En la sociedad del espectáculo, todo vale lo mismo, ya hablemos de vello púbico, patentes farmacológicas o Santa Teresa de Jesús. Las noticias se suceden en oleadas, van y vienen, se consumen y se tiran al lupanar del olvido de modo displicente. No dan respiro para una reflexión atenta y pormenorizada. De eso se trata, de que dejen huella en el subconsciente sin percutir en el pensamiento crítico.
Los últimos días han salido a la palestra tres momentos sublimes, una terna de instantes volátiles entre lo absurdo y lo cínico que dicen mucho de la realidad profunda del capitalismo. Así de pasada da la sensación de ser acontecimientos sin relación alguna, pero como venía a decir Nietzsche, todo está trabado, enamorado, esto es, una especie muy singular de efecto mariposa une o liga entre sí eventos en apariencia distantes o de categoría dispar.
Vuelve el pelo a los pubis. La multinacional Bayer asegura que no fabrica medicamentos para pobres, indios para ser más exactos. Y Fernández Díaz, ministro español del Interior, tiene el convencimiento de que Santa Teresa de Jesús intercede ante el dios cristiano para que España salga de la crisis. Analizando lo expuesto, se puede decir a botepronto que el régimen capitalista es pura y vana pose estética, que solo busca el beneficio empresarial y que necesita de la alienación religiosa para someter a las masas explotadas y descontentas con su suerte existencial.
Se dirá que eso ya lo sabíamos. Tal vez, pero pregunten ustedes en la calle y obtendrá respuestas de lo más variopintas. Que gane la derecha o su contraparte light de izquierdas contradice ese supuesto conocimiento natural y colectivo, más bien abona la tesis de una alienación invisible. Vincular lo que subyace entre los hechos relatados requiere adoptar una postura crítica ante el escaparate ideológico en el que vivimos. No es tarea fácil porque la precariedad a la que estamos sometidos impide tiempos de espera suficientes para darnos cuenta de la tela de araña que nos mantiene suspendidos en una estructura vital plagada de mitos, costumbres ancestrales y proyecciones subliminales muy difícil de ver en su enorme complejidad constitutiva.
Lo de la alfombra tupida en las partes pudendas podría ser tratado como una minucia de escasa monta intelectual. Sin embargo, la moda, en plural sería casi más adecuado decirlo, es un mito magnífico que mueve millones de euros y dólares a escala internacional, creando tendencias y obligaciones mentales poderosas que distraen la atención de los consumidores hacia su propio cuerpo en la forma de vestir, oler, ser en el mundo y de mirar al semejante. Estar al día significa darse a los entornos habituales como un estereotipo moderno, fresco, flexible y ágil, dispuesto a transformarse de inmediato si la moda presente así lo estipula o exige. Los esclavos o petimetres de lo último solo piensan en sí mismos, pero a la vez su mirada segrega o selecciona a los otros en función de los dictados ideológicos de la moda recién estrenada.
Mientras observamos nuestra figura en el espejo, dejamos de pensar en los alrededores sociales y políticos que condicionan nuestra vida habitual. La moda, además de un fabuloso negocio, es también un resorte ideológico de primera magnitud. Dirige los impulsos hacia la evasión y un yo ficticio: somos lo que la moda nos convence que debemos ser, una tautología de la apariencia extrema al servicio del sistema de compraventa abierto 24 horas al día.
El asunto de Bayer resulta más evidente, centrando el debate sociopolítico en las mismas entrañas del capitalismo. El sacrosanto beneficio empresarial es intocable. Los medicamentos no se fabrican para sanar enfermedades, eso nunca, la salud debe depender del poder adquisitivo de cada cual. La aberración es colosal, pero pasa lánguida y de puntillas por las portadas de los medios de comunicación. No hay fundamento ético o moral que sostenga una afirmación tan excluyente, fascista y cínica.
En ese desliz o lapsus de la multinacional alemana está inscrita la lucha de clases del régimen de explotación de la globalidad neoliberal. El capitalismo no se mueve por filantropía ni por necesidades humanas, solo produce mercancías, cañones, chuches o medicinas, con el fin último de ser vendidas al mejor postor. Y si no son compradas en el mercado, aunque los pobres clamen al cielo para recuperar su maltrecha salud, siempre será más económico o comercial lanzarlas a la basura o esperar a su fecha de caducidad para donarlas a las ONG que operan en los territorios o arrabales de la miseria. Las multinacionales son contrarias a la producción de genéricos porque su negocio capitalista se vendría a pique, por esa exclusiva y egoísta razón velan por sus patentes y secretos científicos con todas las armas ideológicas a su alcance. Lógica perversa, pero así es el capitalismo: todo lo que pueda venderse y tener un precio ha de convertirse en mercancía, sea tangible o no, y cuando la demanda sea inexistente se crean a propósito nichos psicológicos de nuevas necesidades para impulsar el incesante trasiego del intercambio mercantil. La moda es la expresión de esas tendencias surgidas de la nada para renovar existencias ininterrumpidamente. Y no pensemos que la moda solo se refiere a complementos y bagatelas relacionadas con la imagen, también se crean enfermedades blandas y crónicas para inyectar ansiedades compulsivas en la gente común. La salud como problema acuciante crea adictos a mansalva, consumidores enganchados a drogas inocuas de efecto placebo de los cuales obtienen jugosos ingresos las principales marcas del sector farmacéutico.
Habitamos sociedades de riesgos difusos y permanentes. Todo lo que nos sucede puede ser objeto de un diagnóstico médico o psiquiátrico. Estar bien o en equilibrio es una quimera. Tantos miedos nos acosan, la mayoría de ellos inventados ad hoc, que lo esotérico, numinoso o religioso suelen ser terapias omnicomprensivas a las que acudir en busca de consuelo o explicación inmediata. Desde las cavernas, el mito cubre las lagunas que el estudio de la realidad objetiva no atina o se niega a desvelarnos. En ese paradigma hay que entender que Santa Teresa de Jesús ore por nosotros para superar la crisis que padecemos, según Fernández Díaz. Es verdad que parecen declaraciones sacadas de tiempos remotos o prehistóricos, incluso estúpidas, pero hacen mella en gentes y amplias capas sociales ahogadas por la supervivencia diaria dentro de una situación tan compleja y controvertida como la actual. No son manifestaciones dichas al buen tuntún: el ministro Fernández conoce a la perfección que existe un público objetivo para su aparente tontería o aporía ocurrente. La clase dominante precisa de las muletas de la irracionalidad para hacer más espesa e incomprensible la realidad social y política. La religión es un apósito mistificador esencial para solapar la lucha de clases y los desmanes del capitalismo. Declaraciones tan casposas y reaccionarias como la mencionada resultan muy eficaces para no comprender de forma precisa que Bayer, por ejemplo, excluya radicalmente de sus tratamientos a los pobres del mundo.
Hemos visto pues que todo está sutilmente relacionado en este mundo de dioses inexistentes, modas pasajeras y multinacionales insolidarias. Las deidades nos fijan en la precariedad existencial sin soluciones alternativas aquí y ahora a nuestro sufrimiento redentor y estéril, la moda nos enclaustra en un yo autista consumidor y compulsivo y las multinacionales farmacéuticas se inventan enfermedades para engancharnos psicológicamente a su cuenta de resultados. Eso sí, si somos pobres, mejor morirnos. El suicidio también vale.
REFERENCIAS ÚTILES
https://selenitaconsciente.com
http://www.eldiario.es/cultura/vuelve-matojo-american_apparel_0_220478672.html
http://www.revistafusion.com/2005/marzo/temac138.htm
http://www.diario-octubre.com/2014/01/24/el-matojo-los-indios-y-un-tal-fernandez/