MUCHAS VECES NOS PREGUNTAMOS DE QUÉ MANERA MODIFICAR EL CURSO DE NUESTRAS VIDAS PARA ALCANZAR ESTADOS INTERIORES DE MAYOR OPTIMISMO Y SERENIDAD. SENTIMOS UNA NECESIDAD INTERIOR DE HACER ALGO POR NOSOTROS QUE NOS PERMITA SENTIR DE OTRA MANERA, VIBRAR, EMOCIONARNOS, REENCONTRARNOS.
Muchas veces el camino es darnos un gusto, satisfacer nuestro “yo” con alegrías efímeras como comprarnos algo, practicar un deporte o hacer un viaje. Algunas de esas veces podemos hacerlo y también comprobamos que si bien realizamos nuestro deseo y este nos da satisfacción, rápidamente llega una nueva sensación de inestabilidad que nos deja al principio del camino.
Nadie puede negar que necesitamos de estímulos y que en una medida estos nos disponen a sentirnos mejor, pero también es cierto que su duración es corta en el tiempo y que en general son insuficientes para brindarnos lo que de ellos esperamos.
En lo cotidiano, en nuestros hogares, en nuestro trabajo, es donde encontraremos magníficas oportunidades de hacer algo distinto por nosotros mismos y ese hacer por nosotros se debe transformar en hacer por los demás. Un nuevo modo de entender nuestras apetencias, nuestros gustos y de cómo satisfacerlos necesita crecer en nuestro interior a partir de la convicción de que el dar a los demás es la fuente de mayor alegría y felicidad para nuestro espíritu.
Busquemos en nuestro medio inmediato las necesidades de nuestros seres queridos y realicemos acciones concretas que ayuden a mejorar sus situaciones. Podemos responsabilizarnos en el hogar de una tarea que normalmente cumple otro familiar, estar atento en todo momento a aliviar el trabajo de los demás, no esperar a que se nos pida algo para realizarlo sino anticiparnos para gratificar al otro -madre, padre, hijo o hermano-, demostrando en nuestra acción solidaria la valoración que de su tarea hacemos.
No hay nada más grato para alguien que otro ofrezca desinteresadamente su mano para ayudarle, sea en una tarea material, doméstica o laboral, sea en un apoyo afectivo o económico, en una compañía o visita a nuestros abuelos, en un paseo para nuestros hijos, en cualquier circunstancia de nuestra vida diaria, acompañando nuestra acción con un sentimiento de alegría y agradecimiento hacia aquellos que nos necesitan.
A veces no sabemos cómo empezar o nos avergüenza hacerlo por falta de práctica o por orgullo, en ese momento debemos estudiar a aquellos seres de nuestra familia que son solidarios espontáneamente, que siempre están dispuestos a ayudar, que colaboran naturalmente y aprender de ellos los primeros pasos, copiando como un niño cuando aprende a caminar. Quizás en un comienzo parezcamos torpes, pero poco a poco incorporaremos este nuevo aprendizaje y lo haremos con mayor libertad.
El desarrollo de actitudes solidarias en el hogar es un camino maravilloso de realización interior, simple y práctico, pleno de enseñanzas y gratificaciones, capaz de colmar al más insatisfecho de los seres.
Es una vacuna contra el pesimismo, el mal humor, la frialdad emocional y genera en los demás un efecto contagioso, estimulante, impulsivo hacia el desarrollo de nuevas actitudes espirituales.
Aquel que se anime a probar esta nueva sensación verá cómo de pronto su problema pasa a segundo plano, se diluye, intrascendente, porque su conciencia está ocupada de los demás, haciendo y pidiendo por los demás, y ya no exigiendo todo para sí mismo, comprobando efectivamente el lema que dice: “Aquel que da es el que más recibe”.
EL SER QUE SE BRINDA Y DA DE SÍ, SE ENTREGA A LOS DEMÁS DE ALGÚN MODO, VIBRANDO CON EL DOLOR AJENO; EL QUE VALORA LAS COSAS SENCILLAS DE LA VIDA SIEMPRE ES FELIZ DONDE QUIERA QUE ESTÉ Y CON LO QUE TENGA, YA QUE SU PAZ ESPIRITUAL NO DEPENDE DE LO EXTERNO, SINO DE VERSE RODEADO DE AFECTOS Y SIENTE EL AMOR EN SU ÍNTIMO SER Y NO NECESITA NADA MÁS PARA SU PLENITUD.
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