Frederick Taylor, obsesionado con la eficiencia absoluta en la administración de las fábricas, llegó a cronometrar el tiempo de los movimientos de cada trabajador:
Robert Levine en su libro “La geografía del tiempo” recorre treinta y un países. Cuenta que en Brasil, llegar tres horas tarde es algo perfectamente aceptable, y que en Japón hay un sentido del largo plazo inaudito en Occidente. Así, establece que cuanto más sana es la economía de un lugar, más rápido es su tempo y menos tiempo libre queda por día, y los lugares más calurosos son más lentos. México, Brasil e Indonesia se llevan la palma.
Además, no todo el mundo sigue la esfera de un reloj para medir su tiempo. Evans-Pritchard contaba que, entre los nuer de África, lo que determina el tiempo es el reloj-ganado: la sucesión de esas tareas y la relación que éstas mantienen entre ellas.
“Los nuer no tienen una expresión equivalente a la palabra “tiempo”en nuestra lengua, y no pueden por ello hablar del tiempo, como nosotros lo hacemos, como si se tratara de una cosa real que pasa, que puede perderse, ganarse, etcétera. Yo no creo que ellos tengan el sentimiento de luchar contra el tiempo, o de tener que coordinar las actividades en función de un transcurrir abstracto del tiempo, ya que sus términos de referencia son, sobre todo, las actividades mismas, que generalmente se efectúan sin prisa.”
E.P. Thompson cuenta sobre los nandis, África, que fechan el tiempo según el momento en que tienen lugar los trabajos cotidianos: “Los bueyes han salido a pastar” significa que son las 5 horas 30 minutos. “Se ha soltado a los borregos”, que son las 6 horas.
Y sucede lo mismo en Madagascar respecto a las duraciones: “una cocción de arroz” quiere decir media hora, “una fritura de langostas” significa un instante, o aún se dice: “El hombre estará muerto en menos tiempo del que se necesita para que el maíz quede bien tostado.”
En Chile, el tiempo que duró un terremoto en 1647 se definió en dos credos, y cocinar un huevo se medía con la recitación en voz alta de un Ave María, como aquí una tarea la hacemos “en un santiamén”.
En Birmania, de la misma manera, el despuntar del día se designa como el momento en que “hay bastante luz para ver las venas de la mano”.
Los Amondawa de la Amazonía tampoco entiende como el tiempo puede fluir independientemente de los eventos. Tampoco tienen una palabra puntual para “tiempo” ni para ninguna subdivisión arbitraria como mes o año. Para ellos no tiene ningún sentido la idea de “trabajar toda la noche” porque lo que importa es el fruto de ese trabajo y no el intervalo empleado. Tampoco miden su edad en años, sino que se refieren a los distintos hitos de su vida y las distintas posiciones que van ocupando dentro de la tribu, a través de los ritos de paso, conforme pasa el tiempo y adquieren nuevas responsabilidades.
Literalmente, para un Hopi las cosas ocurren cuando se entera de ellas. No existen unidades de subdivisión del Tiempo, sólo el Día, Luna y Estación, y no tanto como un transcurrir temporal como por los cambios que producen en el entorno estos ciclos naturales. Para decir “mañana”, la expresión literal es “mientras la fase matinal ocurra”.
Los despertares matinales no son momentos difíciles para un tuareg. Este se levanta al amanecer y su día comienza con el sol. Al vivir el ritmo que le marca el día y la noche, ignora el sufrimiento del despertar. Vive dentro del tiempo, al ritmo de las estaciones. No existen horas, solo el alba y el crepúsculo. ”No llevamos inscrito en nuestro interior que la vida debe seguir rigurosamente las agujas de una esfera. En la escuela, nadie lleva reloj, los niños tienen la intuición del momento. Lo sienten. Además, el maestro no castiga por llegar tarde. El tiempo hay que tomárselo…” cuentaMoussa Ag Assarid.
Pierre Bourdieu describe como los bereberes de Cabilia, del norte de Algeria, describen la prisa como una falta de decoro combinada como una ambición diabólica. El reloj se conoce a veces como“el molino del diablo”. No hay un momento concreto para comer, y el quedar para una cita en un momento puntual no existe, simplemente dicen “nos veremos en el próximo mercado” Una canción popular dice “es inútil perseguir el mundo, nadie lo va a atrapar”
Karl Polanyi, antropólogo, tomó prestado esta noción de molino satánico para definir al sistema capitalista:
“¿En qué consistió satanic mill, este molino del diablo, que aplastó a los hombres y los transformó en masas? (…) ¿En virtud de qué mecanismo se destruyó el viejo tejido social (…)?” “La necesidad de ralentizar en la medida de lo posible un proceso de cambio no dirigido, cuando se considera que su ritmo es demasiado rápido para salvaguardar el bienestar de la colectividad, es algo que no debería precisar de una explicación detallada. Este tipo de verdades corrientes en la política tradicional, reflejadas en las enseñanzas de los antiguos, fueron borradas del pensamiento de las gentes.”
“Debemos reubicar el futuro” advertía la antropóloga Margaret Mead. ”A juicio de muchos pueblos de Oceanía el futuro reside atrás, no adelante. Los balineses opinan que el futuro se parece a una película expuesta pero no revelada, que se despliega lentamente, en tanto que los hombres están a la espera de lo que les mostrará. Interpretan que es algo que los está alcanzando, y nosotros también utilizamos esta figura retórica cuando decimos que oímos a nuestras espaldas las pisadas implacables del tiempo.”
Y hay mucho más ejemplos: Para los aymara, que viven en los Andes, el tiempo fluye desde la espalda, pues lo que está detrás no lo conocen o recuerdan y lo que está al frente (el pasado) es lo que se sabe o se ve. Para los yupno de Papua New Guinea, el pasado es siempre cuesta abajo en la dirección de la desembocadura del río local, ya que sus antiguos llegaron a esas tierras por ese lado. La lengua de los boruya distingue cuatro formas de pasado: un pasado lejano, el de los fundadores; un pasado social de la historia del pueblo mismo; el pasado ordinario, el de la memoria de cada quien; y el pasado próximo, el de la noche que precede al día. El futuro como tal no existe, sólamente sirve para la repetición de estos tiempos del pasado.
Si hay algo que nos distingue de los demás animales es nuestra capacidad de soñar, de imaginar historias que inventamos no sólo para fantasear y distinguirnos de los Otros, sino para prevenir. Todos los pueblos tienen sus propios mitos, y aunque se nos hayan olvidado, nosotros no somos menos. Nuestros antiguos también nos advirtieron de los peligros del Tiempo, y nos instigaban a matarlo. Santiago Alba Rico nos recupera uno, y relata: ”El mito griego cuenta que Cronos (Saturno) devoraba a sus hijos nada más nacer, de igual manera a como los años los días y la horas se consumen sin cesar en el pasar inevitable del Tiempo. En esas condiciones era imposible cualquier tipo de vida política humana. Era como si el viento echase abajo todo cuanto los dioses y los hombres intentaban construir. Así, era imposible sentarse a hablar, a dialogar, a legislar. La ciudadanía era imposible, porque éstos no encontraban nada sólido a que agarrarse, ni un totem, ni un rito, ni una costumbre, ni siquiera la lengua permanecía, todo se lo llevaba el viento, el tiempo. Zeus consiguió derrotar a su padre Cronos. El Tiempo dejó de reinar. Sin duda, seguía pasando el tiempo, pero ya no era el dueño de todo. Los hombres pudieron levantar instituciones, palacios y templos, legislar costumbres y hablar, dialogar. El Tiempo retrocedió y la Palabra ocupó su lugar. Y se hizo “cultura”.
“Basta leer el periódico.”, responde Campbell, “Es un desastre”.
“Ahora leemos las noticias con la misma actitud fatalista o derrotista con la que leemos la noticia del tiempo.”asegura Manuel Cruz, filósofo, ”Se avecina una borrasca” o “sube la prima de riesgo” lo leemos exactamente con la misma actitud. No tiene nada que ver con nosotros, no podemos hacer nada. Con la borrasca llevaremos un paragüas, para la prima de riesgo nos prepararemos para cuando nos recorten el sueldo. Hay que recuperar la voluntad de protagonizar nuestra propia historia.”
“El abandono del pasado no ha significado el alimentar el futuro entendido como el lugar imaginario donde albergamos nuestros sueños. Lo que hay es un gran presente voraz que se lo come todo.”
“La evolución de las sociedades humanas” Allen W. Johnson.
Robert Levine en su libro “La geografía del tiempo”
http://www.veoverde.com/2011/05/amondawa-la-tribu-amazonica-que-no-concibe-el-tiempo/