¿Cómo vivir el amor cuando el amor se acaba? ¿Cómo continuar cuando detenerse y quedarse quieto, quieto hasta desaparecer es lo único que deseamos hacer? ¿Cómo recibir consejo cuando sentimos que nuestra historia es nuestra, única, irrepetible? ¿Cómo volver a despertar si deseamos que la luna acune un sueño largo como el olvido?
No hay camino a la felicidad posible sin hacer las paces con la tristeza. Los divorcios ocurren. La muerte ocurre. Los duelos son una parte tan esencial de la vida como la noche es esencial al día. En el duelo amamos a alguien que ya no está y nuestro amor puede sobrevivir esa partida largo, largo tiempo. Algunas veces amamos en un camino sembrado de incógnitas a un marido que zarpa para poder estar más presente y se busca en su viaje mar adentro, mar adentro. Amamos quizás a una esposa a la que obligamos a alejarse para mostrarnos lo que con palabras no pudimos ver, ni escuchar. Otras veces amamos con toda la sed de nuestra desesperanza a alguien que simplemente ya nos quiere o a alguien que concluyó sus días antes que nosotros los nuestros. Las madres vivimos además otro duelo que sólo las madres comprenden… lo que día tras día ha sido un nido se convierte, con el vuelo del último pichón, en cuatro paredes sin trinos y en el silencio ensordecedor de la ausencia debemos inventarnos de nuevo.
El amor duele. Casi podríamos decir que la hondura del dolor da la medida de la hondura del amor. Porque duele, vivir el amor cuando el amor se acaba es un todo un arte. Es una arte tan creativo, luminoso y lleno de sentido como vivir el amor en cualquier otra de sus estaciones.
El amor cambia.
El amor nos cambia.
El amor tiene sus propias reglas.
No podemos negociar con el amor,
ni tampoco hacer trampas,
sólo podemos obedecerle.
Obedecerle es seguirle por caminos misteriosos, aunque la luz del farolillo castigado por el viento amenace apagarse y la noche sea fría. Obedecerle es ser arcilla en Sus manos y decir que si al torno, al agua y al fuego.
LA SENDA DE LA OBEDIENCIA
Hemos descuidado la obediencia. Hicimos de la libertad nuestra meta, creímos que debíamos perseguirla enfocados en nuestros logros y la persecución de nuestros y sueños. Exteriorizados, acelerados, olvidamos que nosotros somos el sueño.
Somos el sueño del Creador y en su seno tenemos nuestro devenir. Nos sueña despertando y despertar nada tiene que ver con la ilusión del control.
La libertad a la que rendimos culto es un pálido remedo de la Libertad. La verdadera, la que tiene alas que vuelan con o sin viento, la que planea más allá del cielo azul en el espacio donde conversan las estrellas es hermana de la obediencia. No hay libertad mayor que la de unir nuestra voluntad a la voluntad del Creador, por tanto no hay libertad mas colosal que la obediencia.
Vivir el amor cuando el amor se acaba requiere obediencia.
Obediencia es seguir adelante como si no quisiéramos morir de pena. Obediencia es reconstruirnos desde nuestros cimientos aunque las lágrimas de nuestro destierro nublen todos los paisajes. Hay un llanto victimista que no va en dirección del arte de amar después del amor, y otro llanto, uno que es pura pena y pena pura, es decir pena plena de pureza. Ese llanto ahonda en el corazón un surco sin nombre que, a su debido tiempo, es el vientre de otro amor. El siguiente amor es, querido peregrino, siempre mayor, ya que el corazón que ahora ama se ha expandido a manos de esa pena profunda y perfecta.
La obediencia tiene aspecto de cervatillo, más posee corazón de león. Nada la doblega. ¿Podrías peregrino soñarla? ¿Podrías encomendar tu vida a ella?
Bien pensado la vida siempre es obediencia.
La desobediencia es una obediencia inconsciente, es obediencia a lo inferior es aquella condición común de vivir avocados a la satisfacción de nuestros deseos. Nos decimos libres porque logramos caminar por encima de los límites y en ocasiones de las reglas, para así satisfacer impulsos, instintos y tendencias. Creemos como Dorian Grey que podemos escapar a las consecuencias. No hay tensión, ni lucha, hay complacencia.
Obediencia a lo superior es verdadera obediencia, es obediencia consciente. Es el proceso de liberarnos de todo condicionamiento interno, de toda tendencia automática, de todo instinto, impulso y dependencia.
Si obedecemos a nuestra luz cuando el dolor nos arrasa, no nos cerramos. Si no nos cerramos la ayuda llega. Si la ayuda llega lenta y sólidamente nos reconstruimos, renacemos.
Si obedecemos a nuestra luz jamás haremos de un divorcio una batalla, y de nuestra identidad la identidad de víctima. Jamás serán rehenes los hijos, ni soldados los amigos.
Si obedecemos a nuestra luz sabremos que luego de madre, somos Madre y nuestras manos encuentran aquellas nuevas tareas que nos aguardan.
Si obedecemos a nuestra luz vivimos la paz inefable de la muerte como un milagro. En la muerte de una madre, de un padre, la pena puede coexistir con un sentimiento nuevo de amplitud serena, de conexión profunda, de acompañamiento permanente… Cuando así lo vivimos comprendemos en vivo y en directo que morir es nacer al alma. Vivir una vida de obediencia es vivir una vida que nos acerca al alma y estas son algunas de las recompensas. Sentir su campo magnético, su amor radiante, su susurro de eternidad es una oportunidad sagrada que todos tenemos.
NOTA: Isabella Di Carlo, Psicóloga transpersonal y Escritora
http://www.nuevagaia.com/797-crecimiento/el-amor-mas-alla-del-amor/