Testimonio de un “niño de Rusia”: “Nos dijeron que íbamos para unos meses”

En 1937 unos 3.000 niños españoles, procedentes en su mayoría de los puertos de Bilbao y Gijón, llegaron a la Unión Soviética. Otros fueron a Francia, el Reino Unido, Bélgica… Uno de ellos, Nicolás Gregorio Rodríguez, bilbaíno que en octubre cumplió 86 años, comparte sus recuerdos con RIA Novosti.

Se decía que la evacuación era una medida provisional, hasta que terminara la Guerra Civil. No fue así. La victoria de Franco y la Segunda Guerra Mundial hicieron que los primeros de aquellos niños que llegaron a la URSS solo pudieran volver a España en 1956, después de que la muerte de Stalin permitiera su regreso a la España de Franco. Así fue que muchos de aquellos “niños” se quedaran en Rusia hasta muy mayores, algunos para siempre.

A su llegada a la URSS los pequeños emigrantes fueron distribuidos por orfanatos. Especialmente para ellos fueron creadas las casas de niños españoles, donde se les impartían estudios en castellano.

“Había unas 13 o 14 casas de niños en total. Las mayores estaban cerca de Moscú; en Pravda y Óbninskoye”, cuenta. A Nicolás y sus dos hermanos les llevaron a Ucrania, a la ciudad de Odesa, situada a orillas del mar Negro, donde había dos casas de niños.

“Tuvimos suerte. En primer lugar, el clima era parecido al de España. En segundo lugar, teníamos el mar que no son los charcos o los riachuelos de aquí. Aprendimos a nadar en el mar Negro, nos daban de comer muy bien, todos estábamos vestidos iguales”, dice.

En efecto, los soviéticos intentaban alimentar a los niños lo mejor posible, pero a veces las costumbres alimentarias de los países resultaban muy diferentes.

“Lo primero que nos impresionó eran las comidas, muy distintas a lo que comíamos en España”, admite Nicolás.

Siguiendo la moda médica de la época a los pequeños les daban aceite de hígado de bacalao, nada apetecible a su gusto. Otro plato que no les impresionó fue el caviar.

“Estaba salado y nosotros no lo queríamos, no sabíamos lo que era eso”, dice Nicolás.

En junio de 1941 la Alemania Nazi invadió la URSS y el 7 de agosto los niños que se encontraban en Odesa fueron evacuados a Jersón por mar, porque la vía férrea ya estaba cortada por los nazis. La pequeña expedición estaba encabezada por un nuevo director, Miguerdichev, ya que el anterior había sido llamado a las filas.

“Y después de allá por el río Dniepr en un barco de ruedas nos llevaron a Zaporozhie. Allá estuvimos en una isla y después, en un tren de vagones de carga porque no había otra cosa, nos llevaron hasta Rostov y al Cáucaso del Norte”, relata.

En el mismo tren con los niños, recuerda, iban soldados heridos en el frente. Los trenes paraban a cada rato y por muchas horas, por lo que el trayecto ocupó casi un mes.

Al final, los niños evacuados llegaron cerca de Sarátov, ciudad a orillas del Volga.

“Yo tengo una copia de un documento del archivo de Sarátov. Llegamos 263 niños, sin contar a los educadores y maestros, que eran algunos españoles y los demás rusos y que fueron evacuados junto con la casa de niños. Estuvimos allá bastante, viviendo en 1941 a 40 grados de frío. Llegamos el 28 de diciembre”, recuerda Nicolás. “Todos estábamos con diarrea, porque no nos daban sopa, teníamos sed y derretíamos la nieve para beber. Pero la nieve estaba cubierta de hollín, por entonces las locomotoras funcionaban con carbón, así que muchos fueron hospitalizados.

En febrero y marzo de 1942 en los hospitales de Sarátov murieron 19 niños y niñas. Allá están enterrados,”, dice Nicolás.

Después de varios años, en 1991, diecisiete de los evacuados volvieron a Sarátov, les habían invitado los niños que estudiaban en la misma escuela. Nicolás reconoce que le sorprendió que allí se recordaban tan bien de ellos.

Durante la guerra Nicolás no recibió una sola carta de su familia en España.

“Solo cuando acabó la guerra vino un camión de Correos y nos hicieron una entrevista les dije que soy Nicolás Gregorio Rodríguez, mi madre es tal, mi padre es…” Esto lo transmitían a España por la radio, que se llamaba Pirenáica, a una hora determinada. Las madres sabían esa hora y se reunían en la casa del que tenía un receptor, y escuchaban…”.

Más tarde empezó a recibir cartas a través de América Latina. Solo así, por un tercer país, podían comunicarse las familias divididas entre dos regímenes antagonistas.

“En 1948 o 1949 recibí una carta de mi madre, desde Argentina. De un tío. “¡Pero si yo no tengo a nadie en Argentina!”, me dije. Luego me enteré de que mi madre, como no había relaciones directas entre España y la Unión Soviética, tenía que enviar las cartas a través de otro país. La persona allí solamente cambiaba el sobre, ponía la dirección y lo mandaba.

Y otra vez, ellos sabían de mí, yo me enteré de ellos… Después recibí cartas de Venezuela. También de otro “tío”, que no era ni tío ni nada. Era simplemente uno que nos ayudaba a cambiar el sobre”, cuenta Nicolás.

La familia se pudo reunir tan solo en 1968, cuando Nicolás fue por primera vez a España. Su padre ya había muerto, pero pudo ver a su madre y a su hermana después de 31 años.

“Fue algo tremendo”, confesó.

Nicolás Rodríguez se casó en Rusia y tuvo una hija. Hace unos años se quedó viudo. Sigue viviendo en Moscú.

http://sp.ria.ru/opinion_analysis/20131111/158518484.html

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