Más de 3,5 millones de judíos en todo el mundo, medio millón en Israel, podrían adquirir la nacionalidad española gracias a su origen sefardí y a la modificación del Código Civil que el Gobierno español aprobó el viernes.
“Es una gran medida y sin duda un reconocimiento a nuestros vínculos históricos con España 500 años después de la Expulsión”, dijo Asher Moshé, nacido en Skopje, capital de la actual Macedonia (ex Yugoslavia) y emigrado a Israel con once años.
En un ladino parco y erosionado por los años, Moshé titubea al ser preguntado sobre si pedirá la nacionalidad española, porque -dice- “ya no es un mansebo”.
“Esto no es tanto para los viejos como yo, sino para los jóvenes”, subrayó sobre las posibilidades que se abrirán para miles de israelíes si el Congreso refrenda el proyecto de ley.
El Consejo de Ministros de Mariano Rajoy aprobó una modificación del Código Civil para conceder la nacionalidad española a todos los sefardíes que lo pidan y acrediten tal condición, que permitirá además que mantengan la de su país de origen.
El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, destacó que de esta forma la sociedad española culmina la reparación “de lo que sin duda había sido uno de los errores históricos más importantes”, en referencia a los judíos que fueron expulsados de España en 1492 y que hoy están dispersos por todo el mundo.
Una lista con cientos de apellidos que acreditan el origen sefardí ha puesto ya a muchos israelíes en marcha en busca de documentación para obtener la nacionalidad española, y los principales medios nacionales informan y dan asesoramiento jurídico primario a los interesados.
Y es que basta con abrir una guía telefónica local para descubrir que los candidatos son incontables.
Calderón, Zoarez (Suárez), Toledano, Abarbanel, Moreli, Bejarano, Medina, Baruj o Abecasis son sólo algunos de los ejemplos de sefardíes que viven en Israel, pero también los hay de aparente origen askenazí como Bloch, Schlessinger o Sneor.
En este último caso se trata de judíos que, expulsados por los Reyes Católicos, pusieron rumbo a los países del centro de Europa, donde sus apellidos evolucionaron.
También tienen ese origen muchos expulsados que emigraron a los países del Norte de África y que hoy llevan apellidos como
“Sólo en Israel estamos halando de medio millón, y en todo el mundo podrían ser unos 3,5 millones”, declaró el abogado León Amirás, cuyos abuelos emigraron del Imperio Otomano a Argentina a principios de siglo XX.
Desde hace unos años embarcado en la búsqueda de sus raíces sefardíes, Amirás relata cómo sus abuelos buscaron el amparo de las autoridades diplomáticas españolas para emigrar, y expone con orgullo uno de los documentos en su poder.
Para él, la obtención de la nacionalidad española pasa sobre todo por una “cuestión sentimental” y de “justicia histórica”, que, puntualiza, “llega tarde para los sefardíes que los nazis masacraron en Salónica” durante la Segunda Guerra Mundial.
“Es triste pensar que esa comunidad nunca volvió a tierras españolas (…) eran 48 mil y no queda nadie”, afirma.
Los judíos sefardíes, a los que el senador Ángel Pulido (1852-1932) denominó “españoles sin patria”, son fácilmente reconocibles porque hablan el ladino, un castellano parecido al de Cervantes y que cientos de miles conservaron casi intacto hasta bien entrado el siglo XX.
Hoy son pocos los que lo conocen, pero la gran mayoría sigue respetando tradiciones culturales y religiosas que nacieron, algunas de ellas, tan temprano como en la Edad de Oro del judaísmo en la Península Ibérica (siglos IX al XI).
En ese sentido, Gallardón alegó que los sefardíes mantuvieron “no solamente la lengua sino sobre todo la convicción de que seguían siendo parte de una España que les había expulsado” y a la que según dijo el ministro, “no solamente no guardaron ningún rencor sino que hicieron que les siguiese acompañando siempre”.
La concesión de la nacionalidad a estos españoles de antaño por medio de una vía acelerada, y no por “Carta de Naturaleza” o la residencia en España durante dos años, es a su entender una “deuda histórica”.
Un argumento con el que Amirás está plenamente de acuerdo.
“Unos 700 mil judíos fueron expulsados de España cuando todo el judaísmo restante representaba un número menor. Este gesto (el de conceder la nacionalidad) es tan importante como una disculpa, incluso más aún”, afirma.
Sin embargo, Moshé, propietario de una carnicería en el centro de Jerusalén, prefiere “no mirar al pasado” porque “desde entonces han ocurrido otras muchas tragedias” al pueblo judío.
“(La decisión) es buena para España y es buena para todos, y quién sabe, quizás pueda servir ahora a las dos partes. España perdió mucho cuando expulsó a los judíos”, concluye. EFE y Aurora
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