El CAMINANTE
toma como pretexto un viaje a Italia para ofrecernos un conjunto de estampas, un diario de observaciones y reflexiones del autor, cuidadosamente ensambladas, donde alternan breves textos en prosa, poemas y acuarelas. Un viaje que tiene mucho de vagabundeo (como el del entrañable holgazán de Eichendorff), y que es sobre todo un viaje al interior de uno mismo, una autoafirmación del rechazo a la existencia aburguesada y predecible, del desprecio a las fronteras y a los prejuicios. En esta marcha hacia el Sur (hacia esa Italia soleada y tan mitificada por los románticos alemanes) lo importante no es el destino en sí, sino el viaje, el caminar, la aceptación gozosa de todo lo que nos va saliendo al paso. “El viajero que regresa es alguien distinto al hombre que permaneció en casa.” El caminante atesora un generoso caudal de amor, que vierte sobre todo aquello que se va encontrando: campesinos, montañas, casas de labor, árboles, niños…, seres humildes que bajo su mirada extasiada relucen como el oro. El caminante avanza acunado por los recuerdos, las ensoñaciones, las fantasías y las bellezas naturales que va descubriendo en el paisaje, cada vez más ameno y más cálido. Para el norte, para el hogar, apenas queda la nostalgia, pues el convencimiento de que la patria la llevamos con nosotros se fortalece a cada paso. No importa que también sobrevengan momentos de tedio y desánimo, días en que “todas las cuerdas están desafinadas, todos los colores desteñidos”: es el precio que el caminante debe pagar por su vida gozosa y poco convencional. En sus páginas Hesse se confiesa amigo de comer de la mochila, de vestir pantalones desflecados, de desconocer a ciencia cierta dónde dormirá la próxima noche… No se avergüenza de reconocer que cada bella joven que le sale al paso se queda prendida en su corazón, pues sabe que su sentimiento es efímero, tan sólo un destello de ese gran amor por el mundo, ese mundo maravilloso y multiforme que se le va ofreciendo y entregando conforme avanza.
TIEMPO LLUVIOSO
Quiere empezar a llover; sobre el lago cuelga gris y opresivo el aire marchito. Camino por la playa, cerca de mi hospedaje.
Hay un tiempo lluvioso que refresca y alegra. No así hoy. Cae la humedad y asciende continuamente en el aire espeso; las nubes se resuelven, y pronto aparecen otras nuevas. En el cielo reina la incertidumbre y el mal humor.
Esta noche pediré que me asen pescado, y beberé con ello mucho vino. Con esto daremos un poco de esplendor al mundo y nos parecerá más soportable la vida. Encenderemos un buen fuego en la chimenea, para no sentir esta lluvia blanda y menuda. Me fumaré un buen cigarro, y sostendré el vaso de vino frente al fuego, para que parezca un sangriento rubí. Así lo haré. La noche llegará, podré dormir, y mañana todo será distinto.
La angustia volvió a aparecer, el ser abrazado por lo inalterable, la melancolía, el fastidio. ¡Qué insípido el mundo! ¡Qué atroz tener que levantarse mañana otra vez, tener que comer de nuevo, tener que seguir viviendo! ¿Para qué se vive pues? ¿Para qué se es tan estúpidamente bondadoso? ¿Por qué no se arroja uno al lago?
Contra esto no hay ningún remedio. No puedes ser un vagabundo y un artista al tiempo que un burgués y un honesto hombre sano. ¡Si quieres emborracharte, tienes que sufrir después las bascas! ¡Si dices sí al esplendor del Sol y a la noche fantasía, di también sí a la inmundicia y al asco! Todo esto está en ti, oro y basura, gozo y pena, sonrisas infantiles y angustias de muerte. Di sí a todo, no te preocupes por nada, ¡no intentes fingir! Tú no eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y señor de ti mismo; eres un pájaro en la tormenta. ¡Deja que se enfurezca el temporal! ¡Déjate llevar! ¡Cuánto has mentido! ¡Miles de veces has imitado también, en tus poesías y libros, al armónico y al sabio, al dichoso y al decantado!
¡Señor, qué pobre mono y embustero es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!
Mandaré asar pescado y sacaré del largo cigarro grandes bocanadas de humo, y escupiré en el fuego de la chimenea, pensaré en mi madre e intentaré exprimir unas gotas de dulzura de mis angustias y tristezas. Luego me tenderé en una mala cama, entre delgadas paredes, oiré el viento y la lluvia, lucharé con los latidos del corazón, desearé la muerte, temeré la muerte, invocaré a Dios. Hasta que todo haya pasado, hasta que la desesperación esté fatigada, hasta que algo parecido al sueño y al consuelo se apodere de mí. Así sucedía cuando tenía veinte años, así me sucede hoy, así será siempre, hasta que llegue el fin. Siempre tendré que pagar mi amada y bella vida con estos días. Siempre habrán de venir estos días y noches, la angustia y el fastidio, la desesperación. Y, sin embargo, tengo que vivir, y, sin embargo, habré de amar la vida.
http://saltusaltus.wordpress.com/2012/11/04/el-caminante-de-hermann-hesse/