El interés por el aspecto de la vida del fundador del cristianismo aumenta a medida que nuevas investigaciones han ido descubriendo su actitud revolucionaria respecto al sexo y la mujer.
Jesús, el Hijo de Dios, ¿mantuvo relaciones sexuales durante su vida? ¿el hombre llamado Jesús conoció ese sutil estremecimiento que atrae a mujeres y hombres, impulsándolos a unirse sin vergüenza ni culpa en una cópula amorosa?
En realidad, en toda la Biblia se habla del amor humano. Pero es importante situar en su contexto lo que dice este libro “sagrado” escrito a lo largo de mil años, y hacernos cargo, en cada caso, del momento histórico, los modos de vida, usos y costumbres. El protagonismo de esta historia pertenece a una cultura concreta que se desarrolló en Palestina hace 2000 años. Algunos pasajes bíblicos abordan temas escabrosos, como el incesto, la mutilación sexual, la prostitución –tanto sagrada como profana–, la masturbación y la homosexualidad.
En el Antiguo Testamento hallamos numerosos episodios que giran en torno a las relaciones carnales, como el de Zipora y Moisés, el estupro de Dina o la desnudez de Noé. Es emblemático el famoso pasaje de Génesis 19 sobre Sodoma, en el cual vemos a Lot defendiendo a los ángeles del Señor, huéspedes de su casa, de un grupo de sodomitas empeñados en violarlos. En esta situación, Lot no duda en ofrecer a sus jóvenes hijas (“que todavía no han conocido hombre”) para aplacar a los lascivos varones que le exigen la entrega de los ángeles. Más adelante, después de haber huido a las montañas las hijas de Lot emborrachan al padre con vino y abusan sexualmente de éste para quedarse embarazadas.
De esta unión incestuosa nació la estirpe de los moabitas, a la que perteneció Ruth, una antepasada de Jesús. Pero en el Antiguo Testamento hay muchos otros pasajes similares, como el erotismo desenfrenado del rey David, campeón de intrigas con trasfondo sexual, que llegó al extremo de enviar a la muerte a Urías, uno de los jefes de su ejército, para arrebatarle a su esposa Betsabé, después de haberla poseído en ausencia del marido. No deja de ser llamativo que del fruto de este adulterio execrable surgiera la línea davídica de la que nacería Jesús, según Mateo.
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