Ubicada en la parte central de la península de Baja California, en la región Aridoamérica, la Sierra de San Francisco combina cumbres rocosas, cañones flanqueados por altas palmeras y cuevas repletas de ilustraciones rupestres, llamadas: La Pintada, Las Flechas, Los Músicos, La Soledad, Boca San Julio, Cuesta Palmarito y El Ratón.
Para poder llegar, se necesita atravesar cielo, mar y tierra. El primer objetivo es llegar a la pequeña ciudad Guerrero Negro, la cual marca la frontera entre Baja California Norte y Sur con el desierto El Vizcaíno. Es entonces cuando sus inmensas lagunas costeras guían tanto a las ballenas durante el invierno, como a los turistas que desean cruzar el Mar de Cortés. De ahí, es llegar un poco más allá de San Ignacio y de la carretera número uno. De acuerdo con el intrépido Gustavo Armenta: “apenas es el inicio de la travesía: campismo, ecoturismo, montañismo, cultura turismo rural y gastronomía”.
Para visitar esta zona arqueológica, hay que solicitar una excursión que varía entre 450 a 800 dólares por persona. La cual no asegura lujos ni comodidad; pero sí: guía, transportación terrestre (en mulas y burros), alimentos, tiendas para acampar, bolsas para dormir, permisos del INAH para visitar el sitio. Además, los guías aconsejan llevar estrictamente lo necesario para pasar tres días en el fondo de una cañada, con un máximo de 10 kilos por persona.
Mientras que la zona es, desde 1993, Patrimonio Mundial por la Unesco, el INAH considera que existen 300 sitios arqueológicos de gran importancia dentro de la misma. Y a pesar de que muchos de ellos no han sido explorados, se ha indagado que fueron habitados por grupos de seres humanos hace alrededor once mil años; incluso, que el legado artístico de sus habitantes data del Cenolítico Superior, es decir de hace tres o cuatro mil años. De acuerdo con Conaculta, “algunos investigadores han mencionado que la zona estuvo habitada por ancestros del grupo indígena cochimí, que se hallaban organizados en pequeñas bandas de cazadores recolectores y que ellos desarrollaron gran parte de las pinturas en muchos sitios. Sin embargo, no hay estudios lingüísticos suficientes para ligar a los productores de los murales con el grupo étnico”.
Las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco son consideradas tesoro cultural de casi once mil años. Cuyos personajes más representativos son figuras humanas y animales; ambos en colores negros y rojos, amarillos y blancos, con expresiones mágicas y religiosas, en relaciones sociales y territoriales. Estas pinturas son las más antiguas del continente americano, y se les conoce con el estilo de el Gran Mural.
Sin más, podemos decir que las pinturas relatan las escenas de grupos nómadas que residieron en la zona durante la época prehispánica. Son imágenes pigmentadas con minerales tratando de expresar sus ideas antropomórficas, zoomórficas, astronómicas y abstractas. Y aunque no se encuentren más objetos físicos en el área, estos retratos hablan más acerca del modo de vivir de una época desconocida.