Vergüenza o culpa: sobre la corrupción y el honor.

 

 “El que no se ruboriza del mal que hace es un miserable” Aristóteles.
“Cuando el egoísmo se convierte en un modus operandi legítimo, hay una erosión del sentimiento de vergüenza, porque la vergüenza presupone una posibilidad de ser responsable para con los otros. Y el capitalismo ha erosionado en gran manera esa capacidad.” Eva Illiouz, socióloga.
Dicen que era un pastor que estaba al servicio del entonces rey de Lidia. 
 
Sobrevino una vez un gran temporal y terremoto; abrióse la tierra y apareció una grieta en el mismo lugar en que él apacentaba. Asombrado ante el espectáculo descendió por la hendidura y vio allí, (…) un cadáver, de talla al parecer más que humana, que no llevaba sobre sí más que una sortija de oro en la mano; quitósela el pastor y salióse. 
 
Cuando, según costumbre, se reunieron los pastores con el fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los ganados, acudió también él con su sortija en el dedo. Estando, pues, sentado entre los demás, dio la casualidad de que volviera la sortija, dejando el engaste de cara a la palma de la mano; e inmediatamente cesaron de verle quienes le rodeaban y con gran sorpresa suya, comenzaron a hablar de él como de una persona ausente. Tocó nuevamente el anillo, volvió hacia fuera el engaste y una vez vuelto tornó a ser visible. Al darse cuenta de ello, repitió el intento para comprobar si efectivamente tenía la joya aquel poder, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste, desaparecía su dueño, y cuando lo volvía hacia fuera, le veían de nuevo. 
 
Hecha ya esta observación, procuró al punto formar parte de los enviados que

habían de informar al rey; llegó a Palacio, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda al soberano y se apoderó del reino. 

 
Pues bien, si hubiera dos sortijas como aquélla de las cuales llevase una puesta el justo y otro el injusto, es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para perseverar en la justicia y abstenerse en absoluto de tocar lo de los demás, cuando nada le impedía dirigirse al mercado y tomar de allí sin miedo alguno cuanto quisiera, entrar en las casas ajenas y fornicar con quien se le antojara, matar o libertar personas a su arbitrio, obrar, en fin, como un dios rodeado de mortales. En nada diferirían, pues, los comportamientos del uno y del otro, que seguirían exactamente el mismo camino. Pues bien, he ahí lo que podría considerarse una buena demostración de que nadie es justo de grado, sino por fuerza (…). Y esto porque todo hombre cree que resulta mucho más ventajosa personalmente la injusticia que la justicia. 
 
«Y tiene razón al creerlo así», dirá el defensor de la teoría que expongo. Es más: si hubiese quien, estando dotado de semejante talismán, se negara a cometer jamás injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían, observando su conducta, por el ser más miserable y estúpido del mundo; aunque no por ello dejarían de ensalzarle en sus conversaciones, ocultándose así mutuamente sus sentimientos por temor de ser cada cual objeto de alguna injusticia. 
Esto es lo que yo tenía que decir.”
(“La república”. Platón.)

La antropología ve las emociones como un asunto cultural. La vergüenza y la culpa son emociones universales, pero no las cosas que las provocan, y por lo tanto, tampoco lo es el sentimiento que se puede sentirante un acto socialmente reprobable.
Si es vergüenza, se siente en el caso de ser sorprendidos, “pillados”, mientras que otras culturas que favorecen el sentimiento de culpa, al ser un sentimiento interno, no hace falta ser descubierto para sentirlo.

La antropóloga norteamericana Ruth Benedict en su libro: “El crisantemo y la espada, modelos de la cultura japonesa” contrapone la “cultura de la vergüenza” japonesa, a la “cultura de la culpa” judeocristiana.

Para Benedict, en las “culturas de la vergüenza” hay una moralidad propia y específica de cada grupo social (guerreros, mujeres, comerciantes…) y el individuo pesa muy poco en relación al grupo.

Por ejemplo “aidós!”, es decir: “vergüenza!” era el grito militar de los generales griegos para lanzar las tropas al combate.

Otro ejemplo de la cultura de la vergüenza o del honor sería el caso de las

mujeres violadas en Jordania. En Jordania, cuando una mujer es violada, se ha manchado el honor de la familia, por lo que la mujer violada suele ser asesinada por miembros de su propia familia, para así limpiar el honor de la familia. De ahí que muy pocas violaciones sean denunciadas, quedando así en el terreno de aquello que no se hace público.

El honor tiene un papel muy destacado en la vida diaria de las culturas mediterráneas, y debe transmitirse de una generación a la siguiente como si de un legado se tratara. Los miembros individuales del grupo familiar involucrados, sean hombres o mujeres, deben mantener dicho legado: las mujeres se encargan de la pureza del linaje familiar, que ellas transmiten, y los hombres de la reputación.

Por eso, cuando una mujer es asediada sexualmente, la mujer siente una vergüenza infinita, por lo que no suele denunciar estos abusos. Sin embargo, el problema es tan grave en Japón que han tenido que crearse vagones de metro exclusivos para mujeres para evitar los tocamientos y abusos sexuales.

El mianzi (rostro) es el prestigio chino, la reputación y el status social de una persona. Es “tener cara”, construirse un nombre, ser alguien. Aunque este concepto está muy relacionado con la prosperidad de los negocios chinos, esto no sólo se logra sólo con dinero o relaciones, es indispensable ser considerado, justo, operar según la rectitud y la justicia.

En una cultura de la vergüenza, el suicidio o el asesinato pueden verse como un acto honorable. Es el famoso “harakiri” o seppuku, una práctica común entre los samuráis, que antes de ver su vida deshonrada por un delito o falta, recurrían con este acto sagrado al suicidio. También es el caso de los inuit: en el pasado, en épocas de penurias, los primeros en sacrificarse era la gente mayor que se suicidaba.
Otro ejemplo llamativo que nos puede dar la cultura inuit es el intercambio de parejas. Siempre tiene que haber consentimiento de las cuatro partes, pero si el adulterio se realiza en secreto, es común el asesinato a su propio esposo/esposa si no acepta el intercambio. Después, se suicida. De esta manera, evita que la familia de su espos@ le acabe matando.

En la cultura de la vergüenza, lo que importa es “que no se sepa”: el individuo sólo queda deshonrado si su conducta es de conocimiento público. Si nadie la conociera, no pasaría nada. En la cultura de la vergüenza, según Benedict, “no se incita a confesar nuestros pecados ni tan solo a los mismísimos dioses”. Así, cada uno esta muy atento al juicio que su conducta provoque en los otros. Por eso, la estructura de orden social no provoca intolerancia directa, sino una serie de formas de exclusión más sutiles. Hay un “poder del lugar”, de la posición social que se ocupa y de prestigio, más que un poder de norma.

Sin embargo, en las “culturas de la culpa” hay unos criterios demoralidad y

una idea muy fuerte de la conciencia individual. Un occidental quiere “no tener cargos de conciencia”. Mientras que para la cultura de la vergüenza lo realmente terrible de un acto moralmente reprobable es ser descubierto, para una cultura de la culpa lo terrible es cometer un acto reprobable.
De ahí que el castigo, o la necesidad de reparación, en una sociedad de vergüenza sea mucho más elevado que en una sociedad de culpa.

Cuando un japonés es descubierto en un acto de corrupción, la humillación pública a la que es sometido es enorme, ya que, al ser una cultura de vergüenza, la humillación es una penitencia realmente eficaz.
“Pido perdón, de forma sincera, por causar problemas a muchos de nuestros clientes durante las revisiones de muchos modelos en muchas regiones”. Con estas palabras, el presidente del fabricante japonés Toyota, Akio Toyoda, sufrió una auténtica humillación delante de los medios.

“Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”, afirmó el monarca de España Juan Carlos, después de que fue descubierto de viaje en un safari muy caro en un momento muy duro económicamente para el país. No tardaron en reprocharle una “falta de ética”.

Las culturas de culpa, como la occidental, debido a sus raíces cristianas, hace sentirse culpable a quien realiza un acto moralmente reprobable, hasta el punto que, en numerosas ocasiones, el hacer público el delito, o la confesión, es la única salida para quien se siente terriblemente culpable de lo que ha hecho. No es éste el caso del rey, no fue una confesión, pero lo que está claro es la moralidad impregnada en el hecho que se le reprochaba, (el hacer un gasto tan considerable sin tener en cuenta los problemas económicos el país)

“Creí que las leyes no se me aplicaban, pasé las fronteras, creí que siempre sería impune” reconoció así mismo el deportista mejor pagado del mundo, Tiger Woods, ante los medios, tras destaparse su caso de infidelidad.
Naturalmente, en una sociedad que prima la culpa, la vergüenza también existe, y viceversa, por lo que se puede sentir vergüenza al ser descubiertos.

“En los casos de corrupción política, nadie dimite, nadie se avergüenza de lo que ha hecho, nadie confiesa sus errores ni sus faltas, todo queda remitido a la dinámica procesal que será favorable o no al acusado”

“Son los desvergonzados, actúan impunemente con la esperanza de que su culpa no les será imputada. No sienten vergüenza ninguna porque tampoco la ley les merece ningún respeto” aseveró la filósofa Victoria Camps en los medios.
Mientras, Eva Illiouz, socióloga, afirma que existe el mismo problema en otros ámbitos como el afecto o el amor:
“Cuando el egoísmo se convierte en un modus operandi legítimo, hay una erosión del sentimiento de vergüenza, porque la vergüenza presupone una posibilidad de ser responsable para con los otros. Y el capitalismo ha erosionado en gran manera esa capacidad. Esta es una cultura que legitima la persecución hedonista del propio interés en todos los dominios”.
“El amor constituye un sostén social del yo, pero como los recursos culturales que lo tornan constitutivos del yo han sido esquilmados, hace falta que la ética regrese de manera urgente a la esfera de las relaciones sexuales y emocionales”.
Un hombre Cree de Canadá contaba a una enfermera:
 
“No he estado en Europa, pero he leído y me han contado muchas cosas de ese viejo mundo vuestro. Allí, las normas y las presiones vienen del exterior de la persona y uno puede seguirlas o reaccionar ante ellas, pero es siempre hacia fuera. Por eso tenéis conceptos como la vergüenza, la envidia, el estar midiéndose en comparación con el otro y el estar muy pendientes del “haber y deber”, ese sorprendente formalismo de llevar la cuenta de los “favores”. No dais sin apuntar mentalmente una deuda. Sé que aquí es más difícil. Tienes que mirar dentro de ti y decidir. Todo lo que haces y piensas te pertenece. Nadie es más responsable de lo que te ha tocado, de lo que has decidido, de lo que dejaste de decidir, de lo que haces o dejas de hacer. Tú tienes que responsabilizarte de lo tuyo en todo momento”

Fuentes:

“De tránsito de sueño en sueño” Clara Valverde.

“Honor y vergüenza en el Mediterráneo” Carmel Cassar.
“El crisantemo y la espada” Ruth Benedict.

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