¿Qué sabemos sobre algunas antiguas civilizaciones, como las de América y China?

Una mañana de julio de 1911, un granjero indígena, un militar peruano y un joven profesor de la Universidad de Yale, llamado Hiram Bingham, caminan sobre un frágil puente tendido sobre el vacío, entre dos bloques de roca gigantescos. En el fondo del abismo, ruge el río Urubamba, que vierte sus aguas en el Amazonas. El río Urubamba (en quechua, Urupampa, que Imagen 2significa «meseta de arañas») es uno de los principales ríos del Perú, una de las fuentes del río Ucayali, y parte de la cuenca del Amazonas. En el valle del Alto Urubamba hay muchos vestigios del imperio inca, incluyendo los restos de la famosa ciudadela de Machu Picchu. Desde arriba, al borde del mismo Machu Picchu, se puede apreciar un precipicio vertical de 600 m de altura que termina sobre el río. Volviendo al relato, los tres hombres prosiguen su escalada, agarrándose a los árboles que brotan de la pared cortada a pico, y descubren unas terrazas rematadas por un dédalo de admirables ruinas de pálido granito. Bajo la vegetación, aparece una formidable ciudadela sin nombre, dominada por los imponentes picachos del Huayna Picchu y del Machu Picchu. Bingham, piloto de combate en la Primera Guerra Mundial y, después, senador de los Estados Unidos por Connecticut, defenderá hasta su muerte, acaecida en 1965, su interpretación de los orígenes de la misteriosa ciudadela de Machu Picchu. Según él, se trata del Tampu Tocco del que habla el sacerdote español Fernando Montesinos en su Historia del Perú antes de la Conquista. Montesinos fue el primer historiador de los peruanos y le debernos los primeros trabajos sobre los recursos mineralógicos de los Andes. Murió en 1562. Para escribir este artículo me he basado en informaciones contenidas en “El retorno de los brujos” (original “Le Matin des Magiciens“), que es el título de un magnífico libro publicado en 1960, subtitulado “Una introducción al realismo fantástico“. Lo escribió Louis Pauwels en colaboración con Jacques Bergier y trataba sobre temas entonces aparentemente novedosos, como supuestos fenómenos parapsicológicos, civilizaciones desaparecidas, el esoterismo y su conexión con el nazismo.

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Según el padre Montesinos, la dinastía de los Amautas reinó en los Andes mucho tiempo antes de los incas. Y, durante el reinado del sexagésimo segundo Amauta, unas hordas bárbaras invadieron el Imperio. En el año 500, varios soldados del derrotado ejército llevaron los restos de su rey a un refugio llamado Tampu Tocco, donde construyeron una ciudadela, de la que hacia el año 1300, bajaría un Amauta, Manco Cápac, para apoderarse de Cuzco y fundar el Imperio inca. Durante el reinado Inca, los Amautas eran los encargados de la educación de las personas nobles y de los incas durante la época del imperio inca o Tahuantinsuyo. La palabra Amauta en quechua significa una persona de gran sabiduría. Y por su prestigio social formaban parte del Consejo imperial del Sapa Inca. El aprendizaje lo impartían los amautas, instruyendo a los futuros gobernantes normas morales, religiosas, históricas y formas de gobierno en el Imperio Inca. También enseñaban ciencias, matemáticas y conocimientos sobre la tierra y el universo, según  la cosmovisión andina.  Existieron dos clases de educación: La primera era una educación dirigida para las clases altas y la otra una educación para la población en general “Hatunrunas” (hombre común). Las clases nobles y reales del Imperio inca fueron educados formalmente por los Amautas, mientras que la población general recibía conocimientos de sus familias , las cuales se transmitían de generación en generación. Según el cronista Fray Martín de Murúa, la educación se impartía en los “Yachayhuasis” o Casas del Saber, lugares de aprendizaje ubicados en el Cusco, donde los estudiantes nobles asistían a estas escuelas de formación. Los Yachayhuasis o Yachaywasis eran recintos dedicados a la educación que fueron fundadas por Inca Roca. De todos modos, la existencia de Manco Cápac no ha sido demostrada. Tal vez se trata de un héroe legendario o del nombre simbólico de una dinastía preincaica. Según ciertas tradiciones orales, Manco Cápac fue oriundo de Tiahuanaco. Y ello nos encamina hacia otra ciudad en ruinas, del misterioso pasado prehistórico. Entre 1200 y 400 antes de Cristo, la civilización de los chavines se extendió sobre las altas mesetas del norte del Perú y nos legó los vestigios de una obra de arte llena de dioses feroces. La cultura chavín fue una civilización preincaica que se desarrolló durante el Horizonte Temprano y tuvo su centro de desarrollo en Chavín de Huántar que está ubicado entre los ríos Mosna y Huachecsa, en el actual departamento de Ancash en el Perú. Tradicionalmente, el desarrollo histórico de Chavín se considera como un “horizonte cultural” debido a sus influencias artísticas y religiosas presentes en otras culturas contemporáneas a ella. Gran parte de aquel desarrollo histórico corresponde al Periodo Formativo específicamente al Formativo Medio y al Formativo Superior, que tiene como características la intensificación del culto religioso, la aparición de la cerámica estrechamente relacionada a los centros ceremoniales, la intensificación del cultivo del maíz y la papa, el perfeccionamiento de las técnicas agrícolas y el desarrollo de la metalurgia y el textil.

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Fue el arqueólogo Julio César Tello, conocido como el «Padre de la Arqueología Peruana», quien la descubrió y consideró como la “cultura matriz” o “madre de las civilizaciones andinas“. Sin embargo, descubrimientos recientes sugieren que Caral, del periodo Arcaico Tardío, es más antigua que Chavín pese a ello es aún referente en los trabajos generales. Tello planteó que la cultura chavín fue de origen amazónico debido a las múltiples representaciones de la iconografía selvática en sus manifestaciones artísticas, especialmente en la cerámica. En su máximo apogeo Chavín de Huántar, centro principal chavín, actual Patrimonio Cultural de la Humanidad, fue un importante centro ceremonial y centro de irradiación cultural cuya influencia se extendió por gran parte de la costa y sierra de los andes peruanos y posiblemente hasta Ecuador y Bolivia. El pueblo Chavin fue politeísta y adoraron a dioses terroríficos. La religión en Chavín habría tenido influencia selvática ya que sus esculturas muestran seres sobrenaturales, que recogían rasgos felinos como el Jaguar y el Puma, pero también caimanes, serpientes y diversas aves andinas, como el águila, cóndor y el halcón. El culto Chavín se estimulo debido al uso técnicas avanzadas de producción agrícola, textil, avances en la fabricación de grandes redes de pesca y al descubrimiento de técnicas de orfebrería con oro y plata, así como la metalurgia del cobre. Estos avances económicos condujeron a la construcción de centros ceremoniales y ciudades. La iconografía de figuras antropomórficas felinas es una característica importante de la civilización Chavín. Todas estas deidades son representadas en las diferentes manifestaciones culturales como en la cerámica, artefactos de metal, textiles y esculturas arquitectónicas. Chavín de Huantar fue un punto central, en particular, para los rituales religiosos. La vestimenta y la música fueron parte de las ceremonias importantes. La religión Chavín tuvo como cabeza principal al sacerdote. En el templo de Chavin de Huantar, hay varios lugares utilizados para hacer fuego, con restos de comida, animales, y cerámica, cuya presencia sugiere que el sitio se dedicó a la realización de sacrificios. La religión Chavin implicaba la transformación del ser humano  mediante el uso de sustancias alucinógenas. Muchas esculturas representan la transformación de una cabeza humana a una cabeza de jaguar.

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El uso de sustancias alucinógenas para fines religiosos era común, según los hallazgos arqueológicos encontrados. Los sacerdotes Chavin utilizaban el cactus “Ayahuasca” dadas sus propiedades alucinógenas. Ello es a menudo representado en las imágenes talladas, por ejemplo en la imagen de un dios que lleva el cactus en la mano como un palo. Hay imágenes que representan figuras humanas con mucosidad en la nariz, que es un efecto secundario resultante de la utilización de esos alucinógenos. Las sustancias alucinógenas contenidas en los cactus ponía a los sacerdotes en trance. Por lo tanto, “más cerca de los dioses“, y además les permitía mejorar su visión, mediante la dilatación de las pupilas, y penetrar en las profundidades del templo, que estaba en la oscuridad más absoluta. En los propios parajes de la zona encontramos la huella de civilizaciones prehistóricas que edificaron pirámides y colosales fortalezas de bloques de arcilla cocidos al sol. Hay fósiles que atestiguan la presencia de mastodontes en estas tierras. Al sudeste del lago Titicaca, se levanta el testimonio de la más asombrosa cultura prehistórica: Tiahuanaco. En varias hectáreas de terreno, vemos pirámides truncadas, montículos artificiales, hileras de monolitos, plataformas, cámaras subterráneas, pórticos de dos pilares y dintel, y tallados en la dura piedra. La famosa Puerta del Sol, con sus inscripciones, hace pensar, según se ha dicho, en un calendario astronómico. ¿Se trata del centro de un Imperio, como Machu Picchu? Y si estos dos lugares altos, batidos por los vientos, inadecuados para el cultivo, y de una antigüedad imposible de precisar, no eran centros de civilizaciones, ¿cuáles fueron sus funciones? Y, ¿qué podemos decir de la civilización de Nazca, en la costa norte del Perú? Más antigua que el reino de Chimú, que nos legó las imponentes ruinas de Chan Chan, la civilización nazca, cuyo origen ignoramos, dejó sobre los llanos desérticos, sobre la arena y los pedregales, gigantescas figuras geométricas, siluetas de pájaros, de ballenas y de arañas, cuyas líneas tienen cerca de siete kilómetros de longitud y parece que fueron trazadas para ser descifradas desde el cielo, a gran altura.

Nazca sigue siendo un enigma. Lyon Sprague de Camp (1907 —2000),  escritor estadounidense de ciencia ficción, terror y fantasía, que es conocido sobre todo por sus historias sobre el personaje de Conan el Bárbaro,  en su interesante libro Ancient Ruins and Archealogy, escribe: «Ya que el pueblo de Tiahuanaco, como las otras civilizaciones desaparecidas de América del Sur, carece de toda tradición escrita, no se puede descifrar ninguna inscripción. Nada permite descubrir la historia perdida de Tiahuana­co. Los acontecimientos que no pudieron consignarse por escrito se pierden para siempre cuando mueren aquellos que conservaban su recuerdo. Por esto la historia de la fortaleza inca de Machu Picchu, así como el enigma del Imperio perdido de Tiahuanaco, tienen grandes probabilidades de permanecer ocultos para siempre, entre las brumas que se arremolinan alrededor de los altivos picos de los Andes».  Una mañana del verano de 1925, el repartidor de correos entregó una carta en casa de todos los sabios de Alemania y de Austria. En el tiempo de abrirla, moría el concepto de la ciencia, y los sueños y el griterío de los réprobos llenaban de pronto los laboratorios y las bibliotecas. La carta era un ultimátum: «Es preciso elegir entre estar con nosotros o contra nosotros. De la misma manera que Hitler limpiará la política, Hans Horbiger barrerá las falsas ciencias. La doctrina del hielo eterno será el símbolo de la regenera­ción del pueblo alemán. ¡Tened cuidado! ¡Formad a nuestro lado antes de que sea demasiado tarde!».  El hombre que se atrevía a amenazar de esta guisa a los sabios, Hans Horbiger, tenía sesenta y cinco años. Era una especie de profeta furioso. Lucía una inmensa barba blanca y empleaba una escritura capaz de desani­mar al mejor grafólogo. Su doctrina empezaba a ser conocida por un público numeroso, bajo el nombre de la Wel = Welsteislehre: doctrina del hielo eterno. Era una explicación del Cosmos en contradicción con la astronomía y las matemáticas oficiales, pero justificada por antiguos mitos. Sin embargo, Horbiger se consideraba un sabio. Pero la ciencia debía cambiar de ruta y de métodos. «La ciencia objetiva es un invento pernicioso, un tótem decadente.» Pensaba, como Hitler, que «la cuestión previa a toda actividad científica es saber quién quiere saber». Sólo el profeta puede tener acceso a la ciencia, porque, gracias a la iluminación, se encuentra en un nivel superior de conciencia. Esto era lo que había querido decir François Rabelaisiniciado, escritor, médico y humanista francés, cuando escribió: «La ciencia sin conciencia no es más que ruina del alma.» Por esto Hans Horbiger no podía tolerar la menor duda, el menor intento de contradicción. Le agitaba un furor sagrado: «¡Confiáis en las ecuaciones y no en mí! —rugía—. ¿Cuánto tiempo necesitaréis para comprender que las matemáticas son una mentira sin ningún valor?».

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En la Alemania del Herr Doktor científico y técnico, Hans Horbiger introducía, a gritos y golpes, el saber iluminado, el conocimiento irracional, las visiones. Y no era el único, aunque, en este terreno, se asignaba el primer papel. Hitler y Himmler habían requerido los servicios de un astrólogo, aunque no lo publicaban. Este astrólogo se llamaba Führer (“caudillo”, curiosamente el mismo título que se asignó a Hitler). Más tarde, después de la conquista del poder, y como para firmar su voluntad, no sólo de reinar, sino de «cambiar la vida», se atrevieron a provocar por sí mismos a los sabios. Nombraron a Führer «”plenipotenciario” de las matemáticas, de la astronomía y de la física». Mientras tanto, Hans Horbiger ponía en práctica, en los medios intelectuales, un sistema comparable al de los agitadores políticos. Parecía disponer de medios económicos considerables. Operaba como un jefe de partido. Creaba un movimiento, con servicio de información, oficinas de reclutamiento, cuotas, propagandistas y hombres de acción reclutados entre las juventudes hitlerianas. Se cubrían las paredes de carteles, se inundaban los periódicos de anuncios, se distribuían profusión de folletos, se organizaban mítines. Las reuniones y conferencias de astrónomos eran interrumpidas por los agitadores que gritaban: «¡Fuera los sabios ortodoxos! ¡Seguid a Horbiger!». Se molestaba a los profesores en la calle. Los directores de las instituciones científicas recibían tarjetas amenazadoras: «Cuando hayamos triunfado, usted y sus colegas tendrán que mendigar en las aceras». Había hombres de negocios, industriales, que, antes de admitir a un empleado, le hacían firmar una declaración: «Juro que creo en la teoría del hielo eterno». Horbiger escribía a los grandes ingenieros: «O aprenderán a creer en mí, o serán tratados como enemigos» En el transcurso de algunos años, el movimiento publicó tres grandes obras doctrinales, cuarenta libros populares y centenares de folletos. Editaba una revista mensual de gran tirada: “La llave de los acontecimientos mundiales”. Había reclutado docenas de millares de adeptos. Iba a desempeñar un papel importante en la historia de las ideas y en la Historia a secas. Al principio, los sabios protestaban y publicaban cartas y artículos demostrando la imposibilidad del sistema de Horbiger. Después, cuando el Wel adquirió proporciones de vasto movimiento popular, se alarmaron. Después del advenimiento de Hitler al poder, la resistencia menguó, aunque las universidades continuaron enseñando la astronomía ortodoxa. Algunos ingenieros renombrados y algunos sabios se incorporaron a la doctrina del hielo eterno, corno, por ejemplo, Lenard, que había descubierto, con Wilhelm Conrad Röntgen, los rayos X, el físico Oberth, y Stark, cuyas investigaciones sobre la espectroscopia eran mundialmente conocidas.

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Hitler apoyaba abiertamente a Horbiger y creía en él. «Nuestros antepasados nórdicos se fortalecieron en la nieve y en el hielo —declaraba un folleto popular de la Wel—. Por esto la creencia en el hielo mundial es la herencia natural del hombre nórdico. Un austríaco, Hitler, expulsó a los políticos judíos; otro austriaco, Horbiger, expulsará a los sabios judíos. El Führer ha demostrado, con su propio ejemplo, que el aficionado es superior al profesional. Ha sido necesario otro aficionado para darnos la comprensión completa del Universo». La historia de la Humanidad, tal como la describía Horbiger, con los grandes diluvios y las migraciones sucesivas, con sus gigantes y sus esclavos, sus sacrificios y sus epopeyas, respondía a la teoría de la raza aria. Las afinidades del pensamiento de Horbiger con los temas orientales de las edades antediluvianas, de los períodos de salud y de castigo de la especie, apasionaron a Himmler. A medida que se precisaba el pensamiento de Horbiger, surgían correspondencias con las visiones de Nietzsche y con la mitología wagneriana. La doctrina de Horbiger coincidía estrechamente con el pensamiento del socialismo mágico y con las actitudes místicas del grupo nazi. Ella fomentaba en gran manera lo que Jung debía llamar más tarde «libido de lo irrazonable». Según Horbigger, el hombre era ya civilizado en la era terciaria. Según la teoría horbiggeriana del «hielo cósmico», antes de que existiese nuestra Luna actual, seis satélites, formados por explosiones de estrellas, fueron atraídos y destruidos por la Tierra, en eras geológicas diversas. Cuando se acercaba el satélite, se desintegraba en la atmósfera, y sus fragmentos se extendían sobre nuestro planeta. El Diluvio, la Atlántida, serían episodios de esta historia. La “Luna” del terciario habría caído hace 25.000 años. Todas las tierras tropicales quedaron sumergidas, a excepción de algunas altas montañas, como las del Perú y las de Etiopía.  Según los horbiggerianos, como Hans Bellamy y Arthur Posnansky, Tiahuanaco y Machu Picchu datarían de esta época. Habían sido refugios de la élite humana de la era terciaria, situados, a la sazón, al nivel del mar. Existen, quizás, algunas pistas a seguir, pero han sido demasiadas las recientes observaciones astronómicas que han venido a destruir algunas afirmaciones de Horbigger. Podemos analizar algunos interrogantes la América del Sur fundados en investigaciones y descubrimientos, comprobables en todo o en parte. Según refieren las crónicas, el inca Huayna Cápac, el dios vivo e hijo del Sol, oyó decir, allá por el año 1526 de nuestro calendario, que unos hombres extraños y de rostro pálido habían llegado muy cerca de las costas septentrionales de su Imperio, en unas embarcaciones de formas extravagantes y dimensiones anormales. En 1532, Pizarro desembarcaría en las costas del Ecuador y avanzaría hacia el Sur, cruzando el Imperio inca. Pero, cuando Huayna Cápac oyó hablar de rostros pálidos, tenía detrás de él una larga tradición que hablaba de hombres blancos venidos del mar, en la noche de los tiempos.

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El padre Montesinos pretendía que los peruanos eran descendientes de Ophir (Ofir), bisnieto de Noé. Seguramente los conquistadores no se preocuparon en indagar de dónde habían provenido los pobladores de las tierras descubiertas. Pero cuando llegaron clérigos y gente de letras, quedaron sorprendidos por la diversidad de razas, costumbres, conceptos religiosos y culturales. De repente surgió la necesidad de encontrar una respuesta a la pregunta:¿Cómo y cuándo llegaron los pobladores de América?  La investigación comenzó en el siglo XVI y dura hasta nuestros días. No obstante, aún no es posible dar una respuesta categórica con respecto al origen del hombre americano. Una de las teorías plantea que sería de origen bíblico, o mejor dicho semita. Descendientes de Noé, cananeos, fenicios, hebreos, serían los primeros pobladores, entre otros. También se han difundido teorías que señalan que entre los primeros habitantes hubieran existido gente de origen egipcio, tártaro, chino, africano, polinesio, así como habitantes de los continentes desaparecidos, además de pobladores de origen autóctono. Entre los historiadores contemporáneos hay varios que insisten en la presencia hebrea en el continente, ya mucho antes de la conquista española. Ellos se refieren no sólo a presencia de personas de ese origen entre los pobladores, sino aún más a costumbres religiosas vigentes en algunos de los pueblos aborígenes. Para los primeros colonizadores, en su afán de justificar su obligación de convertir a los indígenas a la doctrina cristiana, fue muy importante afirmar, que éstos también son descendientes de Adán. Se han tejido muchas conjeturas acerca del Diluvio universal. Según la Biblia, el Diluvio extinguió la especie humana, con la excepción de Noé y su familia, cuyos descendientes poblaron de nuevo el mundo. El cronista chileno Fray Diego de Rosales, en su Historia General del Reino de Chile, desarrolló esta tesis para Chile, y otros historiadores la extendieron para otros países de América Latina. Las discrepancias subsisten sólo con respecto a cuál de los hijos o nietos de Noé habrían llegado a América para poblarla. En general, estaban de acuerdo que tenía que haber sido Ofir, hijo de Yactan. El Padre Cabello Balboa cuenta: “Ophir fue el que más lejos llegó. Se apartó de sus hermanos y caminando por las costas del gran mar, donde se muestran anchas y larguísimas tierras y riberas, él solo las obtuvo y poseyó. Finalmente allí se estableció y dio su nombre a toda la costa cercana con el gran mar. Esta región, hasta el tiempo del Rey Salomón aún después, tuvo el nombre de Ofir. Tal es así que nuestros naturales son directamente Ofiritas. Desgraciadamente, aunque supieron conservar la memoria del hecho que son descendientes del Patriarca Ofir, al no saber usar la escritura, poco a poco se fueron barbarizando“.

Hay una coincidencia curiosa. La Biblia habla de un país llamado Ofir, rico en oro, piedras preciosas y maderas olorosas, a donde manda su flotilla el Rey Salomón. Una flotilla, construida y conducida por marineros que su amigo Hiram, Rey de Tiro, le había facilitado. Lo interesante es que Colón mismo cuenta, en una carta dirigida a los Reyes Católicos, que había descubierto el país de donde había sacado el Rey Salomón su oro y sus piedras preciosas. Este lugar es Veragua, Venezuela, que tocó en su cuarto viaje. Escribe Colón: «Del oro de Veragua llevaron 666 quintales de oro a Salomón, y David en su testamento, dejó 3.000 quintales de oro de las Indias a Salomón para ayudar a la edificación del Templo». Es notable, que el historiador Josefo Flavio hace mención de estas tierras como fuente del oro que Salomón había utilizado en la construcción del Templo. La idea de que los indios podrían ser descendientes de los primeros pobladores hebreos, cautivó a los intelectuales más selectos, entre ellos al Padre Bartolomé de las Casas. Es casi unánime la opinión, que la población derivó originalmente del tronco hebreo, es decir, de algún descendiente lejano de Noé. Otro grupo de historiadores de la época de la conquista insistió en que los pobladores fueron descendientes de las Diez Tribus Perdidas, haciendo referencia al Cuarto Libro Apócrifo de Esdras, que narra la historia de las Diez Tribus perdidas de Israel en forma diferente de lo escrito en la Biblia. Según esta fuente Salmanasar,  rey de los Asirios en la época del reinado de Osías en Israel, capturó a esas tribus y se las llevó en cautiverio. Cuando terminaron los penosos años de la esclavitud, no querían volver a Jerusalén, sino que acordaron buscar una región, aunque muy remota, donde nunca hubiese habitado el género humano. «Así penetraron por los estrechos donde comienza el Río Eufrates» – dice el autor de Esdras. – «Por aquella región había un camino largo, que demoraba de año a año y medio en recorrerlo y que se llamaba la Región de Arsaret». Es fácil comprender que esta narración haya tenido una enorme influencia en los escritores de la época de la conquista, ya que una región desconocida por la humanidad, y tan alejada de Palestina, no podría ser otra que el Nuevo Mundo. Aún más, al haber identificado a Arsaret con Tartaria, podrían haber llegado hasta la Isla de Groenlandia, de donde por el Estrecho de Davis podrían haber pasado a la tierra del Labrador. Como los conocimientos geográficos eran incompletos y escasos, resultó ésta una explicación lógica y convincente.

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El Libro de Isaías contiene una profecía que puede ser interpretada como la llegada de las Diez Tribus a las Indias Occidentales. «Volverá Dios a traer y juntar a los remanentes del Pueblo de Israel, que habían quedado en la esclavitud de los asirios de estos lugares, y también de las islas del mar». Un extraordinario personaje del siglo XVII, Manashe ben Israel, gran rabino de Amsterdam y renombrado escritor y humanista, nos dejó un testimonio muy interesante en su obra titulada «La esperanza de Israel». Cuenta que vivió en Amsterdam un judío español llamado Aron Levi. Este Aron Levi había vivido durante algunos años en las Indias Occidentales, y fue protagonista de una extraordinaria aventura, como la cuenta el mismo. Ocurrió que durante su permanencia en América, la Inquisición lo acusó de alguna herejía y lo encarceló. Luego de haber cumplido su sentencia, resolvió conocer aquella tierra y tomó como guía a un cacique indio, llamado Francisco. Un día, amargado por su desventura, exclamó: “Yo soy hebreo, de la tribu de Levi, mi dios es Adonai y todo lo demás es un engaño“. Al oír estas palabras Francisco quedó muy sorprendido, y le preguntó, si también era hijo de Israel. Cuando Aron Levi le aseguró que lo era, el indio insistió que fuera con él a conocer a su pueblo. Después de un largo viaje, llegaron a la orilla de un río donde habitaba la tribu del cacique. Recibieron a Aron Levi muy cordialmente, y éste oyó recitar, con enorme asombro, la oración tradicional hebrea: «Shema Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad». Le dijo entonces el indio Francisco: “Estos hermanos tuyos, los hijos de Israel, los trajo Dios a esta tierra, haciendo con ellos grandes maravillas y muchos asombros. Pero tienen que vivir ocultos y retirados, hasta que llegue el tiempo de la Redención para todos los judíos“. Aron Levi escribió que todos los varones estaban circuncidados y tanto ellos como sus mujeres llevaban nombres bíblicos. Fernando de Contreras, uno de los conquistadores, escribió que «al otro lado de Marañón hay una gran multitud de indios, que usan nombres hebreos». Sin embargo, Menashe ben Israel no quedó del todo convencido. Admitió que los primeros pobladores de América fueran israelitas, pero también anotó que luego, una ola de rudos y bárbaros mongoles hicieron irrupción, superponiéndose a los hebreos. Tanto Menashe ben Israel como otros historiadores y escritores, han observado similitudes en las costumbres, en conceptos religiosos y en conductas entre judíos e indios autóctonos. Algunos hicieron comparaciones con datos de la Biblia. Mencionan por ejemplo, que los indios de Yucatán se circuncidaron y rasgaron su vestimenta al recibir una noticia nefasta o de muerte, como los judíos lo hacen. Los indios peruanos mantenían un fuego vivo en sus altares, igual como se les había ordenado a los judíos en el Levítíco. En otras partes de México, el sábado era un día festivo, y todos tenían que asistir a las ceremonias religiosas y a la presentación de sacrificios. Las nociones referentes a la Creación del Mundo, por ejemplo en el Popol Vuh, tienen similitudes con la descripción de la Biblia. Asimismo, los indios conocían el mito del Diluvio Universal.

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Algunos indios rechazaban la carne de cerdo, pero sólo antes de su bautismo. También  tenían que lavarse el cuerpo tres veces al día y luego utilizaban ungüentos y aromas propios del judaísmo. Algunos filólogos de la época, encontraron analogías filológicas entre el hebreo y algunos idiomas autóctonos. El Libro de Mormónrelata la historia de las antiguas poblaciones de las Américas así: “América fue colonizada primero por una tribu semita, los jareditas. Eran los descendientes de AdánJared, con su familia, trabajó en la construcción de la torre de Babel, cuando sobrevino la dispersión de las razas. Para salvarlo a él, a su mujer y a su familia, el Señor le ordenó que construyera una barca y llevara consigo, como Noé, todos los animales de la Tierra. En efecto, después de una azarosa travesía, impulsado por un viento favorable, llegaron a las costas del Nuevo Mundo. Allí se multiplicaron, hasta formar una gran nación. Pero con el correr del tiempo, cayeron en idolatría y sus costumbres se degeneraron y se convirtieron en crueles y salvajes. En el siglo V a.C., una nueva ola de inmigrantes apareció en las costas americanas. Esta vez se trató de una tribu del pueblo judío, los nefitas, cuyo conductor, Nefi, era descendiente directo de José. Trajeron consigo el culto del Dios hebreo. Pero pese a las advertencias de sus profetas, los nefitas cayeron en el pecado y, finalmente, después de crueles guerras, fueron exterminados por sus vecinos, los jareditas. Así es que Mormón, en las proximidades de la catástrofe, obtuvo las tablas que resumen la historia de su pueblo. Los jareditas, judíos pecadores e idólatras, se convirtieron en cobrizos, por castigo divino. Ellos, los hijos rojos de Israel, son los antepasados de los Pieles Rojas, de los Incas y de los Aztecas. Los nefitas, judíos devotos, se mantuvieron blancos, pero fueron muertos por sus hermanos de raza“. e El Libro de Mormón está lleno de divagaciones aparentemente fantásticas, pero vale la pena mencionar una profecía respecto a Colón. Dice el profeta Nefi: «Y mirando vi entre los gentiles a un hombre, que estaba separado de sus hermanos por las muchas aguas, y vi que descendió el Espíritu de Dios y se posó sobre él, y el hombre viajó por muchas aguas, hasta encontrar a los descendientes de mis hermanos, que estaban en la tierra de promisión». La parte interesante de esta profecía es, que da por sentado como un hecho seguro que Colón era de origen judío, hecho que todavía está en discusión. Según el profeta Nefi, Colón no sólo era judío, sino que organizó su viaje por inspiración divina, como sus predecesores. Es decir, que en realidad vino en busca de sus hermanos de raza, para reunirse con ellos.

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Se cuenta que en algunas aldeas de Polonia y de la Rusia zarista, existían leyendas muy conocidas por el pueblo judío. Según ellas, los descendientes de las Diez Tribus vivirían prósperos y poderosos en algún sitio lejano no identificado, y algún día vendrían a salvar a sus hermanos de raza de las manos de sus opresores y vengarían las injurias sufridas. Cuando los judíos hablaban de este tema, llamaban a los futuros salvadores como «los judíos rojos». Quién sabe, tal vez se referían a los indios de las Américas. Fue Alexander von Humboldt, geógrafo, astrónomo, humanista, naturalista y explorador alemán, quien afirmó que los fundadores de los estados indios eran pueblos o grupos de antiguas inmigraciones del Oriente. Fue el primero en divulgar la tendencia orientalista del poblado de las Américas. Las cosmogonías andinas, los templos mayas, la organización de los quechuas, las leyendas de los chichimecas, las clases sacerdotales, las abluciones rituales, los cantos litúrgicos, y muchos factores demuestran un parentesco entre las civilizaciones de América con el Próximo Oriente antiguo.  Cristóbal Colón, descubridor formal de América era, según algunos investigadores, descendiente de judíos. El mismo se mostraba misterioso, cuando se refirió a su origen. ¿Por qué se empeñaba en ocultar su origen? Posiblemente tenía miedo de la Inquisición, o de que no le fuera confiada la grandiosa empresa, que estaba proyectando. Colón se orientó muy rápidamente en los círculos científicos y financieros de España. Pero él mismo solía sugerir que tenía alguna conexión con el Rey David, y su inclinación por la sociedad judía era manifiesta. Nació seguramente en Génova; sin embargo sólo en Italia doce ciudades, y otras más en diferentes partes del mundo, se disputan la gloria póstuma de ser su cuna. Es probable que haya sido el mismo Colón el primero en ocultar la verdad, presumiendo que sus antecesores eran judíos conversos españoles, expatriados de España después de 1391. El nombre Colón o Colombo era bastante frecuente entre los judíos sefardíes de Italia. Ni el almirante, ni sus hermanos sabían escribir ni hablar en genovés. En cambio sí dominaban el idioma de sus padres y abuelos, ya convertidos al cristianismo. Algunos investigadores sugieren que Colón fue de origen mallorquín. Su firma es misteriosa y encomendó a su hijo que la adoptara. De algunos signos que utilizaba en sus cartas y anotaciones, parece evidente que conocía las letras hebreas cursivas, con las cuales se escribía el idioma ladino que hablaban los judíos en España.

Llama la atención que Colón comienza el relato de su viaje con una referencia a la expulsión de los judíos de España y menciona el segundo Templo de Jerusalén. Crónicas del siglo XV y XVI mencionan que habían varias familias de apellido Colón en Mantua, entre ellas Rabi Yosef Colón, médico, filósofo, matemático y astrónomo, lo que parece confirmar la ascendencia judía del famoso almirante. Encontrándose en España, pronto conoció a Abraham Zacutto, famoso astrónomo judío, y su obra, «El Almanaque perpetuo». También conoció la obra de José Cresques, de Mallorca, titulada «El mapa catalán», como también la teoría de Bar Hiya Ha-Bargeloni sobre la forma de la tierra, así como a Juan de Vallsecha, autor de un famoso Mapamundi. Abraham Cresques trazó el primer mapa con los descubrimientos de Marco Polo. Se supone que Colón había conocido este mapa y había leído libros del famoso viajero medieval, Benjamín Túdela. Aprendió el uso del astrolabio, también obra de astrónomos y cartógrafos judíos de Mallorca. En los círculos financieros trabó relaciones con Luís Santangel, canciller real, y con Gabriel Sánchez, tesorero real; ambos judíos conversos. El hecho de que Colón lograra el patrocinio de los soberanos españoles para su expedición, se debió, entre otros judíos conversos, al entusiasmo y ayuda de los funcionarios antes mencionadas. Ellos financiaron los gastos y le abrieron el camino hacia los astilleros, donde hubo que elegir las naves y la tripulación. Por intermedio de Santangel, los reyes dieron su beneplácito al proyecto y Colón recibió un salvoconducto, para que no fuera molestado, como ex judío, ni él ni sus descendientes. Y de aquí surge un enigma. ¿Por qué tuvo que ser financiada esta expedición con el patrimonio privado del canciller real y no con dinero de la Corona española?¿Por qué fueron, en su mayor parte, judíos conversos los que le prestaron apoyo financiero?  Iban, en la tripulación, Marco, el cirujano, Bernal, el médico, Luís de Torres, el intérprete, Alfonso de la Calle y Rodrigo de Triana, marineros, todos judíos conversos. Triana fue el primero en avistar la Tierra Nueva y Torres el primer europeo en pisarla, creyendo que podía conversar con los indios en hebreo, uno de los muchos idiomas que dominaba. Las huellas de todos esos colaboradores desaparecieron, salvo las de Torres, quien, según la crónica, se radicó en Cuba, donde recibió tierras. Colón parece haber aplazado deliberadamente la partida de su expedición hasta el 3 de Agosto de 1492 a pesar de que todo estaba listo ya para el día anterior, día que conmemoraba la destrucción de los Templos de Jerusalén. Algunos historiadores dicen que había un buen número de pasajeros que eran judíos conversos. Colón envió el informe de su éxito a Santangel y Sánchez.

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Félix Gajardo, investigador chileno, escribe en su libro «Colón en la ruta de fenicios y cartagineses», editado en 1992, que la idea de Colón acerca de la expedición y del descubrimiento la concibió mucho antes, basada en el Libro de Esdras y en las profecías de Isaías: «De las siete partes de la tierra seis son enjutas y una sola ocupada por el mar. Cuando la tierra se secara, sé que seis partes quedaran secas y la séptima cubierta por aguas». El Almirante decidió confirmar este anunciado y fue premonitoria de lo que más tarde escribiría a los Reyes Católicos: «para la ejecución de la empresa de las Indias no ha utilizado razón ni matemáticas ni mapamundis: llanamente cumplió lo que había dicho Isaías». Gajardo menciona que la Iglesia Católica no apoyó el proyecto de Colón, porque el IV Libro de Esdras no está canonizado, ni incorporado en la Biblia. Por eso no autorizó que Colón llevase consigo a un capellán. Las crónicas afirman que muchos nuevos cristianos y sus descendientes participaron en la colonización de América, con la esperanza de escaparse de la Inquisición. Lamentablemente esta esperanza se cumplió sólo parcialmente. Algunos pudieron ocultar su origen, otros no. Mientras estaban con vida, los refugiados contribuyeron con gran afán a la colonización y a la divulgación de la cultura española y occidental. Hay muchas investigaciones sobre la vida y las actividades de los nuevos cristianos de origen español y portugués, en general antiguos judíos, en los diferentes países del Nuevo Mundo, basadas en las Actas del Santo Oficio. Según estos documentos había muchos que intentaron mantener y fortalecer el judaísmo entre los refugiados, incluso haciendo proselitismo. Varios de los judíos participaron muy activamente en el comercio interior y exterior. Había judíos de ascendencia portuguesa, española, italiana e irlandesa, que figuran en las actas como portugueses. Es interesante, que durante largo tiempo las palabras «portugués» y «judío» fueran sinónimos. El escritor Julio Caro Baroja escribió que los judíos de Europa no sólo traficaban con los de las colonias españolas, sino que lo hacían mediante una tupida red de corresponsales, utilizando barcos regulares. Bartolomé Bennasar considera que, especialmente en los últimos tiempos, la Inquisición no se preocupó por la pureza de la fe y por la lealtad religiosa de los nuevos cristianos, sino sólo por conseguir sus riquezas. Prevalecía el deseo del enriquecimiento personal de los inquisidores. En 1595, el Tribunal de Nueva España comunicó que los judíos del Nuevo Mundo estaban en comunicación traidora con Holanda. El cargo de conspiración fue un pretexto para encarcelar a los judíos y confiscar sus bienes, para eliminarlos como rivales comerciales, y para destruir de una sola vez toda posibilidad de revuelta. Pero en realidad existía el deseo de erradicar todo rastro de judíos y del judaísmo en Nueva España. La historia posterior indica que este objetivo terminó con un fracaso parcial.

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El profesor Cyrus H. Gordon, que enseñaba arqueología en la Universidad de Brandeis, EE.UU., pretende haber descifrado un mensaje fenicio en una roca de Parayba, Brasil. Esta roca, cubierta de inscripciones, fue descubierta en 1872; pero entonces se creyó que se trataba de una falsificación, ya que la gramática no correspondía a lo que se sabía de la escritura fenicia de la época. Pero, más tarde, se encontraron numerosas inscripciones del mismo estilo en el Próximo Oriente. La autenticidad parece estar fuera de toda duda, al menos para Gordon, que observa que los barcos fenicios eran de mayores dimensiones que los de Colón y habían dado varias veces la vuelta a África. ¿Por qué no podían haber llegado al Brasil?  El misterioso texto dice: «Somos hijos de Canaá y venimos de Sidón, la ciudad del rey. Cuando tratábamos de hacer comercio, fuimos arrojados a este país remoto y montañoso. Hemos sacrificado un joven, en honor de los dioses y diosas de gran poder, en este año diecinueve de Hirán, el gran rey. Zarpamos de Ezión-Gaber, en el mar Rojo, con diez embarcaciones. Navegamos todos juntos durante dos años dando la vuelta a la tierra de Ham. Una tempestad nos separó del grueso de la flota, y buscamos a nuestros compañeros. De este modo llegamos, doce hombres y tres mujeres, a una tierra nueva, de la que tomo posesión como almirante. ¡Que los altos dioses y las poderosas diosas nos protejan!».  Naturalmente, quisiéramos saber lo que fue de estos fenicios cuando penetraron tierra adentro, y si las leyendas indias sobre dioses blancos no tendrían su origen en este desembarco. Si admitimos la existencia de un lazo entre los pueblos mediterráneos y América, habría que reconsiderar toda la interpretación de la historia precolombina. Cuando estos fenicios, o sus descendientes, recorrieron las tierras misteriosas, ¿encontraron pueblos más antiguos y civilizados que el suyo propio? Si nos planteamos la cuestión de contactos olvidados por la Historia, vemos que toda una serie de descubrimientos y de observaciones se agrupan en un único enigma. Encontramos, a lo largo de todo el Amazonas, cerámicas que datan, al menos, del año 2000 a. C.. Están decoradas con serpientes enrolladas sobre sí mismas, extraordinariamente parecidas a las de ciertas cerámicas antiguas del Próximo Oriente. La lengua de los indios mahua tiene caracteres comunes con las lenguas semíticas. El lenguaje de los quechuas se parece al turco. La asociación de Venus con la serpiente que gira sobre sí misma se encuentra tanto en el Codex Borgia mexicano como en determinadas inscripciones del Próximo Oriente y, sobre todo, de Ugarit (actual Ras Shamra),  antigua ciudad portuaria, situada en la costa mediterránea, al norte de Siria y a pocos kilómetros de la moderna ciudad de Latakia, en la región asiática conocida como Levante.. En las representaciones de Mitra, dios solar de Persia, tiene una serpiente junto a sus pies.

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Los códices mayas son libros escritos antes de la conquista y en su escritura se emplean caracteres jeroglíficos, que muestran algunos rasgos de la civilización maya. Los códices han sido nombrados tomando como referencia la ciudad en la que se localizan. El Códice Dresde es considerado el más importante. Los mayas desarrollaron su tipo de papel en una época relativamente temprana, ya que hay pruebas arqueológicas del uso de cortezas desde inicios del siglo V. Ellos lo llamaban huun: “Tempranamente en su historia, los mayas produjeron una clase de manto de la parte interna de la corteza de ciertos árboles, principalmente del higo salvaje o amate, y del matapalo, otro ficus. A partir de ésta y con cal ellos formaban papel, cuándo ocurrió, lo desconocemos. El papel inventado por los mayas, era superior en textura, durabilidad y plasticidad al papiro Egipcio“. Había varios libros mayas escritos al tiempo de la conquista de Yucatán en el siglo XVI, pero casi todos fueron destruidos más tarde por conquistadores y frailes, clérigos y monjes. En particular, los encontrados en la Península de Yucatán fueron destruidos por órdenes de Fray Diego de Landa en julio de 1562. Juntos, los códices son una fuente de información primaria de la cultura maya, junto con las inscripciones en piedras y monumentos, y estelas que sobrevivieron hasta nuestros días y los frescos de algunos templos. Muchas de las claves para entender al mundo maya fueron así destruidas. Alonso de Zorita escribió que en 1540 él vio esos libros en el altiplano de Guatemala que “narraban su historia de más de ochocientos años atrás y que le fueron interpretados por Indígenas muy ancianos”. Fray Bartolomé de las Casas se lamentó cuando descubrió que esos libros fueron destruidos y escribió: “Estos libros fueron vistos por nuestros clérigos, y yo aún pude ver restos quemados por los monjes aparentemente porque ellos pensaron que podrían dañar a los indígenas en materia de religión, ya que se encontraban al inicio de su conversión“. Los últimos en ser destruidos fueron los de Tayasal, Guatemala, la última ciudad de América en ser conquistada en 1697. Solamente tres códices considerados auténticos sobrevivieron hasta nuestros tiempos. Éstos son: El Códice Dresde; el Códice de Madrid, también conocido como el Códice Troano-Cortesiano; el Códice de París, también conocido como el Códice Peresiano. Parecidos en forma y estructura, cada uno está escrito en una sola hoja plegada de casi 7 metros de largo y de entre 20 y 22 centímetros de alto, en pliegos que miden cerca de 11 centímetros de ancho. La autenticidad del Códice de Grolier, también conocido como el Fragmento de Grolier, no es aceptada por todos los investigadores.

El Códice Dresde está guardado en la Sächsische Landesbibliothek (SLUB), la biblioteca estatal en Dresde, Alemania. Es el más elaborado de los códices. Es un calendario que muestra qué dioses influyen en cada día. Explica detalles del calendario maya y el sistema numérico maya. El códice está escrito en una larga hoja de papel que está doblado de forma que se crean 39 hojas, escritas en ambos lados. Probablemente fue escrito por escribas mayas justo antes de la conquista española. De alguna manera llegó a Europa y se vendió a la librería real de la corte de Sajonia en Dresde, en 1739. En las páginas 46 a 50 incluye un calendario de Venus, lo que muestra que los mayas tenían un calendario muy complejo asociado con ideas ceremoniales. En cada una de estas páginas se encuentran cuatro columnas, cada una con treinta de los signos utilizados en el calendario de 260 días, llamado “tzolkin“. Cada uno de los signos representa el día en el tzolkin en donde ha comenzado una posición particular de uno de los cinco períodos de Venus que complementan ocho años de 365 días. Las cuatro columnas de cada página en particular representan a Venus en sus cuatro posiciones en el firmamento: la conjunción superior, la estrella de la mañana, la conjunción inferior y la estrella de la tarde. En la parte inferior de cada página se muestra en números mayas el número de días de cada período. Un científico alemán, Joachim Rittsteig, dice haber descifrado este Código que le permitiría ubicar un tesoro de unas ocho toneladas de oro en tablillas. Además de que estos Códigos describirían mucha de la cultura maya, también describirían en la última hoja la fecha del fin de una era que debería ocurrir el 21 de diciembre de 2012. El Códice Kingsborough contiene la versión Aglio del Códice de Dresde. En 1825-1826 el italiano Agostino Aglio realizó una copia del Códice de Dresde en blanco y negro para Lord Kingsborough. Éste, a su vez, la publicó en el libro Antiquities of Mexico, que tuvo nueve tomos. Aglio había preparado también una versión a color, pero Kingsborough murió antes de que se publicara. Se llamó posteriormente Códice Kingsborough, en recuerdo de su compilador, al conjunto de documentos facsimilares y de copias de los manuscritos precolombinos mesoamericanos que incluyó Lord Kingsborough en su publicación original: Antiquities of Mexico.

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El Códice de Madrid habla sobre horóscopos y tablas astrológicas y es el producto de ocho diferentes escribas. Se encuentra en el Museo de América, en Madrid, España. Tiene 112 páginas, que se separan en dos secciones, conocidas como el Códice Troano y el Códice Cortesano. Ambas secciones fueron reunidas en 1888. Quizá fue enviado a Carlos I de España por Hernán Cortés, junto al Quinto Real. En la primera carta de relación, Cortés describe: “Más dos libros de los que acá tienen los indios”. López de Gómara, en su crónica, describe que “pusieron también con estas cosas algunos libros de figuras por letras, que usan los mexicanos, cogidos como paños, escritos por todas partes. Unos eran de algodón y engrudo, y otros de hojas de metl, que sirven de papel; cosa harto de ver. Pero como no los entendieron, no los estimaron.”Cuando se envió la primera carta, la expedición de Cortés ya había tenido intercambios con los mayas en la isla de Cozumel, y con los mayas chontales después de la batalla de Centla.  El Códice de París fue presuntamente descubierto en una esquina de una polvorienta chimenea de la Biblioteca Imperial de París(ahora Biblioteca Nacional de Francia). Tras ser adquirido en 1832, se dio a conocer a partir de 1859 por parte de Léon de Rosny. Este códice, también conocido como “Códice Peresianus“, se encuentra en la actualidad en el Fondo Mexicano  de la Biblioteca Nacional de Francia. No obstante, de este códice existen copias que han permitido su estudio. Estas copias, en su mayoría, se derivan de la versión de Léon de Rosny, en 1887, y la versión fotográfica en blanco y negro de 1888. La única discusión completa acerca del códice es el trabajo de Bruce Love en “El Códice de París: Manual para un sacerdote maya“, de 1994, que refiere su temática a cuestiones rituales, correspondiente a los dioses y sus ceremonias, profecías, calendario de ceremonias y un zodiaco dividido en 364 días. El Codex Troano nos dice que, en México, el haz de luz divina se sostenía verticalmente, con una serpiente echada a sus pies. En Bolivia, encontramos la misma serpiente, así como inscripciones parecidas a las del Próximo Oriente y hombres con turbantes. El bajorrelieve de Itacuatiara, en Inga (Brasil), muestra una gran cantidad de inscripciones semejantes a las del Próximo Oriente. Se han descubierto más de dos mil coincidencias de palabras entre la antigua lengua egipcia y las inscripciones brasileñas. Lo cual induce a C. W. Ceram, periodista y crítico literario alemán, conocido por sus obras de divulgación sobre arqueología, especialmente por su magnífico libro Dioses, tumbas y sabios, a decir: «Cuanto más antiguas son las lenguas, más se parecen entre sí, demostrando de este modo que todas ellas proceden de una misma lengua madre».

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El estudio sistemático del monumento de Itacuatiara de Inga muestra, no solamente una relación con el Próximo Oriente, sino también elementos comunes con la isla de Pascua, y con las ciudades perdidas del Valle del Indo, Mohenjo Daro y Harappa. ¿Revela ello un origen común? Se especula que aquel monumento pudo ser esculpido hace treinta o cuarenta mil años. En sus bajorrelieves encontramos símbolos fálicos y mandalas en forma de flores múltiples, que se parecen curiosamente a las de la India. También hallamos un símbolo repetido, que hace pensar en el número ocho, en dos serpientes, o en un signo de infinito. ¿Podemos encontrar una relación entre Itacuatiara de Inga, la civilización de Marcahuasi, descubierta por Daniel Ruzo, y la civilización de Nazca, estudiada por Maria Reich?  Otra civilización  ha sido descubierta por el ingeniero peruano Augusto Cardich en las proximidades del lago Lauricocha, en los Andes. Parece que su antigüedad es de unos trece mil años. Si hubo civilizaciones florecientes en América del Sur, y si éstas establecieron contacto con visitantes procedentes del Próximo Oriente, es uno de los misterios más extraordinarios. Un siglo después del descubrimiento de América persistían aún importantes residuos de técnicas de las antiguas civilizaciones. Ello suscitó tanta curiosidad que Benvenuto Cellini, escultor, grabador, escritor florentino y uno de los orfebres más importantes del Renacimiento italiano, viajó hasta México para aprender los medios empleados por los artistas de los Andes para confeccionar peces de plata con escamas de oro. Pero sin duda no encontró la información, porque regresó a Italia con las manos vacías.  En Perú encontramos objetos de metal cuya antigüedad se remonta hasta el 500 a.C., así como técnicas decorativas en las que se utilizaba el cinabrio y los polvos de piedras preciosas. Por los tiempos de Jesucristo, los indígenas colombianos conocían ya la fundición de los metales. En Ecuador, se trabajaba en aquella época el platino, y el danés Paul Bergsoe ha demostrado que los ecuatorianos practicaban la metalurgia de los polvos metálicos. En el año 1000 a. C., los artesanos de Colombia, de Panamá y de Costa Rica realizaban el moldeado con cera. En una gruta de Honduras se descubrieron hermosas cabezas de pájaros moldeadas de esta manera. En Panamá se encontraron bellísimos reptiles de oro. La soldadura era cosa corriente y se conocía la fabricación del hilo metálico. El origen de estas técnicas parece que hay que buscarlo en los Andes. Pero esto no hace más que alejar el problema en el pasado. Pues, aunque los fenicios hubiesen llegado al Brasil, no habrían podido enseñar procedimientos que ellos mismos ignoraban.

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En el noroeste de Argentina, en Cobres, se exhumó una instalación chocante por su modernismo, destinada a la extracción y manipulación del mineral de cobre. También en aquel lugar se fabricaban objetos, entre los que llama particularmente la atención un ornamento con figuras de animales y de pájaros, entrelazadas, en un estilo parecido al de Archimboldo. Giuseppe Arcimboldo (1527 – 1593), fue un pintor italiano, conocido sobre todo por sus representaciones manieristas del rostro humano a partir de flores, frutas, plantas, animales u objetos; esto es, pintaba representaciones de estos objetos en el lienzo, colocados de tal manera que todo el conjunto tenía una semejanza reconocible con el sujeto retratado. Por último, hay que observar que el uraeus, símbolo de poder de los faraones egipcios, se encuentra entre los indios campas de los Andes. Hay que advertir, a este respecto, que, hasta finales del siglo XVIII, algunos lingüistas, cuyos trabajos fueron indebidamente subestimados durante el siglo XIX, afirmaban que el egipcio era la lengua original. Está comprobado que los japoneses desembarcaron en Valdivia, Ecuador, hace unos cuatro mil años. Si, como todo induce a creer, existían en aquellos tiempos civilizaciones capaces de técnicas complicadas y de refinamiento estético e intelectual, que eran a su vez formas dispersas y residuales de altas civilizaciones mucho más antiguas y acreditadas por enigmáticas ruinas, como las de Tiahuanaco, forzosamente tuvieron que enterarse, en repetidas ocasiones, de la existencia de otro mundo más allá del gran océano, y asimilar de algún modo esta información. Indudablemente, como dice el profesor Marcel F. Homet, «existe un hecho indiscutible: en el pasado de América del Sur floreció una civilización maravillosa, de la que nada sabemos». Pero, tal vez, algún día sabremos algo de ellas, pues el espíritu de aventura no ha fenecido en el mundo, y las tierras misteriosas son, todavía, más numerosas de lo que se cree. El desengaño no es un producto de la cultura, sino, por el contrario, de la ignorancia. El que está deseoso de saber descubre que cada uno de sus pasos se apoya en los conocimientos de mundos enterrados. En todas partes se guardan herméticos secretos, desde la Irlanda del Numinor céltico hasta Australia, desde las cuevas de Lascaux hasta la isla de Pascua, desde el desierto de Gobi hasta el Amazonas. Algunos investigadores han insistido en que una civilización desconocida, heredera del fabuloso pasado y posiblemente subterránea, existe aún en las selvas inexploradas de Amazonia, y, más concretamente, en la región delimitada por el río Xingu, el río Tapajos y el Amazonas.

Una misteriosa «ciudad Z» se hallaría situada a 19° 30′ de latitud Sur y 12′ 30′ de longitud Oeste. En las extrañas libretas del coronel Faucett, que desapareció en estas regiones, en 1925, sin dejar rastro, se lee: «La solución del origen de los indios de América y del mundo prehistórico, la tendremos cuando sean descubiertas y abiertas a la investigación científica las antiguas ciudades de la civilización solar. Pues yo sé que estas ciudades existen». En efecto, algunos indios habían hablado a Faucett de una ciudad que seguía viva, habitada e iluminada por la noche. Pero, que se sepa, nadie ha entrado aún en la tierra prohibida.Alpheus Hyatt Varrill fue, como el coronel Faucett, un explorador romántico. Murió en 1964, a los noventa y tres años, después de haber escrito un centenar de obras sobre la América Central y la América del Sur. Jamás intentó forzar la tierra prohibida, convencido de que moriría en el empeño. Pero pudo consultar, según dijo, los archivos secretos del duque de Medinaceli, en los cuales se encuentran los mapas utilizados por Colón, en los que figuran, no solamente el contorno de las dos Américas, sino también los detalles del interior. Varrill, y su viuda después de él, no han dejado de afirmar que existieron civilizaciones extraordinariamente avanzadas en América del Sur, y que aún permanecen vivos restos considerables de ellos. Dado que algunas de las predicciones de Varrill han sido comprobadas, en particular las referentes a las inscripciones fenicias y a los métodos químicos empleados por los antiguos peruanos para el tratamiento del granito, debemos considerar con cierto respeto su más obstinada afirmación..Añadiremos, en recuerdo del coronel Faucett y de Varrill, dos informaciones. La primera fue proporcionada por el señor Miguel Cahen, uno de los directores de la sociedad «Magnesita, S. A.», dedicada, en el Brasil, a los derivados del magnesio que se utilizan en metalurgia. Un técnico de esta sociedad encontró, junto a los lindes de la tierra prohibida, un extraño cristal que Miguel Cahen remitió a Jacques Bergier. Al ser examinado, este cristal resultó ser de carbonato de magnesio, dotado de una transparencia extraordinaria y de propiedades muy curiosas en el espectro infrarrojo, con radiaciones polarizadas. Ningún cristal de este tipo aparece descrito en mineralogía. Bergier envió este cristal a la Oficina Nacional de Investigaciones Aeronáuticas de Francia. Los especialistas de esta oficina declararon que el susodicho cristal sólo podía ser de origen artificial. Y la cosa quedó así, pues «Magnesita, S, A.» no disponía de otras muestras. La segunda información llegó a conocimiento de Jacques Bergier por medio de una periodista brasileña, Cecilia Pajak, del diario O Globo. Según Cecilia Pajak, allá por el año 1958 se pidió la extradición de cierto número de criminales de guerra alemanes, refugiados en Brasil. Algunos de éstos fueron a esconderse en la tierra prohibida. En general, los que penetran en esta zona desaparecen para siempre. Pero, sorprendentemente, no ocurrió así en el caso de estos nazis. Desde 1964, sus familiares residentes en Brasil recibieron cartas, remitidas desde el interior. Estas cartas afirmaban que aquellos hombres permanecían prisioneros, pero recibían buen trato. Les estaba prohibido decir quiénes eran sus carceleros. ¿Serían mantenidos como prisioneros en alguna de aquellas ciudades secretas de que nos hablaba el coronel Faucett?

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Y ahora vayamos a las antípodas de América del Sur: China. El contacto intelectual con China es muy difícil de establecer. Incluso conociendo la lengua, es casi imposible captar los argumentos y las intenciones del interlocutor. El profesor Chi Pen Lao, de la Universidad de Pekín, explicó que  en las montañas del Hunán y en una isla del lago Tungting se descubrieron unos bajorrelieves de granito que representan seres no humanos, o, mejor dicho, hombres-escafandra con algo parecido a una trompa de elefante. Estos seres aparecen representados, de pie, en el suelo, o sobre unos objetos cilíndricos que flotan en el cielo. Según las mismas fuentes, estos bajorrelieves tienen una antigüedad de 45.000 años. Existen métodos, como la termoluminiscencia o el paleomagnetismo, para determinar las fechas, cuando no basta el carbono radiactivo. Esperemos que la información sea exacta, y consignemos el hecho de que los mitos chinos aluden frecuentemente a visitantes extraterrestres. Los documentos y los objetos que realmente poseemos para sentar y demostrar la idea de una ciencia y una técnica antigua en China datan de los tres primeros siglos de la Era cristiana. Pero entre cuarenta mil años antes de Jesucristo y trescientos después de Jesucristo existe una considerable distancia en el tiempo. Objetos de bronce y de aluminio han sido encontrados en tumbas que datan del siglo II después de Jesucristo. Parece imposible, pero es verdad. No se puede obtener bronce del aluminio sin electrólisis. Sin embargo, los alquimistas chinos lo consiguieron. Conviene consignar algunos datos sobre la alquimia china. Para ello utilizaremos la Historia del mundo antiguo,de la UNESCO. La alquimia china, cuyas raíces habría que buscar en los milenios desconocidos, tuvo por objeto transmutar al adepto, haciéndole adquirir la sabiduría y la inmortalidad corporal. En cambio, la fabricación de oro a base de un procedimiento de transmutación tradicional, no fue más que una etapa para la obtención de productos capaces de asegurar al adepto la trascendencia de la condición humana. Como establece la obra de la UNESCO, el oro alquímico no estaba destinado a la venta. El primer texto alquímico conocido es el Ts’ant’ung-Ch’i. Como todos los maestros de ciencias secretas, el autor escribe bajo seudónimo. El texto explica, en noventa párrafos, la fabricación, partiendo del oro, de la píldora de la inmortalidad, mediante un procedimiento térmico complejo, en un recipiente en forma de huevo y herméticamente cerrado. Como el célebre Tratado de las mutaciones, la obra utiliza sorprendentemente el lenguaje binario de los ordenadores modernos. En ella encontramos ya los términos Yin y Yang, la doble oposición que constituye la base de la doctrina del taoísmo. Se han descubierto varios tratados de alquimia, todos ellos correspondientes a los tres primeros siglos de nuestra Era, pero que hacen referencia a acontecimientos mucho más antiguos. Los alquimistas que consiguieron realizar la Gran Obra vivirían aún en «una isla de los inmortales».

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Otros textos alquímicos han sido descubiertos después de la revolución cultural china, pues, curiosamente, Mao Tsé-tung  se interesó por la alquimia. Existen dos fuentes importantes en lo que concierne a China y a su ciencia. Una de ellas es la obra del doctor Àlexander Kovda, director de la sección de Ciencias Exactas y Naturales de la UNESCO. La otra es la monumental Historia de la ciencia en China, del historiador inglés Joseph Needham, publicada por la Universidad de Cambridge. Un primer hecho cierto y sorprendente se desprende de estas obras: los chinos poseían un conocimiento exacto y sumamente desarrollado de la sismología. Esto es algo absolutamente único en la historia de las antiguas civilizaciones. Fueron los chinos quienes redactaron una lista completa de los temblores de tierra, desde el año 780 a. C. hasta el 1644 de nuestra Era. Según las crónicas, los dioses bajados del cielo exigieron la redacción de esta lista. Por consiguiente, los dioses se interesaban de manera singular por la estructura del globo terrestre. Pero hay aún algo más extraordinario. Chang Heng, nacido el año 78 y muerto el año 139, inventó el sismógrafo. Su aparato incluía un péndulo que podía desplazarse en ocho direcciones y hacía funcionar determinados mecanismos. En la parte exterior del aparato había ocho cabezas de dragón, cada una de las cuales sostenía una bola de bronce. Debajo de cada cabeza, un sapo, con la boca abierta, recogía la bola. De este modo se obtenían indicaciones que permitían situar, con la regla y el compás, el epicentro del terremoto. No cabe la menor duda sobre la existencia de este aparato. Pero quizá no se ha reflexionado bastante sobre su posible interpretación. Se trata de una aplicación, en el marca de las costumbres y de las artes chinas de la época, de principios científicos avanzados y que presuponen un conocimiento de la estructura de la Tierra, de las matemáticas e incluso de la prolongación de las ondas, cuyo origen se ignora. Todo rastro de esta clase de estudios desaparece, como por arte de magia, después de la dinastía de los Han. La misma obra de la UNESCO aporta datos interesantes sobre la astronomía china. Ésta surge antes que la alquimia y constituye la ciencia secreta de los sacerdotes-reyes de la dinastía Chu. Estos reyes son en parte mitológicos y en parte reales, y ningún historiador está de acuerdo en la determinación de qué emperadores Chu fueron míticos o reales. Así, el emperador Yao es citado a veces como legendario, y otras como humano. Se dice que nombró, para altos cargos, a unos astrónomos que tampoco sabemos si eran personas reales o ficticias. Muy poco se sabe en Occidente de esta ciencia secreta. Se presume que sirvió, principalmente, para el estudio de un misterioso planeta invisible, pero que formaba parte del sistema solar. A partir del siglo XVI antes de Jesucristo se advierte la observación sistemática de los eclipses de sol, que, incluso entonces, parecían muy antiguos, remontándose a fechas difíciles de admitir, porque se refieren a decenas de millares de años. Sabríamos mucho más si poseyéramos documentos escritos. Pero gran número de éstos fueron destruidos durante la antigua revolución cultural. del emperador Wang Mang.

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Wang Mang  fue un emperador chino que gobernó en el periodo 9-23 de nuestra Era. Usurpó el trono a la dinastía Han, fundando su propia dinastía Xin. Considerado un usurpador en la tradición histórica china, Wang Mang había nacido en una familia emparentada con la casa imperial de los Han. Tras haber ocupado puestos de relevancia en la administración imperial, consiguió convertirse en regente durante el reinado de dos emperadores niños. En ese momento, Wang Mang promovió la idea de que la dinastía Han había perdido el mandato del Cielo, esto es, la legitimidad para gobernar, y en el año 10 de nuestra era fue proclamado emperador, fundando la dinastía Xin (“nueva“). Wang Mang intentó establecer un estado basado en los ideales confucianos. Para ello, intentó reformas sociales y económicas radicales que no tuvieron éxito, pues se trataba de seguir el modelo arcaizante de la dinastía Zhou. El fracaso de las reformas de Wang Mang y diversas catástrofes naturales, como el cambio de curso del Río Amarillo, provocaron un descontento social que se manifestó en forma de rebeliones armadas. Hizo una revolución cultural, pero acabó por decretar impuestos tan gravosos, que favoreció que fuera asesinado. En el curso de la revolución, desaparecieron muchísimos textos. Casi doscientos años más tarde, aparecen nuevos documentos, durante el siglo II de la Era cristiana. Entonces vemos surgir, fundándose en una tradición inmemorial, una teoría según la cual los cielos no estaban compuestos de materia, sino que las estrellas y planetas flotaban en un espacio infinito y vacío. Es una teoría que se aproxima a la visión moderna, y absolutamente única en su tiempo. Comprobamos también, desde el año 5 de la Era cristiana, la existencia de máquinas que imitan el Universo, que siguen una estrella en su movimiento y permiten predecir los eclipses. En el siglo III, la predicción de los eclipses alcanza ya un grado excelente. A fines del siglo IV se llega a predecir si un eclipse será parcial o total. Todo esto aparece perfectamente comprobado en los trabajos de Joseph Needham y de Alexander Kovda. Esta maquinaria celeste parece ser absolutamente original. Se distingue de las tentativas contemporáneas de Alejandría y de las realizaciones posteriores en Europa por el sistema de coordenadas, fundado en la declinación y la eclíptica. Los dispositivos chinos hacen pensar en los telescopios modernos, mucho más que las realizaciones de los griegos o, incluso, las de la Edad Media europea.

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No resulta difícil admitir, desde nuestro punto de vista, que se trata de una ciencia secreta, desarrollada de manera muy diferente a como se desarrolló en Europa. Hay que observar también que, desde el siglo I de la Era cristiana, se conocía el magnetismo. Éste se empezó a utilizar para la. orientación, aunque la brújula no apareció hasta un siglo más tarde. Desde el siglo I de nuestra Era se describen imanes en forma de cuchara, que representaban un dibujo de la Osa Mayor y se orientaban hacia el Sur. Sin duda tenían una antigüedad respetable, remontándose al período de los alquimistas inmortales, del que no sabemos prácticamente nada. Estos descubrimientos parecen relacionados con matemáticas avanzadas, que sin duda tuvieron mucho que ver con la magia taoísta. En el siglo II de la Era cristiana, sabemos que existió una «Memoria sobre la tradición del arte matemático», que relaciona los secretos de los números con los misterios del Tao. La palabra Tao, difundida por el taoísmo, también se usa en el confucionismo, el budismo chan (zen en japonés) y en la religión china, con matices distintos en cada caso. Puede traducirse literalmente por ‘el camino’, ‘la vía’, o también por ‘el método’ o ‘la doctrina’. En el taoísmo se refiere a la esencia primordial o al aspecto fundamental del universo; es el orden natural de la existencia, que en realidad no puede ser nombrado, en contraste con las incontables cosas “nombrables” en las que se manifiesta. En el terreno práctico, los mismos herederos de la de la tradición matemática inventan el ábaco, aproximadamente en los tiempos de Jesucristo. Este invento, contrariamente a lo ocurrido con otros, no llegará a Occidente, donde se realizará independientemente. Todas las descripciones del desarrollo científico del primer milenio antes de Jesucristo aluden a los espejos mágicos. Algunos de estos espejos se conservan aún en colecciones particulares. Su estructura y su empleo resultan incomprensibles. Son espejos que tienen, detrás del cristal, unos altorrelieves extraordinariamente complicados. Cuando el espejo está iluminado por la luz del sol directa, estos altorrelieves, separados de la superficie del espejo por un cristal reflectante, se hacen visibles. En cambio, esto no se produce con luz artificial. Es algo científicamente inexplicable. También se atribuyen otras propiedades a estos espejos: transmiten las imágenes, como la televisión. Que nosotros sepamos, no se ha hecho ningún experimento para comprobarlo. Los especialistas de la UNESCO explican que la singularidad de estos espejos se debe a «pequeñas diferencias de curvatura» y se muestran reservados sobre las otras propiedades. Si se pudiese demostrar que estos espejos poseen circuitos impresos y constituyen un modo de comunicación, tendríamos una prueba de la existencia de técnicas avanzadas en la antigua China.

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El I Ching constituye la prueba esencial de una ciencia superior en China. Necesitaríamos varios libros para estudiar a fondo el significado del I Ching. ¿Qué es el I Ching? El I Ching, o Libro de las mutaciones, es una obra en la que se consignan metódicamente todas las situaciones en que un ser humano puede encontrarse. Es también un oráculo que permite descubrir la situación en que se halla el interrogador en el momento de formular su interrogación. Para obtener la respuesta, el operador arroja al aire unos palillos y saca un número, correspondiente a la posición de aquellos. Ese número indica una frase del oráculo. La clave que indica esta referencia -clave que, como el libro, es de una antigüedad imposible de precisar; tal vez cuatro mil años, utiliza el sistema binario, igual que hacen los ordenadores. El funcionamiento de este «aparato para conocerse > presupone, evidentemente, la intervención y el juego de fenómenos paranormales. Como en los experimentos parapsicológicos de Joseph Banks Rhine y de Samuel G. Soal, existe una violación de las leyes de probabilidades y un traslado del tiempo, del pasado al futuro. Es indiscutible que el oráculo contesta y que sus respuestas son, muchas veces, sensatas. No cabe duda de que, si se hubiese dedicado al I Ching una parte de los recursos que se consagran a investigaciones insignificantes, se habría hecho progresar el conocimiento universal. Lo que llama la atención, incluso prescindiendo del aspecto paranormal del fenómeno, es la utilización de una clave binaria y al mismo tiempo, la sutil clasificación de todos los problemas humanos en un número limitado de situaciones típicas. Esto implica formas de pensamiento abstracto, ciertamente iguales o superiores a los de toda civilización conocida del año 2000 antes de Jesucristo. Y si consideramos la fabricación del aluminio, la sismografía, la astronomía y espacio infinito, la síntesis del oro, los espejos mágicos y el I Ching, tendremos que reconocer que había en China una civilización absolutamente original y tecnológica.  Esta civilización plantea, evidentemente, numerosas cuestiones relativas al pasado. Pero también plantea otras, relativas al presente. Dado su inmenso poder de abstracción, relacionado con una considerable capacidad técnica desde la más remota antigüedad, ¿por qué no ha progresado anteriormente China, hasta asegurarse rápidamente la dominación del mundo? Según los tradicionalistas, hay que buscar la respuesta en el hecho de que el taoísmo degeneró rápidamente en un conjunto de prácticas de charlatanería, rompiéndose el lazo con los inmortales. Si queremos comprender el orgullo chino contemporáneo tenemos que remontarnos a las antiguas fuentes y ver en ellas la razón de una ambición de gobernar el mundo.

Fuentes:

Pauwels, Louis & Bergier, Jacques- El Retorno de los Brujos

http://oldcivilizations.wordpress.com/2013/08/19/que-sabemos-sobre-algunas-antiguas-civilizaciones-como-las-de-america-y-china/

2 comentarios en “¿Qué sabemos sobre algunas antiguas civilizaciones, como las de América y China?

  1. Hola, sólo tuve que cambiar una alerta a tu blog a través de Google, y se encontró que es verdaderamente informativo. Voy a mirar hacia fuera para Bruselas. Apreciaré debe proceder de esta en el futuro. Numerosas otras personas Sall se beneficiaron de su escritura. ¡Salud!

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