Reencarnaciones, zombies, ritos, tabús y la sociedad letal.

“Paradojas de la mitología moderna: para el hombre primitivo, dice la leyenda, el tiempo no tiene sentido; para el hombre civilizado, en cambio, es la muerte la que no tiene sentido. Todo en cuanto no es moderno —lo antiguo, lo salvaje, lo bárbaro— le da algún sentido a la muerte.” Roger Bartra, antropólogo.
 “En nuestra sociedad, tan amiga de la fotografía, la última escena del álbum familiar, el entierro, siempre falta.” Nigel Barley, antropólogo.

PARA QUE EL MUERTO NO VUELVA…

La mayoría de los ritos y ceremonias funerarios tienen un origen común: el horror ante la eventualidad de que el espíritu del fallecido pudiera regresar para perturbar la paz de los vivos.

Y como al ser humano la imaginación no le falta, las triquiñuelas son variadas y, las más de las veces, muy curiosas.

Antiguamente, en los pueblos noreuropeos, se ataba el cuerpo después de decapitarlo y de amputarle los pies. Para que si volvía, no pudiese correr.

En los pueblos mediterráneos antiguos enterraban a los seres queridos lejos del poblado. En algunas comunidades, se sacaba el cadáver por la parte trasera de la casa, o se abría un boquete en la pared que después era tapado. Al volver, para asegurarse, daban varias vueltas por los alrededores, para desorientar al muerto.
En la antigua Roma, cuando llegaban al cementerio ya había anochecido del

todo. Asociaban el fuego con la muerte, por lo que al llevar al muerte al lugar del entierro, llevaban antorchas. De hecho, la palabra “funeral” viene de la voz latina “funus”, que significa“tea encendida”.

Los habitantes de la aldea de Trunyan, en la isla de Bali, suelen dejar los cadáveres de sus seres queridos en unas jaulas de bambú, para que la putrefacción haga su laborioso cometido.
Para los tibetanos budistas, no hay ninguna necesidad de preservar el cuerpo, ya que navegará por la senda de los cielos como un “barco vacío”. Por eso, en algunas aldeas, siguen la práctica que se conoce como Jhator, que en tibetano significa “dar limosna a los pájaros”. La generosidad y la compasión para todos los seres son importantes virtudes en el budismo, así que desmenuzan el cadaver en trozos pequeños para posteriormente ofrecérselo a las aves.
 
 
En nuestra sociedad, simplemente tomamos la precaución de encerrarlos en una caja de madera, y colocamos una tapa, cuanto más clavos mejor, en el ataúd. Los bos de China, por si acaso, colgaban sus ataúdes en precipicios. Nosotros en cambio, la cubrimos con una pesadísima losa, la lápida. Con el luto, evitamos que el alma del muerto penetre en el cuerpo de los vivos, en un intento de borrar la propia imagen para despistar al alma en pena. En otros pueblos, el luto se expresa mediante el color blanco, para disfrazarse de espíritus no vivos, desorientando así a los posibles intrusos del mundo del más allá.

El tabú de la muerte es bien conocido en nuestra sociedad. En nuestra cultura estamos acostumbrados a todo tipo de eufemismos para referirnos a la muerte: por ejemplo, preferimos decir ‘cuerpo’ para no hablar de ‘cadáver’. Pero no es el único. El antropólogo británico James Frazer, en su libro La rama dorada, cita muchas de las culturas en las que existen tabúes relacionados con la manera de expresar la muerte, e incluso de nombrar a los muertos. Así, pueblos tan alejados como los guajiros colombianos, los mongoles o los tuaregs del Sahara evitan pronunciar el nombre de las personas fallecidas para impedir que la muerte regrese a por más víctimas.
Es singular el caso de los aborígenes australianos quienes, como muchas tribus indias, ponen a sus hijos nombres de objetos y animales. Así, con el muerto, cuyo nombre no se puede volver a pronunciar, desaparecen palabras de uso común -águila, fuego, árbol, nube- para las que inmediatamente hay que encontrar una nueva denominación, de manera que el idioma cambia constantemente y de forma caprichosa en cada pueblo, tribu, barrio o familia.
Entre los indios navajos se considera una grave descortesía interesarse por la salud de los otros, porque piensan que el mero hecho de mencionarla puede acabar con ella. Así que mejor no preguntárles qué tal están o cómo se encuentran.

SONRISAS Y LÁGRIMAS FÚNEBRES.

Quizás más complicado que desorientar al alma en pena para que no nos de un susto, es que las almas de los vivos tampoco nos las den. Afrontar la muerte es un acto difícil que ha dado frutos a muchas prácticas singulares en todo el mundo.
La muerte en occidente se enfrenta, generalmente, con caras lánguidas, voces apesadumbradas y pausadas, comentarios comedidos, y quizás alguna que otra sonrisa de comprensión.
“Nosotros bailamos y hablamos para confortar a los familiares. Si los demás estuviéramos sentados, tristes y abatidos, entonces el dolor de los familiares rebasaría con mucho al nuestro. Si nosotros nos limitásemos a estar afligidos, ¿a qué cotas de dolor llegarían ellos? Por tanto, nos sentamos a hablar, a reír, y a bailar hasta que los familiares también se ríen.”
A los Nyakyusa de Malawi, la sobriedad de un funeral occidental los llena de asombro.
Tienen compañeros de bromas funerarios a los que se les asigna la tarea de insultar y exasperar constantemente a los muertos y deudos, los cuales no pueden mostrarse ofendidos. El lanzamiento de excrementos e insultos, los intentos de copular con el muerto, la glotonería y la ebriedad… emplean la anomalía, lo repugnante, el insulto, y la ambigüedad para definir la naturaleza de un acontecimiento peligroso y marginal, la propia muerte. De este modo, se mantiene la muerte y el dolor a la distancia social apropiada. En palabras de los loDagaa de Ghana: ”Una persona con la cara larga no puede lamerse su propia herida”

No es un caso aislado. Los betsileo de Madagascar se han ganado la desaprobación de los misioneros por lo mucho que disfrutan celebrando los funerales: realizan combates entre hombres y toros, beben hasta quedar inconscientes y se cubren el rostro con las telas empleadas como mortajas para entregarse ciegamente a actos sexuales orgiásticos e incestuosos.
La etnia merina de Madagascar, los mismos betsileo y los bara, celebran un doble enterramiento. Cada 4-7 años, se celebra una exhumación o “famadihana” (literalmente “vuelta de los huesos”), siempre de carácter festivo que va acompañada de la ingesta de muy generosas cantidades de alcohol, música y bailes. Básicamente los celebrantes van en procesión cantando y bailando hasta la cripta donde están enterrados los cuerpos. Se les saca de allí, se les envuelve en un sudario nuevo y blanco y literalmente se les saca en procesión a hombros para que participen del festejo que puede durar varios días. Durante esta parte de la celebración, los vivos hablan con ellos directamente, es como un reencuentro con la persona cuya pérdida fue tan dolorosa unos años antes. Se les cuenta cuáles han sido las novedades en la familia y los cotilleos vecinales, se baila con ellos y se celebra que formalmente pasan a formar parte de losrazana familiares. Los fragmentos de los sudarios son muy apreciados por los malgaches ya que se les supone unos potentes talismanes de la fertilidad. Las mujeres que quieren quedarse embarazadas toman trozos de sudario para colocarlos en sus almohadas. Acabada la celebración, se retornan los cuerpos a sus tumbas hasta el siguiente famadihana. Los participantes no deben mostrar tristeza en ningún momento del proceso.

REENCARNACIONES, VUDÚ Y CERTIFICADOS.

En pueblos como los dowayo la muerte es algo mucho menos preciso que entre nosotros. Cualquiera que se desmaya o cae en coma es descrito como “muerto”, y abundan las historias de gente que ha resucitado después de que empezaran a envolver sus cuerpos.

La reencarnación es una creencia para nada excéntrica. “La irreversibilidad de la muerte biológica es un hecho científico moderno.” advierte el filósofo y sociólogo Jean Baudrillard. “Es específico de nuestra cultura. Todas las otras afirman que la muerte comienza antes de la muerte, que la vida continúa después de la vida y que es imposible discriminar la vida de la muerte.”

A veces, no es necesario la eliminación total de la persona, sólo su alma, a través de lo que Levi Strauss llamó shock sociocultural, cuando ”la integridad física no puede soportar la disolución del ser social”. Es el ejemplo de la muerte vudú. El embrujado piensa firmemente que se muere sin remedio por estar sometido al conjuro, con su fé reforzada con las historias de horror que ha oído contar desde niño. Si a esto le añadimos el profundo rechazo social al que el embrujado está siendo sometido, los cuales evitan al condenado como si ya estuviese muerto (al igual que el ostracismo griego), el resultado es una muerte sin lesión, debida al miedo.
La sociedad secreta Bizango prefiere convertir a sus hechizados en zombies esclavizados. Conlleva la administración de la ortodoxina, el veneno del pez globo japonés, para simular la muerte de la víctima y condenarle a una vida de esclavitud.

Siempre ha asombrado el gran sentimiento de comunidad de los inuit que les hace repartirlo todo entre todos y a darlo todo por la supervivencia del pueblo, pero este hecho también tiene sus pegas. En el pasado, en épocas de penurias, los primeros en sacrificarse era la gente mayor, que simplemente, se suicidaba.

En Occidente ninguna muerte se considera real sin un certificado que explique la “causa de defunción”. La “muerte por envejecimiento” ha dejado de ser una causa aceptable para el certificado, tiene que añadirse una enfermedad concreta que nos haga ver que la muerte no tiene porqué ser algo inevitable. La falta de respiración o pulso, frialdad y rigos mortis, relajación de esfínteres, insensibilidad ante los estímulos eléctricos, pueden darse sin que se certifique la muerte. El único signo seguro y certero de la muerte es el comienzo de la putrefacción del cadáver.

Es una perspectiva nihilista ante la muerte. Edgar Morin, sociólogo y filósofo, explica que:
“El hombre oculta su muerte como oculta su sexo y sus excrementos. Se presenta bien vestido […] Se diría un ángel. Se comporta como un ángel para expulsar a la bestia. Se avergüenza de su especie: le parece obscena”.

Baudrillard y Louis-Vincent Thomas, sociólogo y antropólogo, parecen estar de acuerdo en que el tabú de la muerte está relacionada con elcontrol social. Baudrillard sugiere que el hecho de que la muerte sea ocultada, significa más bien que es omnipresente:

“Sabemos lo que significan esos lugares inencontrables: si la fábrica ya no existe es porque el trabajo está en todas partes […], si el cementerio ya no existe es porque las ciudades modernas asumen por entero su función: son ciudades muertas y ciudades de muerte. Y si la gran metrópoli operacional es la forma lograda de toda una cultura, entonces, simplemente, la nuestra es una cultura de muerte.”

Una sociedad letal: desde la industria bélica y la violencia por parte del Estado, hasta la cuota de cadáveres que consumimos en los medios todos los días. Por supuesto, si se trata del Primer mundo, se ocultan los muertos “por respeto” y se construye una tapadera de lo inevitable de la muerte a través de banderas, ostentaciones militares y tecnológicas, mensajes esperanzadores de los mandatarios…

Sin embargo, si la catástrofe sucede en un país tercermundista, todo apunta a una especie de pornografía de la muerte: primeros planos de cadáveres, imágenes de dolor, zoom de miradas desesperadas, etc. Pero a nosotros no nos pasan estas cosas. Al igual que en nuestra ciencia, hay una separación entre sujeto y objeto, entre la muerte objetiva lejana y ajena a nosotros, y nuestra vida reluciente y perfecta. Como la distancia que construímos entre los cuerpos decrépitos, envejecidos, discapacitados, y nuestros cuerpos de anuncio. Como cuando arrojamos flores a cierta distancia a la fosa.

La impermanencia es a lo único a lo que nos podemos aferrar, aseguran los budistas. ”Se creen que experimentar tales estados ha de ser algo así como ser arrojado por la escotilla de una nave espacial para flotar eternamente en un vacío oscuro y helado. Nada podría estar más lejos de la verdad. Pero en un mundo dedicado a la distracción, el silencio y la quietud nos aterrorizan, y nos protegemos de ellos por medio del ruido y las ocupaciones frenéticas.”asegura el maestro Sogyal Rimpoché.

Nosotros, y nuestra sociedad letal, al igual que nos comemos a los caníbales, preferimosmatar al muerto.

 

Fuentes:
“Bailando sobre la tumba” Nigel Barley.

“Historia de las cosas” de Pancracio Celdán.
“Libro tibetano de la vida y la muerte” Sogyal Rimpoché

“El salvaje artificial” Roger Bartra.

http://jorgealbertoaguiar.blogspot.com.es/2007/01/el-estado-como-fetiche-el-fetichismo.html

http://jdeanicite.typepad.com/i_cite/2005/02/already_zombies.html

http://emc.eserver.org/1-4/hawkes.html

Nigel Barley, ”Bailando sobre la tumba”
Edwin Ardener, “Witchcraft, Economics, and the Continuity of Belief” in Douglas (1970), 141-160, quotation from 154.
Wim van Binsbergen, “Witchcraft in modern Africa as virtualised boundary conditions of the kinship order.”
Peter Geschiere, The Modernity of Witchcraft: Politics and the Occult in Postcolonial Africa trans.
A.R. Radcliffe-Brown, Prefacio a African Political Systems.
Philip Abrams, “Notes on the Difficulty of Studying the State.

http://digital.csic.es/bitstream/10261/8225/1/Jornades12_Marti%C3%8C%C2%81.pdf

http://www.psikeba.com.ar/articulos03/10-01/el-terror-en-michael-taussig-y-jean-baudrillard-del-estado-de-emergencia-al-no-evento.html

“La construcción mediática de la muerte. Un estudio desde la filosofía, la antropología y la semiótica” Juan Carlos Herranz, Mónica Lafon. http://biblioteca.itam.mx/estudios/60-89/87/JuanCarlosHerranzLaconstruccion.pdf

http://www.socargcancer.org.ar/actividades_cientificas/2006_hombre_ante_la_muerte.pdf

E. Morin, El hombre y la muerte.
L.V. Thomas, La muerte.
L.V. Thomas, Antropología de la Muerte.
L. V. Thomas, El cadáver: de la biología a la antropología.

http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com.es/2013/10/reencarnaciones-zombies-ritos-tabus-y.html

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