Yo confío en ti.
Confío en tu sangre, confío en tus ojos, confío en tus manos, confío en todo tu cuerpo y en sus mensajes.
Confío en ti. En que te estás conociendo y que cuanto más lo haces más empiezas a confiar tú en ti misma, incluso por encima del miedo a hacerlo.
Confío en que sabes, y lo que sabes es más fuerte que lo antiguo que tratas de defender.
Y tras un silencio y una mirada todavía más profunda a los ojos, Ricarda, como haciendo un punto y final en la conversación de ese día, le dijo:
Hija mía, yo confío en ti, quédate con eso, porque esa eres tú.
Federica, con lágrimas en los ojos, cogió las manos de la anciana, esa sabia que en el primer día de Reyes de su vida en el que no había recibido ningún regalo material le había hecho el mayor regalo que alguien podía esperar, ver la verdad de su Ser reflejada en unos ojos en los que solo había Amor, unos ojos que realmente podían ver y, hoy, la habían visto a ella.