Una colaboración de lalunagatuna
Siempre que resuena el nombre de Diógenes lo relacionamos con la anécdota, más que dudosa, en la que el gran Alejandro Magno, sabedor de la precariedad y austeridad de la vida de este filósofo, se atrevió a ponerse delante de su vivienda -un tonel- y le ófreció darle todo lo que pidiera. Alejandro, creyente de que todo hombre tenía un precio, pensó que con ello dejaría bien claro que nadie puede vivir al margen de las comodidades y riquezas, sobre todo si se le ofrecían de forma gratuita. Diógenes le pidió amablemente que se quitara de delante ya que le estaba haciendo sombra.
Sin embargo, más allá de la mera anécdota, Diógenes se hizo famoso en su ciudad natal -Sinope- por haber falsificado moneda. Este delito le llevo a la peor condena que podía sufrir un griego de la época: el ostracismo. Marchó pues a Atenas, a la Atenas de los últimos años de Platón (de ahí las dudas razonables de su “sucedido” con Alejandro ya que este debía ser demasiado joven aún para haber recibido el apelativo de “Magno”) y entró en liza con los grandes pensadores que en esta época moraban en la “capital cultural” de la Helade. Su postura fue la de “ladrar a los poderosos, morder a los importantes y no reconocer más autoridad que la naturaleza”. Esto es, decidió comportarse como un auténtico perro (cynós en griego). Por ello, el pensamiento por él inaugurado es conocido hoy como “cinismo”.
Pero buceando un poco en el que es posiblemente el libro más divertido escrito sobre la “Vida de los filósofos más ilustres” de Diógenes Laercio (este es otro Diógenes de los seis homónimos importantes del mundo antiguo) encontramos datos suficientes, a pesar de ser una doxografía (recopilación de opiniones y sucedidos), para creer con firmeza que El Perro debió su apelativo a comportarse literalmente como tal. Su forma de presentarse ante los ciudadanos de la excelsa Atenas le acercaba más a una bestia que a un hombre “civilizado”: orinaba en público -en el ágora ni más ni menos-; escupía a los importantes y practicaba, fruto de su soledad y de su desencuentro con las normas sociales y el poder establecido, el glorioso arte de Onan en público y a la vista de todos.
Pero, ¿Quién es Onan? Bastaría una rápida lectura del libro del Génesis (138,9) para ver que dicho sujeto fue requerido por Dios para dar hijos a una cuñada suya que había enviudado. Así era la ley, tras enviudar una mujer sin descendencia el hermano del difunto debía velar por la tarea de engendrarla con el fin de que la herencia quedase en manos del linaje. Onan, sin embargo, desobedeciendo la ley y a Dios decidió masturbarse siempre antes de ver a su cuñada para evitar depositar su semilla en la viuda. Dios, al que no le gusta que desobedezcan las leyes, mucho menos a él, primero lo maldijo y luego lo mató.
¿Para qué se masturbaba en público entonces Diógenes? Quizá no encontró forma más “antisocial” y “egoista” de deshacerse de sus vecinos, de desobedecer las normas establecidas, de trasgredir el orden hasta el punto de ser apartado del todo de la Polis y sus leyes. Lo importante es que todo ello parece ser que lo hacía como vindicación a una vida más auténtica, más sana y más natural que la que nos ofrecen las normas, las leyes y las costumbres. Y todo ello a pesar de que el bueno de Diógenes lo habia intentado de muchas formas. Nos cuenta el bueno de Diógenes Laercio que habiéndolo llevado uno a su magnífica y adornada casa para apartarlo de la “mala vida” prohibídole escupiese en ella, arrancando una buena reuma se la escupió en la cara diciéndo que “no había hallado lugar más inmundo”.
Pero también podemos encontrar en la citada doxografía un pequeño resumen de lo que suponía para nuestro filósofo del tonel una actitud sana ante la vida, actitud que refleja el verdadero sentido del cinismo del que el de Sínope hizo gala y que la historia ha dejado reducida a un encuentro imposible con Alejandro. Con estas palabras os dejo:
“Decía que los hombres contienden acerca de cavar y del acocear, pero ninguno acerca de ser honestos y buenos. Admirábase de los Gramáticos, que escudriñan los trabajos de Ulises e ignoran los propios. También de los músicos que, acordando las cuerdas de su lira, tienen desacordes las costumbres de ánimo. De los matemáticos, porque mirando al sol y a la luna no ven las cosas que tienen bajo los pies. De los oradores, porque procuran decir lo justo, mas no procuran hacerlo. De los avaros, porque vituperan de palabra el dinero y lo aman sobre manera. reprendía a los que alaban a los justos porque desprecian el dinero, pero imitan a los adinerados. Admirábase de los esclavos que viendo la voracidad de sus amos no les hurtaban de la comida. Loaba mucho a los que pueden casarse y no se casan; a los que les importa navegar y no navegan; a los que pueden gobernar la República y lo huyen; a los que pueden abusar de los muchachos y se abstienen de ello; a los que tienen oportunidad y disposición de vivir con los poderosos y no se acercan a ellos. Decía que debemos alargar las manos a los amigos con los dedos extendidos, no doblados”.