Grandes extinciones en la historia de la Tierra – ¿Por qué se extinguieron los dinosaurios y otras especies? 1/2

La práctica totalidad de especies animales y vegetales que han vivido en la Tierra están actualmente extinguidas y parece que la extinción es el destino final de todas las especies. Estas extinciones han tenido lugar continuamente a lo largo de las eras geológicas.  La extinción del Cretácico-Terciario, durante la cual se extinguieron los dinosaurios, es la más conocida, pero la anterior extinción Permo-Triásica fue aún más catastrófica, causando la extinción de casi el 96% de las especies. Pero la extinción del Holoceno es una extinción que todavía está en marcha y que está asociada con la expansión de la humanidad. El ritmo de extinción actual es de 100 a 1.000 veces mayor que el ritmo medio, y hasta un 30% de las especies pueden estar extintas a mediados del siglo XXI. Las actividades humanas son actualmente la causa principal de esta extinción,  que aún continúa,  y es posible que el calentamiento global la acelere aún más en el futuro.

 

Cuando el Dr. Immanuel Velikovsky propuso una evolución cataclísmica y no gradual, con el consecuente pánico de los evolucionistas darwinianos que vieron venir abajo parte del andamiaje de sus teorías, un eminente profesor de la Universidad de Harvard, trató de impedir la publicación de sus libros sin ningún éxito. Los argumentos utilizados por Velikovsky exponen con claridad cómo, cuándo sobreviene un cataclismo de origen cósmico, las especies, a fin de sobrevivir, tienen que presentar modificaciones genéticas, casi inmediatas, en la siguiente generación o de lo contrario perecen. Algunos eslabones que faltan nunca se encuentran en los registros fósiles. Y la razón, según Velikovsky, es que nunca existieron. Existieron grandes cambios geológicos y climatológicos hacia los comienzos y finales de cada era, en donde las especies animales y vegetales se vieron afectadas. La extinción de los dinosaurios se debió a uno de esos cambios, hace unos 65 millones de años, con el impacto sobre la península de Yucatán de un aerolito enorme, cuyo cráter formó lo que es hoy día conocido como el golfo de México. Las probabilidades son que tengamos un impacto planetario cada millón de años. Los científicos especulan si el más antiguo de los períodos glaciales fue hace 600 millones de años, o si hubo algún otro antes que ese. La verdad es que la respuesta todavía elude a la ciencia. Las “pruebas erráticas”, cuando aparecen, de nuevo lanzan al suelo todas las teorías.

Para poner un ejemplo de civilización antigua desaparecida a consecuencia de grandes catástrofes, podemos hacer referencia a la leyenda sobre Hiperbórea: “Última Thule  había sido la capital del primer continente colonizado por los arios. Éste se llamaba Hiperbórea y habría sido más antiguo que Lemuria y la Atlántida (continentes sumergidos, habitados antaño por grandes civilizaciones). Existe en Escandinava una leyenda con respecto a “Última Thule” un país maravilloso en el Gran Norte donde el sol no se pone jamás, y donde vivirían los ancestros de la raza aria. El continente “hiperbóreo” habría estado situado en el Mar del Norte y habría desaparecido en las aguas con ocasión de una era glacial. Se supone que sus habitantes habían venido antaño del sistema solar de Aldebarán, que es el astro principal de la constelación de Tauro, y que medían cerca de cuatro metros de alto y tenían la piel blanca. No conocían las guerras, eran vegetarianos y tenían una tecnología muy avanzada”.

 

Pareciera que la verdad quisiera escapársele a quien cree tener completo el rompecabezas de la historia. Algunas de las piezas que los científicos pretenden encajar basándose en mediciones paleo-magnéticas, muestran otro período glacial hace unos 435 millones de años, cuando el polo sur quedaba al oeste del África. ¿Qué fauna y flora existieron durante esos períodos antiguos? La respuesta es sorprendente: ¡Aunque conocemos algunos rastros, no lo sabemos con certeza! En el relato del Critias de Platón, los sacerdotes de Sais le explican a Solón: “Mil destrucciones de hombres se han verificado de mil maneras y volverán a suceder: las mayores por el fuego y el agua y las menores por una infinidad de otras causas. Lo quetambién se refiere en nuestro país (Grecia), que Faetón, hijo del Sol, colocó un día los arreos a los caballos de su padre y los enganchó al carro y no pudiendo conducirlos por la misma vía (órbita), incendió todo lo existente sobre la tierra y él mismo pereció abrasado por el rayo. Esta historia tiene el carácter de una fábula; pero lo que sí es verdad es el cambio de movimiento de los cuerpos celestes alrededor de la Tierra y en el cielo, así como la destrucción por el fuego de todo lo existente sobre ella, lo que ocurre después de largos intervalos de tiempo. Cuando se presentan estas circunstancias, sucumben los habitantes de las montañas y en general de los lugares elevados antes que los que residen a orillas de los ríos o del mar. Anosotros nos salvó de esta calamidad el Nilo, nuestro protector de siempre, desbordándose”.

 En Bolivia podemos encontrar fósiles de la familia de los trilobites, algunos de los cuales aparecieron durante el período carbonífero y tal vez durante el periodo devoniano. Estos fósiles son un testimonio vivo de la historia. Por ejemplo, la cola partida de algunos de los fósiles  es un mudo testimonio de cómo el animal había muerto por el impacto sufrido por causa de algún material o animal marino, o por una ola gigante o Tsunami que debió arrastrarlo cientos o miles de metros y que, al estrellarlo contra alguna roca, le fracturó su espina dorsal. Si la extinción de los trilobites coincidió con la de los dinosaurios, estos fósiles tendrían unos 65 millones de años. Por otra parte, los trilobites estaban contando otra historia del altiplano boliviano, en donde deben existir grandes depósitos de petróleo, de gas y de carbón. Pero lo más extraordinario de todo fue comprender que en algún pasado lejano estos trilobites habían caído al fondo del mar y fue allí donde tuvo lugar su proceso de fosilización. ¡Sin embargo, el altiplano boliviano se encuentra a casi 4000 metros de altura! Esto retrotrae a Tiahuanaco, pues tanto los trilobites como las ruinas de la antigua ciudad tenían una explicación para estar allí: o la tierra había subido empujada por inmensas fuerzas hasta esa altura, o el mar se había ido retirando en forma gradual. Cualquiera que sea la verdadera razón, si la primera teoría no es la verdadera, las ruinas de Tiahuanaco continuarán siendo un verdadero misterio.

 

 Si bien es cierto que la abundante vegetación y fauna marina del período carbonífero resultaron en grandes depósitos de material orgánico, no podemos descartar la teoría expuesta por Velikovsky de que parte de los grandes depósitos de petróleo en ciertas zonas,  como Irak, se deben al paso de uno o más grandes cometas en el pasado. Estos cuerpos celestes, según Velikovsky, depositaron a su paso grandes cantidades de rocas y gravilla, así como polvo de granito o de arcilla;  y un líquido, al que los egipcios en el papiro Ipuwer, que se conserva en el Museo de Berlín, llamaron nafta. Si las grandes cantidades de óxido de hierro que tiñen de rojo las rocas de Catskill en Inglaterra o las que pueden observarse al noroeste de Nueva York,  son producto de la descomposición de material orgánico o del polvo producido por el paso de un cometa, está por demostrarse. Lo que sí conocemos, de acuerdo con el relato de Platón, es que la Atlántida estaba construida con rocas de color blanco, rojo y negro. Esta herencia fue pasada a los egipcios. La tercera pirámide (pirámide de Menekaura o Mikerinos), se encontraba dividida en su línea media, de tal manera que su parte inferior era de granito rojo y la superior de mármol blanco. Desde lejos, la parte inferior de acuerdo con lo que nos relata el historiador griego Diodoros, se veía negra debido a la refracción de la intensa luz que se observa en el desierto. Los egipcios gustaban particularmente de estos efectos visuales de brillo y contrastes de luz. Esta mezcla de colores es todavía guardada por algunos pueblos que acostumbran decorar ciertos edificios importantes con estas franjas de color. Los pueblos árabes han heredado estos usos. Basta recordar los colores de la mezquita de Córdoba.

 Una extinción masiva  es un acontecimiento en el cual desaparece un número muy grande de especies. Desde que se supone la vida empezó en la Tierra se han detectado seis momentos de extinción masiva. Existe la teoría que atribuye todas, o casi todas, las grandes extinciones a impactos de grandes meteoritos. Estadísticamente se considera  que  cada 100 millones de años impacta contra la Tierra un gran asteroide. Las otras posibles causas atribuidas a glaciaciones globales o a erupciones masivas se consideran los efectos secundarios que un gran impacto podría producir. Otras causas apuntan a las fluctuaciones del campo magnético terrestre, mediante una sucesión de cambios de polaridad, que provocan una fuerte disminución de la protección de la Tierra frente a la fuerte radiación cósmica. Si se tiene en cuenta que la vida pluricelular en la Tierra se considera que existe desde hace unos  600 millones de años,  deberían haber habido 5 o 6 grandes extinciones desde entonces, que es lo que realmente puede comprobarse que ha ocurrido. También se considera como causa probable de extinciones las explosiones de supernovas cercanas. De hecho existe otra teoría que dice que dado que cada 25 millones de años aproximadamente, la Tierra entra en la zona densa de la galaxia donde ésta se ve sometida a un mayor riesgo de explosiones violentas o al azote de vientos estelares intensos. Así mismo, la nube de Oort tiene un mayor riesgo de verse deformada y perturbada por el paso de estrellas cercanas con el consiguiente envío de cometas y asteroides hacia el sistema solar interior, como refleja la hipótesis Shiva, que es un modelo astrogeológico que trata de explicar la aparente periodicidad de las extinciones masivas en el registro geológico y toma su nombre del dios de la destrucción hindú. La hipótesis la formuló Michael Rampino, de la Universidad de Nueva York, y mantiene que las extinciones masivas se producen de acuerdo a unos ciclos originados por el movimiento del Sistema Solar al cruzar el plano medio galáctico (más denso) cada 30 millones de años, provocando una mayor probabilidad de inestabilidad en las nubes de Oort y el cinturón de Kuiper. Este fenómeno podría desviar cometas hacía el interior del sistema solar, provocando un impacto sobre la Tierra, que originaría un cataclismo.

 

En el hinduismo, Shivá es el dios destructor en la Trimurti (“la Trinidad hindú”) junto a Brahmá (dios creador) y a Vishnú (dios preservador). En el shivaísmo  la deidad principal es Shivá-Rudra, y en la que Brahmā y Vishnú son considerados dioses menores. En la religión védica más antigua, la única deidad destructora era Rudra (‘terrible’), pero posteriormente en el hinduismo se dio a este dios el nombre de Shivá. En su calidad de destructor, a veces se le llama Kāla (‘negro’), y es entonces identificado con el tiempo, aunque la función destructiva es entonces asignada a su esposa bajo el nombre de Kali. Shivá tiene tres ojos, uno de los cuales está en medio de su frente, indicando su capacidad de ver el pasado, presente y futuro, y su piel es de color azul grisáceo, debido a estar cubierta de cenizas. Una luna en cuarto creciente situada sobre su frente representa la división del tiempo en meses, mientras que una serpiente alrededor de su cuello representa la división en años y un collar de calaveras representa la sucesiva extinción y generación de las razas de la humanidad. Cuando los dioses batieron el océano de leche para generar el néctar que los volvería inmortales, se generó también una cierta cantidad de veneno. Shivá se lo bebió para salvar a los devas, por eso su garganta adoptó un color azul y él fue llamado Nila Kantha (‘cuello azul’). En una de sus cuatro manos sostiene un tri-shūla o tridente (también llamado Pināka). Los shivaístas creen que denota su combinación de los tres atributos de Creador, Destructor y Regenerador. También sostiene un tamborcito damaru (con forma de reloj de arena). Sus sirvientes se llaman pramathas (‘atormentadores’) y son considerados seres sobrenaturales, quienes forman tropas (gana), cuyo líder es el hijo de Shivá: Ganesha (‘señor de las tropas’) o Ganapati (‘líder de las tropas’), representado como un muchacho regordete con cabeza de elefante.

La nube de Oort es una nube esférica de cometas y asteroides, que no puede ser observada directamente, que se encuentra en los límites del Sistema Solar, casi a un año luz del Sol, y aproximadamente a un cuarto de la distancia a Próxima Centauri, la estrella más cercana a nuestro sistema solar. Las otras dos acumulaciones conocidas son el cinturón de Kuiper y el disco disperso, que están situadas unas cien veces más cerca del Sol que la nube de Oort. Según algunas estimaciones estadísticas, la nube podría albergar la astronómica cifra de entre uno y cien billones de cometas, siendo su masa unas cinco veces la de la Tierra. La nube de Oort, que recibe su nombre del astrónomo holandés Jan Oort, presenta dos regiones diferenciadas: la nube de Oort exterior, de forma esférica, y la nube de Oort interior, también llamada “nube de Hills“, en forma de disco. Los objetos de la nube están formados por hielo, metano y amoníaco, entre otros, y se formaron muy cerca del Sol cuando el Sistema Solar todavía estaba en sus primeras etapas de formación. Una vez formados, llegaron a su posición actual en la nube de Oort a causa de los efectos gravitatorios de los planetas gigantes. A pesar de que la nube de Oort no se ha observado directamente, los astrónomos creen que es la fuente de todos los cometas de período largo,  de tipo Halley, y de algunos cometas de Júpiter. Los cometas de la nube de Oort exterior se encuentran muy poco ligados gravitacionalmente al Sol, y esto hace que otras estrellas, e incluso la propia Vía Láctea, puedan afectar a los cometas y provocar que salgan despedidos hacia el Sistema Solar interior. La mayoría de los cometas de período corto se originaron en el disco disperso, pero se cree que existe un gran número de ellos que tienen su origen en la nube de Oort.

 

En astronomía, se denomina asteroide potencialmente peligroso a los objetos próximos a la Tierra (tanto cometas como asteroides) cuya distancia mínima de intersección orbital con la terrestre es de 0’05 UA o menor, con una magnitud absoluta de 22’0 o más brillante. La unidad astronómica (UA) es una unidad de distancia que es aproximadamente igual a la distancia media entre la Tierra y el Sol y cuyo valor, determinado experimentalmente, es alrededor de 149.597.870 km.  Se considera que estos objetos entrañan riesgo cierto de colisionar con la Tierra,  causando daños que pueden oscilar entre pequeñas destrucciones locales y grandes extinciones. Con un intervalo medio de cien años, se produce la caída de asteroides de roca o hierro mayores de 50 m de diámetro, lo que puede producir catástrofes locales y maremotos. Pero cada varios cientos de miles de años, asteroides de más de un kilómetro causan catástrofes globales. En este último caso, los restos del impacto se esparcen por la atmósfera terrestre de tal modo que la vida vegetal sufre lluvia ácida, interrupción parcial de la luz solar, y grandes incendios causados por los fragmentos de alta temperatura que caen al suelo tras la colisión (llamado “invierno nuclear“). Estos impactos han ocurrido muchas veces en el pasado y seguirán ocurriendo en el futuro. A algunos de ellos se les atribuye la causa de grandes extinciones, como la  que mató a los dinosaurios o lagigante del Pérmico, que mató a más del 90% de las especies y seres vivos. Por tanto, descubrir estos objetos y estudiarlos para determinar su tamaño, composición, estructura y trayectoria es una actividad prudente. Se analizan hipótesis antiguas o modernas sobre la extinción de los dinosaurios, algunas vinculadas entre sí, otras contradictorias.

 

El concepto de extinción se relaciona con el estudio del registro fósil. Los primeros paleontólogos, que estudiaban restos de animales desconocidos hasta ese entonces, suponían que tales seres debían vivir en alguna zona alejada de la Tierra, pero el célebre naturalista francés Georges Cuvier (1769-1832) concluyó que organismos como los mamuts y los mastodontes estaban extinguidos. Cuvier supuso que la causa de la extinción serían catástrofes y grandes cambios ambientales que afectaban a regiones enteras del planeta. Charles Darwin escribió: “Ciertamente que no hay hecho en la Tierra más sorprendente que el extenso y repetido exterminio masivo de sus habitantes“. Darwin supuso que la extinción sería el resultado de la mejor adaptación de ciertas especies que otras, sucumbiendo estas últimas durante la competencia por los limitados recursos del medio. El especialista en dinosaurios Alan Charig afirma que la pregunta que le formulan con mayor frecuencia a un paleontólogo es “¿Por qué se extinguieron los dinosaurios?”. El célebre paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould cuenta que le preguntó a un psicólogo por qué a la gente le atraen tanto los dinosaurios. El psicólogo afirmó que se debe a que eran animales grandes y feroces y especialmente porque se extinguieron. Desde el descubrimiento de los primeros fósiles de los grandes dinosaurios, se buscaron explicaciones acerca de la existencia y de la extinción de estos animales en particular, tan extraños para la mayoría de las personas. Algunas conjeturas caían en el terreno de la simple fantasía, pero otras se basaban en datos científicos, aunque incompletos y especulativos. Se elaboraron numerosas hipótesis para explicar su desaparición, algunas serias y razonables, otras disparatadas o cómicas; algunas sencillas, otras complejas, combinando diversos factores.

 

En la medida que la paleontología fue teniendo registros más completos, y pudo determinarse con mayor

precisión las fechas de aparición y extinción de diversos grupos, comenzó a hacerse evidente que en determinados momentos de la historia de la Tierra se han producido extinciones simultáneas de grupos biológicos muy diversos. Se reconoció que los fenómenos de extinción son de dos tipos: la extinción de fondo, que afecta regularmente a pocas especies, y las extinciones masivas, que esporádicamente afectan a un gran número de diversos organismos. Los paleontólogos actualmente aceptan que estas crisis pudieron tener causas terrestres o extraplanetarias, con drásticas consecuencias sobre los ecosistemas de la Tierra en su conjunto, y que no haberse producido esas grandes catástrofes, no habrían surgido y evolucionado nuevos grupos biológicos. Por lo tanto, las extinciones son fenómenos evolutivos importantes para la renovación y aparición de innovaciones en la ecosfera. Algunos especialistas han reconocido veinte o más de dichos procesos de extinción, pero algunos son más convincentes que otros.

 

Los paleontólogos han definido cinco grandes extinciones masivas o crisis bióticas en las que desapareció al menos el 65% de los organismos y entre un 20 y un 25% de las familias de especies, en un lapso geológico breve. La primera conocida fue la ocurrida a fines del período Ordovícico, hace 438 millones de años, que terminó con muchas familias de braquiópodos y trilobites. La segunda extinción masiva ocurrió a fines del Devónico, hace 367 millones de años, durante la cual desaparecieron numerosos grupos de ammonitoideos, trilobites, braquiópodos, corales tubulados, gasterópodos, estromatoporoideos y peces. La mayor extinción masiva fue la tercera, en el límite Pérmico-Triásico (formando el límite entre las eras Paleozoica y Mesozoica), hace 225 millones de años, que produjo la extinción del 90% de las especies marinas, el 50% de las familias de animales y cerca del 80% de los géneros, desapareciendo la mayoría de los vertebrados terrestres dominantes, los trilobites y los corales primitivos. Sufrieron fuertes pérdidas los ammonites, braquiópodos, equinodermos, briozoos, conodontes y peces.

Como aclaración debo indicar que en taxonomía se denomina especie, o más exactamente especie biológica, a cada uno de los grupos en que se dividen los géneros. Una especie es la unidad básica de la clasificación biológica. Para su denominación se utiliza la nomenclatura binomial, es decir, cada especie queda inequivocamente definida con dos palabras, por ejemplo, Homo sapiens, la especie humana. Una especie se define a menudo como grupo de organismos capaces de entrecruzarse y de producir descendencia fértil. Es un grupo de poblaciones naturales cuyos miembros pueden cruzarse entre sí, pero no pueden hacerlo -o al menos no lo hacen habitualmente- con los miembros de poblaciones pertenecientes a otras especies; por tanto, el aislamiento reproductivo respecto de otras poblaciones es crucial. En muchos casos los individuos que se separan de la población original y quedan aislados del resto, pueden alcanzar una diferenciación suficiente como para convertirse en una nueva especie. En definitiva, una especie es un grupo de organismos reproductivamente homogéneo, aunque muy cambiante a lo largo del tiempo y del espacio.

el género es una categoría taxonómica que se ubica entre la familia y la especie; así, un género es un grupo de organismos que a su vez puede dividirse en varias especies (existen algunos géneros que son monoespecíficos, es decir, contienen una sola especie). En Biología, la familia es una unidad sistemática y una categoría taxonómica situada entre el orden y el género; o entre la superfamilia y la subfamilia. Mientras que en muchos casos esta definición es adecuada, es a menudo difícil demostrar si dos poblaciones pueden cruzarse y dar descendientes fértiles (por ejemplo, muchos organismos no pueden mantenerse en el laboratorio el suficiente tiempo). Además, es imposible aplicarla a organismos que no se reproducen sexualmente, como las bacterias, o a organismos fósiles. Por ello, en la actualidad suelen aplicarse técnicas moleculares, como las basadas en la semejanza del ADN. Los nombres comunes de plantas y animales se corresponden a veces con la especie biológica: por ejemplo, «león», «morsa» y «árbol del alcanfor». Pero con mucha frecuencia ello no es así; por ejemplo, la palabra «pato» se refiere a una veintena de especies de diversos géneros, incluyendo el pato doméstico.

Le siguió una extinción masiva al terminar el Triásico, hace 208 millones de años, que eliminó al 60% de las especies, entre las cuales se cuentan las pertenecientes a grupos como braquiópodos, moluscos, artrópodos y vertebrados terrestres. La última es la que acabó con los dinosaurios, al final del Cretáceo (transición Cretáceo-Terciario), hace 65 millones de años. Otras fases o picos de extinción masiva menos importantes en sus efectos ocurrieron en el Cámbrico superior, en el límite Jurásico-Cretáceo, y en el Eoceno superior. Otros episodios de extinción menos definidos aún se han reconocido en zonas localizadas o han afectado a ciertos grupos restringidos. Las estadísticas sobre grupos extinguidos y la duración de los acontecimientos producen polémicas, por las características incompletas del registro fósil, la diferencia en las probabilidades de fosilización de diferentes grupos, los criterios taxonómicos diversos que se aplican para reconocer un mismo nivel taxonómico y los niveles mínimos de extinción que deben considerarse como masivos.

 

Hacia fines del período Cretáceo, tras unos 150 años de evolución, proliferaban los dinosaurios, de los cuales existían numerosos tipos, variados y exitosos. Pero diez millones de años después habían desaparecido, como consecuencia de una crisis que se produjo a fines del Cretáceo, una catástrofe biológica de grandes proporciones, que ocurrió hace 65 millones de años, dando término a la era Mesozoica. ¿Cómo pudo extinguirse un grupo como el de los dinosaurios, que había dominado la Tierra durante 165 millones de años? Esta crisis no solamente afectó a los dinosaurios, también se extinguieron otros grupos importantes, como los reptiles voladores (pterosaurios), los reptiles marinos (plesiosaurios, mosasaurios, cocodrilos marinos e ictiosaurios), un gran número de organismos planctónicos, entre ellos la mayoría de los foraminíferos (protozoos marinos provistos de complejos exoesqueletos) y moluscos como los ammonitoideos, belemnites y rudistas (bivalvos formadores de arrecifes).  La extinción masiva de fines del Cretáceo se conoce como “el episodio C/T” (de Cretáceo y Terciario). Según David Raup y John Sepkoski afectó a casi el 75% de las especies, entre ellos el 90% de los géneros de protozoos y algas acuáticos. Según Thierstein y Russell desapareció entre el 44% y el 49% de las especies planctónicas, entre el 15% y el 25% de las del fondo marino, 14% de las de aguas continentales y 20% de las terrestres. Entre los grupos que sobrevivieron se encuentran los reptiles actuales (tortugas marinas y terrestres, tuatara, lagartos, serpientes y cocodrilos), peces, aves, los insectos, moluscos y los mamíferos. No sobrevivió ningún vertebrado terrestre de más de 25 kg. El efecto sobre la vegetación fue variado: las más afectadas fueron las angiospermas, las coníferas algo menos, los musgos y helechos fueron poco afectados.  Aunque no fue la mayor crisis en la historia de la vida sobre la Tierra, ha fascinado a los investigadores, quienes aún no se ponen de acuerdo sobre sus causas.

Durante el primer tercio de este siglo y luego especialmente en la década de 1950, paleontólogos como Norman Newell y George G. Simpson recopilaron la información disponible acerca de las extinciones masivas y comenzaron a teorizar sobre sus posibles causas. Actualmente alrededor de unas 500 personas, entre paleontólogos, geólogos, geofísicos y astrofísicos, están tratando de resolver el problema de la gran extinción de fines del Cretáceo. En los últimos tiempos se publicaron cientos de informes anualmente y periódicamente se efectúan congresos científicos sobre el tema. No hay por qué pensar que la extinción de los dinosaurios debió obedecer a una causa única, es posible que se hayan conjugado varios factores, algunos ya descubiertos y otros quizás aún no hayan sido imaginados. Las explicaciones científicas pueden clasificarse en aquellas que apelan a factores internos, propios de la biología de los dinosaurios, y las que apelan a factores externos. Y estas últimas se pueden dividir en endógenas (causas terrestres) y exógenas (causa externa a nuestro planeta). De acuerdo a la rapidez de la extinción se clasifican en hipótesis catastrofistas (extinción súbita) y gradualistas (proceso de extinción gradual).

 

El modelo gradualista de extinción postula un lento declive debido a cambios climáticos y de vegetación a largo plazo, de manera que los hábitats subtropicales fueron reemplazados por bosques templados, produciéndose amplias variaciones climáticas estacionales. Los cambios ambientales habrían favorecido a los mamíferos y aves. En favor del modelo gradualista se aportan pruebas paleontológicas y estratigráficas. El principal argumento en apoyo del modelo gradual es que hacia fines del Mesozoico los climas estaban cambiando lentamente, tal vez como consecuencia de la variación del nivel del mar, y se había producido la desaparición de hábitats adecuados. Numerosos paleontólogos y geólogos aceptan esta conclusión, porque estudios detallados realizados en ciertas cuencas sedimentarias parecen demostrar una tendencia de decadencia de los dinosaurios a largo plazo, así como la de muchos otros grupos que desaparecieron en la misma época, entre ellos los pterosaurios, grupos de aves, mamíferos, plesiosaurios, ictiosaurios, mosasaurios, ammonites y belemnites.

Apoya esta teoría la evidencia de que subieron los niveles del mar hacia el final del Cretáceo, inundando zonas costeras, y los climas se habrían hecho más templados. Leigh Van Valen y Robert Sloan han señalado que la exuberante vegetación subtropical de la época de los dinosaurios pareció dar paso a los bosques templados de coníferas en el transcurso de unos 5 a 10 millones de años, coincidiendo con la decadencia de los dinosaurios y la prosperidad de los mamíferos. Robert Sloan y Robert Sullivan plantean que la declinación de los vertebrados terrestres, particularmente de los dinosaurios, comenzó gradualmente antes del fin del Cretáceo, y que se produjo un lento aumento de las tasas de extinción de los vegetales en el Hemisferio Norte, debido a un enfriamiento climático. Un estudio realizado en 1987 por Robert Sullivan pareció confirmarlo a escala global. Descubrió que la diversidad de los dinosaurios disminuyó desde 16 familias a 9 durante los diez últimos millones de años del Cretáceo. Sin embargo, sus conclusiones se han criticado debido a que no se puede hacer una datación tan exacta como la que señala, la correlación mundial es muy insegura y tampoco se puede establecer con certeza la cantidad de especies presentes.

 

En el área de Hell Creek, al noroeste de Montana, Robert Sloan, de la Universidad de Minnesota, con un grupo de paleontólogos, describieron en 1986 una comunidad de mamíferos de aspecto paleoceno que existió entre 40.000 y 10.000 años antes del paso del Cretáceo al Paleoceno. Efectuaron recuentos basados en décadas de recolección de huesos y dientes de dinosaurios y mamíferos en múltiples tonelada de rocas o en el número de especies diferentes por metro cúbico. Sus gráficos, realizados a partir de restos bien datados, parecían demostrar que, al menos en esa zona, los dinosaurios experimentaron una lenta decadencia a lo largo de unos ocho millones de años, mientras simultáneamente se expandían los mamíferos. Sin embargo, trabajando sobre miles de restos de huesos de dinosaurios del mismo lugar, Peter Sheenan, del Museo Público de Milwakee y David Fastovsky, de la Universidad de Rhode Island, llegaron a la conclusión opuesta: según ellos los dinosaurios habrían prosperado hasta el final.

El modelo catastrofista de extinción explica la desaparición de los dinosaurios como resultado de los efectos secundarios de un cambio súbito, lo cual implicaría un episodio de extinción en menos de un año de duración. En favor del modelo catastrofista están los altos niveles de iridio en una delgada capa de arcilla en el límite C/T en al menos 50 localidades en todo el mundo, en sedimentos depositados tanto en el mar como en ríos y lagos. La época en que se depositó el iridio no puede establecerse con una precisión inferior a 500.000 años. Algunos grupos fósiles, como el plancton marino, presentan una extinción repentina. Sobre la huella del iridio existe una “huella de helechos“, lo cual demuestra la desaparición de las plantas angiospermas, seguida por una difusión inicial de los helechos y luego, aparentemente años después, la recuperación de las angiospermas. Es lo que ocurre debido a la formación de un manto global de polvo estéril y posterior germinación gradual de esporas y semillas enterradas. Este fenómeno se observa tras las erupciones volcánicas y también podría esperarse que ocurriera luego del impacto de un gran meteorito. Otras pruebas del modelo catastrofista son la existencia de esférulas cristalinas, consecuencia de la fusión de los materiales y los granos de cuarzo golpeado. Tales estructuras pueden estar indicando un gran impacto, o pueden ser consecuencias de erupciones volcánicas a gran escala.

 

En 1984, Dale Russell, del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Ottawa, Canadá, calculó globalmente los cambios en la diversidad de los dinosaurios, sugiriendo que su desaparición fue un acontecimiento repentino, porque mediante cálculos en las cifras globales de diversidad de dinosaurios encontró que la diversidad se mantuvo hasta el final del Cretáceo, sin la menor señal de disminución que cabría esperar si la desaparición hubiese sido gradual. Si consideramos que la extinción de los dinosaurios coincide con la desaparición masiva de muchos otros tipos de organismos, solamente pueden considerarse seriamente las hipótesis que buscan una alteración a nivel mundial, que pudo haber sido gradual o catastrófica, y en este último caso de origen terrestre o extraterrestre. Las hipótesis más modernas son de este tipo, basadas en una mayor cantidad de datos disponibles, correlacionados con la ayuda de computadoras. Sin embargo, la principal dificultad que enfrentan las hipótesis catastrofistas es explicar la selectividad de las extinciones.

A continuación explicamos las principales hipótesis que se han planteado para explicar la extinción de los dinosaurios, con los argumentos que las justifican y las objeciones de sus detractores. Muchas de ellas son fantasiosas, otras están mejor avaladas por evidencias. Varias pueden relacionarse entre sí (por ejemplo cambios astronómicos pueden inducir cambios geológicos, y éstos cambios climáticos), de modo que hay quienes han asociado varias de las hipótesis reseñadas para dar una explicación multicausal, mientras que otras son contradictorias entre sí. Una de ellas es el Gigantismo Extremo: Dado que: muchos dinosaurios poseían grandes hipófisis en la base del cráneo y el mal funcionamiento endocrino es causa de crecimiento desproporcionado (gigantismo por hipersecreción hipofisaria). La hipófisis o glándula pituitaria es una glándula endocrina que segrega hormonas encargadas de regular la homeostasis incluyendo las hormonas trópicas que regulan la función de otras glándulas del sistema endocrino, dependiendo en parte del hipotálamo el cual a su vez regula la secreción de algunas hormonas. Es una glándula compleja que se aloja en un espacio óseo llamado silla turca del hueso esfenoides, situada en la base del cráneo, en la fosa cerebral media, que conecta con el hipotálamo a través del tallo pituitario o tallo hipofisario. Según esta hipótesis,  los dinosaurios desaparecieron debido a que por fallas endocrinas alcanzaron tallas excesivamente grandes, apareciendo desarreglos corporales como discos intervertebrales mal ajustados o dislocados, malformaciones óseas, exceso de temperatura interna, etc. La objeciones son que no todos los dinosaurios eran gigantes, algunos eran del tamaño de un perro o menores, y también desaparecieron.

 

Los mayores dinosaurios (saurópodos) predominaron durante el período Jurásico y no corresponden a las especies que desaparecieron a fines del Cretáceo. No hay razones para pensar que en distintas líneas evolutivas de dinosaurios se produjesen simultáneamente desórdenes endocrinos. No hay evidencias de los supuestos trastornos masivos por exceso de volumen corporal. Por ejemplo, son muy escasos los ejemplares con discos vertebrales dislocados. Esta hipótesis tampoco explica la extinción simultánea de otros organismos, incluyendo especies marinas, que vivían en otros hábitats. La hipótesis del gigantismo como causa de extinción fue formulada por primera vez en 1888 por Ludwig Döderlein y posteriormente fue divulgada por el científico Stephan Zamenhoff. El paleontólogo Lapparent dice que una consecuencia del aumento de tamaño de los dinosaurios fue su reducción numérica. Igualmente, el paleontólogo Abeloos indicaba que el aumento de las dimensiones se habría asociado a una menor y más tardía reproducción, disminuyendo sus posibilidades de sobrevivencia.

Otra hipótesis se basa en el cambio climático y alteraciones de los huevos. Un grupo de geoquímicos y paleontólogos estudió huevos de dinosaurios y encontró en la mayoría de los huevos más recientes una delgadez anormal;  el 90% de los huevos tenían anomalías, eran infértiles o contenían embriones muertos. Muchos huevos aparecen estratificados, lo cual demuestra interrupciones en la elaboración de la cáscara. Podemos pensar que se trata de patologías de los huevos, como el adelgazamiento de la cáscara, debido probablemente a cambios climáticos y alimentarios, que impidió que las crías pudieran nacer, porque al ser la cáscara muy delgada, los embriones no dispusieron del calcio necesario para formar su esqueleto. Como objeciones se indica que el hallazgo mencionado no es generalizable, ya que se han encontrado otras nidadas de la misma época, por ejemplo en Montana y Alberta, en las que las crías nacieron sin problema. Tampoco explica la extinción simultánea de otros organismos. Esta hipótesis fue propuesta por el profesor Raymond Dughi, conservador del Museo de Historia Natural de Aix-en-Provence. Encontró que la mayoría de las cáscaras de huevos encontrados en la baja Provenza, están estratificadas entre dos y siete veces. Interpretó estas anomalías como consecuencias de series de suspensiones drásticas del metabolismo, lo cual tendría como origen oscilaciones térmicas caracterizadas por períodos de fríos extremos.

 

Otra hipótesis apunta al vulcanismo y alteraciones de los huevos: El selenio es un elemento muy venenoso para los embriones y una pequeña cantidad causa la muerte de los polluelos de gallina. En Dinamarca y Francia se han encontrado altos niveles de selenio en la cáscara de huevos de saurópodos de fines del Cretáceo. La cantidad de selenio aumenta en los huevos más cercanos al límite C/T y los nidos presentan mayor porcentaje de eclosiones fallidas. Ello indicaría que  los dinosaurios herbívoros de fines del Cretáceo padecieron una fuerte reducción de las eclosiones debido a ingerir grandes cantidades de vegetación impregnada con polvo volcánico mezclada con selenio, produciéndose el derrumbe de las cadenas alimentarias. Como objeciones se dice que no explica las crisis ecológicas en las cadenas alimentarias marinas, a menos que se considere que las mismas erupciones volcánicas produjeron otros efectos. Una cierta sucesión de faunas y pólenes fósiles en sucesivos estratos sugieren que a fines del Mesozoico se diferenciaron el invierno y el verano y desapareció el clima cálido. Posiblemente se produjo como consecuencia de la deriva continental, que habría alterado las corrientes marinas y la circulación de los vientos,  y que habría llevado al levantamiento de montañas y a cambiar el nivel de los mares.  La existencia de grandes bloques rodados en Australia Central indica la existencia de hielo glacial. El análisis de la composición en Oxígeno 18 de la concha de moluscos sugiere que efectivamente descendió la temperatura oceánica. Ello indicaría que el clima frío produjo un cambio en la vegetación que alimentaba a los dinosaurios herbívoros y llevó a una pérdida de hábitats adecuados. El frío podría haber influido sobre los huevos de los dinosaurios si éstos eran muy sensibles a la temperatura, lo cual explicaría la sobrevivencia de aves y mamíferos, endotérmicos.

Diferencias en las cantidades relativas de oxígeno-18 en el hielo continental y en el agua marina durante los períodos interglaciales y glaciales. Se produce una menor evaporación relativa de las moléculas de agua marina que contienen el isótopo pesado oxígeno-18 a medida que se agudiza el frío (el isótopo más normal es el oxígeno-16). El análisis isotópico del oxígeno contenido en la caliza de los foraminíferos fósiles depositados en el fondo del mar y en el agua del hielo recogido en los sondeos de los mantos de Groenlandia y de la Antártida, permite determinar la evolución pasada de la concentración de oxígeno-18 y deducir de ello la evolución térmica marina y atmosférica. El clima muy frío podría haber excedido el potencial ectotérmico de los dinosaurios. Incluso si hubiesen sido homotermos las crías habrían sido muy pequeñas para poder superar las temperaturas frías. La ectotermia es un término moderno que define la estrategia de muchos seres vivos para optimizar su temperatura corporal, antes conocido como poiquilotermia y aplicado a ciertos animales con temperatura corporal variable (muy incorrectamente agrupados como animales de sangre fría o poiquilotermos). La ectotermia es además un sistema de regulación del ritmo metabólico. Son ectotermos típicos los reptiles, cuya temperatura corporal depende exclusivamente de la temperatura del ambiente en el que se hallan. Si los dinosaurios eran de sangre caliente, no tenían pelaje ni plumaje para mantener el calor corporal (a diferencia de mamíferos y aves, respectivamente) y si eran de sangre fría, la mayoría era muy grande para hibernar en agujeros carentes de hielo (a diferencia de los reptiles menores, que sobrevivieron). La extinción del plancton calcáreo también podría deberse a su sensibilidad a los cambios de temperatura. Como objeción se puede decir que no explica la supervivencia de otros reptiles, como cocodrilos y tortugas. Es difícil que toda la superficie terrestre tuviese un clima igualmente desfavorable, ya que debían haber quedado zonas con clima benigno. Los hallazgos de Australia Central pueden ser indicativos de un fenómeno regional, ya que no hay evidencias de una glaciación mundial.

 

Los geólogos reconocen solamente cuatro grandes períodos glaciales: en el Precámbrico Medio, Precámbrico terminal, Permo-Carbonífero y Cuaternario. Como los cambios climáticos son graduales, es más que probable que, al menos, algunas especies se hubiesen adaptado a los cambios climáticos. Por ejemplo, en Australia se han encontrado dinosaurios de fines del Cretáceo adaptados a un clima frío. Aparentemente los dinosaurios bípedos pequeños, como los celurosaurios, eran endotérmicos y en tal caso habrían resistido un enfriamiento climático. Hacia 1950, la mayoría de los paleontólogos apoyaban la idea de que los dinosaurios habían sido víctimas de un cambio de clima y algunos paleontólogos pensaban que a fines del Mesozoico habría ocurrido una glaciación que habría sido fatal para los dinosaurios. Hoy, esta hipótesis tiene pocos defensores. Harold C. Urey analizó la cantidad de oxigeno 18 en la concha de moluscos para determinar la temperatura del agua durante el Cretáceo y el Terciario, antes y después de la extinción masiva, para determinar si el clima se volvió mas frío.

Sin embargo, las investigaciones de Urey y de otros geólogos y paleobotánicos no lograron demostrar que en la frontera entre el Cretáceo y el Terciario se hubiese producido una glaciación generalizada, con descenso de la temperatura hasta en las regiones ecuatoriales. La hipótesis de la extinción por el frío fue propuesta nuevamente por el paleontólogo canadiense L. Russell. Según algunos investigadores, hacia el final del Cretáceo habría subido el nivel del mar y se habrían inundado las zonas costeras, haciendo que el clima se hiciese más frío. Otros argumentan, por el contrario, que a lo largo del Cretáceo el nivel del mar habría bajado, aumentando la altura y extensión de los continentes, lo cual habría producido un descenso general de la temperatura que continuó durante 70 millones de años. Algunos investigadores aceptan que el nivel del mar descendió, pero suponen que al reducirse el área ocupada por los mares disminuyó el volumen de los organismos marinos fotosintetizadores y, por lo tanto, habría aumentado la concentración de anhídrido carbónico atmosférico, haciendo al clima más cálido por un efecto invernadero. Por otra parte, el enfriamiento a nivel planetario podría haber sido un fenómeno súbito, como consecuencia del impacto de un asteroide y consecuente oscurecimiento de la atmósfera.

 

Hacia fines del Cretáceo se produjo una gran actividad volcánica, que liberó enormes cantidades de anhídrido carbónico. Los depósitos de algas de aguas profundas y los productos de la digestión de los dinosaurios herbívoros pudieron liberar grandes cantidades de metano hacia la atmósfera. Por esta razón, grandes concentraciones atmosféricas de anhídrido carbónico y de metano habrían permitido el paso de la luz solar hasta la superficie terrestre impidiendo la salida del exceso de calor hacia el espacio. Esto lleva a la hipótesis de que grandes concentraciones atmosféricas de anhídrido carbónico y de metano a fines del Mesozoico calentaron la Tierra rápidamente y los dinosaurios desaparecieron por un “efecto invernadero”. El plancton es muy sensible al aumento de las temperaturas, lo que derrumbamiento de las cadenas alimentarias marinas. Su destrucción agravaría el efecto invernadero por su importante papel en la conversión de CO2 en O2. Como objeciones podemos indicar que los geólogos no aceptan que a fines del Cretáceo se haya producido un cambio brusco de clima que hubiese producido aridez extrema. Esta hipótesis además no explica con claridad la extinción de determinados grupos y la supervivencia de otros, por ejemplo las ranas y otros anfibios, así como los reptiles pequeños, que son muy sensibles a los cambios de temperatura y  que se habrían extinguido antes que  los dinosaurios. La hipótesis de la muerte masiva de dinosaurios por condiciones extremas de calor y sequía fue muy popular debido a que la recogió  en la película “Fantasía” de Disney, basándose en estudios de Barnum Brown, quien interpretó un famoso cementerio de dinosaurios de Howe Ranch como evidencia de la muerte por desecación de lagos y pantanos.

Sin embargo, el fenómeno estudiado por Brown en Howe Ranch fue de alcance local. En cambio a esta película se le dio un alcance mundial. Además, esa interpretación coincidía con la idea entonces predominante de que la mayoría de los dinosaurios habrían vivido en pantanos, lo cual actualmente no se acepta. El efecto invernadero como consecuencia de una enorme actividad volcánica,  que habría liberado grandes cantidades de anhídrido carbónico, fue propuesta por el geólogo Dewey McLean, del Instituto Politécnico de Virginia. Se ha sugerido otras causas para el efecto invernadero,  tales como el descenso del nivel del mar, procesos cíclicos endógenos o el impacto de uno o varios meteoritos. A fines del Mesozoico el clima se volvió más húmedo y más cálido. Esas características climáticas pudieron disminuir el calcio disponible y los dinosaurios necesitaban consumir calcio. Al hacerse el clima más cálido y húmedo desapareció el calcio disponible para los dinosaurios, que lo requerían para su metabolismo. Como objeción podemos decir que no explica la razón por la que que se hubiese producido la extinción de los dinosaurios y no la de otros organismos que también requieren calcio. En la actualidad existen zonas con clima húmedo y cálido donde habitan reptiles, aves y mamíferos sin problemas de descalcificación. Esta hipótesis fue propuesta por el científico ruso V. Elisséiev, quien la elaboró considerando la existencia de esqueletos de dinosaurios torcidos en estratos del Cretáceo superior. Tales hallazgos, sin embargo, son frecuentes en fósiles encontrados en distintos estratos, y afectan por igual a dinosaurios, aves o mamíferos. Se deben a procesos de contracturas musculares postmortem por al aflojamiento de los ligamentos del cuello.

Dado que: a fines del Mesozoico el clima se volvió más húmedo, se produjeron mayor cantidad de pantanos y ríos que dividieron las antiguas grandes extensiones con pasto. A las grandes manadas de herbívoros les habría sido cada vez más difícil sobrevivir separadas entre sí y compitiendo por áreas territoriales menores. Al reducirse los tamaños de sus manadas y quedar aislados, habrían sido expuestos a factores nocivos, como la consanguinidad y la eliminación por epidemias de gérmenes infecciosos. El declive de los herbívoros afectó a los carnívoros y carroñeros. Como objeción hay que indicar que es difícil que tales cambios se hayan producido a nivel planetario y no explica la extinción en las comunidades acuáticas. Dado que: hacia fines del Mesozoico aparecieron las plantas con flores, que emiten más oxígeno que las coníferas, cicadales o ginckgoales. Otra hipótesis es que se produjo un exceso de oxígeno al que los dinosaurios no estaban adaptados. Como objeción podemos indicar que  el cambio de la vegetación y el aumento del oxígeno atmosférico fueron procesos graduales, a los que los diferentes organismos pudieron adaptarse. Las plantas con flor no pudieron ser perjudiciales en forma repentina, ya que mucho antes de su desaparición, los dinosaurios habrían acusado trastornos. Los restos fósiles de vegetales no indican que se produjese un cambio drástico de la flora a fines del Cretáceo. Es posible que esta sea la primera hipótesis que se haya propuesto para explicar la extinción de los dinosaurios. En 1841, Richard Owen, el paleontólogo que acuñó el término “dinosaurio“, formuló la idea de que durante el Mesozoico la atmósfera contenía niveles muy altos de anhídrido carbónico y muy bajos niveles de oxígeno, características ideales para los reptiles. Según Owen, a fines del período Cretáceo se habría producido la proporción actual de ambos gases, lo cual favoreció a las aves y a los mamíferos, pero causó la extinción de los dinosaurios.

Hacia fines del Mesozoico aparecieron las plantas con flores, que sintetizan alcaloides aromáticos psicoactivos venenosos. Además, los experimentos con tortugas demuestran que éstas son incapaces de detectar el gusto amargo de los alcaloides venenosos, a diferencia de los mamíferos. Por otro lado,  se han hallado restos de dinosaurios en posiciones contorsionadas o retorcidas, lo que indica que murieron envenenados. Como hipótesis para estos hechos podemos decir que los helechos y coníferas de comienzos del mesozoico utilizaban taninos, pero estos fueron reemplazados por alcaloides muy tóxicos cuando aparecieron las plantas con flores. Los dinosaurios se extinguieron por consumir vegetales venenosos a los que no estaban adaptados. Eran incapaces de detectar el sabor amargo y su hígado era incapaz de detoxificar las substancias, una vez ingeridas. Muertos los herbívoros desaparecieron los carnívoros por falta de alimento. Como objeción podríamos indicar que la hipótesis se fundamenta en estudios de especies vivientes y no explica por qué a estas especies no les ocurrió el mismo problema que a los dinosaurios. Las analogías entre tortugas y dinosaurios son dudosas porque comparten un antepasado común remoto. Los reptiles poseen enzimas que los defienden de venenos vegetales. Las posiciones retorcidas de los restos se encuentran en dinosaurios, aves y mamíferos de diferentes épocas y se deben a procesos de contracturas musculares postmortem por el aflojamiento de los ligamentos del cuello, no siendo prueba de envenenamiento. Los ecosistemas poseen mecanismos de autorregulación, por lo que  tal tipo de desajustes podría haber afectado a poblaciones locales, pero no a todos los dinosaurios y a otra diversidad de organismos terrestres y acuáticos. No se explica la desaparición simultánea de los pterosaurios, ictiosaurios y plesiosaurios, que se alimentaban de peces. Los restos fósiles de vegetales no indican que se produjese un cambio drástico de la flora a fines del Cretáceo. Los dinosaurios herbívoros mostraban una gran variedad de adaptaciones digestivas.

  

No existe forma de saber cómo era el sentido del gusto de los dinosaurios ni la capacidad detoxificadora de sus hígados. Los dinosaurios herbívoros hadrosaurios y ceratópsidos tuvieron su apogeo justamente a fines del Cretáceo, contra lo que debería esperarse si esta hipótesis fuese cierta. Dado los complejos mecanismos masticatorios de los hadrosaurios, estaban bien adaptados para alimentarse de materiales abrasivos como las agujas de las coníferas, no de las suaves plantas con flores. Los alcaloides tóxicos aparecieron hace 120 millones de años y los dinosaurios persistieron hasta 50 millones de años después. Esta hipótesis fue planteada por Tony Swain, del Jardín Botánico Real de Kew, en Londres,  en 1976, quien sugirió que las lesiones orgánicas debidas a los alcaloides podrían haber llevado al desarrollo anormal de la hipófisis y al excesivo grosor de las cáscaras de los huevos. En años recientes el principal defensor de esta hipótesis ha sido el psiquiatra Ronald K. Siegel, quien ha dicho: “No estoy sugiriendo que todos los dinosaurios murieran de sobredosis de drogas vegetales, pero, sin duda, este fue un factor a tener en cuenta“. Gould la califica de una especulación gratuita para atraer la atención, imposible de comprobar. Algunos investigadores, como Norman D. Newell, han señalado como posible causa de la extinción de los dinosaurios, una explosión evolutiva de los hongos patógenos y venenosos, que se habría producido asociada a la explosión evolutiva de las plantas con flores.

Algunos huevos fosilizados de dinosaurios parecen haber sido abiertos y vaciados, y (durante el Mesozoico existieron pequeños mamíferos nocturnos que posiblemente se alimentaran de huevos. Según esta hipótesis,  los dinosaurios se extinguieron porque sus huevos fueron devorados por Morganucodon u otros pequeños mamíferos. Como objeción podemos decir que  los mamíferos solamente fueron dominantes después que se extinguieron los dinosaurios. Los dinosaurios habían convivido sin problemas con mamíferos durante unos 160 millones de años y no hay razones para que, de pronto, empezaran a devorar los huevos, solamente de dinosaurios y de todo tipo de dinosaurios. No explica por qué no desaparecieron otros reptiles ovíparos ni las aves, ni explica la desaparición de las faunas marinas, como la de los ictiosaurios. Los ecosistemas poseen mecanismos de autorregulación, de modo que los comedores de huevos no habrían llegado a exterminarlos, ya que tal tipo de desajustes podría haber afectado transitoriamente a poblaciones locales, pero no a todos los dinosaurios y a una diversidad de otros organismos terrestres y acuáticos. En la actualidad hay especies que se alimentan exclusivamente con los huevos de otras, sin que pongan en peligro a las especies de cuyos huevos se alimentan. Durante una expedición enviada a Mongolia en 1922-1925 por el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, dirigida por Roy Chapman Andrews, se encontraron numerosos huevos de dinosaurios, hallazgo que fue publicado en 1923. Algunos huevos parecían haber sido abiertos y vaciados, por lo que algunos conjeturaron que habían sido consumidos por pequeños mamíferos. Este hecho dio base a la hipótesis comentada, planteada en 1925 por Wieland, que fue muy popular durante décadas, aceptada por autoridades como Boule y Jean Piveteau. Aunque actualmente casi no tiene partidarios, la ha defendido en años recientes el norteamericano William Clemens. Carl Sagan la recoge en su bestseller “Los Dragones del Edén“: “los mamíferos dormían a intervalos durante el día y los reptiles hacían lo propio durante la noche, momento en que hasta los más inermes protomamíferos carnívoros podían suponer una amenaza real para los adormilados reptiles de sangre fría, y muy en especial para sus nidadas“.

 

El encuentro de poblaciones humanas, mucho tiempo aisladas, ha producido a veces la desaparición de algunas de ellas por transmisión de parásitos y epidemias, para las que no tenían defensas. Basándonos en ello podemos pensar que al formarse nuevas rutas terrestres para las migraciones de manadas del dinosaurios, entraron en contacto poblaciones que se trasmitieron parásitos y microorganismos, los que les produjeron la muerte. Pero no hay evidencias fósiles que demuestren la presencia de parásitos u organismos patógenos, salvo que hubiesen afectado a los huesos, y no hay pruebas en ese sentido. Es casi imposible que tal variedad de organismos se viera afectado por las mismas epidemias o parásitos, que normalmente se limitan a pocas especies estrechamente emparentadas. Por el contrario, si varias enfermedades infecciosas atacaron en forma inespecífica a gran diversidad de dinosaurios, no se explica por qué no afectaron a otros reptiles, como cocodrilos, tortugas y lagartos. Los ecosistemas poseen mecanismos de autorregulación, por lo que tal tipo de desajustes podría haber afectado solo transitoriamente a poblaciones locales. Y sería muy raro que una sola especie desapareciera por una enfermedad, porque la selección natural actúa favoreciendo a los agentes causales, impidiendo que destruyan a todos los organismos que atacan. Menos aún podría haber eliminado a todos los dinosaurios y a una diversidad de otros organismos terrestres y acuáticos. Esta hipótesis se basa en la extinción de algunos pueblos humanos mediante epidemias tras el encuentro con otros grupos, y a la transmisión de algunas enfermedades en la fauna silvestre. En tiempos recientes, ha sido defendida por el paleontólogo norteamericano Robert (“Bob”) Bakker, dentro de una hipótesis más amplia. Se han señalado diversos microorganismos y parásitos en los reptiles actuales. Por ejemplo, en cierta ocasión numerosos reptiles del Zoológico de Londres murieron infectados por una ameba, Entamoeba invadens, y existe un ácaro llamado Ophionyssus natricis que succiona la sangre de serpientes. Pero no existen medios para conocer las enfermedades infecciosas o parasitarias de los dinosaurios ni la resistencia que tuvieron a las mismas.

Como consecuencia del aumento de la masa terrestre ocurriría un aumento en la fuerza de gravedad. Se podría plantear que a fines del Cretáceo aumentó la masa de la Tierra, y los dinosaurios, dado su gran volumen, no pudieron soportar el cambio, porque los transformó en animales demasiado lentos y pesados. Esta idea carece totalmente de justificación, ya que no hay motivos para suponer seriamente que aumentó bruscamente la masa terrestre. Por supuesto, tampoco todos los dinosaurios eran gigantes. Esta idea no ha sido propuesta por científicos sino por divulgadores especulativos. Otra posible causa es lainversión de polos magnéticos. El registro sedimentario de minerales magnéticos muestra inversiones en las orientaciones del campo magnético terrestre en rocas de la época anterior a la extinción de los dinosaurios. Durante el proceso de inversión magnética se debilita o desaparece la magnetosfera (cinturones de Van Allen) que protege el planeta de las radiaciones ionizantes. La reversión de los polos magnéticos habría ocasionado la entrada de grandes cantidades de radiaciones ionizantes procedentes del Sol, produciendo muertes, aumento de las mutaciones y esterilización de la fauna. Y, posiblemente, fluctuaciones en las constantes gravitacionales y en la composición y presión atmosféricas. Pero este fenómeno no explica la supervivencia de otros grupos, ni la extinción de formas marinas que no habrían sido afectadas por las radiaciones. El proceso de inversión de los polos magnéticos ha ocurrido con cierta frecuencia, sin asociarse a extinciones masivas. Se ha sugerido que los procesos de inversión de la polaridad magnética puedan relacionarse con impactos de meteoritos. En este caso no sería la causa pero estaría correlacionada con una causa diferente. Como la intensidad del daño por radiación es en general proporcional a la cantidad de radiación absorbida en relación a la masa corporal, se habrían afectado los pequeños animales pero no los grandes, porque estos últimos tienen menor superficie en relación a su volumen. Por lo tanto, el aumento de las radiaciones ionizantes habría exterminado a los lagartos, por ejemplo, y no a los grandes dinosaurios. En 1963, R. Uffen sugirió que los cambios de polaridad magnética terrestre se acompañarían de una disminución de los cinturones de Van Allen.

El Cretáceo superior fue un período de alta actividad volcánica. El ácido hidroclorídico, presente en los gases volcánicos, destruyó la capa de ozono de la alta atmósfera. Como consecuencia, desapareció el escudo protector contra la mayor parte de los rayos ultravioletas. Los mamíferos, provistos de piel peluda, las aves emplumadas y los animales que vivían bajo las aguas sobrevivieron porque estaban suficientemente protegidos. Pero ello no explica la extinción simultánea y masiva de grupos de organismos acuáticos. Esta hipótesis fue desarrollada por M. L. Keith, profesor de geoquímica de la Universidad de Pennsylvania. Por otro lado, durante el Cretáceo se completó la separación de los continentes debido a la deriva continental. Esta deriva continental transformó áreas continentales en costeras y viceversa, y los continentes se trasladaron acercándose o alejándose de los polos, lo que produjo importantes cambios climáticos, ecológicos y bióticos que llevaron a la extinción de los dinosaurios. El desplazamiento de las masas continentales separó los continentes más extensos y dividió las tierras en áreas menores, alterando las corrientes oceánicas, la circulación de los vientos y las pautas climáticas. A fines del Cretáceo el mar sufrió una gran retirada o regresión, abandonando las cuencas epicontinentales, lo cual produjo climas más extremos y estacionales, con inviernos más fríos y veranos más cálidos.

Un mar epicontinental es una masa de agua salada con una gran extensión pero con escasa profundidad que se extiende sobre una plataforma continental. Los mares epicontinentales se suelen asociar con las ingresiones marinas de principios del Cenozoico. Pueden ser cálidos o fríos: de hecho, a finales de la última era glacial todavía quedaban unos cuantos, cuando el aumento del nivel del mar superaba la velocidad de isostasia en algunas zonas. Un importante mar epicontinental en la prehistoria, concretamente entre el Mesozoico y Cenozoico, fue el estrecho de Turgai, que separaba el continente europeo del sureste asiático. En la actualidad, los mares epicontinentales suponen un gran aprovechamiento económico, ya que en ellos la posibilidad de pesca es muy grande. Se asientan sobre plataformas continentales, con lechos marinos a una profundidad media de 200 m o menos. Ejemplos significativos de mares epicontinentales actuales son el golfo Pérsico, el mar del Norte, el mar Argentino, la bahía de Hudson y el mar de Grau.   Los dinosaurios habrían sido incapaces de resistir los cambios ambientales. Aunque esta hipótesis concuerda con los hallazgos de paleontólogos que han observado el declive de los dinosaurios desde unos 10 millones de años antes del fin del Cretáceo, otros investigadores observan una brusca desaparición exactamente al final del Cretáceo. No explica claramente la extinción simultánea de otros grupos.

La deriva continental produjo la apertura de un Océano Ártico, hasta entonces cerrado. Al entrar en comunicación con los demás océanos, produjo efectos complejos de alcance mundial. Los dinosaurios se extinguieron como consecuencia del desbordamiento del Océano Ártico, porque las aguas más frías y livianas del Ártico al verterse sobre las aguas del Atlántico formaron una capa de agua fría sobre las aguas cálidas más pesadas y más salinas, extendiéndose por el mundo una ola de frío y sequía. Se habría producido un descenso de al menos 10 grados en la temperatura del agua oceánica a nivel mundial. Sin embargo, la apertura del Océano Ártico al Atlántico se produjo durante el Eoceno, mucho después de las extinciones masivas, y se ha producido en diversas oportunidades sin correspondencia con episodios de extinción. Esta hipótesis fue formulada por Stephan Gartner y James P. McGuirk, de la Texas A & M University, y John Kearney, de la Phillips Petroleum Company. Otra posible causa es la orogenia y reducción de lagunas y pantanos. Como consecuencia de la deriva continental,  hacia fines del período Cretáceo se produjeron surgimientos de numerosas cadenas montañosas (alpinas, del Himalaya, de las Montañas Rocosas, etc.) a partir de regiones bajas. Durante las grandes sequías en África, se observa la mortalidad masiva de los hipopótamos. Se supone que los cambios en la corteza terrestre produjeron reducción en lagunas y pantanos, lo cual produjo la extinción de los herbívoros que allí vivían (saurópodos, hadrosaurios), seguida por la extinción de los carnívoros. Sin embargo,  actualmente se considera que los diferentes grupos de dinosaurios, incluyendo a los grandes saurópodos y a los hadrosaurios, habitaban en tierra firme, no en lagunas o pantanos. Por lo tanto, el modelo “hipopótamo” no es aplicable a sus formas de vida. Por otra parte, los saurópodos se habían restringido antes de fines del Mesozoico. Los que vivían en el Cretáceo eran relativamente escasos, habían sido reemplazado en gran parte por dinosaurios ornitisquios. Tampoco explica la extinción de otros grupos terrestres o acuáticos.

Hay una teoría que pone como posible causa el supuesto surgimiento de la luna. La extracción de la Luna desde la cuenca del Pacífico habría causado trastornos a nivel planetario, que habrían afectado drásticamente a las comunidades biológicas.  Según esta hipótesis, a fines del Cretáceo surgió la Luna desde el lecho del Océano Pacífico, creando la gran fosa de este océano y produciendo grandes alteraciones planetarias que llevaron a la extinción de los dinosaurios. Pero no hay evidencias que la Luna hubiese salido de la Tierra, ni en el Cretáceo ni en ningún otro momento de la historia de la Tierra. En los corales del Devónico pueden apreciarse los efectos de las mareas sobre su crecimiento, lo cual demuestra que la Luna existía 330 millones de años antes de la desaparición de los dinosaurios. Actualmente se acepta que la Luna se originó en un choque de la Tierra con un cuerpo del tamaño de Marte, muchos millones de años antes de la era de los dinosaurios. Otra posible causa es el descenso del nivel del mar y desaparición de hábitats. Existen registros geológicos sobre el retroceso del mar en centenares de km. Y el límite entre Cretáceo y Terciario coincide con un proceso de regresión generalizada de los océanos, que dejó al descubierto una superficie de unos 29 millones de km. cuadrados.La disminución del nivel del mar ha acompañado a muchas de las extinciones masivas y la moderna biología conservacionista explica que las poblaciones declinan cuando los hábitats se reducen y fragmentan. Según esta hipótesis,  la regresión de los océanos alteró gravemente los ecosistemas, produjo una desaparición rápida de los hábitats de llanuras costeras bajas y desecó y redujo considerablemente la superficie ocupada por mares poco profundos. Al reducirse el área ocupada por los mares disminuyó el volumen de vegetación marina fotosintetizadora, aumentando la concentración de anhídrido carbónico en la atmósfera, y haciendo al clima más cálido y variable (efecto invernadero). Pero ello no explica claramente todas las pautas de extinción y sobrevivencia. Algunos investigadores suponen que por el contrario, hacia fines del Cretáceo el nivel del mar subió y habría causado la extinción. Esta hipótesis fue defendida por T. J. M. Schopf en 1983. Calcula que se produjo un descenso de 150 a 200 m. en el nivel del mar, drenando los mares epicontinentales y cortando el curso de los ríos, lo que habría reducido los hábitats disponibles para los dinosaurios. Otro defensor de esta hipótesis es David Archibald, paleontólogo experto en mamíferos. Las influencias en las extinciones masivas de los cambios en el nivel del mar fueron estudiadas por Dave Jablonski y Karl Flessa. Concluyeron que si se eliminaran las plataformas submarinas actuales, desaparecería un 13% de las familias, lo cual queda bajo el nivel de extinción de las extinciones masivas. Se sabe que durante el Oligoceno los océanos se redujeron a uno de sus niveles más bajos durante cinco millones de años, sin que se produjera una mayor extinción en la biota marina (conjunto de especies de plantas, animales y otros organismos que ocupan un área dada). En 1989 A. Hallam, sin embargo, reconoció que los descensos en el nivel del mar están asociados generalmente a las extinciones masivas.

 

Los cambios geográficos en la posición de los continentes y el cambio en el nivel de los mareshizo posible el encuentro de diversas especies de dinosaurios a fines del Cretáceo. Cuando en la actualidad se transportan animales repentinamente desde un continente a otro se producen grandes alteraciones ambientales. Las condiciones geográficas de fines del Cretáceo permitieron migraciones masivas de los dinosaurios, que se desplazaron desde un continente a otro causando el caos ecológico al llevar enfermedades y parásitos, competir con otras especies por el alimento, y recibir el impacto de nuevos depredadores. De acuerdo con el modelo de deriva continental vigente, los continentes se fueron separando gradualmente, por lo que el mayor contacto de especies se habría producido durante el Triásico, no a fines del Cretáceo. Es difícil creer que hubo un encuentro de dinosaurios a nivel planetario con consecuencias fatales para todas las especies. En los casos conocidos de intercambios faunísticos masivos, como por ejemplo el que ocurrió entre Norte y Sudamérica durante el Plio-Pleistoceno, muchas especies de mamíferos se extinguieron, pero solo cuando fueron desplazadas por otras equivalentes. Esta hipótesis ha sido defendida recientemente por el paleontólogo Robert (“Bob”) Bakker, del Casper College en Wyoming.

El desplazamiento del eje rotacional de la Tierra causaría cambios drásticos en las condiciones ambientales del planeta. Este desplazamiento del eje rotacional de la Tierra pudo haber causado la extinción de los dinosaurios y de un conjunto de otros organismos marinos o terrestres, a nivel planetario. Pero carece de un fundamento serio. En la década de 1960, el Dr. James Heirtzeler, de la Universidad de Columbia, y algunos otros investigadores sugirieron que algunos acontecimientos catastróficos, por ejemplo terremotos importantes, períodos de formación de montañas y cambios radicales del clima a nivel mundial, se pueden relacionar de una forma compleja con grandes cambios en el giro de la Tierra. La idea del cambio del eje de rotación terrestre es defendida frecuentemente por los seguidores del libro “Mundos en Colisión“, publicado en 1950 por Immanuel Velikovsky, que buscaba una explicación astronómica a los sucesos bíblicos y a otras tradiciones antiguas. De acuerdo con estas ideas, las pruebas del cambio en el eje de rotación terrestre, serían por ejemplo, el Libro de Josué sobre la detención del Sol, una tradición andina recogida por Zecharia Sitchin según la cual el Sol desapareció durante 20 horas durante el reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II y una supuesta tradición de los indios hopi, que habla concretamente de la desviación del eje de la Tierra. Pero no podría haber ninguna relación temporal entre estas tradiciones y la extinción de los dinosaurios, ocurrida  hace  65 millones de años.

 

Hacia fines del Cretáceo un rift (áreas donde la presencia de grietas indican que la corteza está sufriendo divergencia y distensiones) gigante separó el lado occidental de la India derramando casi 1.300 km. cuadrados de lava en menos de 500.000 años, en la zona denominada meseta Decán.  Se disperso por todo el planeta produciendo un “nivel negro” rico en iridio (mineral pesado que se encuentra en el interior de la Tierra) y que contiene hollín. La consecuente extinción de los dinosaurios fue seguida por un breve dominio de los helechos. Actualmente se ha comprobado que se producen aumentos similares de helechos tras la erupción de un volcán. Según esta hipótesis,  una enorme erupción volcánica en la zona de Decán alteró la climatología y ecología del planeta, produjo una densa nube de polvo y cenizas que cubrió el Sol y extinguió a los vegetales, provocando un fuerte descenso de la temperatura y llevando a la extinción de los dinosaurios y otros grupos. Las nubes de anhídrido carbónico y las emisiones de gases sulfurosos y diversos ácidos pudieron envenenar la atmósfera y los mares, produciendo el recalentamiento de la superficie terrestre (, lluvia ácida letal y destrucción de la capa de ozono. Las erupciones descargaron grandes cantidades de ácido clorhídrico a la atmósfera, que fue dividido por la luz solar desprendiéndose cloro, gas altamente reactivo que dañaría o destruiría a la capa de ozono. La eliminación de la pantalla de ozono permitió que la radiación ultravioleta destruyese a los animales terrestres y al plancton marino. El polvo volcánico impregnado con selenio habría producido una fuerte disminución en la natalidad de dinosaurios herbívoros. Los mamíferos habrían estado protegidos por su pelaje y las aves por sus plumas, los animales de los fondos marinos también habrían tenido protección suficiente, pero no los dinosaurios.

Pero el registro de sedimentos volcánicos de la época es escaso, el nivel negro con alto contenido en iridio puede tener también un origen extraterrestre y la cantidad de iridio encontrada se considera demasiado alta como para provenir de erupciones volcánicas. Según algunos estudios, la actividad volcánica de Decán se inició al menos 400.000 años antes y prosiguió unos 400.000 años después del depósito de iridio. Uno de los principales partidarios de esta hipótesis es el geofísico francés Vincent Caurtillot. Para Caurtillot, las erupciones volcánicas en la zona de Decán hacia el fin del período Cretáceo fueron de tal envergadura que las capas de lava cubrieron extensiones de 10.000 Kilómetros cuadrados y un volumen superior a los 10.000 kilómetros cúbicos. Mediante medición paleomagnetica, Courtillot pudo establecer que las lavas de Decán fueron lanzadas por cráteres volcánicos hace entre 64 y 68 millones de años, lo cual coincide con el paso del Cretáceo al Terciario. En 1985, los geólogos Charles B. Officer y Charles L. Drake, del College Dartmouth, llegaron a la conclusión que el iridio y otros elementos pesados se depositaron lentamente durante un  periodo entre 10.000 y 100.000 años, y que diversas pruebas sugieren un origen volcánico y no meteorítico de los mismos.

 

En nuestro planeta se reconocen procesos cíclicos que se auto regulan. Las extinciones masivas parecen producirse en forma cíclica, y los mismos factores ambientales parecen estar asociados a diversos episodios de extinción.  Según esta hipótesis, las extinciones masivas se desencadenan por procesos de origen endógeno, causadas por la propia evolución del planeta. Pero es difícil reconocer factores comunes a todas las extinciones masivas y pronunciarse sobre la secuencia de las perturbaciones. Esta hipótesis fue propuesta por el ecólogo Ramón Margalef en 1993, que la llama “la sombra obscura de Gaia“. La extinción sería provocada por cambios climáticos derivados del estancamiento y la estratificación de las aguas continentales y parte de las oceánicas, que acumularían grandes reservas de anhídrido carbónico en aguas profundas, bajo presión hidrostática. Diversas circunstancias, entre ellas el impacto de un asteroide, que sería en este caso un factor secundario, provocarían una súbita explosión química del océano y un rápido efecto invernadero a nivel atmosférico. Por otro lado, las cantidades excesivas o las deficiencias de ciertos elementos metálicos traza, tales como el cobre o el cobalto, que se presentan en muy bajas concentraciones y  son venenosas para los organismos. Según esta hipótesis,  a fines del Cretáceo se produjo una alteración en las concentraciones de elementos metálicos traza a nivel planetario, afectando a los dinosaurios. Esta hipótesis supone que el exceso o la deficiencia de estos elementos debió ocurrir simultáneamente en el mar y en la tierra y que las concentraciones letales de los iones metálicos se hayan difundido por todo el planeta más rápidamente que lo que puedan haber sido concentrados o removidos de la circulación. Se considera poco probable que ocurran variaciones significativas a nivel planetario de estos elementos a través del tiempo o el espacio y que tales variaciones sean suficientes como para producir efectos biológicos a escala mundial. Esta hipótesis fue propuesta por el geólogo M. J. Salmi, de Finlandia, y Preston E. Cloud, Jr., de la Universidad de Minnesota a inicios de la década de 1960.

http://oldcivilizations.wordpress.com/2011/10/06/grandes-extinciones-en-la-historia-de-la-tierra-%C2%BFpor-que-se-extinguieron-los-dinosaurios-12/

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