Una colaboración de lalunagatuna
Publicado por Gustavo Fernández
Si el Microcosmos replica el Macrocosmos e inevitablemente la parte del Todo refleja al Todo, el tan mentado “salto cuántico” de la Humanidad debe tener su contraparte a nivel individual. Todavía especulo sobre el salto colectivo. Pero sería poco sincero si no aceptara que en mi pedestre experiencia humana no he tenido mis propios “saltos cuánticos”.
El lector atento, que viene siguiendo mis artículos y reflexiones de los últimos tiempos, ya habrá percibido una pista: mi interés creciente en la Alquimia. Interés que se disparó “cuánticamente” cuando mi profundizar en el Campo Junguiano me estimuló a una relectura de esos viejos textos que ya había conocido en mi adolescencia pero, seguramente como muchos, interpretado como un aplicación literal de enseñanzas veladas de confusiones y sombras. Como en la “Carta Robada” de Poe el hecho está ahí, a la vista de todos. Pero será que cuando nos sumergimos en la Alquimia estamos esperando algún otro áureo hallazgo, en las mismas palabras de los alquimistas está dicho: quien busca solamente fabricar el oro material es apenas un “soplador”. El verdadero alquimista busca otro oro. El espiritual.
El rey y la reina, yin y yang, masculino y femenino: la Obra implica la complementaridad de opuestos
Digámoslo de una vez para los recién llegados: hallazgos químicos y hasta supraquìmicos son, en el proceso de la operación alquímica, apenas una consecuencia colateral. Seguramente beneficiosa en muchos casos, pero no lo que buscaba el operador. ¿De qué se trata entonces?. La Alquimia es una gimnasia de cuerpo, mente y espíritu, una Yoga de laboratorio donde, al realizar disciplinadamente ciertas rutinas materiales repetidas a través del tiempo, se producen específicos cambios espirituales y mentales en el operador. Es una gimnasia del espíritu. Y este enfoque nunca fue ocultado por los mismos alquimistas. Lo que sí lo fue, y con lógica, fueron los procedimientos. Y precisamente porque se trataba de un entrenamiento mental y espiritual así debía ser, para que busque quien tenga voluntad de encuentro. Ya que si todo estuviera allí, meramente al alcance de una lectura superficial, ¿qué mérito trascendente tendría?. Un simbolismo tan rico como el de la Alquimia debe siempre su existencia a una razón suficiente y nunca a mero capricho o a juegos fantasiosos. En ella se expresa cuando menos una parcela del alma.
En consonancia con ello, debo al enfoque junguiano las herramientas que me han permitido levantar algunos velos. Y reflexionar, desde otro lado, las conclusiones circunstanciales que deseo acercarles.
No está en mi espíritu (hoy) hacer ningún comentario crítico a la institución católica. Que, para solaz de exitistas y oportunistas (especialmente si son argentinos) pasa por sus quince minutos de fama al entronizarse un Papa argentino. Ya me he extendido sobre algunas consideraciones políticas e históricas en otra oportunidad: respecto a esto, no puedo evitar el irónico pensamiento de recordar que, si es cierto como dice el popularísimo refrán popular de tierras gauchas “Dios es argentino”; ésta vez quedó completamente demostrado: acomodó a un pariente.
Mi interés absolutamente intelectual y sin duda profano trasciende hoy la mundanidad de la institución: la historicidad de la Iglesia la mantiene blindada contra tejes y manejes financieros, manipulaciones partidarias y oportunismos sociales. Si tenemos la capacidad –sé que no es fácil para muchos, quizás el autor incluido- abstraer nuestra observación de ese marco sociopolítico, humano, material, quizás reparemos en la fuerza oculta de una religión que, como todas otras religiones, deben ser diferenciadas de las iglesias. “Iglesia”, que proviene de “ekklesía”, “reuniòn de hombres” es la institución terrenal. “Religiòn”, “religio”, “religare”, lo que permite al ser humano refundirse con el Uno, la Totalidad, el Cosmos. Es tentador –desde el laicisismo librepensador que me define- sumarme a la quintacolumna de fustigadores de lo eclesial. Y no tengo problemas en hacerlo, si es oportuno. Pero de lo que quiero escribir hoy remite a otra cosa.
Esa “otra cosa” es una lectura desde lo alquímico que permite comprender algunos contenidos de la misma y también señalar, con la humildad de un “outsider”, ciertos bemoles que le quitarían lo que debe ser el bien más preciado de todo Esoterismo milenario (y que alguien venga a discutirme que la Iglesia Católica no lo tiene): su Tradiciòn. Porque más allá de Papas y Bancos Ambrosianos, de curas pederastas y confesores de genocidas, en ésta, como en cualquiera, hay un poder oculto, secreto, que escapa a los propios Illuminati: la entelequia de su Tradiciòn.
Desde ese lugar, hay algo más que evidente: la iglesia cambia lo que no debería cambiar y no cambia lo que sí debería cambiar. De lo segundo, su incapacidad de aggionarse a las políticas sociales, al paradigma cultural dominante, a la propia evoluciòn de la Humanidad. Curas que no se pueden casar y monjas que no pueden dar misa son apenas el eczema de una gangrena que, si no reaccionan a tiempo, puede enfermarla de muerte. Y aquí permítaseme una disgresiòn: muchas voces se levantan aplaudiendo los “cambios” que Francisco, el actual Papa, está imponiendo en su papado. Uno no puede ser ciego a esos gestos. Y, como estudioso de lo inconsciente –individual y colectivo- uno sabe que todo gesto es por definición un símbolo, con una gran carga metafórica, que habla a las profundidades del alma aunque no lo comprendan los sentidos físicos. Pero esos mismos espíritus entusiastas continúan en una espiral de ilusiones, en primer lugar definiendo a esos gestos como “cambios” y, en segundo lugar, pronosticando que son apenas la antesala de los cambios que se vienen. Amigos, lamento el baldazo de agua fría. Los cambios, de haberlos, serán apenas cosméticos. Y más allá de presiones de poder u obligaciones de hermandad, no habrá tales cambios profundos, revolucionarios (¿acaso hay un oxímoron mayor que hablar de un “Papa revolucionario”?) porque por definición no puede haberlos ya que la fuerza de la iglesia es su Tradiciòn y un Dogma que sólo será su columna vertebral mientras se mantenga impertérrito.
Entonces, ¿de qué hablamos si no esperamos ese tipo de cambios que todos aguardan?. Déjenme, siempre desde la óptica alquìmica, hacer algunas puntualizaciones:
– Llevar adelante la Misa en la lengua local: la cacofonía, las remembranzas y ecos del latín lo asimilan a un cantar “mántrico”. La fuerza de los sonidos, sus letanías, sus ecos corales, hablan al espíritu, no a la mente. No sería problema dar charlas introductorias a los fieles o distribuirles material explicando cuál es el contenido y, eventualmente, la traducción literal de esos párrafos. Pero hacerlo en el idioma nativo creyendo que se llega más al corazón de los fieles sólo se comprende si consideramos que buena parte del clero contemporáneo ha perdido (o le ha sido negado) el conocimiento esotérico inmanente a su religión.
– Hacerlo de cara a la feligresía en lugar de espaldas a ésta, porque no es darle la espalda a la gente: es ocupar el puesto, el rol de guía que lleva a su rebaño hacia dios. En la metáfora de los movimientos hay todo un lenguaje gestual que apunta también a lo profundo de nuestra alma: ningún guía lo hace caminando de espaldas. El sacerdote que conoce la vena mística profunda sabe que tiene que mirar hacia el frente, ahí, delante de todos sus seguidores, indicando un camino a seguir.
– Por eso es importante señalar el valor fundamental de la Reforma luterana para preservar –supongo que Martín Lutero lo sabía- la esencialidad de la Tradiciòn. Que no significa ser retrógrado, reaccionario, ni siquiera ultra conservador: significa no dejar que la “religio” se transforme en un protocolo de fórmulas vacías carentes de espíritu. Por eso el error de Calvino, quien descreyó del “hecho mágico” de la Misa (¿alguien cuestionaría que toda Misa es un ritual de Alta Magia Blanca?) y la convirtió en una “celebración”, en el sentido de representación, despojándola, inevitablemente, de su espíritu.
– Aceptar con naturalidad la cremación. Sí, este es un tema que, propuesto a debate, puede parecer casi retrógrado. Desde lo profiláctico, lo sentimental y hasta la planificación urbana puede haber muchas razones sensatas para sostener y aceptar la cremación de cadáveres. Pero desde lo alquìmico, hay un detalle. Planteo aquì el razonamiento alquimista y no diré más; sea cada uno quien concluya lo que desee. Pues para la Alquimia, lo correcto es sepultar el cuerpo sin ataúd directamente a la tierra. Así, se consumirá completamente, sirviendo de abono y fertilizando nuevas formas de vida pero también haciéndose un favor espiritual: así como la materia trabajada en el “atanor”, en el horno alquímico, debe pasar por la etapa de “putrefactio” para luego cumplir las sucesivas de “nigredo”, “rubedo” y “albedo” (estoy simplificando; en realidad las etapas de la Obra son doce), es decir, podrirse para que en su seno surja la “estrella matutina” que indica el nacimiento de la sustancia Filosofal, en el cuerpo del difunto deben producirse esas etapas (otra vez; lo Macrocósmico se replica en lo Microcósmico) para que la chispa del espíritu se libere “transmutada” en una naturaleza de orden superior.
– Cierta cultura progresista nos hace ver como sadomasoquismo la “mortificaciòn” de los ascetas históricos. Uno (yo) tendría que ser cínico y aceptar que sí, que uno mismo así lo ha visto pero, por otro lado, nobleza obliga y debemos aceptar que la apertura mental necesaria –especialmente al asistir a las “Danzas del Sol” mexikas donde los danzantes se cuelgan de las ramas de un árbol con ciertas sogas y espinos que les atraviesan la piel- tiene otras connotaciones. La primera: la “mortificatio” provoca el estado de “nigredo” alquimico.
Pero ocurrirá, seguramente, que habrá quien cuestione la “raíz esotérica” del Catolicismo en particular y el Cristianismo en general. Excede los alcances de este trabajo abordarlo; pero se nos permitirá hacer algunas observaciones, tal como la rica simbología histórica sobre la cual, consultados los mismos sacerdotes, reconocen ignorar su significado u origen que resulta, inevitablemente, encontrarse en la Alquimia.
cruz de evangelización
Tal el caso de la cruz de evangelizaciòn, con una “manta” cruzada sobre el travesaño horizontal que es en puridad la transfiguración de la serpiente de Esculapio. O la propia, solar figura del Cristo. Generalmente el acento cae sobre la ”realidad histórica” de la existencia de ese Redentor, con lo que su naturaleza simbólica queda en tinieblas, aunque el haberse hecho dios hombre constituyera una parte esencial del símbolo: la confesiòn de fe. Pero la eficacia del dogma no se funda en modo alguno en la realidad histórica, verificada una sola vez e irreparable, sino sobre la naturaleza simbólica, en virtud de la cual es la expresión de un supuesto psíquico relativamente ubicuo, que existe aún sin la existencia del dogma. Hay, pues tanto un Cristo precristiano como un Cristo no cristiano, en la medida que el Cristo es un hecho psíquico que existe por sí mismo. Y se sentiría uno tentado a interpretar el ritual de transmutaciòin alquìmico como una caricatura de la misa, si no fuera el ritual de origen pagano y en milenios anterior a aquella.
Lo que es importante comprender es que a la Alquimia (como a la Psicología Junguiana) no le interesa “prima facie”, si Jesús es quien los cristianos dicen que es, ni siquiera si históricamente existiò. Les interesa como hecho psicológico. A ese respecto, el mismo Jung, sobre un tema al que volveremos repetidamente, los OVNIs, escribiò en “Sobre Cosas que se ven en el Cielo” (Editorial Sur, Buenos Aires, 1961) que a los efectos de su abordaje (sólo a esos efectos) no importaba si estos objetos existían o no físicamente, sino su significado psicológico. Pero
Figures hieroglyphiques d’Abraham le Juif (siglo XVI).jpg
fue más allá cuando sostuvo que su conclusión era que el fenómeno existía tanto en lo físico como en lo psíquico. Y en este punto, la psicología jungiana ve en la figura de Cristo el Arquetipo del Avatar, innato de nuestra naturaleza. Es cuando, entonces, un cristiano podría decir –con buen criterio- que el hecho fáctico de Jesús cristaliza el Cristo arquetípico. Y eso es obra alquímica.
Como elementalmente es Alquimia la interpretación y efecto en la vida cotidiana de las acciones conscientes hechas en los planos sutiles, las observaciones que anteceden en cuanto al valor ancestral de la Tradiciòn y la desnaturalizaciòn que la pérdida de ellas significa compete absolutamente a la exploraciòn intelectual de aquella. Pero aún más: he escrito y declamado numerosas veces que, entre las distintas causas
La vida como laboratorio
de la pauperización moral de la sociedad contemporánea tiene un rol no menor la “desacralización” de la vida cotidiana. Ver la vida, el trabajo, las relaciones sociales y todo el orbe de nuestro andar por este mundo como individuo y como sociedad de una manera “sagrada”, no significa estar de rodillas elevando preces todo el día ni encendiendo cirios a cada santo a cada paso: es ser voluntariamente consciente de la trascendencia de esos actos cotidianos. Que comer, trabajar, disfrutar del ocio es eso y mucho más. Que nuestras acciones objetivas tendrán un resultado, sí, quizás meramente material, pero una consecuencia espiritual. “Nuestras acciones en esta vida tendrán un eco en la Eternidad”, decía Máximo Décimo Meridio, “El Español”, personaje de la película “Gladiador”. De eso se trata. Y esa desacralización de la vida cotidiana va de la mano con la pérdida de la capacidad de simbolizaciòn y abstracción del mundo contemporáneo, donde es responsable cierto una “cultura popular” que apunta al estímulo sensorial y quizás intelectual, pero no espiritual. En todas las eras, la danza era sagrada, el consumo de vino, de tabaco, de enteógenos era sagrado. El flirteo y seducciòn estaba cargado de erotismo sagrado. Hoy, bailamos por lo sensorial, nos atiborramos de drogas y alcohol para embotar los sentidos, tenemos sexo sin tantos preámbulos. Y perdimos la carga sagrada de las acciones. Eso, satisfecho lo sensorial, desnuda el vacío interior; allí nacen muchas de las angustias existenciales que se precipitan como “penurias”. El individuo siente que “cae” a un remolino pero percibe que allí, en el vórtice, ya no está su Selbst, sino lo espera el vacío. Y para evitar la succiòn arroja allí los estímulos que toma del exterior, buscando llenar un pozo sin fondo. La angustia de sentirse atraído a esas profundidades vacuas aumenta su desesperación vivencial e, incapaz de interpretarlo, trata de dilatar la irremediable atracción arrojando más desechos de estímulos sensoriales que son cada vez más escasos para llenar el vacío que siente que crece. Éste es el Infierno que la iglesia católica disimula bajo símbolos prefabricados. Y con toda esa manipulación, la iglesia católica manipuló a las masas: convirtió su latente Arquetipo del Avatar en el Arquetipo del Consolador. Por esta razón, quien no comprenda y realice concientemente la alquimia subyacente en las pueriles y al parecer infantiles enseñanzas del catolicismo queda excluido del potencial transmutador de su Tradición. Si algo debe señalarse, entonces, como corolario de estas reflexiones, es que sin duda habrá mentes en el Vaticano que conocen perfectamente (y sin duda, con mayor profundidad que un servidor) estos matices: pero son a la vez conscientes que el poder mundano e la institución no se sostendría con una feligresía (ni siquiera con sus propios cuadros inferiores) conscientes y plenos de ese significado, sino embotados en la nube turbia de los simplismos, dejando sólo, otra vez, a ciertas élites la capacidad de comprender, saber, osar. Y callar, claro.
http://alfilodelarealidad.wordpress.com/2013/08/23/alquimia-e-iglesia-catolica/