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Las personas de buena voluntad del mundo, sea cual fuere su nacionalidad, su fe o su creencia, están vinculadas necesariamente con un principio ético universal. Este principio ético está representado en el corazón de todos ustedes. Habitualmente aceptamos el corazón sólo como un órgano destinado a producir la energía que da vida al organismo físico; ha llegado el momento, sin embargo, de que al corazón se le asigne su verdadero valor causal o divino.
Naturalmente, que hablar del corazón hoy día, dentro de un mundo inmerso en tantas crisis y dificultades, con el sufrimiento engendrado por las vicisitudes de tantos acontecimientos negativos puede aparecer como un romanticismo o como algo superficial. Yo les digo a ustedes que están aquí porque su corazón así lo ha dispuesto; el corazón sabe más que nosotros mismos, si podemos utilizar esta expresión, la mente se limita a observar, a efectuar deducciones, a crear obstáculos a veces a la propia vida individual.
El corazón jamás les traiciona, jamás se equivoca, y naturalmente, debido a la presión de los tiempos, a la angustia del corazón oprimido de tantos seres humanos que han perdido su fe en sí mismos y en los demás, el corazón real, aquel que nos da vida y santifica nuestra conducta, está exigiendo de nosotros un esfuerzo de adaptación a sí mismo.
A través del tiempo, hemos creado un sinnúmero de edificaciones internas para buscar el centro místico del corazón, llámesele Dios, la Verdad, la Luz etc.; sin embargo, la condición misma mental, nos ha apartado radicalmente de este centro místico del corazón, y por tanto, faltos de este convencimiento vivo, hemos perdido la fe en todo cuanto nos rodea, y lo que es peor, la fe en nosotros mismos, en aquello que está más allá del afán de las locas conquistas y el deseo.
Ningún sistema político, ni religioso, ni social, ha logrado introducir al hombre en la cámara secreta de sí mismo, lo cual implica ante todo y por encima de todo que ha errado su camino.
Los tiempos actuales son rigurosamente drásticos… se está observando esta precipitación, yo diría de energía cósmica que está produciendo un despertar interno en todos los seres humanos, sea cual sea su condición, sea cual sea su fe, su creencia o los motivos inviolables de su búsqueda. Así pues, ¿qué vamos a hacer, para reducir el bagaje kármico de los acontecimientos del tiempo, qué vamos a hacer para introducirnos virtualmente dentro de nosotros mismos donde se halla el asiento inmutable de la Verdad?
¿No será dejando de depositar la fe en las estructuras que hemos construido?
¿No será, asignándole a la mente una importancia secundaria?, porque la mente nos ha traicionado, porque la mente que fabrica todas las complicaciones del tiempo no nos ha deparado la Verdad que ansiamos, no ha llenado nuestra vida de paz, de tranquilidad, de fe y de esperanza.
Hay que retornar al principio, hay que volver a lo que fuimos siempre, darnos cuenta de lo que somos ahora, ver la diferencia entre la virginidad absoluta del corazón y el pecado de la mente, considerando pecado todo ese sistema discriminatorio de valores psicológicos que nos han ido separando los unos de los otros.
Con la mente se conocen las cosas, pero con el corazón se comprende exactamente nuestra relación con los demás; y ahí, en esta relación con los demás, ha fallado el espíritu del hombre.
Se impone por tanto una reorientación total de todo nuestro equipo psicológico, centralizando todas nuestras energías y dirigiéndolas hacia el camino que va hacia adentro y no el que va hacia afuera. Hacia afuera, ¿qué es lo que vemos? El dolor, el sufrimiento, la angustia, la esperanza, el temor de todo aquello que hemos fabricado.
Hacia adentro está lo desconocido, la paz inmortal, el poder redentor, la salvaguarda de los intereses cósmicos.
El hombre puede ser un erudito, puede ser una mente supercargada de conocimientos esotéricos o profanos y, sin embargo, no tener la llave que abre la puerta que conduce al corazón. Esto es evidente porque ustedes se darán cuenta que han fallado por su base todas aquellas estructuras en las cuales habíamos confiado y si falla la estructura es porque ha fallado la base de la propia creación, o que la creación ha sido inducida por falsos móviles y hemos perdido así nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos, ya no decide el hombre, decide la estructura que él mismo ha creado y en esta decisión de la estructura se halla cerrado el camino que conduce al hombre interno, al hombre interno que somos todos nosotros, este ser humano glorioso en quien descansa la salvación del mundo, que no puede estar sujeto a las variaciones temporales porque este ser interno vive en la Gloria de lo eterno.
Y yo digo y afirmo, que la Gloria de lo eterno está aquí entre nosotros, que no constituye una meta lejana sino que nosotros podemos salvaguardar los valores del espíritu y producir el nuevo tipo de hombre que anhela la sociedad del futuro… la única manera de ser creadores, es empezar aquí y ahora un nuevo sentido de valores éticos y sociales, basado en el conocimiento de sí mismos.
La lucha entre las diversas estructuras mentales que el hombre ha creado, es inmoral…nos peleamos por razones muy superficiales, como por ejemplo el camino que conduce a Dios, el camino que conduce al corazón. No discutimos en términos de corazón sino en términos mentales, en términos de conocimientos, en términos de estructuras.
Ahora, con la presión de la Nueva Era, con la presión de la energía cósmica que el corazón humano está invocando se presenta la oportunidad de una nueva gloria social basada siempre en la comprensión de los problemas humanos, no en simples estadísticas y entonces surgirá triunfante la Verdad que debe conducirnos a la Paz Integral y a la Libertad absoluta.
El Centro Mistico del Corazon, por Vicente Beltrán Anglada