El tiempo, los mitos, y el relámpago que se nos hace largo.

“El tiempo no es oro. El oro no vale nada. El tiempo es vida.” 

Jose Luis Sampedro.
“Quizás la más grande lección de la historia, es que nadie aprendió las lecciones de la historia”
Aldous Huxley, escritor.

Alrededor de 1880, un joyero neoyorquino llamado Willard Bundy y un físico y matemático escocés de nombre Alexander Dey desarrollaron sistemas de medida de tiempo para registrar la entrada y salida del trabajo de los empleados. La puntualidad es una virtud esencial y necesaria para vivir armoniosamente en sociedad.
Frederick Taylor, obsesionado con la eficiencia absoluta en la administración de las fábricas, llegó a cronometrar el tiempo de los movimientos de cada trabajador: 
-abrir y cerrar cajones de carpetas, sin seleccionarlos: 0,04 segundos;
-levantarse de la silla: 0,033 segundos;
-moverse en la silla hasta un escritorio adyacente, distante a un metro, 30 -centímetros: 0,050 segundos.
Pero esto no es todo: “como resultado de producir y consumir más, tenemos menos tiempo. Esto funciona así: a mayor eficacia en la producción, cada individuo debe producir más bienes por hora. Y si aumenta la productividad, para mantener activo el sistema, debemos consumir más bienes. El tiempo libre, entonces, queda convertido en tiempo de consumo, porque en sociedades como la nuestra, el tiempo que no se dedica a la producción o al consumo es considerado cada vez más como una pérdida” afirma el antropólogo Allen W. Johnson.
No siempre fue así. De hecho, todavía hay sociedades que resisten a este sistema. Uno de los últimos habitantes de un pequeño pueblo de España que fue abandonado, contaba:”Para mi todos los días eran distintos, aunque las tareas se repitieran cíclicamente cada año. El cielo que nos cubría variaba de un día para otro. El paisaje variaba a diario, sólo las siluetas de los montes permanecía constante. Monotonía de vida, vista a distancia, desde la lejanía del tiempo, pero allí no lo era tanto, al menos para mí. No era lo que aparentaba ser: era la vida de nuestros abuelos, la de nuestros padres, la que nosotros conocíamos, y nos parecía la mejor.”
Viajando a lugares más remotos, un@ se da cuenta de que el concepto de tiempo que tenemos aquí, el de “el tiempo es oro”, el que concibe el trabajo orientado a metas sin importar demasiado el proceso o las consecuencias (esquilmar la naturaleza, esquilmar vidas), según la cual todo tiempo debe ser consumido (y en donde el hecho de dejar pasar el tiempo resulta ofensivo), es lo exótico. 
Robert Levine en su libro “La geografía del tiempo” recorre treinta y un países. Cuenta que en Brasil, llegar tres horas tarde es algo perfectamente aceptable, y que en Japón hay un sentido del largo plazo inaudito en Occidente. Así, establece que cuanto más sana es la economía de un lugar, más rápido es su tempo y menos tiempo libre queda por día, y los lugares más calurosos son más lentos. México, Brasil e Indonesia se llevan la palma.
Además, no todo el mundo sigue la esfera de un reloj para medir su tiempo. Evans-Pritchard contaba que, entre los nuer de África, lo que determina el tiempo es el reloj-ganado: la sucesión de esas tareas y la relación que éstas mantienen entre ellas.
“Los nuer no tienen una expresión equivalente a la palabra “tiempo”en nuestra lengua, y no pueden por ello hablar del tiempo, como nosotros lo hacemos, como si se tratara de una cosa real que pasa, que puede perderse, ganarse, etcétera. Yo no creo que ellos tengan el sentimiento de luchar contra el tiempo, o de tener que coordinar las actividades en función de un transcurrir abstracto del tiempo, ya que sus términos de referencia son, sobre todo, las actividades mismas, que generalmente se efectúan sin prisa.”
E.P. Thompson cuenta sobre los nandis, África, que fechan el tiempo según el momento en que tienen lugar los trabajos cotidianos: “Los bueyes han salido a pastar” significa que son las 5 horas 30 minutos. “Se ha soltado a los borregos”, que son las 6 horas.
Y sucede lo mismo en Madagascar respecto a las duraciones: “una cocción de arroz” quiere decir media hora, “una fritura de langostas” significa un instante, o aún se dice: “El hombre estará muerto en menos tiempo del que se necesita para que el maíz quede bien tostado.”
En Chile, el tiempo que duró un terremoto en 1647 se definió en dos credos, y cocinar un huevo se medía con la recitación en voz alta de un Ave María, como aquí una tarea la hacemos “en un santiamén”.
En Birmania, de la misma manera, el despuntar del día se designa como el momento en que “hay bastante luz para ver las venas de la mano”.
Los Amondawa de la Amazonía tampoco entiende como el tiempo puede fluir independientemente de los eventos. Tampoco tienen una palabra puntual para “tiempo” ni para ninguna subdivisión arbitraria como mes o año. Para ellos no tiene ningún sentido la idea de “trabajar toda la noche” porque lo que importa es el fruto de ese trabajo y no el intervalo empleado. Tampoco miden su edad en años, sino que se refieren a los distintos hitos de su vida y las distintas posiciones que van ocupando dentro de la tribu, a través de los ritos de paso, conforme pasa el tiempo y adquieren nuevas responsabilidades.
Literalmente, para un Hopi las cosas ocurren cuando se entera de ellas. No existen unidades de subdivisión del Tiempo, sólo el Día, Luna y Estación, y no tanto como un transcurrir temporal como por los cambios que producen en el entorno estos ciclos naturales. Para decir “mañana”, la expresión literal es “mientras la fase matinal ocurra”.
Los despertares matinales no son momentos difíciles para un tuareg. Este se levanta al amanecer y su día comienza con el sol. Al vivir el ritmo que le marca el día y la noche, ignora el sufrimiento del despertar. Vive dentro del tiempo, al ritmo de las estaciones. No existen horas, solo el alba y el crepúsculo. ”No llevamos inscrito en nuestro interior que la vida debe seguir rigurosamente las agujas de una esfera. En la escuela, nadie lleva reloj, los niños tienen la intuición del momento. Lo sienten. Además, el maestro no castiga por llegar tarde. El tiempo hay que tomárselo…” cuentaMoussa Ag Assarid.
Pierre Bourdieu describe como los bereberes de Cabilia, del norte de Algeria, describen la prisa como una falta de decoro combinada como una ambición diabólica. El reloj se conoce a veces como“el molino del diablo”. No hay un momento concreto para comer, y el quedar para una cita en un momento puntual no existe, simplemente dicen “nos veremos en el próximo mercado” Una canción popular dice “es inútil perseguir el mundo, nadie lo va a atrapar”
Karl Polanyi, antropólogo, tomó prestado esta noción de molino satánico para definir al sistema capitalista:
“¿En qué consistió satanic mill, este molino del diablo, que aplastó a los hombres y los transformó en masas? (…) ¿En virtud de qué mecanismo se destruyó el viejo tejido social (…)?” “La necesidad de ralentizar en la medida de lo posible un proceso de cambio no dirigido, cuando se considera que su ritmo es demasiado rápido para salvaguardar el bienestar de la colectividad, es algo que no debería precisar de una explicación detallada. Este tipo de verdades corrientes en la política tradicional, reflejadas en las enseñanzas de los antiguos, fueron borradas del pensamiento de las gentes.”
Las enseñanzas de los antiguos son banales para nosotros. Nos creemos inaugurales (“hemos entrado en una nueva era” “esta es una nueva etapa” “se está escribiendo la historia”) y creemos que tenemos poco que ver con el pasado y que del pasado muchas lecciones no podemos sacar porque son radicalmente diferentes. Esto es completamente falso. El caso es que nos vemos obligados a vivir hacia el futuro, pero hacia un futuro no real, sino incierto e infinito. Crédito significa hipotecar el futuro en la esperanza de que el trabajo lo rescatará a su debido tiempo. “La ropa de marca, los coches deportivos italianos, la alta tecnología, las frecuentes expediciones de compra, los fines de semana en la costa, los restaurantes caros… Si esto implica endeudarse con tarjetas de crédito, retrasar el matrimonio y vivir en apartamentos libres de niños… ¿cabe imaginar mejor prueba de lealtad hacia los superiores?” se preguntabaMarvin Harris.

“Debemos reubicar el futuro” advertía la antropóloga Margaret Mead. ”A juicio de muchos pueblos de Oceanía el futuro reside atrás, no adelante. Los balineses opinan que el futuro se parece a una película expuesta pero no revelada, que se despliega lentamente, en tanto que los hombres están a la espera de lo que les mostrará. Interpretan que es algo que los está alcanzando, y nosotros también utilizamos esta figura retórica cuando decimos que oímos a nuestras espaldas las pisadas implacables del tiempo.”

Y hay mucho más ejemplos: Para los aymara, que viven en los Andes, el tiempo fluye desde la espalda, pues lo que está detrás no lo conocen o recuerdan y lo que está al frente (el pasado) es lo que se sabe o se ve. Para los yupno de Papua New Guinea, el pasado es siempre cuesta abajo en la dirección de la desembocadura del río local, ya que sus antiguos llegaron a  esas tierras por ese lado. La lengua de los boruya distingue cuatro formas de pasado: un pasado lejano, el de los fundadores; un pasado social de la historia del pueblo mismo; el pasado ordinario, el de la memoria de cada quien; y el pasado próximo, el de la noche que precede al día. El futuro como tal no existe, sólamente sirve para la repetición de estos tiempos del pasado.

Lévy-Bruhl explica que cada tribu aborigen (Australia) posee un término especial para designar el pasado mítico, pero todas la designan como un “Sueño”: es el tiempo de lo insólito o maravilloso, en que “lo extraordinario era la regla”

Si hay algo que nos distingue de los demás animales es nuestra capacidad de soñar, de imaginar historias que inventamos no sólo para fantasear y distinguirnos de los Otros, sino para prevenirTodos los pueblos tienen sus propios mitos, y aunque se nos hayan olvidado, nosotros no somos menos. Nuestros antiguos también nos advirtieron de los peligros del Tiempo, y nos instigaban a matarlo. Santiago Alba Rico nos recupera uno, y relata: ”El mito griego cuenta que Cronos (Saturno) devoraba a sus hijos nada más nacer, de igual manera a como los años los días y la horas se consumen sin cesar en el pasar inevitable del Tiempo. En esas condiciones era imposible cualquier tipo de vida política humana. Era como si el viento echase abajo todo cuanto los dioses y los hombres intentaban construir. Así, era imposible sentarse a hablar, a dialogar, a legislar. La ciudadanía era imposible, porque éstos no encontraban nada sólido a que agarrarse, ni un totem, ni un rito, ni una costumbre, ni siquiera la lengua permanecía, todo se lo llevaba el viento, el tiempo. Zeus consiguió derrotar a su padre Cronos. El Tiempo dejó de reinar. Sin duda, seguía pasando el tiempo, pero ya no era el dueño de todo. Los hombres pudieron levantar instituciones, palacios y templos, legislar costumbres y hablar, dialogar. El Tiempo retrocedió y la Palabra ocupó su lugar. Y se hizo “cultura”.

Y es que en griego, ocio se decía “skhole”, de donde viene la palabra “escuela”.

Pero a nosotros nos divierten, nos entretienen, nos distraen.
O sea, no aprendemos y ni siquiera somos medianamente conscientes de lo que hacemos con nuestro tiempo, y la vida no solo se nos pasa distraída, sino demasiado rápida.
Nuestra manera de vivir es, como afirma un maestro budista“hacer la limpieza de la casa en sueños”. Nos decimos que queremos dedicar tiempo a las cosas importantes de la vida, pero nunca tenemos tiempo. Sogyal Rimpoché lo llama “la pereza occidental”:”consiste en abarrotar nuestra vida de actividades compulsivas a fin de que no quede tiempo para afrontar los verdaderas problemas. Parece que nuestra vida nos vive, que posee su propio impulso imprevisible, que se nos lleva; en último término, nos parece que no tenemos elección ni control sobre ella”.

Gracias al zen, las personas aprenden a estar plenamente en lo que se hace, y consiguen concentración y habilidad.
– Maestro, ¿qué haces tú para estar en el camino verdadero?.
– Cuando tengo hambre, como; cuando tengo sueño, duermo.
– Pero esas cosas las hace todo el mundo.
– No es cierto. Cuando los demás comen piensan en mil cosas a la vez.
Cuando duermen, sueñan con mil cosas a la vez. Por eso yo me diferencio de los demás.
Es estar intensamente aquí, ahora, borrando el ego y olvidando lo que ha sido y lo que será, una actitud de concentración absoluta en lo que está pasando y de maravillarse ante las cosas más corrientes de la vida, para percibir así:


Copos de nieve,
cayendo suavemente:
cada uno en su sitio.
(Haiku japonés)
¿Y porqué no ver la caída de la nieve como una experiencia inolvidable? Resulta que,biológicamente, nuestra noción del tiempo es cambiable, como lo son las ilusiones ópticas y, durante un hecho muy emocionante, ya sea por miedo, estrés o cualquier otro momento intenso, la amigdala interviene para retener esta información importante y retiene esos recuerdos de manera más rica, más densa, para archivarlo para próximas ocasiones parecidas. De modo que cuando se vuelven a leer más tarde, la sensación es que duró mucho. De esta manera, nuestra vida se hace más rica, más intensa y más larga.
Pero en un mundo dedicado a la distracción, el silencio y la quietud nos aterrorizan, y nos protegemos de ellos por medio del ruido y las ocupaciones frenéticas. Contemplar la naturaleza de nuestra mente es lo último que nos atreveríamos a hacer. Y sin embargo ”La sombra es la ropa del tiempo”, dice un proverbio japonés.
“El relámpago se me hace largo” (“l’eclair me dure”) escribió René Char. ”Pues bien”afirma Alba Rico, ”a nosotros, los relatos se nos hacen largos; los libros, las catedrales, las explicaciones, las conversaciones se nos hacen largas; la muerte de 3.000 personas o la de 1.000.000 se nos hace larga; la realidad misma se nos hace larga. Y también, claro, la revolución se nos hace larga.”
Tanto es así, que en seguida nos cansamos de ella. Según el antropólogo E. R. Leach, si algo es común en todas las culturas sobre el tiempo de la vida social, no sería ni el tiempo lineal ni el circular, sino un péndulo caótico, cuyas alternancias pueden ser esperables, pero no por fuerza previsibles ni precisables. ”Una discontinuidad de contrastes repetidos”. Un mundo que no se puede atrapar, como decían los bereberes de Cabilia. Son los acontecimientos sociales los que forman el tiempo social, son las personas y su mente de péndulo caótico las que hacen el tiempo, no al revés.
El nieto de Cronos, es Kairós, en la mitología griega responde al ”momento adecuado para hacer algo”. Por eso, Kairós tiene alas, él si es rápido porque su mente está educada y el tiempo es un péndulo caótico; y porta una balanza desequilibrada, porque el equilibrio no es una de sus mejores virtudes, al igual que el tiempo.     ”¿Qué sucede si ya no hay mitos?”, le pregunta el periodista Moyers al antropólogo Joseph Campbell.
“Basta leer el periódico.”, responde Campbell, “Es un desastre”.
“Ahora leemos las noticias con la misma actitud fatalista o derrotista con la que leemos la noticia del tiempo.”asegura Manuel Cruz, filósofo, ”Se avecina una borrasca” o “sube la prima de riesgo” lo leemos exactamente con la misma actitud. No tiene nada que ver con nosotros, no podemos hacer nada. Con la borrasca llevaremos un paragüas, para la prima de riesgo nos prepararemos para cuando nos recorten el sueldo. Hay que recuperar la voluntad de protagonizar nuestra propia historia.”
“El abandono del pasado no ha significado el alimentar el futuro entendido como el lugar imaginario donde albergamos nuestros sueños. Lo que hay es un gran presente voraz que se lo come todo.”
“Cuando el hombre se pone al servicio de la sociedad, tienes un Estado monstruo, y eso es lo que está amenazando al mundo hoy” , afirma Campbell.

Fuentes:
“Entre cronos y kairós: las formas del tiempo sociohistórico”. Guadalupe Valencia García.
“El naufragio del hombre” Santiago Alba Rico, Carlos Fernández Liria.
El libro tibetano de la vida y la muerte- Sogyal Rimpoché.
“Cultura y compromiso: estudio sobre la ruptura generacional” Margaret Mead.
“La evolución de las sociedades humanas” Allen W. Johnson.
“La gran transformación” Karl Polanyi.
“Memoria de un montañés” José Satué Buisán.
“Los Nuer.” Evans-Pritchard
“Oriente y Occidente”, Luis Racionero.
Robert Levine en su libro “La geografía del tiempo”

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