Conscientemente o no la mayoría de nosotros sabemos que nuestro estado de ánimo es propenso a influenciarse por diversos estímulos del ambiente. Una prueba muy clara es la música, hay ciertos estados que pueden potenciarse o, en cambio, contrarrestarse recurriendo a determinadas canciones. Y parece útil hacer consciente este diálogo anímico permanente entre nosotros y el entorno para poderlo modelar, el alguna medida, a voluntad –aunque en el fondo intuimos que el factor determinante siempre se encuentra mirando hacia adentro y no delineando los agentes externos, pero ésa es otra historia.
Con la explosiva consagración de la Red, y en particular de las redes sociales, el menú de estímulos se desbordó. Sin saber en realidad cómo llegamos aquí, ahora estamos expuestos a una desbordante cantidad de mensajes (textuales, visuales, sonoros, o mixtos) que, nos guste o no, inciden en nuestro estado de ánimo. Y si históricamente teníamos que considerar un buen porcentaje de agentes inesperados, incontrolables, en nuestro intento de seleccionar algunos estímulos por sobre otros –por ejemplo el clima, acontecimientos políticos, o situaciones inesperadas al interior de nuestro círculo social–, ahora esta selectividad resulta en una tarea completamente inviable.
Un grupo de investigadores de la Universidad de California, de Yale y de Facebook determinó mediante un estudio que las redes sociales son vehículos con alta efectividad a la hora de viralizar estados de ánimo.
Lo que las personas sienten y dicen en un lugar puede rápidamente esparcirse a muchos otros lugares del orbe en ese mismo día […] Las redes sociales pueden magnificar la intensidad de la sincronía global emocional.
Para llegar a esta conclusión, el equipo utilizó como referente un día lluvioso. Tras analizar millones de actualizaciones alusivas a estados anímicos, notaron que entre las personas que radicaban en una ciudad súbitamente afectada por un clima ‘malo’, las actualizaciones negativas aumentaban en 1.16, mientras que las positivas disminuían en un 1.19. Luego, y aún más interesante, notaban que esta estado de ánimo se esparcía entre los amigos de las personas, incidiendo incluso entre aquellos que vivían en ciudades donde se estaba registrando un ‘buen’ clima. En esos casos las actualizaciones negativas aumentaban en 1.29, en comparación con el estándar, influenciadas por las del primer grupo de personas afectadas por las condiciones climatológicas. Por cierto, en esta misma línea, notaron que el fenómeno se intensificaba cuando se trataba de emociones positivas, las cuales aparentemente son aún más contagiosas, y un posicionamiento de este tipo resonaba en 1.75 más actualizaciones acordes.
Los resultados sugieren que las emociones se desdoblan a través de las redes sociales para generar sincronías a gran escala y detonar así cúmulos de personas contentas o tristes […]. En consecuencia podríamos detectar mayores picos en las emociones a nivel mundial, que aumentarían la volatilidad que actúa en todo, desde sistemas políticos hasta mercados financieros.
Hoy, como nunca antes en la historia, estamos expuestos a una cantidad incontrolable de estímulos potencialmente influyentes en nuestro momento anímico. Pero entonces ¿cómo debemos de relacionarnos con ellos? Evidentemente el aislamiento ocasional debería ser un recurso interesante, o más que el aislamiento, el evitar estar permanentemente expuesto a los flujos de comunicación digital. Pero creo que a fin de cuentas el contexto lleva nuestra atención hacia nuestro adentro. Si es matemáticamente imposible controlar los agentes externos, y poco viable aislarnos por completo, entonces todo indica que la respuesta está en la manera en la que filtramos (percibimos-interpretamos) estos estímulos. Y tal vez el problema no es que seamos seres influenciables, sino que esto nos ocurra de forma inconsciente, sin darnos cuenta del efecto puntual que estímulos específicos detonan en nosotros –si los detectamos todo será menos confuso–.
Otro punto importante en el cual quiero enfatizar es que sería apropiado dejar de catalogar nuestros estados de ánimo como negativos o positivos. Es claro que cierto tipo de ansiedad o manifestaciones neuróticas no son la mejor compañía o el mejor consejero, pero me refiero más a la tristeza o la melancolía, estados a los que culturalmente se nos incita a rehuirles, por ejemplo, transformándolos en una sonrisa artificial, cuando en realidad son, por lo menos tan hermosos como los otros.
Si somos capaces de reconstruir las rutas que nos llevan a las distintas posiciones anímicas que experimentamos, entonces creo que esos estados no sólo serán más “entendibles” (no desde un entendimiento racional sino de una aceptación armónica), y en todo caso serán más genuinos, más nuestros, y menos de Facebook, del vecino, o de la realidad política. Tal vez.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis