Conversos y judíos en el descubrimiento de América

por José María Lancho

Una de las bases de la justicia es la intransigencia de la memoria. Una inclinación obstinada a que los hechos no se deben perder y a no aceptarlos según se caen de las manos de la generación precedente. La memoria es un nivel necesario de la propia justicia.

Estas líneas, surgidas a propósito de Pascua pretenden confrontar el olvido colectivo que constituye una parte substancial, precisamente, de nuestra identidad colectiva. Y es que la Pascua  es, llamativamente, un momento reiterado y buscado dentro de la epopeya de Colón, que en parte es la epopeya de nuestro propio país, pues él mismo escogió estas fechas de abril, en 1493, hace 521 años, para presentar a los Reyes Católicos en Barcelona el éxito de su primer viaje a las Indias por la ruta marítima de Occidente y, un año antes, en esas mismas fechas, firmaba las capitulaciones llamadas de Santa Fe con esos Monarcas.

Entorno a ese acontecimiento hay una verdad que no se ha destacado suficientemente y es que el logro colectivo más importante de la España de las tres religiones fuera sin duda el descubrimiento de América.

Nuestra arraigada tendencia histórica al conflicto civil y a la intolerancia ha propiciado que el logro de aquella España irrepetida, apareciese dibujado como la primera consecución de una supuesta España nueva y mutilada, donde el elemento judío había sido aparentemente erradicado.

 Si hay algo que llama la atención es que el descubrimiento y la expedición a Occidente fue una operación enormemente compleja, enormemente cara que puso en tensión todas las posibilidades técnicas, científicas, financieras y políticas de las sociedades hispánicas. No fue tanto la inquieta y genial amargura de Colón y sus años de infatigable obsesión las que posibilitaron el viaje, como la complejísima y dinámica situación de la sociedad de Castilla y de Aragón, y sin restarle protagonismo a Castilla es evidente que colectivos muy importantes de Aragón y personalidades de ese Reino fueron fundamentales en el viaje, hasta el punto de que este jamás habría sucedido, como ahora veremos.

La vinculación de los judíos hispanos con la cultura del mar es, sin duda, una singularidad sefardí. Don Jehudano (Jehuda de Valencia) tesorero de Jaime I era el mayor experto de su tiempo en la preparación de flotas, incluso la rica comunidad judía a sus expensas armó y manejó dos galeras. Juceff Haquin, judío de Barcelona, fue famoso por haber navegado todo el mundo conocido, como refiere el propio rey Jaime III (Mallorca). El mestre Jaime de Mallorca escogido por el Infante Enrique el Navegante (tercer hijo de Juan I) para que coordinara su centro de cartografía en Sagres no es otro que Jehuda Cresques, converso, descendiente de una dinastía de excelentes cartógrafos judíos de la escuela Mallorquina.

La experiencia castellana no es muy distinta, donde incluso un descendiente de judíos como Fernán Diez Maimón llegó a ser Almirante de Castilla con Sancho IV. Sin embargo, será más tarde, cuando Abraham Zacuta (Zacut o Zacuto para los portugueses), el gran astrónomo y físico judío de la universidad de Salamanca preste otra ayuda fundamental a Colón, no sólo proporcionándole sus tablas astronómicas sino prestándole su respaldo científico hasta prácticamente su salida de Palos. Zacuta fue asimismo un gran difusor de la teoría de la pervivencia de las diez tribus perdidas de Israel que sin duda prendió en el propio Colón quien llevó en su primer viaje un traductor de hebreo al efecto. El clima de expectación entorno a los descubrimientos y al reencuentro con los hermanos perdidos de las 10 tribus dispersadas por los asirios y perdidas para siempre en las profundidades del Oriente hizo que los judíos favorecieran, y muchas veces financiaran, estas expediciones. La evolución de estas ideas y la configuración de América como tierra de la libertad es otra elaboración sefardí y recomiendo la lectura de Menasseh ben Israel, en su Esperanza de Israel para entender las raíces de una idea que por sí ha terminado explicando la identidad política del continente.

La historia de Colón no puede contarse sin aceptar también la más estrecha relación del Almirante con el mundo judío y converso de su tiempo.

Cristianos nuevos como el duque de Medinaceli, Luis de la Cerda, fueron decisivos, así el duque mantuvo como huésped a Colón en su propia casa durante dos años y le favoreció ante su pariente el Arzobispo de Toledo y Cardenal de España, también cristiano  nuevo, y ante la misma Reina.

Luis de Santangel

Otro cristiano de origen converso, fundamental en la expedición de los tres navíos fue, naturalmente, Luis de Santángel, valenciano, escribano de Ración del Reino de Aragón. La incapacidad financiera de ambos reinos amenazó con hacer inviable alcanzar un acuerdo con Colón. Fue el préstamo de Luis de Santángel, hecho sin interés, el que posibilitó finalmente el equipamiento de la expedición. La cantidad: 16.000 ducados lo que supone 6.000.000.- de maravedíes. La cifra es extraordinaria y evitó que la Reina hubiera de poner en garantía sus joyas, algunas de las cuales, por cierto, fueron financiadas por Abraham Sénior de Segovia, administrador del tesoro castellano, y otros miembros de la comunidad judía.

Otros conversos que defendieron la viabilidad y oportunidad del proyecto colombino fueron Juan Cabrero, camarero del Rey Fernando, Juan Coloma, secretario de estado del Reino de Aragón, Gabriel Sánchez, fray Diego de Deza, Alonso de la Caballería…

La memoria ha sido flaca con todos estos personajes, de Luis Santángel, cuya lucidez y patriotismo fueron condición necesaria de la aventura colombina, apenas hay una calle en Valencia y otra Sevilla, no así en Madrid cuyo callejero a veces es un retrato siniestro de nuestra historia.

Finalmente, y como caso insólito de la sociedad civil, querría valorar la soledad y valentía de una iniciativa de mi buen amigo Alonso González de Gregorio, quien ostenta el título de duque de Medina Sidonia y cuyo antepasado expulsó en 1474 de sus hogares a los judíos españoles que vivían en Gibraltar. El actual duque consiguió sacudir las aguas del Mediterráneo, apenas hace unos meses, organizando una reunión en Gibraltar con las comunidades judías, en el Instituto Cervantes de esa ciudad y pura y simplemente recordó aquellos acontecimientos que le avergonzaban por su condición de cristiano. La noticia recorrió el mundo. Las culpas no se heredan pero el olvido hace cómplices, es lo que pienso y creo que es lo que piensa Alonso. Gestos como el suyo son, como diría el querido Joan Margarit, “el último lugar del que el sol se retira”.

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