“Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.
Arthur C. Clarke.
Sydney Possuelo, del Departamento de Indios Aislados de la FUNAI (Fundación del Indio de Brasil):
“Antes, la filosofía respecto a los indios aislados consistía en localizar y contactar con pueblos que nunca antes habían tenido contacto con el hombre blanco, con la civilización occidental. Se contactaba y se decía que se trabajaba para integrarlos de la mejor forma posible a nuestra sociedad. Era una retórica falsa y equivocada porque el contacto siempre les hace entrar en nuestra sociedad por el nivel más bajo. Desde hace unos años, la filosofía es diferente: se trata de saber dónde están, dónde viven, pero para no contactarles, sino para protegerles. Ellos tienen todo el derecho a no querer nada de nosotros.”
“Yo trabajé durante muchos años estableciendo los primeros contactos con muchos pueblos de la Amazonia y vi que generalmente estos encuentros eran -y son- destructivos para la comunidad indígena. Los contactos despertaron en mí el interés por mirar con más cuidado la historia. Tras 500 años de historia como país, en Brasil no tenemos un sólo pueblo indígena realmente integrado a la sociedad nacional. Y la sociedad nacional no los absorbe porque está hecha y organizada para nosotros, no para los indígenas.”
“En esta última expedición del verano pasado, nos chocamos con una maloca que no esperábamos y en realidad todos saben de la existencia de otros grupos y de nuestra existencia. Lo que realmente desconocen es nuestra fuerza y la dimensión de la civilización occidental. Tienen un grado de desconocimiento total del resto del mundo. No saben que existe Brasil, ni América, ni Europa, ni nada que no sea su mundo más próximo. Son los hombres más próximos a los que Colón encontró cuando llegó.”
los indios se quedaron sorprendidos ante nuestra presencia. Era un grupo que nunca había visto a nadie, aunque
Jose Carlos Meirelles, de FUNAI:
“El primer problema de los indios cuando entran en nuestro mundo son las enfermedades, pero también hay otra cosa. El indígena que sobrevive a las enfermedades todavía tiene que hacer un esfuerzo para no enloquecer. Son muchas informaciones, un mundo totalmente distinto al suyo. Si el indígena no es una persona mentalmente fuerte se acaba volviendo loco, acaba bebiendo o intenta suicidarse.”
“Las poblaciones indígenas son sociedades igualitarias. En nuestra sociedad tenemos la selectividad, oposiciones… crecemos pensando en la competencia. El indígena no quiere ser mejor, él tiene que ser igual a su vecino, y esto es una diferencia, cultural e intelectual, contundente.”
“Recuerdo una tribu en Maranhão, en 1973. Un indígena me contó que estaban andando un día y vieron huellas de zapato en la selva y se dijeron «es de un humano, pero no tiene dedos». Se pusieron a seguir las huellas para encontrar a esta gente tan rara, sin dedos. Al final llegaron a un campamento de cazadores. «Vamos a hablar con ellos». Cuando los vieron, comenzaron a disparar y mataron a su primo y a su hermano. Me preguntó: «¿Qué hicimos mal, por qué se enfadaron?».”
“Lo más difícil para los indígenas es entender, en primer lugar, el comercio y, luego, el valor.«¿Qué es esto, es un trozo de papel, qué representa?». Sociedades que no tienen una cultura de acúmulo de riquezas, donde el líder es el más pobre de la aldea porque su líder es el que da, no el que acumula. Es todo lo contrario”.
PRIMER CONTACTO EN EL ÁRTICO
– ¡¡Nosotros estamos solos en este mundo!!
Le gritaron los inughuit a Sackheuse (intérprete del almirante John Ross). Por eso, cuando les vieron, a los hombres blancos por primera vez en 1818, creyeron que eran dioses o espíritus del aire que habían ido al hogar de los Inughuit a visitarlos.
Sackheuse intentó tranquilizarlos mediante un largo y elocuente discurso. Los inuit, por su parte, le preguntaron si venían de la luna o del sol, y si aquellas criaturas de alas blancas daban luz por la noche o durante el día. Sackheuse les respondió que era un hombre como ellos, y que venían del sur, de un país muy lejano. Los inuit le replicaron diciéndole:
-¡Eso es imposible! ¡Allí no hay más que hielo!
Aquello que parecía islas, de las que salían unas enormes alas blancas, ¿eran en realidad grandes animales? ¿Acaso se trata de pájaros u otras criaturas voladoras?
– Son grandes casas de madera.
-¡No! Están vivas; nosotros las vimos mover y agitar sus alas. Respondió uno de los inuit.
¿De qué hielo estaba hecho los cristales de las ventanillas de los barcos y los vasos? ¿Y los espejos? ¿Había gente detrás de ellos? ¿Se podían comer los relojes? ¿Cuanta madera había en la luna?
Cuando Ross y sus hombres llegaron a las tierras heladas de los Inughuit (los grandes hombres), se encontraron con un pueblo aislado, pobre y sencillo. Nunca habían visto al hombre blanco, pero tampoco a otros inuit. Incluso en su aislamiento, y con el tiempo, habían olvidado otros elementos culturales como el iglú de nieve, el arco y la flecha, e incluso los kayaks. A pesar de ello ”parecían felices y satisfechos, y sus vestidos estaban en buen estado”
Ya en el barco, los inuit cogían todo lo que podían, ante el asombro de los hombres blancos. Para ellos, representaba un robo y un atentado a la intimidad. Para los inuit, significaba tan solo coger algo prestado, para utilizarlo, o para conocer su función. Para los inuit, el hurto no existía, y no entendían el término de propiedad privada.
PRIMER CONTACTO EN MELANESIA.
Hasta los años cuarenta, los habitantes de una de esas minúsculas porciones de tierra llamada tanto isleños como militares fueron entrando en contacto. Pasaron los días, aquellos “dioses” controlaron las ondas de radio, mientras sus amigos isleños disfrutaban de inesperados objetos y fueron sanadas sus enfermedades. Pero una mañana, el pájaro negro se marchó.
Melanesia viven aislados del resto del planeta. Un día, una patrullera despegó en la costa y varios marines instalaron un puesto de escucha, con varias casetas prefabricadas, un generador, grandes antenas y un montón de suministros. Con el paso de las horas,
Pasaron los años, pero nadie en esas tierras olvidó lo que ocurrió, y decidieron que, para lograr que los dioses regresaran, tenían que hacer una gran representación: imitaron los rifles de los militares con largos palos, se vistieron con los colores de los uniformes que habían visto, reprodujeron la bandera de los Estados Unidos, elevaron un bosque de ramas en recuerdo del radiotransmisor y formaron con rocas en la playa, o con pigmentos sobre sus cuerpos desnudos, figuras que rememoraban los “dibujos” vistos en los pájaros y los grandes peces metálicos, como USA o US NAVY.
Estos son los llamados cultos cargo. Algunos cultos cargo han sobrevivido, siendo el más conocido el de la isla de Tanna, en Vanuatu, que inmortalizan cada año la figura de “John From”, un dios que vendrá de los cielos para traer todo tipo de mercancías y bienes materiales. El nombre proviene probablemente de algún aviador que se presentó ante ellos como “John from America”. Por su parte, la tribu de los Yaohnanen espera otro Dios que regresará para cubrirles de regalos: el Duque Felipe de Edimburgo.
En su célebre Vacas, cerdos, guerras y brujas, el antropólogo Marvin Harris relata cómo uno de los profetas del cargo fue conducido a las ciudades occidentales para que viese con sus propios ojos de dónde surgían las mercancías, con la intención de mostrarle que todo aquello que creía mítico y divino en realidad provenía de fuerzas reales y materiales. Lo curioso del caso es que no lograron a convencerlo, sino todo lo contrario:
“(A Yali) Le llevaron a Australia donde los australianos querían mostrarle cuál era el secreto del cargo: centrales azucareras, fábricas de cerveza, un taller de reparación de aviones, los depósitos de mercancías de los muelles. Aun cuando Yali pudo ver por sí mismo algunos aspectos del proceso de producción, también constató que no todos los que iban en coche a todas partes y vivían en grandes mansiones trabajaban en centrales azucareras y fábricas de cerveza. Pudo observar cómo hombres y mujeres trabajaban en grupos organizados, pero no logró captar los principios últimos sobre cuya base se organizaba su trabajo.
Nada de lo que vio le ayudó a comprender
por qué de aquella inmensa profusión de riqueza
ni siquiera una gota llegaba a sus compatriotas.”
PRIMER CONTACTO EN NUEVA GUINEA
En 1930, un millón de personas que vivían en las tierras altas de Nueva Guinea eran desconocidos para el mundo exterior. En 1926, el oro fue descubierto apenas cuarenta millas tierra adentro, por lo que cientos de australianos llegaron corriendo hasta Nueva Guinea en busca de la rápida fortuna. Entre ellos se encontraban tres hermanos, Michael, Daniel y James Leahy.
Michael Leahy escribió sus aventuras en el libro Explorations Into Highland New Guinea, 1930-1935:
“El primer contacto habitualmente provoca una mezcla de admiración y terror, en ausencia de una voz amigable hablando la lengua nativa, seguido de un silencio de aturdimiento y lágrimas, danzas aparentemente alegres, risas, discursos rimbombantes de ancianos con maneras de la edad de piedra que dan a todos su visión del encuentro. Para el día siguiente los contactados habitualmente realizan ofrendas de patatas, caña de azúcar, bananas y cerdos. Buscan obtener un trueque por casi cualquier artículo comercial. Los nativos consideran que cualquier cosa que provenga de nuestro grupo está imbuido de la magia y los espíritus que nos han protegido a lo largo del viaje que hemos hecho para llegar donde ellos.”
En el documental que grabaron, añadieron comentarios de los que hasta entonces habían creído que los límites del valle eran los límites del mundo:
“Una vez se hubieron ido, la gente nos sentamos y contamos historias. No sabíamos nada de los hombre de piel blanca. No habíamos visto lugares lejanos. Solo conocíamos este lado de las montañas y creíamos que éramos el único pueblo que existía. Pensábamos que cuando una persona moría, su piel se emblanquecía y se dirigía a la frontera de «ese lugar», el lugar de los muertos. Así que, cuando vinieron los desconocidos, dijimos: «estos hombres no pertenecen a la Tierrra. No los matemos; son nuestros familiares. Quienes han muerto se han vuelto blancos y han regresado».”
Las grandes mochilas que llevaban a sus hombros debían ser, pensaron, sacos donde tenían escondidas a sus esposas. Incluso pudieron escuchar por primera vez en su vida música grabada en un gramófono: «pensamos que era una caja llena de fantasmas, que nuestros ancestros fallecidos estaban ahí dentro», decían.
Cuando vieron que los visitantes vestían pantalones que les cubrían por completo su conclusión fue… que tenían penes enormes enrollados alrededor de la cintura que debían ser cubiertos así.
“Uno de nosotros se escondió un día y vio al Hombre Blanco hacer sus necesidades. «Ese hombre que viene del cielo acaba de cagar» nos dijo. Tan pronto como el Hombre Blanco marchó de allí, todo el mundo se acercó a mirar.
Su piel es de un color diferente, pero su mierda huele igual que la nuestra.”
Fuentes:
Los poetas del Ártico. Francesc Bailón.
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http://www.finanzas.com/xl-semanal/magazine/20130915/brasil-peaje-juegos-6189.html
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http://www.jotdown.es/2013/10/que-hacer-si-te-encuentras-una-tribu-no-contactada/
http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com.es/2013/12/primer-contacto-con-el-hombre-blanco.html
Muy muy bueno. Gracias