km. y correspondiente a un asteroide de cómo mínimo 10 km de diámetro, caído hace unos 210 millones de años, a finales del Triásico. Los científicos piensan que estas caídas son los indicios mas visibles de un fenómeno periódico: lluvias de meteoritos de diferentes tamaños producidas por la desestabilización gravitacional de los asteroides situados en la llamada Nube de Oort, en la periferia del sistema solar y a la que antes nos hemos referido. La causa de estas caídas son, para Rampino y Stoterd, el resultado del movimiento oscilatorio del sistema solar alrededor de la galaxia que, con una periodicidad de, aproximadamente, 67 millones de años, atraviesa el plano galáctico aproximadamente cada 33 millones de años. Del mismo modo, cuando cruza el plano galáctico, la intensidad de esta fuerza llega a sus valores máximos produciendo un incremento de la perturbación de la Nube de Oort y, por tanto, el envío de cometas hacia el Sistema Solar interior.
Otra idea que intenta explicar esta periodicidad de las lluvias de meteoritos es, para Raup y Sepkoski, una supuesta estrella enana asociada con el Sol en una órbita excéntrica que atravesaría la Nube de Oort. Sin embargo, hay algunos astrónomos que creen que el paso del Sol por el plano galáctico no puede explicar por sí solo el aumento del envío de cometas. Estos defienden su hipótesis (hipótesis de Némesis, antes comentada) argumentado que actualmente el Sol está situado muy cerca del plano galáctico y sin embargo la ultima extinción parece que sucedió hace apenas 15 millones de años. En lugar de ello proponen, como causa, el paso del Sol por los brazos espirales de la galaxia, los cuales, aparte de contener una gran cantidad de nubes moleculares que perturban la Nube de Oort, también están formados por numerosas gigantes azules, cuyo tiempo de vida es muy corto al consumir más rápidamente su combustible nuclear. Pero las causas todavía están en discusión, aunque las extinciones periódicas y las dataciones de las huellas de los asteroides ya no son discutibles. Lo que sí está claro y comprobado es que los casos de grandes caídas han tenido consecuencias catastróficas para los ecosistemas terrestres y marinos. Actualmente se aluden a otras causas como un exceso de vulcanismo explosivo. En el Periodo Pérmico, hace 290 millones de años, hubo un tiburón de río, o más bien de lago, llamado Triodus, que comió un anfibio temnospóndilo que a su vez había engullido a un pez Acanthodes. Encima se tragó otro anfibio después. Quedó enterrado hasta que 290 millones de años después fue encontrado en las aguas de un lago de agua dulce, en la Cuenca Saar-Nahe del Suroeste de Alemania. Aquel lago se había separado del mar millones de años atrás. Actualmente los tiburones viven solo en agua salada.
El Pérmico-Triásico marca el tránsito entre la era Paleozoica y la Mesozoica. Esta última se caracteriza por la aparición de nuevos grupos de animales y vegetales. En el Pérmico se produce una etapa de los macro continentes en una única masa de tierra llamada Pangea. Durante el Pérmico la glaciación gondwánica (del continente de Gondwana) pierde fuerza y el clima se convierte en cálido y árido, por lo que, junto con el descenso del nivel del mar, gigantescas erupciones volcánicas en Asia y posibles influjos extraterrestres por impactos de meteoritos, generan la gran extinción de hace 250 millones de años. En ella desaparecieron casi el 95% de todos los organismos, especialmente plantas terrestres y animales marinos, como los trilobites. Durante el Triásico, Pangea comienza a fragmentarse, formándose cuencas que se rellenan con agua. El clima es cálido y cada vez más húmedo. Los bivalvos y los peces experimentan una nueva expansión durante el Triásico, pero los corales tardaron más tiempo en resurgir. Los primeros dinosaurios y mamíferos pisan la Tierra. El periodo comenzó hace 270 millones de años y finalizo hace 245 millones de años. Durante este período las zonas de tierra se unieron en un único continente llamado Pangea, y en la región que correspondía con América del Norte se formaron los Apalaches. También se completo la formación de grandes cadenas montañosas en Asia, Europa y América. Emergió la parte central de la cordillera andina. El clima era árido y cálido en el hemisferio sur, y glacial en el hemisferio norte. Se fueron marcando diferencias estacionales. Comienza la aparición de las especies vegetales de hojas caducas, adaptadas especialmente para resistir los fríos y las sequías. En el hemisferio norte aparecieron plantas semejantes a las palmeras y coníferas auténticas que sustituyeron a los bosques de carbón.
Durante este periodo aumentaron las formas de vida terrestre, especialmente los reptiles. Los reptiles de este periodo fueron, a grandes rasgos, de dos tipos: reptiles semejantes a los lagartos, completamente terrestres, y reptiles semiacuáticos lentos. De entre todos los reptiles, fueron un pequeño grupo, los Theriodontia, los que dieron lugar a los mamíferos. Los cambios en el medio, resultado de la redistribución de tierra y agua, provocaron la mayor extinción de todos los tiempos. Los trilobites, muchos peces y corales y gran parte de los organismos marinos desaparecieron, terminando el período de evidente dominio de las criaturas marinas, cuando terminó el paleozoico. Durante el Pérmico, variaciones geográficas y cambios de clima promovieron una emigración de la flora austral hacia las comarcas del este de Europa, de clima más frío y seco durante el carbonífero. Durante el periodo Triásico la mayor parte de los territorios estaban constituidos por desiertos y montañas cubiertas de matorrales. El clima era cálido y seco. Y debido a estas condiciones de aridez se detuvo por un largo período la proliferación de especies. El principio de este periodo quedó marcado por la reaparición de Gondwana, cuando Pangea se dividió en los supercontinentes del Norte (Laurasia) y del Sur (Gondwana). Hacia el final del Triásico vuelven los climas más húmedos, evolucionando los helechos, apareciendo nuevas familias de pteridospermas, y convirtiéndose las coníferas y las cicadias en los mayores grupos florales, junto a los ginkgos, palmeras y otros géneros. La vida vegetal del Triásico incluye una gran variedad de algas marinas. También pequeños equisetales (colas de caballo) y helechos, que ya existían antes, aunque comenzaron a extinguirse los miembros de mayor tamaño.
El reptil mesozoico más destacado, el dinosaurio, apareció por primera vez en este periodo, que comenzó hace 245 millones de años. Los dinosaurios del Triásico no eran tan grandes como lo serían sus descendientes al final de la Era. Eran animales de tamaño reducido, en comparación con lo que serían más tarde, que corrían sobre sus dedos posteriores, balanceando su cuerpo con fuerza. Tenían una cola carnosa y rara vez excedían los 4,5 m de longitud. Otros reptiles del periodo son criaturas acuáticas, como el ictiosaurio y reptiles voladores como el pterosaurio. En los mares reinan precisamente los Ictiosaurios, voraces reptiles carnívoros de movimientos rápidos, que devoraban a los peces. Como una adaptación, para escapar de ellos, evolucionan los peces voladores. Surgen los teleósteos, los primeros ejemplares de los peces con espinas. En este periodo aparecen los primeros mamíferos (animales de sangre caliente), en un mundo dominado por los reptiles y otros animales de sangre fría. Los restos fósiles de este animal están muy fragmentados, pero parece haber sido de pequeño tamaño y de apariencia similar a un reptil.
La extinción masiva del Triásico-Jurásico fue una de las mayores extinciones masivas, que afectó profundamente la vida en la superficie y en los océanos de la Tierra. Desparecieron cerca del 20% de las familias biológicas marinas, los arqueosauros, la mayoría de los terápsidos y los últimos grandes anfibios. La liberación de tan grande número de nichos ecológicos permitió que los dinosaurios asumieran el papel dominante durante el período Jurásico subsiguiente. Se han propuesto diversas explicaciones para este evento, tal como ya hemos indicado, pero en todas ellas quedan cabos sueltos. Ni los cambios climáticos graduales ni los cambios en el nivel del mar ocurridos durante el Triásico explican lo repentino de la extinción del panorama marino. Es posible que haya ocurrido un impacto de asteroide, pero no se ha encontrado evidencias de impactos cuya datación corresponda con el paso entre el Triásico y el Jurásico. Pudiera tratarse de erupciones volcánicas masivas, causando la emisión de dióxido de carbono o sulfuro de carbono en la zona magmática del Atlántico central. Esto habría causado un recalentamiento global intenso (en el caso del dióxido de carbono) o bien un enfriamiento global igualmente intenso (en le caso del sulfuro de carbono). Sin embargo, la composición isotópica de las tierras fósiles del final del Triásico y del principio del Jurásico no muestran evidencias concluyente de cambios en los niveles de esas sustancias. Estas hipótesis son evaluadas en función de las nuevas evidencias que se van encontrando.
Los biólogos tienen pocas dudas de que la Tierra se está enfrentando actualmente a una pérdida creciente de especies, que amenaza rivalizar con las mayores extinciones del pasado geológico. Desde el año 1993, el biólogo de Harvard E. O. Wilson estima que la Tierra está perdiendo alrededor de 30.000 especies por año, lo cual se traduce en la estadística aún más espeluznante de tres especies extinguidas cada hora. Algunos biólogos han comenzado a pensar que esta crisis de la biodiversidad (llamada “Sexta Extinción”, aunque algunos científicos se refieren a la séptima) es aún más severa y más inminente que lo que Wilson supuso. ¿En qué se diferencia esta Sexta Extinción de las extinciones previas? Aparentemente, la Sexta Extinción es un evento causado por los humanos. Existen pocas dudas de que los humanos son la causa directa del estrés de los ecosistemas y de la destrucción de las especies en el mundo moderno, a través de actividades tales como la transformación del paisaje, la sobreexplotación de las especies, la contaminación o la introducción de especies exóticas en entornos extraños. Y dado que Homo Sapiens somos también una especie animal, la Sexta Extinción parece ser el primer evento global de extinción documentado que tiene una causa biótica en vez de una causa física. Sin embargo, también se puede decir que el impacto humano en el planeta es análogo al impacto de la colisión del cometa del Cretáceo. Hace sesenta y cinco millones de años, ese impacto extraterreno, de tremendo poder explosivo, fue seguido inmediatamente por inyecciones a las capas bajas de la atmósfera de tanto material que las temperaturas a nivel global bajaron enormemente.
Debido a esta ocultación del Sol, la fotosíntesis fue inhibida severamente, lo cual causó tremendos efectos negativos en los ecosistemas terrestres. Esto es precisamente lo que los seres humanos han estado haciendo en el planeta. Los humanos están causando tremendos cambios físicos en el planeta. Podemos dividir a la Sexta Extinción en dos fases: la primera fase comenzó cuando los primeros humanos modernos comenzaron a dispersarse en diferentes partes del mundo hacen unos 100.000 años; la segunda fase comenzó hace unos 10.000 años(posiblemente después del llamado Diluvio Universal) cuando los humanos comenzaron la agricultura. La primera fase comenzó poco tiempo después de que Homo sapiens evolucionó en África y cuando los modernos humanos comenzaron a emigrar de África y a dispersarse por todo el mundo. En todas partes, poco tiempo después de la llegada de los humanos modernos, muchas especies nativas se extinguieron. Ellos perturbaron los ecosistemas al cazar excesivamente las especies comestibles, las cuales nunca antes habían tenido experiencia con los humanos. Y quizás ellos también dispersaron organismos causantes de enfermedades. Además, el registro fósil provee evidencias de la destrucción de los ecosistemas por parte de los humanos.
¿Por qué continúa la Sexta Extinción? Durante la segunda fase, la agricultura parece haber sido “descubierta” en lugares diferentes, esparciéndose por todo el mundo. La agricultura representa el cambio ecológico más profundo en un periodo de 3,5 mil millones de años. Con su invención, los humanos no tuvieron que interactuar con otras especies para poder sobrevivir y pudieron manipular a otras especies para su propio uso. Así mismo, los humanos no tuvieron que limitarse a la capacidad de los ecosistemas, pudiendo así sobre poblar la Tierra. De hecho, para poder desarrollar la agricultura es esencial “declarar la guerra” a los ecosistemas, haciendo cambios en la tierra para que produzca uno o más cultivos anuales. A pesar de que los cultivos todavía fallan regularmente y de que la hambruna y las enfermedades aún acosan a la Tierra, no existe duda alguna de que la agricultura por si sola ha tenido un enorme impacto en el volumen de la población humana. Se calcula que, hace 10.000 años, en la Tierra vivían entre 1 y 10 millones de personas. Ahora hay unos 7.000 millones de personas. Y estos números continúan creciendo en forma logarítmica; por lo que se calcula que habrá más de 8.000 millones de personas en el año 2020. Se estima que existe un límite de capacidad en la Tierra, a los que la agricultura pueda sostener. Y este número se calcula oscilaría entre 13.000 y 15.000 millones de personas.
Sin embargo, algunos expertos piensan que este número puede ser mucho más grande. No obstante, esta explosión de la población humana es la causa principal de la Sexta Extinción. Pero estamos en un círculo vicioso. Para poder alimentar un número creciente de humanos, se despejan más tierras y se crean procesos más eficientes de producción. A causa de ello, la población humana continúa creciendo. Por otro lado, el uso de combustibles fósiles está ayudando al crecimiento de la agricultura, lo cual modifica aún más al ambiente. Además, los humanos continuamos pescando masivamente y cortando madera de los árboles para producir materiales de construcción. Así mismo, vemos que los combustibles, la contaminación y la erosión del suelo por la agricultura, han creado zonas muertas. La diáspora humana ha contribuido también a la diseminación de especies exóticas que comúnmente prosperan a costa de las especies nativas. ¿Podrán las medidas protectoras detener la Sexta Extinción? Los ecosistemas del mundo han sido precipitados al caos. Algunos conservacionistas piensan que no hay sistema, ni siquiera los vastos océanos, que permanezca sin haber sido afectado por la actuación humana. Las medidas de conservación y de desarrollo sostenible pueden ofrecer algunas esperanzas de que la Sexta Extinción no se desarrolle hasta el punto de llegar a una extinción global, como sucedió hace unos 245 millones de años, donde el 90% de las especies del mundo desaparecieron. A pesar de que es cierto que la vida siempre se ha recobrado después del pulso de una gran extinción, lo ha hecho solo después de que la causa de la extinción hubiese desaparecido. Esa causa, en el caso de la Sexta Extinción, somos nosotros, los Homo Sapiens. Esto quiere decir que podemos continuar con el camino hacia nuestra propia extinción o podemos modificar nuestro comportamiento hacia los ecosistemas globales de los cuales aún formamos una parte importante. Pero ello debe suceder antes de que se termine la Sexta Extinción, para que la vida pueda rebrotar de nuevo.
“Estamos en puertas de una nueva gran extinción”, dice el científico James Lovelock, el científico inglés que elaboró la teoría de Gaia a lo largo del último cuarto de siglo. La hipótesis de Gaia es un conjunto de modelos científicos de la biosfera en el cual se postula que la vida fomenta y mantiene unas condiciones adecuadas para sí misma, afectando al entorno. Según la hipótesis de Gaia, la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente, donde la vida, su componente característico, se encarga de auto-regular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Gaia se comportaría como un sistema auto-regulador (que tiende al equilibrio). La teoría fue ideada por el químico James Lovelock en 1969 (aunque publicada en 1979) siendo apoyada y extendida por la bióloga Lynn Margulis. Lovelock estaba trabajando en ella cuando se lo comentó al escritor William Golding. Y fue éste quien le sugirió que la denominase “Gaia”, diosa griega de la Tierra. Lovelock fue llamado por la NASA en 1965 para participar en el primer intento de descubrir la posible existencia de vida en Marte. Participó como asesor de un equipo cuyo objetivo principal era la búsqueda de métodos y sistemas que permitieran la detección de vida en Marte y en otros planetas. Uno de los problemas a resolver sería el encontrar los criterios que deberían seguirse para lograr detectar cualquier tipo de vida. A Lovelock le llamaron la atención las radicales diferencias que existían entre la Tierra y los dos planetas más próximos. Y fue la singularidad de las condiciones de la Tierra lo que le llevó a formular su primera hipótesis.
Lovelock se mostró sumamente pesimista sobre el futuro de los grandes animales, incluido el hombre. “Nos podemos encontrar a las puertas de una nueva gran extinción”, apuntó. En el origen de esa eventual catástrofe se sitúan los profundos desequilibrios producidos en la Tierra por el enorme crecimiento demográfico, una de cuyas consecuencias es el exponencial aumento en el consumo de combustibles fósiles, que están enviando a la atmósfera cantidades ingentes de dióxido de carbono. La dinámica puesta en marcha por el hombre a partir de la revolución industrial es de tal calibre, en opinión de Lovelock, que no existe posibilidad alguna de una acción individual para tratar de controlarla. Y aconsejo que se hicieran preparativos para “preservar el conocimiento científico y cultural” con el fin de que los eventuales supervivientes pudieran hacer uso de él. Cuando se le pidió al científico británico que concretara qué significaba “a las puertas” de un extinción, apuntó que podría estar ya en marcha cuando las personas que ahora tienen 40-50 años llegaran a los 75 años.”No hay mucha esperanza”, insistió, aunque reconoció que le gustaría equivocarse. La única posibilidad que atisbó es que, en los próximos años, una mayor disminución de la capa de ozono o el recalentamiento de la Tierra provocado por las emisiones de dióxido de carbono produjeran algún efecto catastrófico de carácter limitado que llevara a una reacción general para evitar una catástrofe más general. En todo caso, tal y como ha sucedido con las anteriores extinciones masivas que se han producido en los últimos 1500 millones de años, la desaparición masiva de especies no supondría la desaparición de la vida sobre la tierra. Lo cual puede ser un cierto consuelo …., pero para los futuros habitantes de la Tierra.