Una enorme cantidad de literatura etnográfica cita los muchos y variados usos del tambor en la mayoría de las culturas del ancho mundo, especialmente en los rituales y las ceremonias relacionados con ciertas celebraciones anuales, como la cosecha y la siembra, curaciones y sacrificios, solsticio y equinoccio, ritos de paso, procesiones, la caza o la guerra, etc.
“El tambor chamánico se distingue de todos los demás instrumentos en que producen ‘la magia del sonido’ precisamente por el hecho de que permite la experiencia extática” aseguraba Mircea Eliade.
El antropólogo R. Needham declaró que ”la descripción más común, que se encuentra una y otra vez en la literatura etnográfica, dice que el chamán toca el tambor para establecer contacto con los espíritus”. “Se ha descubierto que en todo el mundo la percusión, cualquiera que sea la forma en que se produzca, permite y acompaña la comunicación con el otro mundo”.
Existen muchas teorías y especulaciones sobre la relación de este instrumento y el trance, pero todavía no se sabe con seguridad si es parte del condicionamiento cultural o del biológico/neurológico. Muchos americanos nativos se refieren al sonido del tambor como al “latido de la tierra”…
El antropólogo Wolfgang Jilek, cuando investigaba las frecuencias contenidas en las danzas rituales de los indios salish, descubrió que la frecuencia predominante en el ritmo de los tambores era la misma frecuencia de las ondas tetha en el cerebro humano. Propuso la hipótesis de que esta frecuencia sería la ayuda más eficaz para entrar en un estado de conciencia alterada.
Desmond Morris escribía en su famoso libro “El mono desnudo” que ”No es casualidad que la mayor parte de la música y de las danzas populares tengan un ritmo sincopado. También aquí, los sonidos y los movimientos devuelven a los actores al mundo seguro del útero.” “Nos mecemos cuando sentimos angustia. Oscilamos hacia delante y hacia atrás sobre los pies cuando nos enfrentamos con algún conflicto. La próxima vez que vean ustedes a un conferenciante oscilando rítmicamente a un lado y otro, comprueben si sus oscilaciones se producen al mismo ritmo que los latidos del corazón. Dondequiera que vean inseguridad, hallarán, posiblemente, el ritmo tranquilizador del corazón, envuelto en cualquier disfraz”.
“El latido de la montaña” es el título de una película sobre el Taiko. Taiko, en japones, significa literalmente gran tambor,“Tai” grande, y “Ko” Tambor, y básicamente tiene un diámetro de poco más de 1 metro, se toca con unos palillos llamados bachi, aunque hay también varios tipos de taikos.
“El intenso sonido del tambor penetra en lo más hondo de los hombres. El solemne sonido del tambor abre el corazón de los hombres. La poderosa vibración del tambor puede despertar el alma de los hombres” dicen en la película.
En el Japón tradicional, el Taiko era un símbolo de la comunidad rural, era un instrumento sagrado. Se creía que al imitar el sonido del trueno, el espíritu de la lluvia se vería obligado a entrar en acción.
Cuando era tiempo de cosechas era tocado alegremente en agradecimiento. En la guerra lo usaban intimidar a los oponentes, elevar la moral de las tropas y ordenar el ejército en el campo de batalla en pleno combate.
En el sentido religioso utilizaban el Taiko para representar la voz de Buda, para elevar plegarias y comunicarse con los dioses. Los monjes shintoístas lo empleaban como medio de transmisión y meditación.
En sus rituales, los chamanes sami (llamados noajdde o noaiti) utilizan el canto, acompañado por la percusión del tambor. Gracias a la monótona cadencia que genera, entran en trance para abandonar su cuerpo y acceder al mundo de los espíritus. Para acceder a él, utilizaban a modo de mapa del otro lado los dibujos del tambor, que se convierten en una suerte de guía. Cuando los monjes cristianos vieron como usaban el tambor, rápidamente los confiscaron y los quemaron en grandes hogueras.
Para los mapuches, el kultrün es el instrumento más sagrado e importante de su cultura. Literalmente, el universo y la síntesis del mundo están contenidos en ese madero ahuecado y recubierto con un cuero de chivo. Es inseparable de las machis (autoridades espirituales) y permite la comunión o conexión con sus divinidades. El kultrün es una palabra compuesta del mapudungún (lengua mapuche) que significa instrumento del eco. El sonido monocorde de este emblemático instrumento permite a la machi entrar en trance durante su invocación y contacto con las divinidades que pueblan el intangible y mítico mundo mapuche.
El chamán siberiano nunca abandona su tambor, elemento fundamental en todas sus ceremonias, no sólo para llamar a los espíritus sino para obtener energía vital o entrar en trance. Estos tambores son redondos en el Norte, y de forma oval en el Sur de Siberia, hechos de piel de reno o caballo, con el bastidor de madera o de junco trenzado.
“Qulutanguaq cerró los ojos y se concentró, estaba intentando comunicarse con los ancestros. (…).Tras cinco minutos de preparación, cogió el tambor (…) Finalmente, las primeras notas empezaron a salir de su garganta. Balanceándose, movía de derecha a izquierda el propio instrumento. El ritmo se fue acelerando (…) El espectáculo me dejaba perplejo. No podía quitar los ojos de aquel hombre que me regalaba un momento mágico e inolvidable” cuenta el antropólogo Francesc Bailón sobre la danza del tambor “inngiit” de los inuit.
En la Santería o religión Yoruba un tamborero “jurado” tiene un grado alto dentro de la jerarquía santera, debido al poder que tiene de comunicarse por medio del ritmo o toque con las deidades, además conseguir la posesión en los creyentes y ayudar a que “baje el santo”. Algunos pueden reconocer al orisha que tiene un santero que entra en el toque y así cambiar el ritmo para saludar a la deidad.
“Los tambores batá y su música han sobrevivido más de 500 años, viajando desde Nigeria a Cuba y después a los Estados Unidos. Su historia es un testamento del poder y la profundidad de la religión y la cultura. Contar la historia del batá necesita hablar de la religión y la cultura porque el batá no es sólo un instrumento musical, ni su música es sólo música”, explicó la investigadora María Teresa Linare.
Antes de las masacres, en Ruanda, los tambores sólo podían ser tocados por algunos hombres, cuidadosamente seleccionados. Hoy en días las mujeres tamborileras de Ingoma están reconocidas internacionalmente, han realizado giras por todo África, Europa y Estados Unidos. A la vez que un modo de dar recursos a las mujeres participantes, es una forma de terapia colectiva que, a través de la creación y del arte, ha ayudado a la sanación de este grupo de mujeres.
“La vida tiene un ritmo, está en constante movimiento. La palabra para el ritmo de las tribus Malinké es Foli. Es una palabra que abarca mucho más que tocar el tambor, el baile o el sonido. Se encuentra en cada parte de la vida cotidiana. En esta película no sólo se escucha y se siente el ritmo, también se ve. Es una extraordinaria mezcla de imagen y sonido que alimenta los sentidos y nos recuerda a todos lo esencial que es.”Thomas Roebers y Floris Leeuwenberg.
Francesc Bailón “Los poetas del Ártico”
Angeles Arrien: “Las cuatro sendas del chamán”
Mircea Eliade “El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis.”