Observando desde esta perspectiva, las crisis no son negativas, sino que nos ponen frente a la posibilidad de estar mejor. Pero es cierto también que una parte nuestra puede sentirse amenazada y por eso tenderá a resistirse para mantener el estado habitual.
En nuestra cultura el error, el equivocarse, un tropiezo en el camino, es visto como algo que no debía haber pasado y que no debería volver a pasar. Nos han enseñado desde pequeños que los momentos de dificultad son un error que debemos evitar, “No te caigas”, “no toques ahí”, “¿cómo se te cayó eso?”, “¿por qué no me pediste que yo lo haga?”. Así crecimos, temiéndole a equivocarnos en vez de ver al error como parte inseparable de nuestros aprendizajes.
Es por eso que ante los momentos críticos el primer impulso que aparece es querer evitarlos, taparlos, salir de ellos lo antes posible para volver al estado habitual, perdiéndonos así la posibilidad de evolucionar.
Si se llega a la instancia de utilizar medicación alopática deben saber que solo se apacigua o suprime dicho síntoma. No se resuelve el verdadero conflicto. Este aflorará de nuevo por el mismo u otro sitio, o buscará otras maneras de expresarse, y muchas veces lo hará con más intensidad.
Esta forma de reacción se ve en la medicina actual pero también se distingue en muchas escuelas de hoy cuando evalúan y catalogan a los niños como enfermos o problemáticos sin tener en cuenta qué podrán estar diciéndonos más allá de lo que en la superficialidad se ve.
Los niños no nos permiten estancarnos en situaciones involutivas, insanas, inarmónicas. Ellos constantemente nos mostrarán, siendo un espejo, aquellos lugares donde no estamos creciendo. Tanto en la familia como en el sistema educativo o de salud, la sociedad en general tiene la posibilidad de evolucionar de la mano de las crisis que los niños nos están mostrando.
Esta evolución se dará siempre y cuando intentes descifrar el real motivo de las crisis, y desde allí, se produzcan cambios genuinos.
Se empieza por reconocer que lo que estamos viendo es la superficie, que nos resta ver la profundidad. Sin obnubilarnos con la forma, tratamos de ver el contenido de ella. En la práctica sería: ante un comportamiento insano, despersonalizarlo del niño. Es decir, considerar que este nos está hablando de algo más que no puede verbalizar o manifestar de una forma más sana. Entonces aquí buscamos la causa posible y abordamos dicha causa, y no el síntoma.
Tratamos de cambiar aquello que lleva al niño a ser de determinada manera, para que como consecuencia, esto le proporcione la armonía que antes le había quitado.
Extracto del Curso a distancia: “El Niño como Síntoma de conflictos en la familia o escuela” (Nuevo!)
Autora: Nancy Erica Ortiz
www.caminosalser.com/nancyortiz