Palabras cargadas de ideología

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Ninguna decisión política es neutral. Todas obedecen a criterios ideológicos solapados bajo los discursos previamente diseñados en los laboratorios de imagen y propaganda de los gobiernos y los partidos.

Tomar la iniciativa en el espacio público es fundamental porque establece los asuntos clave a tratar con el sesgo debido a favor de los intereses del emisor del mensaje. Escoger las palabras adecuadas crea un estado de opinión más fácilmente manipulable por quienes ejercen el poder, fáctico u oficial, en cualquier sociedad dada.

Si partimos de la base empírica de que la derecha, más allá de sus visiones doctrinales, representa a las castas hegemónicas o dominantes del entramado social, es decir, los intereses particulares de empresarios y clase alta, no es raro que para encubrir sus verdaderas intenciones tenga que echar mano de los eufemismos con el propósito de que la parte en la sombra de la que es valedora coincida, al menos semánticamente, con el todo social.

Para lograr ese fin, que el todo amorfo asuma como suyo los intereses de una ínfima parte,la derecha no tiene más remedio que usar palabras oscuras y mistificadoras, cuando no la mentira por acción u omisión, como armas decisivas de consenso ficticio en sus comunicaciones públicas.

Lo expuesto parece una obviedad, sin embargo la costumbre hace que desde la izquierda se olvide la mayoría de las veces. Tanto es así que los temas o asuntos que marcan la agenda política siempre son sugeridos o planteados por la derecha, situación que favorece a ésta en el conflicto social cotidiano porque reflejan los intereses reales de sus promotores anónimos, eludiendo de esta forma los temas de mayor calado o controversia.

Desde hace mucho tiempo, esa agenda ideal de prioridades gira en torno a tres palabras que se han convertido con el aliento indispensable de los medios recomunicación en auténticos mitos públicos: racionalizar, reestructurar y regularizar. De ellas penden el resto de conceptos de uso común o vulgar: recortes, recesión, déficit, privatización, eficiencia, adelgazar el Estado, reformas, flexibilidad laboral, etc.

Racionalizar. Reestructurar. Regularizar. Pronunciémoslas en alto. Escuchemos su sonido y su cadencia. Son largas y no explican o significan en la práctica nada a nadie así a bote pronto. Son opacas, con tufo a eruditas y de textura compleja. Inasibles, escurridizas, un tanto pesadas. Técnicamente impolutas y perfectamente desechables en un diálogo coloquial.

La derecha ama este tipo de vocablos ampulosos. Otorgan caché a quienes se atreven a introducirlas en sus discursos ambiguos. El que escucha piensa que el orador está muy cerca de la sabiduría absoluta, tanto como él está prisionero de su púdica ignorancia. Desde alguna izquierda estética, para epatar a auditorios entregados, también se oyen estas palabras para acrecentar carismas huecos y liderazgos blandos.

Adelanto una tesis provocadora: cuando el electorado potencial de la izquierda escucha a sus políticos afines hablar con palabras prestadas por los próceres de la derecha, nada entiende, todo parece idéntico, y, ante la duda asombrada, lo tiene claro, prefiere el original, vota a la derecha porque utiliza mejor estos conceptos evasivos. La derecha se encuentra muy a gusto en este teatro del absurdo plagado de palabras que nada quieren decir por sí mismas. La agenda de la derecha nunca puede ser el territorio discursivo de la izquierda. Tampoco sus palabras.

El campo ideológico, de tanto virar el rumbo a babor y de soltar lastre teórico a la ligera, se ha esfumado casi al completo del universo de la izquierda mayoritaria. Las palabras encierran intenciones perversas, sobre todo cuando es la derecha quien las lanza al ruedo público. En la estrategia deliberada de confusión general, pocos peces pescará la izquierda.

Sin dejar de lado la acción política inmediata ni las reivindicaciones sociales urgentes, la izquierda (o las izquierdas) debería reconectar su suelo ideológico clásico para sentar las bases de una sociedad nueva superadora del régimen capitalista vigente. ¿O es qué acaso la izquierda en su conjunto ya no ve más allá de otro eufemismo parido por la derecha bajo el seductor epígrafe de economía social de mercado?

Racionalizar, reestructurar y regularizar, todo en uno, no es más que vaciar de contenido lo público, privatizar las máximas esferas económicas para transformarlo todo en pura mercancía y recapitalizar las arcas de la clase explotadora para así reiniciar el motor del sistema capitalista de nuevo.

La izquierda política también debería reiniciar su reloj ideológico ya mismo. De lo contrario, solo será una etiqueta más con preciosos adornos progresistas para lucir como alteridad estética, controlada e insustancial en la contienda política.

O cambiamos las palabras, al mismo tiempo que el discurso ideológico y la agenda política, o ellas nos transformarán a nosotros.

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