La historia de la deuda pública es la historia misma del poder: la forma en que se ha ganado y también cómo se ha perdido. La arrogancia, los sueños y las fantasías del poder, siempre han conducido a los hombres a disponer de los recursos de los demás, sea en la esclavitud, en la colonización, o en los planes para consolidarse en el poder. Varios momentos de la historia dan cuenta del sorprendente auge de la deuda producto de las guerras y el costoso derramamiento de sangre. Pero nunca se había visto un nivel de endeudamiento tan elevado en tiempos de paz, como los producidos desde 1980 en adelante. La gráfica muestra la deuda de Estados Unidos y su aceleración desde los años 80. Nunca la deuda había crecido a niveles que amenazaran la estabilidad política y la calidad de vida futura.
El tema de la deuda no es nuevo. Lo nuevo es la forma en que hoy los acalorados debates proclaman como única salida los draconianos recortes presupuestarios que están hundiendo aún más a la economía mundial. Coludidos con las agencias calificadoras de riesgo y con los tenedores de bonos, se pretende hacer creer que los actuales niveles de endeudamiento son el umbral de la próxima crisis. Se olvidan que el colapso de la deuda es una consecuencia directa de la crisis que generó la burbuja, en décadas de falso crecimiento alentadas justamente por la deuda. En esa etapa de la plata dulce y el consumismo fácil, nadie se ocupó de atender la deuda y considerar sus desastrosas consecuencias. ¿Por qué hacerlo ahora tras el estallido de la burbuja?
Hasta antes de la crisis, a toda persona que hablara de los peligros del abultado endeudamiento lo acusaban de pesimista y agorero. Y ahora, cuando los gobiernos deben endeudarse para luchar contra la crisis, se cierran todos los mecanismos de crédito incluso de las instituciones que deberían velar por la estabilidad económica mundial. La historia se repite con exactitud implacable y se sabe que una crisis financiera originada por un abultado apalancamiento puede tardar una década entera en normalizar la actividad económica. Una década que marca la necesaria transición entre el pasado y el futuro. ¿Qué han hecho las autoridades mundiales para sincerar que los años del consumismo fácil, vía burbuja de crédito, han terminado, y que ahora viene una dolorosa etapa de bajo consumo?
A lo largo de la historia, como la que refleja esta gráfica para la deuda pública del Reino Unido, en cada situación de elevado endeudamiento, los gobiernos tenían ocho opciones para evitar el desastre: 1. elevar los impuestos; 2. disminuir el gasto; 3. aumentar el crecimiento; 4. tener una tasa de interés más favorable; 5. producir inflación; 6. provocar una guerra; 7. buscar ayuda externa; 8. operar por decreto. Estas ocho opciones se han empleado en los últimos mil años, pero sólo una de ellas es hoy plausible y deseable: el crecimiento. Una economía en crecimiento (lo que aumenta los ingresos fiscales) permite la absorción de la deuda y restablece la sostenibilidad de las finanzas públicas. A continuación, puede reanudar el flujo de préstamos y animar a un mayor crecimiento de la economía. Los gobiernos responsables no pueden financiar sus gastos con los préstamos, y deben realizar sus inversiones en un nivel que sea sostenible, es decir, que se puedan pagar.
Como señalamos a comienzos de año, en España se ha comenzado a librar la batalla final por el destino del euro. Una batalla sin cuartel tensionada por los problemas de la deuda, el desempleo y los grandes desequilibrios amplificados por una idea de convergencia que nunca llegó. En las teorías de crecimiento económico vigentes (Solow y Barro) existe la fantasiosa idea de una tendencia a la convergencia. Esta fue la llave para la instalación del euro, dado que en teoría los salarios y las productividades convergerían gradualmente en los países de la eurozona. Pero la convergencia no pasó de ser una utopía, y las enormes brechas salariales demuestran que una vez más la teoría falló, con Premios Nobel incluídos. La deuda, el desempleo, y el decrecimiento con deflación son los pasos de esta nueva fase de la crisis que implicará recortes con “hachas y motosierras” sea cual sea el gobierno de turno.
El estallido de la burbuja de crédito a nivel mundial no sólo condujo a la primera gran recesión desde la década de los años 30, sino que también dejó una enorme carga de deuda que pesa sobre los objetivos de la recuperación económica en su conjunto, tal como planteamos hace año y medio en La crisis de la deuda global está en sus inicios. Se pensó que el problema de la crisis era algo totalmente transitorio y que bastaba con inyectar liquidez a los mercados para que todo comenzara a fluir tal como antes del estallido de la crisis. Si bien hoy todas las discusiones se centran en los posibles mecanismos que ayuden a impedir crisis similares en el futuro, lo cierto es que se ha avanzado muy poco a nivel global para superar la crisis del presente. Es como dar instrucciones de dieta alimenticia a un paciente que aún se encuentra en estado de coma. Gran parte de este flagelo responde al mezquino sinceramiento con que se ha enfrentado el tema, en el cual han primado intereses individuales por sobre los intereses colectivos.
En el caso de la deuda española, el año pasado Global McKinsey Institute presentó una importante investigación en la cual dio cuenta del abultado crecimiento de la deuda y del sobreapalancamiento financiero en los años previos a la crisis. Este informe dio cuenta de los verdaderos orígenes del apalancamiento financiero de los países industrializados, y para el caso de España presentó la siguiente gráfica:
Hasta 1980 la deuda total de España era levemente superior al PIB, siendo la deuda de las empresas no financieras responsable de un 57% del endeudamiento. El sector financiero alcanzaba un endeudamiento del 11% del PIB, el mismo que mantuvo durante veinte años. Nótese que para el año 2000, el sector financiero presenta el mismo 11% de endeudamiento, pero para el primer trimestre de 2009 su porcentaje de deuda se multiplicó ocho veces para llegar al 82% del PIB. En sólo 9 años, o mejor, en la década del euro, la deuda de las instituciones financieras aumentó 750%, mientras en este mismo período la deuda pública bajó del 63% al 56% del PIB. Las empresas no financieras multiplicaron su endeudamiento al pasar del 74% del PIB al 141%. Es decir, en la década del euro la deuda total se duplicó hasta llegar al 366% del PIB.
Frente a esa deuda, originada principalmente por la banca y el sector privado, se pretende pasar factura a todos los ciudadanos. Una cosa es que Warren Buffett considere que todos somos culpables de la crisis, y otra es condonar a los verdaderos responsables. La economía actual se encuentra ante un nudo gordiano que está rebasando los límites de la estabilidad social. El desempleo global, no sólo en España, se encuentra en los niveles más elevados de las últimas dos décadas, y hasta que no se comprenda que el trabajo productivo es el tema central de la economía, la economía seguirá por el camino que se instauró hace treinta años: el despeñadero.