La películas de Hollywood a veces funcionan como puntas de lanza para diseminar ideas que antes eran sólo manejadas por un grupo reducido de intelectuales o de investigadores. Cuando la maquinaria de Hollywood se aboca a distribuir estas ideas con todo el poder sensacional de la imagen, que suspende la incredulidad, se transmiten modos de ver y habitar el mundo a la profundidad de la psique colectiva. Podemos ver en estas transmisiones —en estos blockbusters que escriben la nueva mitología— también una intención de familiarizar al público con algo que es apoyado por el establishment, y posiblemente avanzar una agenda, allanar el terreno e introducir un producto o un estilo de vida. Esto último es discutible: en algunos casos puede ser que las ideas simplemente se caigan de maduras —con una fuerza memética natural— y encuentren el cauce de la oportunidad del mercado, pero en otros casos, lo que opera es lo que se ha llamado el“complejo militar y de entretenimiento“, una fusión de los intereses del Estado con la industria o de una poderosa élite con la industria del entretenimiento, la más sofisticada oficina de propaganda.
La nueva idea que entra al imaginario popular es la de la trascendencia a través de un soporte tecnológico que pueda hospedar nuestra conciencia para que podamos conseguir la inmortalidad (una idea ligada al transhumanismo y a la Singularidad). Trascender —ese milenario deseo espiritual— a través de una máquina: la trama de la nueva película Transcendence, dirigida por Christopher Nolan, con la actuación de Johnny Depp. La idea no es nueva ciertamente, en algunos círculos tiene varias décadas desde que se discute, principalmente con el trabajo de Ray Kurzweil, actualmente encargado de desarrollar máquinas inteligentes para Google. Esta es la visión tecnoutópica de Kurzweil:
La fusión es la esencia de la Singularidad, una era en la que nuestra inteligencia se volverá cada vez más no-biológica y billones de veces más poderosa de lo que es hoy —el amanecer de una nueva civilización que nos permitirá trascender nuestra limitación biológica para amplificar nuestra creatividad. En este nuevo mundo, no habrá distinción entre humanos y máquinas, realidad real y realidad virtual. Podremos asumir diferentes cuerpos y tomar una gama de personalidades a voluntad. En términos prácticos, el envejecimientos y las enfermedades serán revertidas…
En la película Transcendence, el personaje de Johnny Depp, un brillante científico, logra burlar a la muerte después de recibir una herida de bala al transferir su mente a una supercomputadora. Con este hardware, obtiene un estado de omnisciencia que trasciende lo humano. El personaje de Depp, el Dr. Caster, le pregunta al público: “Imagina una máquina con la misma capacidad emocional de un hombre y con un poder analítico superior a la inteligencia colectiva de todas las personas en la historia del mundo. Algunos científicos lo llaman la Singularidad. Yo prefiero llamarlo la Trascendencia”. La idea es que una vez que se obtiene la inteligencia artificial la inteligencia estalla de manera exponencial. La idea es ciertamente atractiva, nos ofrece una probada del Árbol del Conocimiento o una mecha del fuego de los dioses.
Si bien es difícil de resistir a esta posibilidad de obtener cualidades superhumanas —y quizás sea absurdo intentar rechazar el camino eminentemente tecnológico que ha tomado la evolución humana— también es cierto que nuestra historia está llena de advertencias ante los peligros de acelerar nuestra tecnología a mayor velocidad que nuestra conciencia y nuestra capacidad de asimilar nuestras invenciones. Ejemplos como la Torre de Babel, el mito de la Atlántida, el mito de Prometeo o las grandes novelas de ciencia ficción, desde Frankenstein a Sueñan los Anrdoides con Ovejas Eléctricas (luego Blade Runner). Una nueva advertencia, de importancia coyuntural, es la crítica de Stephen Hawking de la película Transcendence.
El famoso físico, quien tiene una posición privilegiada en estos temas ya que utiliza la tecnología para realizar funciones básicas, escribe en el Huffington Post que ”es tentador desestimar la noción de máquinas hiperinteligentes como mera ciencia ficción. Pero esto sería un error, y potencialmente el más grande la historia”. Hawking señala que los recientes avances en el desarrollo de inteligencia artificial —cosas como la computadora Watson (que se alzó vencedora en el juego de trivia Jeopardy!), los asistentes digitales personales como Siri, Google Now o Cortana— son “solamente síntomas de una carrera armamenticia alimentada por inversiones sin precedentes que se establece en cada vez más sólidos fundamentos teóricos”. Hawking cree que es muy posible que el hombre consiga crear inteligencia artificial ya que “no hay ley física que impida que las partículas se organicen en formas en las que puedan realizar computaciones más avanzadas que los arreglos de partículas en el cerebro humano” y esto será “el evento más grande en la historia de la humanidad”. Desde fuera del campo de juego nos puede parecer remoto e improbable pero cuando vemos que Google considera una de sus prioridades el desarrollo de la inteligencia artificial, como puede constatarse por su compra de numerosas compañías de robótica en el último año, quizás habría que meditar seriamente sobre lo que advierte Hawking.
Las máquinas IA tendrán la posibilidad de autoactualizarse y rediseñarse produciendo una explosión exponencial de inteligencia en tan sólo unos años. “Como Irving Good notó en 1965, máquinas de inteligencia superhumana podrían rápidamente mejorar su propio diseño y detonar lo que Vernor Vinge llama la “Singularidad” y el personaje de Jonny Depp la “Trascendencia”. Esta tecnología, bien llevada podría llevarnos a erradicar la pobreza, la guerra, las enfermedades. Pero también podría fácilmente “adelantarse a los mercados, sus propios inventores y manipular a los líderes humanos y construir armas que ni siquiera podemos entender”. El reto está en cómo controlarla y usarla para el bien del hombre y del planeta. Una forma que se antoja probable es convirtiéndonos en parte de esa inteligencia artificial, en fusionarnos con ese fuego tecnológico al final de la historia humana. Aunque claro, además de que el escenario es totalmente insólito y difícil de anticipar, esto también nos enfrenta con la disyuntiva de quiénes serán aquellos que se fusionen con las supercomputadoras y si necesariamente estos pioneros tendrán un espíritu fraternal o buscarán intereses personales o elitistas. Uno puede pensar que la hipér-inteligencia está relacionada con la bondad, la empatía, la ética, pero esto no es necesariamente una verdad absoluta. Quizás una máquina hiperinteligente determine que el hombre es una plaga para el planeta y por lo tanto prescindible. Por otro lado también, al menos desde la limitación del nuestro presente, es legítima la pregunta de si es verdaderamente inteligente vivir sin la corporalidad como la conocemos, más allá de que podamos simular todas las sensaciones ligadas a nuestro cuerpo con una conciencia descarnada. En otras palabras, quizás exista una mejor forma de trascender y el cuerpo, aunque pueda ser un instrumento parcial, quizás sea, con todas sus falencias —y quizás precisamente por sus falencias que nos ligan a la carencia y al sufrimiento— un mejor vehículo dentro del misterio de la existencia para trascender y evolucionar de manera consciente.
Hawking cree un poco lo mismo que sostenía McLuhan, que nuestras tecnologías evolucionan más rápido que nuestra capacidad de darles sentido y entender sus efectos. Esto puede ser letal (pensemos en escenarios como Sky-Net) si no nos preparamos de mejor manera para dar a luz .”¿Si una civilización extraterrestre más avanzada nos envía un mensaje diciendo ‘Estamos en camino a su planeta. Llegaremos en unas décadas’, responderíamos solamente ‘Ok, llámenos cuando lleguen?’ Probablemente no —pero más o menos esto es lo que está pasando con la inteligencia artificial. El parangón es interesante, antes Hawking había dicho algo similar sobre nuestra obsesión por encontrar vida extraterrestre: “Si los aliens nos visitan creo que el resultado podría ser algo parecido a cuando Cristóbal Colón llegó a América, lo cual no resultó en ningún beneficio para los habitantes del nuevo continente”. Aunque surja de nosotros mismos, de la misma materia planetaria, el contacto con una inteligencia artificial podría ser un evento de radical otredad, una caja de pandora o una panacea.
Twitter del autor: @alepholo