Nota del editor: Joshua Coleman es copresidente del Consejo de Familias Contemporáneas y psicólogo privado en el área de la bahía de San Francisco. Su libro más reciente es Cuando los padres hieren: Estrategias compasivas cuando tú y tu hijo adulto no se llevan bien (HarperCollins). Philip A. Cowan es profesor emérito de psicología en la Universidad de California en Berkeley. Carolyn Pape Cowan es profesora emérita adjunta de psicología en la Universidad de California en Berkeley. Ellos son los autores de Cuando los socios se convierten en padres: El gran cambio de vida para las parejas.
(CNN) — “No hay contradicción entre amar a alguien y sentirse agobiado por esa persona, de hecho, el amor puede aumentar el agobio”, Andrew Solomon, Lejos del árbol.
A pesar de los mensajes en televisión, vallas publicitarias y anuncios en línea, las fiestas son una fuente de conflicto para millones de personas. No es raro ver a un amigo hablar de la visita inminente de un familiar con esa mirada poco alegre o dando suspiros profundos.
Las familias son complicadas. Nuestros sentimientos hacia las personas cercanas pueden cambiar desde el aburrimiento al afecto o a la indignación en cuestión de minutos.
Muchos hijos adultos tienen pavor ante la posibilidad de ver a sus padres durante las fiestas. Puede haber sentimientos no resueltos de su infancia e incluso una estrecha relación con uno de los padres puede llegar a ser tensa por el divorcio o un nuevo matrimonio, la enfermedad o la necesidad. Una desaprobación directa o indirecta de los padres en relación a la sexualidad de los hijos adultos, la elección de pareja, las prácticas de crianza o las opciones de empleo también pueden producir tensión en el hijo adulto.
Pero no es solo la generación más joven tiene miedo a la reunión del día festivo. Los padres, también, podrían recibir la próxima visita de los hijos con inquietud.
Ellos pueden estar decepcionados con su estilo de vida, con los logros o no les agrada la persona con la que su hijo se casó. Pueden sentirse heridos porque no mantienen el contacto y creen que por todos los años de sacrificio y de apoyo, merecen más que una llamada telefónica ocasional.
Algunas de estas tensiones son el resultado de los cambios en la crianza durante el último siglo. En los años veinte del siglo pasado, los padres querían que sus hijos obedecieran a la autoridad y que encajaran. Los padres debían ser respetados, o hasta temidos.
Conforme los padres se volvieron más democráticos, los hijos tenían mayor voz en las actividades familiares y los padres aumentaron interés por sus pensamientos, sentimientos e inhibiciones.
Era usual esperar que los hijos se comportaran de cierta manera para ganar el amor de los padres. Ahora, los padres tienen que trabajar para obtener su cariño.
La inversa del poder y autoridad ha creado confusión para algunas familias. Quienes invirtieron mucho más amor, conciencia y dinero en el desarrollo de sus hijos que aquellos que no lo hicieron tanto, esperan una especie de intimidad y disponibilidad que muchos hijos no sienten la necesidad de dar. Los que han sido cuidadosamente guiados hacia la adultez también necesitan más distanciamiento con sus padres para sentir que ya maduraron.
En resumen, los riesgos de que exista conflicto entre los hijos adultos y sus padres pueden ser altos durante las visitas de las fiestas. Para conservar la cercanía de las fiestas, o al menos reducir la tensión, les ofrecemos algunos lineamientos para ambas generaciones:
Al hijo adulto:
–Si tienes una queja o tratas de negociar un nivel distinto de involucramiento, intenta decirlo a tus padres de manera afectiva, con un tono libre de tensión y urgencia.
Tú tienes mucho más poder de lastimarlos de lo que te has dado cuenta. En lugar de, “siempre estás muy necesitado. Siempre es sobre ti”. Di, “sé que estás molesto porque no estoy disponible como quisieras que lo estuviera. No es mi intención hacerte sentir mal”.
O, “yo sé que no tratabas de hacerme sentir (llena el espacio: “abandonado, sin importancia, herido…”) mientras crecía, pero esa es la forma en la que me sentí/siento. No digo esto para avergonzarte, solo para hacerte comprender”.
Si ellos te responden diciendo, “Wow, eso me hace sentir como un total fracaso como padre“, trata de sentir empatía.
Podrías decir, “Lo siento mucho. No he sacado el tema para herirte o humillarte. Es más para tratar de tener una mejor relación contigo”.
También podría ser útil mencionar las cosas que hicieron bien.
–Si tienes que decir “no” a una petición de tus padres, trata de hacerlo con calma, sin enojo o resentimiento: “Me gustaría quedarme más tiempo también, pero de momento una visita más corta es mejor para nosotros”.
–Enfócate en la idea de que tus padres hicieron lo mejor que pudieron con los recursos que tenían – tanto interno como externo– y estándares de ese tiempo.
– Si hospedarte en la casa de la familia es mucha tensión, quédate cerca para poder moderar el ritmo y minimizar la presión: “Yo sé que prefieres tener a todos en la casa, pero creo que es más fácil si tenemos nuestro propio lugar en el hotel. Pero, agradecemos la oferta de quedarnos contigo”.
A los padres:
–Trata de escuchar lo que tu hijo adulto tiene que decir sobre su relación. Si tu hijo o hija suena crítico trata de encontrar lo que verdaderamente le molesta. Evita meterte en lo correcto o incorrecto o defenderte de acciones pasadas.
Sí, hiciste lo mejor que pudiste, pero evita decir eso porque suena defensivo. Es mejor admitir tus errores directamente: “Sí, también desearía haber sido más (paciente, sensible, cariñoso). Comprendo que lo que hice te hizo sentir mal”.
–Respeta el principio de realidades separadas en las familias. La gente puede crecer en el mismo hogar, pero desarrollan diferentes memorias y experiencias de lo ocurrido: “Yo pensé que eso era lo correcto mientras crecías, pero evidentemente me equivoqué. Siento que te haya decepcionado de esa manera”.
–Trata de ver las quejas de tus hijos adultos o deseos como una oportunidad para una nueva relación en lugar de un referendo de tu crianza.
Di algo como, “Valoro que me digas lo que te molesta. Eso probablemente fue difícil de hacer y requirió algo de valor. Dime qué te haría sentir mejor conforme seguimos adelante con nuestra relación”.
Seas el padre o el hijo, es importante darnos cuenta que no somos perfectos. Los padres que quieren una relación más estrecha con sus hijos adultos deben estar abiertos a entender lo que pudieron haber hecho mal en el pasado lejano incluso reciente, por doloroso que sea escuchar o reconocer.
Los hijos adultos deben considerar tener compasión por sus padres quienes tal vez no conocían una mejor forma de criarlos, dado su propio pasado o estándares en ese tiempo.
Hacer sentir al otro apreciado por lo que hizo bien, y no tan lastimado o humillado por lo malo, no solo es un buen consejo para las fiestas, si no que es saludable para cualquier familia.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Joshua Coleman, Philip Cowan y Carolyn Pape Cowan.