La impotencia de la verdad

CUERDA

La verdad es un concepto frágil sujeto a manipulaciones y tergiversaciones muy diversas.Lo obvio e incluso lo evidente pueden corromperse con suma facilidad.

Actualmente, lo que llamamos realidad, compleja maraña de sucesos y acontecimientos en la que vivimos directa o indirectamente, no se toca, es inodora e insípida porque llega a nuestro entendimiento a través de un espejo virtual de múltiples aristas denominado por convención mass media: internet, televisión, radio, prensa y publicidad.

La realidad que se presenta al entendimiento y la comprensión cambia y perece casi al instante. No hay un momento de respiro y reposo para el análisis crítico, la analogía y la confrontación reposada de ideas.

Existen verdades irrefutables que pasan por nuestras manos a velocidad supersónica: la pobreza, la injusticia, las guerras, los conflictos sociales, la corrupción política… Las noticias repetidas hasta la saciedad abruman y causan hartazgo y rechazo. Las verdades, entonces, quedan desactivadas en nuestro cerebro como paisajes de consumo inmediato, desvaídos, descoloridos y sin fuerza para crear conocimiento individual y colectivo. Convivimos con ellas como compañeras de viaje impuestas por la realidad fatal e incomprensible.

El exceso de datos desinforma tanto como la ocultación de los mismos. Las verdades vertidas con profusión no dejan ver las relaciones entre las cosas y los procesos sociales, y operan como vacunas antiéticas contra la acción colectiva y solidaria. La verdad publicada hasta la enésima potencia nos mantiene en la quietud amorfa del inmovilismo por su tamaño inmenso e inaccesible.

Todo lo que sucede en la actualidad cibernética se mide en millones. Da lo mismo a lo que se refieran tan colosales magnitudes: millones de pobres, millones de parados, millones de desplazados, millones de muertos, millones de evasión fiscal, montañas de millones de ítems inabarcables para la conciencia humana. Ese alud de cantidades ingobernables nos permite eludir el compromiso moral, social y político adormeciéndonos en el refugio del individualismo y del mientras tanto. ¿Qué puede hacer un yo aislado ante una grandiosidad tan compacta y amenazadora?

La cultura líquida de Zygmunt Bauman y la sociedad del riesgo de Ulrich Beck se están solidificando a pasos agigantados, tomando cuerpo en actitudes, opiniones y modos de vida cotidianos. La amalgama de riesgo y liquidez está conformando mentes uniformes unidas por el fetiche del momento único y extraordinario. La realidad se compone de instantes deslavazados que hay que vivir en constante movimiento, sin pensarlos en demasía, solo con consumirlos ya es bastante y suficiente. Son realidades simples sin nexo con el pasado ni el futuro, mundos cerrados y endogámicos fuera de la historia, como amebas unicelulares vagando en un universo infinito e ilimitado.

La experiencia, en ese mundo compuesto de millones de instantes casi subatómicos, resulta prácticamente intransmisible, constituyéndose en multitud de incisivos pinchazos de placer o dolor que no salen jamás de la esfera íntima y personal. Reproducir el yo a ultranza y radicalmente, extraños a la trascendencia y el contacto humano, es su filosofía existencial. Se trata de una relación de mismisidad agotadora e inacabable. Todo muere en el yo: su potencia esencial es igual a su impotencia vital. Ambos conceptos se confunden en uno solo. Lo que puedo hacer es lo que hago; nunca podré hacer algo distinto porque no tengo herramientas para salir de mí mismo. Puro determinismo, no biológico, sino biocibernético o biovirtual.

Esta biorrealidad acotada en el yo tiene consecuencias graves para el ser humano. Las verdades que nos asaltan a diario no son manejables desde la precariedad individual. El trabajo de interpretar millardos de bits a la vez se lo dejamos a la máquina: ella procesa más rápido que nuestro cerebro, sin duda alguna, si bien los resultados que arroja son técnicos, estadísticos y numéricos, les falta la emoción y la pasión privativa de los seres humanos. Además, están condicionados por programaciones, que por muy sutiles que sean, realizan preguntas finitas inmunes al contacto de la textura inteligente que vive, ríe y sufre interactuando mutuamente con la propia realidad. No hay realidad sin yoes comprometidos ni viceversa.

Hoy, realidad y yo están divorciados de una manera brutal y sin retorno, dándose la espalda sin advertir la presencia ajena y recíproca ni una ni otro. No puede haber verdad auténtica sin diálogo permanente entre ellos. Esa es la gran tragedia del mundo que habitamos ahora mismo: el yo se ha convertido en un ente autónomo, repetitivo e inútil en las afueras de la historia, mientras que la realidad se ha transformado en un agujero negro desconectado del devenir humano, una especie de nave a la deriva que viaja por el espacio sin derrota ni propósito alguno.

En este escenario de solistas dispersos, la verdad se muestra impotente para despertar el interés general. No tiene con quien hablar; nadie la escucha. Su potencialidad hecha añicos está diseminada en cientos de millones de relatos individuales. En sí misma es todo; disuelta en la realidad no es más que nada, pequeños retazos de vivencias de espaldas al diálogo. Sin dialéctica no hay historia y sin historia solo hay suceso inabordable sin principio ni fin, instantes que se mueven mecánicamente en elipsis que se agotan en infinitos circulares.

http://www.diario-octubre.com/2013/10/05/la-impotencia-de-la-verdad/

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